La regla de oro frente al alegato católico contra los mercados libres

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El 3 de junio de 2014, la Universidad Católica en Washington DC albergó una conferencia titulada: “Autonomía errónea: El alegato católico contra el libertarismo”.

El pitido inicial se dio con el discurso de apertura del Cardenal Arzobispo Rodríguez Maradiaga, de Honduras. Los libertarios católicos Tom Woods y Ryan McMaken han escrito respuestas sólidas al discurso del cardenal, aquí y aquí.

Los vídeos de la conferencia están ahora disponibles. Después de verlos, advertí un desequilibrio en el contenido, no porque todos los conferenciantes fueran hostiles a la libertad, sino porque la mayoría provenían de una perspectiva católica de izquierda y parecían principalmente interesados en denostar los mercados libres y a los libertarios que los defienden. Uno tendría que preguntarse si el título no tendría que haber sido “El alegato contra el Acton Institute”.

Todos los conferenciantes (excepto uno, Monseñor Stuart Swetland) evitaron cuidadosamente mencionar cualquier cosa cercana al elemento esencial del libertarismo: el principio de no agresión, que, dicho sencillamente, significa que no se puede iniciar fuerza física contra otro. Sospecho que el principio de no agresión suena demasiado cercano a los Evangelios y la regla de oro como para que resulte cómodo.

El póster tras el atril de conferencias mostraba un mensaje del patrocinador de la conferencia, “Bread for the World” [“Pan para el Mundo”], que subraya exactamente cuál cree este grupos que es el trabajo para ayudar a los pobres. El póster dice: “Bread for the World — una voz cristiana colectiva que pide a los políticos de nuestra nación que acaben con el hambre en el país y el extranjero”. Según el sitio web de Bread for the World, son principalmente cabilderos que en realidad no dan de comer a nadie.

En sus presentaciones, los conferenciantes tendían a confundir el individualismo no cristiano de escritores como Ayn Rand como el mismo núcleo del libertarismo. Los libertarios católicos no somos individualistas solo porque valoremos la virtud individual por encima del estado social, tomando de sus “donantes” a punta de pistola. No somos individualistas antisociales simplemente porque no somos entrometidos. Estoy seguro de que incluso los conferenciantes entienden la diferencia entre tolerar a un idiota egoísta y ser un idiota egoísta.

Un conferenciante explicaba que es difícil para un libertario ver a su prójimo como a sí mismo. No tengo palabras para esa acusación. Simplemente parece mezquina.

A los conferenciantes les gustaba lanzar la expresión el “bien común”, como si fuera sinónimo del estado del bienestar. Ningún se preocupó por analizar la definición del catecismo que enseña que el bien común conlleva la protección de los derechos individuales y la seguridad y que estos están protegidos cuando a una persona se la permite vivir pacíficamente y sin interferencias. No hay nada en la definición del catecismo que apoye la redistribución de riqueza por el estado. La razón por la que se llama el “bien común” es porque es bueno para todos, no solo para los beneficiarios de la redistribución.

Otro conferenciante, Matthew Boudway, editor asociado en la revista Commonweal , ha publicado su propio discurso en el blog de Commonweal. Mr. Boudway advierte que “si quiere ver solo uno de los vídeos, vea” los comentarios de John Dilulio, profesor de ciencias políticas que también sirvió en la administración Bush.

Mr. Boudway elige bien, porque Dilulio apunta directamente contra aquellos a los que llama “libertarios radicales”. Dilulio dedica solo doce minutos durante los cuales caricaturiza el punto de vista libertario, luego aplasta el polvo sobre la tumba libertaria católica, ignorando cuidadosamente lo que creen realmente los libertarios católicos y su base moral para ello.

Dilulio argumenta que el libertarismo es incompatible con una visión católica de la sociedad:

El bien común:

Dilulio acusa de que “los libertarios radicales no albergan ninguna concepción del bien común”. Esta asombrosa acusación tiene tan poco fundamento como para plantear una cuestión sobre la concepción de bien común de John Dilulio. Como se ha señalado antes, el “bien común” no es una maza que los críticos puedan blandir contra los libertarios, pues al bien común se le sirve mejor cuando la gente está segura y se respeta su dignidad como seres humanos. Los libertarios no tienen ningún problema con esta idea.

