La locura de 1845: Texas y los males de la anexión

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Este año se conmemora el 170 aniversario de la anexión de Texas por el gobierno de Estados Unidos. Aunque las milicias de Texas habían obtenido la independencia de hecho de México en 1836, las negociaciones entre México y Estados Unidos continuaron otros nueve años, ya que el gobierno de Texas trataba de desarrollar una estrategia a largo plazo para Texas. La mayoría de los texanos (especialmente los anglófonos) querían la unión con Estados Unidos y los colonos estadounidenses que querían mudarse a Texas también querían la unión para facilitar la emigración y los asuntos legales. Además, los propietarios estadounidenses de esclavos veían la oportunidad admitir otro estado esclavista a Estados Unidos para contrarrestar la inclusión de estados libres norteños por la compra de Luisiana.

En 1845, el Congreso aprobó la anexión, aumentando significativamente el tamaño de Estados Unidos, pero esta también trajo con ella muchos asuntos no resueltos, incluyendo constantes disputas sobre fronteras con México y temas candentes sobre el equilibrio entre estados esclavistas y estados libres en el colegio electoral y el Congreso.

Evidentemente inconstitucional

En 1845, el hecho de que los poderes enumerados evidentemente no dan en lugar poder al Congreso para anexionarse nuevos territorios no era ningún problema aparentemente para la mayoría. Incluso hoy, la gente que afirma ser “construccionista estricta” defenderá la Compra de Luisiana y otras anexiones a pesar de la falta de autoridad constitucional. Los argumentos a favor de la anexión raramente superan el crudo consecuencialismo, pero esto no detuvo a Jefferson (el supuesto defensor de la descentralización) para agrandar masivamente el tamaño y ámbito del gobierno de EE. UU. con la Compra de Luisiana. Otros argumentan que las poblaciones en los nuevos territorios reclamaban la anexión. Pero esto es irrelevante, ya que no hay razón legítima por la los extranjeros (es decir, los texanos antes de la anexión) deban dictar políticas a los estadounidenses.

La anexión extiende y hace crecer el poder del gobierno

Como señalaba Max Weber, un estado es una organización con un monopolio de la coacción dentro de determinado territorio. Sabemos que el gobierno puede aumentar el tamaño y ámbito de este monopolio de diversas maneras. Puede aumentar los impuestos y reforzar su monopolio de la coacción limitando la propiedad privada de armas.

Al mismo tiempo, una de las formas más sencillas de expandir este monopolio es simplemente expandir el territorio físico sobre el que se extiende el monopolio. En el pasado, cuando los mercados financieros y las economías basadas en dinero estaban subdesarrollados, la tierra (especialmente tierras apropiadas para la agricultura) era una de las pocas fuentes fiables de riqueza. Así que los gobiernos luchaban periódicamente por parcelas físicas de tierra que podían distribuirse entre apoyos favorecidos y ciudadanos. Hoy la tierra solo es un tipo de riqueza, aunque, incluso hoy, los gobiernos buscan extenderse sobre nuevos territorios siempre que aparece una oportunidad y nuevos territorios significan a menudo nuevos contribuyentes que pueden ser explotados a perpetuidad. Nuevos territorios pueden ofrecer ventajas militares estratégicas y, hoy en día, podría haber petróleo allí. No todas las anexiones son lucrativas financieramente, pero se mantendrán si ofrecen al menos alguna ventaja a los estados, ya sea en forma de estrategia militar o prestigio político.

Estas razones están detrás de por qué China está en el Tíbet, por qué Israel está en Cisjordania y por qué Rusia está en Crimea. El gobierno de EE. UU., una estado típico, se comparta de forma similar. Se apropia de territorios donde le sea posible, incluyendo Guam, el Oeste Americano, Alaska, Hawai, Texas, las Floridas y las Filipinas. La forma en que se anexa estas áreas difiere, pero todas aumentaron el tamaño, ámbito y poder del gobierno de Estados Unidos.

Hoy la anexión se ha convertido en buena parte en un tabú, como demuestra la anexión de Crimea por Rusia. La mayoría de los estados optan en su lugar por la anexión de hecho. Es mucho más aceptable instalar un gobierno títere y simplemente ocupar un territorio que anexionarlo completamente. En cierto modo, la ocupación es preferible a la anexión porque el estado ocupante no tiene que preocuparse por el bienestar de la población local. El estado ocupante solo tiene que explotar el territorio en su beneficio militar o su utilidad para extraer recursos naturales. Esa fue la estrategia de los británicos en Egipto y Sudán y de Estados Unidos en Iraq y Afganistán.

Pero una anexión completa es lo más peligroso porque hay una finalidad en ello y ofrece al estado gobernante un monopolio más completo y sólido de la fuerza sobre el territorio en cuestión.

La anexión es lo opuesto a la secesión

Las realidades políticas del momento sugieren que los estadounidenses del siglo XIX estaban menos preocupados por limitar el poder del estado que de usar el poder del estado para llevar a cabo el programa de expansión nacionalista de la etnia inglesa. Vemos esto en todos los aspectos de las actitudes de los propios colonos y en los actos de los políticos en Washington. Si les hubiese preocupado limitar el poder del estado, podrían haberse parado y pensar dos veces acerca de la implicación de extender siempre hacia fuera el alcance del gobierno central.

