¿Procesará Brasil a Rousseff?

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Brazil Must Do More Than Impeach Its Socialist President Hace unos pocos años, en 2009, la revista The Economist publicaba un número cuya portada mostraba una imagen de la estatus del Cristo Redentor, uno de los principales símbolos de Brasil, despegando como un cohete. Esto simbolizaba la creciente economía del país. El título del artículo rezaba “Brasil despega”. Sin embargo, en 2013, la misma revista publicaba otro número con su portada mostrando una imagen de la estatua cayendo como un cohete averiado. El título del artículo principal preguntaba “¿Ha estallado Brasil?” Sí. Ha estallado. Un número aún más reciente, de 2015, dice que el país está en aprietos.

Con la presidenta Dilma Rousseff afrontando ahora su procesamiento, pueden aparecer dudas acerca del futuro de Brasil. ¿Qué probabilidad hay de que este procesamiento le aparte de su cargo? ¿Y qué cambios se producirían en caso de que esto ocurriera? Para responder, voy a analizar brevemente los últimos veinte años de la política brasileña.

Junto con Latinoamérica y Europa Oriental, Brasil pasó por una serie de reformas durante la década de 1990, especialmente con el gobierno de Fernando Henrique Cardoso (también conocido como FHC) de 1995 a 2002. FHC en realidad inició las reformas cuando era ministro de finanzas en el gobierno de su predecesor, Itamar Franco (1992-1994). Durante la administración del sucesor de FHC, Lula da Silva (2003-2006), las reformas parecieron continuar, abriendo el camino a la prosperidad observada en 2009. Pero las cosas solo parecían así.

FHC y Lula son los expresidentes más conocidos de Brasil desde 1985, cuando el país recuperó la democracia gubernamental después de veinte años de presidencias militares. Y los dos fueron también jefes de los dos grandes partidos políticos del país, el PSDB (Partido Social Demócrata Brasileño o Partido da Social Democracia Brasileira) y el PT (Partido de los trabajadores o Partido dos Trabalhadores), respectivamente.

PSDB y PT tienen similitudes y diferencias. Ambos partidos se definen como de centro izquierda en el eje de espectro político. Ambos partidos aparecieron a finales de la década de 1970 o principios de la de 1980, proviniendo de una condición anterior de bipartidismo obligado por el ejército. Ambos partidos incluyen la socialdemocracia como parte de su ideología política.

Pero las similitudes terminan ahí. El PT apareció a partir de tras segmentos principales: primero, las comunidades eclesiales básicas ligadas a la teoría de la liberación en Latinoamérica, especialmente en la región ABC, una región industrial en el gran São Paulo. En la década de 1970, estas comunidades trataban de combinar marxismo y catolicismo, convirtiendo a Jesús en un revolucionario social palestino del siglo I. Segundo, el PT tuvo sus orígenes en el movimiento trabajador de la misma región de São Paulo (de ahí venía Lula). Y finalmente, los fundadores del partido era sociales radicales extremista que participaron en la actividad de la guerrilla contra el gobierno militar (financiada y formada principalmente por Cuba, de ahí venía Rousseff).

Un análisis más detallado podría mostrar que el partido tenía un ala más pragmática y buscadora de poder (representada por Lula) y otra más ideológica.

Entre los fundadores del PSDB estaban políticos conocidos del PMDB (el partido de oposición al gobierno militar). Como los fundadores del PT, el PMDB se oponía a la dictadura, pero sin el respaldo de regímenes comunistas exteriores.

Por el contrario, el PMDB usaba los medios institucionales legales disponibles en ese momento. Aunque la “socialdemocracia” esté en su nombre, el PSDB era mucho más un partido pragmático desde su concepción, inclinándose hacia un centrismo radical, en el sentido de reclamar una reforma esencial de las instituciones y creer que “las soluciones genuinas requieren realismo y pragmatismo, no solo idealismo y emoción”.

Con el tiempo, el partido estuvo más dispuesto a apoyar soluciones basadas en el mercado a problemas sociales que su contraparte. El partido (y especialmente FHC) también puede identificarse con la Tercera Vía, muy parecida a la de  Bill Clinton y Tony Blair.

Para otros países, la Tercera Vía puede ser “la ruta más rápida al Tercer Mundo”. Pero en el caso de Brasil, viniendo de una situación de extremos estatismo desde la década de 1930, las reformas llevadas a cabo por FHC durante los noventa fueron un gran alivio en comparación. Pero debido a ellas al presidente se le acusó de ser neoliberal, es decir, un seguidor de Ronald Reagan y Margaret Thatcher (o incluso peor desde el punto de vista de la izquierda, un seguidor de F.A. Hayek o Milton Friedman).

Lula llegó al poder en 2003 prometiendo dejar atrás las posiciones más radicales de su partido y adoptar una postura más pragmática, no muy distinta de la de FHC. Pareció ser así por un tiempo y es entonces cuando The Economist cometió el error de creer que Brasil estaba despegando. Pero para un observador más atento, estaba claro que no podía ser así. Lula, lenta pero indudablemente abandonaba las políticas más orientadas al mercado, un gesto consolidado por su sucesora, Dilma Rousseff. En lugar de profundizar en las reformas iniciadas por FHC, el PT se contentó con mantenerlas en vigor por un tiempo y luego abandonándolas completamente.

Podría remontarme más en el pasado para explicar cómo Brasil tenía una mentalidad antiliberal desde su principio. Pero baste aquí con decir que, aunque sea un país multipartidista, Brasil tiene dos grandes fuerzas políticas: el PT y el PSDB. Ninguno de ellos es esencialmente amigo del mercado. Pero eso no quiere decir que no haya diferencias entre ellos. Incluso un pragmático como Lula tiene que agradar a sus seguidores. Con su ADN socialista, no hay esperanza de que el PT haga lo que necesita Brasil. Y mientras estén en el poder, la economía de Brasil no va a resurgir a corto plazo.

En 1992, el entonces presidente Fernando Collor fue procesado y lo que le siguió fueron las reformas liberales de FHC. Pero Collor no tenía algo que tiene Dilma: un partido fuerte.

El PT puede arrojar a Dilma a los leones para aplacara a la oposición y la población, pero no abandonará su escepticismo ante el liberalismo y no hay fuerzas políticas amigas del mercado para ocupar ningún vacío político que pueda generar la destitución de Rousseff. Con o sin Dilma, sigue sin ser tiempo de optimismo. Quizá lo traiga una esperanza más pragmática.


Publicado originalmente el 4 de diciembre de 2015. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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