Desigualdades escandalosas:

Dilulio dice que los libertarios rechazan reconocer “desigualdades escandalosas en la sociedad”. Dice que los libertarios están en contra de los esfuerzos del gobierno por acabar con ellas. “Desigualdades escandalosas” es una expresión del Catecismo que se usó erróneamente para apoyar la redistribución por el estado. Las “desigualdades escandalosas” se refieren a “desigualdades económicas y sociales” que no lleven a la  justicia social, a la equidad, a la dignidad de la persona humana y también a la paz social e internacional”. El Catecismo nos llama a exigir que “se llegue a una situación de vida más humana y más justa”.

Como libertarios, no rechazamos reconocer “desigualdades escandalosas” en la sociedad. Es verdad que a menudo nos oponemos a las crecientes demandas del estado, pero Dilulio no puede estar más equivocado al decir que estamos en contra de los esfuerzos del gobierno para eliminar las desigualdades escandalosas. He aquí unas pocas áreas maduras para la acción del gobierno:

Capitalismo de compinches:

Las desigualdades escandalosas a eliminar deben incluir los beneficios de los que no disfruten todos. Estos incluyen las subvenciones públicas a empresas, los aranceles proteccionistas, los rescates corporativos a empresas “demasiado grandes para caer” y el uso de las expropiaciones que destruyen barrios completos y toman terrenos para grandes empresas a precios de saldo. Las leyes de propiedad intelectual (que tienen el efecto principal de proteger monopolios mientras obstaculizan la creatividad y la productividad) también deberían abolirse. Por encima de todo, las regulaciones de productos y los requisitos de licencia laboral limitan la competencia y aumentan los precios, todo en beneficio de los negocios ya establecidos. Las normas urbanísticas y otras restricciones en el uso de suelo ordenadas por el estado van en la misma dirección.

Barreras al autoempleo:

Es el momento de demoler todas las “desigualdades escandalosas” que impiden el trabajo honrado, el momento de echar abajo los muros erigidos por el estado que separan a los trabajadores de la forma de ganarse la vida:

  • Permitir la venta callejera en la vía pública. Sin permisos, sin licencias, solo carritos de comida, furgonetas y mercados callejeros, etc.
  • Eliminar las licencias de taxi y permitir que el propietario de un automóvil o furgoneta se gane la vida conduciendo son pedir permiso al estado.
  • Eliminar los permisos para ejercer una profesión. A los que puedan cortar y peinar pelo, comadronas, carpinteros, fontaneros, cerveceros, pedicuros, canguros, directores de funerales, higienistas dentales y otros profesionales deberían dejárseles en paz para realizar su trabajo sin requisitos educativos arbitrarios, exámenes, pagos de cuotas y permiso público. Incluso profesiones como la medicina, el derecho, la ingeniería y la arquitectura estarían mejor certificadas por entidades privadas.
  • Ninguna ordenanza debería requerir permiso estatal para gestionar ventas domésticas, cultivar verduras, pollos u otros animales pequeños y vender los bienes resultantes de los mismos.
  • Debería permitirse a la gente practicar intercambios fuera de sus hogares: construir cosas, embotar comida y hornear pan, alimentar a clientes fuera de las cocinas de sus casas.

Entonces alguien en la izquierda critica toda la idea de trabajar por salarios. Argumenta que la relación empresario/empleado es coactiva porque los pobres no tienen opciones mejores. Por otro lado, no todos están capacitados para ser empresarios, así que tener más alternativas a trabajar por salarios tiene que ser algo bueno. Si esto pone a empresarios y empleados en una situación mayor igualdad, también es bueno. Todos los cristianos deberían apoyar la eliminación de barreras para ganarse la vida.

Si el gobierno va a nivelar en terreno de juego del empleo, es también momento de abolir las leyes del salario mínimo. Las razones son muchas: aquí, pero lo básico es que el salario mínimo no es sino una barrera que separa a los trabajadores no cualificados de un trabajo.