Con Texas y con todos los casos de anexión, los argumentos que existen a favor de la secesión se aplican igualmente bien en la oposición contra la anexión. Si queremos limitar verdaderamente los estados, tenemos que limitar el grado en que pueden ejercitar un monopolio. Un enorme estado unificado sobre un gran territorio ofrece pocas alternativas a sus residentes. Los que deseen escapar a otro lugar deben desplazarse cientos, si no miles de millas para empezar una nueva vida bajo un nuevo gobierno. Fue, como ha explicado Ralph Raico, la falta de estados grandes en Europa lo que hizo a los europeos más ricos y libres que otras civilizaciones. No hay razón para creer que Norteamérica deba ser distinta.

Para un ejemplo de las implicaciones cotidianas de vivir bajo un estado enorme geográficamente (si pudiésemos viajar en el tiempo) podríamos preguntar a un esclavo bajo las leyes de esclavos fugitivos en Estados unidos en 1850 si no agradecería una frontera con un estado no esclavista a cincuenta millas. ¿O preferiría que Estados Unidos se extendiera 1.000 millas en todas las direcciones? Es una pregunta fácil de responder y los traficantes de esclavos indudablemente también sabían la respuesta.

Igual que sabemos que es mejor para los consumidores que los vendedores compitan entre sí, lo mismo pasa con las clases productivas cuando a los gobiernos se les obliga a competir entre sí. Más estados significa más alternativas y monopolios más débiles donde existan. Menos estados significa menos alternativas y monopolios más fuertes.

Eligiendo entre muchas republicas americanas

Sobre la Compra de Luisiana, se afirmaba que sin la compra, los territorios occidentales de EE. UU. hubieran estado gobernados eternamente por gobiernos hostiles. Eso no fue nunca nada más que palabrería para generar miedo. De hecho, cualquier análisis serio de las realidades demográficas del momento deja claro que era cuestión de tiempo que la región fuera a poblarse con emigrantes de Estados Unidos en cualquier caso. Ningún país europeo estaba en disposición de ofrecer emigrantes en una escala que pudiera rivalizar el número de colonos estadounidenses que entraron en Texas y otros territorios cercanos. Si el gobierno de Estados Unidos hubiera estado realmente limitado por su constitución o por su pueblo, esas tierras se habrían convertido en estados independientes dirigidos en su mayoría por los antiguos estadounidenses y sus descendientes. Indudablemente, el decadente imperio español o la Francia revolucionaria no estaban en disposición de reconquistar una región poblada por antiguos estadounidenses de habla inglesa.

Si la anexión no hubiera estado en el menú, la historia de Norteamérica habría sido una historia de numerosos estados independientes (probablemente repúblicas), la mayoría de los cuales compartirían una importante relación étnica, religiosa y cultural con los estadounidenses. La mayoría incluso compartiría un idioma común. Algunas de estas repúblicas tendrían un aspecto más francés o español y algunas menos. Y al mismo tiempo, si una de estas repúblicas, incluido Estados Unidos, se hubiera convertido en demasiado despectiva con sus propios contribuyentes, tendrían numerosas otras repúblicas cercanas (con culturas, sistemas legales e idiomas similares) de entre las que elegir.

Además, para quienes argumentan que esa situación llevaría a guerras internacionales más frecuentes, la carga de la prueba la tienen ellos para demostrar que estos conflictos hubiesen sido peores que la sangrienta Guerra de Secesión, que fue la consecuencia directa de estos conflictos constitucionales y políticos estimulados por las anexiones occidentales.

¿Qué pasa con la defensa nacional?

Bajo esas condiciones, no hay nada que impida que estas repúblicas independientes firmen tratados de defensa mutua. Todos los estados podrían llegar a acuerdos que rijan el libre comercio, la emigración y la defensa militar.

Esos acuerdos internacionales no requieren unión política y aún así es dudoso afirmar que la necesidad de unidad estuviera detrás del gran engaño que fue la nueva constitución de Estados Unidos en 1787. Esa expansión masiva del poder del gobierno se vendió a los votantes como necesaria para aumentar la capacidad militar de los estados americanos. Los redactores querían mucho más que eso, por supuesto, como demuestra el hecho de que la constitución esté llena de multitud de poderes gubernamentales no relacionados, como acuñar moneda, crear tribunales federales, crear oficinas de correos y regular el comercio.

El gran problema de los meros acuerdos de defensa, desde la perspectiva del estado, es que son temporales y fáciles de manipular en su naturaleza. Bajo esas condiciones, cada estado debe trabajar para asegurarse de que tanto a su población nativa como a la de los demás estados del acuerdo les place el tratado. En otras palabras, los acuerdos temporales y modificables  requieren mucho más mantenimiento y limitación a los estados que si el estado simplemente se anexa los territorios fronterizos. En ese caso, como sabemos por experiencia, los territorios están cerrados y los intentos de cambiar los términos del acuerdo se consideran “traición”, como fue el caso cuando Texas intentó independizarse de la Unión a la que se había unido solo dieciséis años antes.

Al mirar atrás a la obsesión estadounidense del siglo XIX por unificar, centralizar y homogeneizar todo en el camino hacia el estado estadounidense, haríamos bien en recordar que la capacidad del estado estadounidense para gravar, espiar. Regular, coaccionar y controlar todo sobre un enorme continente se ha posibilitado en gran medida por el crecimiento territorial. Combinado con la ingenuidad estadounidense y la fe en los frágiles juncos de la democracia y los “controles y equilibrios”, tenemos de verdad un problema grave.


Publicado originalmente el 5 de febrero de 2015. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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