Aunque los empleos sean la prioridad principal para ayudar a los pobres, otra forma en que el gobierno puede ayudar es apartándose del camino de las viviendas asequibles:

  • Eliminando los tamaños mínimos de viviendas y solares y otras restricciones legales de construcción que impiden que los pobres posean una vivienda. Todo el movimiento “casa diminuta” demuestra que la gente puede vivir económicamente y bien.
  • Derogando leyes urbanísticas que impiden a propietarios crear pequeños apartamentos en sótanos y áticos, creando así renta y aumentando la cantidad de vivienda asequible de alquiler.
  • Facilitando establecer pensiones donde la gente pueda vivir bien y de forma barata.

Estas son solo unas pocas áreas en las que el gobierno podría crear una prosperidad extendida con ideas libertarias eliminado “desigualdades escandalosas”. Por supuesto, es solo un inicio.

Los libertarios quieren acabar con las intervenciones militares en el extranjero y devolver al ejército un papel puramente defensivo, ahorrando vidas y recursos que se mantendrían mucho mejor en casa.

Los libertarios limitarían el sistema de prisiones de Estados Unidos que en realidad daña a otra gente y trataría el problema de las drogas como un problema social y mental, no criminal. Un país con el 5% de la población mundial y un 25% de los reclusos (en su mayoría pobres y minorías) tienen que encontrar algo mejor.

Amor por los pobres:

Dilulio continúa acusando a los libertarios de no tener ningún “amor manifiesto por los pobres”. Estamos, dice, “ciegos ante el ‘otro ser’ de los demás”. Y les acusa de que el humilde aforismo. “Aquí estoy, pero por la gracia de Dios”, no es “un sentimiento que conmueva sus almas”. Son acusaciones graves para plantear a un compañero cristiano.

Los libertarios católicos creen que no hay una expresión más pobre de amor por los pobres que una voluntad de poner una pistola en la cabeza de nuestro hermano con el fin de volverle un hombre caritativo. Preferimos la caridad voluntaria, la ayuda mutua y la eliminación de todas las barreras (antes señaladas) que impiden que la gente se gane dignamente la vida.

Subsidiariedad:

El papa León XIII enseñaba en la encíclica Rerum Novarum que “El hombre precede al estado”. León escribía que “la comunidad doméstica es antecedente, tanto en la idea como en el hecho, de la visión de los hombres en una comunidad, la familia debe tener necesariamente tener derechos y deberes que son anteriores a los de esa comunidad y fundados más inmediatamente en la naturaleza”. Este ordenamiento natural de la sociedad se conoce como el principio de subsidiariedad: toda actividad humana tendría que estar gobernada al nivel más bajo posible, dejando a niveles superiores de comunidad con solo aquellas funciones que solo ellos puedan lograr.

Dilulio sabe que los libertarios están todos a favor de lo que podría llamarse en la subsidiariedad opción preferencial por la gobernanza al nivel más bajo posible. Su crítica se centra en torno a los libertarios que prefieren tener opinión propia sobre cuándo enviar una tarea concreta a una autoridad superior.

Las enseñanzas sociales católicas parecerían dejar cierto espacio prudente a la cuestión de cuándo aplicar agresión pública para obtener la cooperación de la gente. La violencia coactiva del gobierno contra sus propios ciudadanos, nunca es la opción preferida y (como enseña la iglesia) el uso de la fuerza es una señal de que el gobierno no respeta los derechos de sus ciudadanos. Un gobierno así “ólo puede apoyarse en la fuerza o en la violencia para obtener la obediencia de sus súbditos”. Ver Catecismo de la Iglesia Católica (¶1930).

En sus comentarios finales, Dilulio reconoce que hay cosas a aprender del libertarismo y que el gobierno no es la respuesta para todo. Aun así, insiste, no puede haber dudas de que este mundo estaría peor si no fuera por la bendición de la redistribución forzosa del gobierno.

“Autonomía errónea: El alegato católico contra el libertarismo” fue una refrescante oportunidad de ver cómo aparecemos los libertarios ante la izquierda católica. Entendieron un poquito y se equivocaron mucho, muchísimo en medir nuestros motivos. La más importante es que vamos ganando fuerza y lo saben. Podemos esperar muchos esfuerzos así en el futuro.


Este artículo se publicó por primera vez en LewRockwell.com.


Publicado el 6 de agosto de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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