Las decisiones fáciles de Hillary Clinton

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hillary[Del número de Mayo/Junio de 2016 de The Austrian]

Pocos libros tienen un título tan equívoco como Decisiones difíciles [Hard Choices]. Para Hillary Clinton, como evidencian sus aburridas memorias de sus años como secretaria de estado, no hay decisiones difíciles. Las soluciones para todos los problemas políticos y económicos son fáciles. Debemos confiar siempre en la mano directora del gobierno, guiado por la sabiduría superior de nuestros mejores, moral e intelectualmente, siendo Hillary Clinton la principal de entre todos ellos.

En su principal exposición sobre política económica, dice algo que sorprenderá a los que estén familiarizados con su historial. Compara China con Estados Unidos: “China se ha convertido en el principal exponente de un modelo económico llamado ‘capitalismo de estado’, en el que empresas de propiedad o patrocinio estatal utilizan dinero público para dominar los mercados e impulsar intereses estratégicos. (…) Estos principios van directamente en contra de los valores y principios que hemos intentado imbuir en la economía global. Creemos en un sistema abierto, libre, transparente y justo, con normas claras sobre la vía que beneficiaría a todos”.

¿Hemos sido injustos con Mrs. Clinton? ¿Es ella en la práctica una defensora del mercado libre? No, no lo es, a pesar de sus críticas del recurso de China al control estatal. Lo revelador es su expresión “sistema (…) justo, con normas claras sobre la vía”. Entre las cosas que quiere decir con esto está que los demás países deben aprobar legislación laboral similar a la existente en Estados Unidos. En modo alguno los demás países deben tratar de superar a Estados Unidos ofreciendo a los empresarios la posibilidad de contratar mano de obra más barata: “Rebajar barreras para el acceso a empresas estadounidenses fue una parte importante de nuestro esfuerzo. Lo mismo fue el aumentar los estándares en los mercados extranjeros en temas clave como derechos laborales [y] protección medioambiental. (…) Las empresas en Estados Unidos ya cumple con estos estándares, pero en muchos otros países no lo hacen. Tenemos que nivelar el terreno de juego y mejoraremos muchas vidas en todo el mundo al hacerlo. Durante mucho tiempo hemos estado viendo empresas cerrando fábricas y abandonando Estados Unidos porque podían realizar negocios de forma más barata en otros países donde no tenían que pagar a los trabajadores un salario suficiente para vivir o evitaban las normas de EEUU sobre contaminación. Usar la diplomacia y las negociaciones comerciales para aumentar los estándares en el exterior podría ayudar a cambiar esos cálculos”.

Así que, lejos de apoyar el mercado libre, quiere que el gobierno presione a otras naciones para adoptar políticas restrictivas. Al hacerlo, ilustra el punto clave que destacaba a menudo Ludwig von Mises. La intervención pública en el mercado libre no logra su propósito ostensible y a menudo lleva una mayor intervención para corregir los resultados inadecuados de la interferencia inicial. En este caso, las costosas legislaciones medioambiental y laboral, supuestamente dirigidas a ayudar a los trabajadores estadounidenses, dejan sin trabajo a muchos de ellos, al hacer a las empresas incapaces de competir con compañías extranjeras. Para remediar esto, quiere cargar también a las compañías extranjeras: esto restaura un “terreno de juego nivelado”. Nunca se le ha ocurrido que las políticas que defiende destruirían los empleos de los trabajadores extranjeros empobrecidos. Entender esto le supondría unos pocos minutos de pensar y no tiene tiempo.

De hecho, apela a un mundo de fantasía no gobernado por las leyes económicas. “En muchos países en todo mundo, los sindicatos siguen estando prohibidos. (…) Es malo para ellos y también para los trabajadores estadounidenses, porque crea una competencia injusta que rebaja los salarios de todos. Contrariamente a lo que podrían pensar algunos gobiernos y empresarios, las investigaciones demuestran que respetar los derechos de los trabajadores lleva a resultados económicos positivos, incluyendo mayores niveles de inversión extranjera directa”. En suma, aumentemos los costes laborales y aumentará el empleo y la inversión. Esa es la economía clintoniana.

¿Podemos al menos reconocer que favorece el libre comercio? No, no podemos. Es verdad que se opone a las restricciones exteriores a las inversiones y ventas estadounidenses en el extranjero, pero para ella esto se incluye dentro una estrategia más amplia de “guía” pública de las empresas de EEUU. No dice: “Acabemos con los aranceles y otras restricciones para que las empresas puedan comerciar como deseen”. Por el contrario, se dedica a guiar a las empresas estadounidenses en la dirección que ella prefiere. “Hice de la promoción de las exportaciones una misión personal. Durante mis viajes hablé a menudo a favor de una empresa o producto estadounidense, como GE en Argelia. (…) Fuimos creativos, con iniciativas como Direct Line, que permitía nuestros embajadores alojar conferencias telefónicas o videoconferencias con empresas estadounidenses deseosas de entrar mercados extranjeros”. Es paradójico que critique a China por su “capitalismo de estado”, cuando no es capaz en absoluto de entender la diferencia entre genuina libre empresa y “sociedad” gobierno-empresas.

Cuando hablamos de “cambio climático”, reaparece el mismo patrón de pensamiento. En exacta oposición al título de su libro, aquí no hay decisiones difíciles y, como siempre, la salvación está en el estado. Dice: “Los problemas del calentamiento global son evidentes, a pesar de los negacionistas. Hay montañas de datos científicos abrumadores acerca de los efectos dañinos del dióxido de carbono, el metano y otros gases de efecto invernadero (…) una respuesta seria y completa al cambio climático sigue siendo obstaculizada por una oposición política atrincherada en el interior (…) aparece de nuevo la vieja y falsa alternativa entre promover la economía y proteger el medio ambiente”.

Científicos eminentes como Richard Lindzen y Fred Singer discreparían de su evaluación de las evidencias científicas acerca del calentamiento global, pero dejemos a un lado la polémica y consideremos el asunto entendiendo que Hillary está a favor de los datos científicos. Las medidas para reducir los gases de efecto invernadero imponen costes importantes a las empresas. ¿No deben compararse estos costes con los supuestos beneficios de las medidas que ella defiende? No hace ningún intento: más bien para ella no hay necesidad en absoluto de elegir entre crecimiento económico y regular el medio ambiente.

Sin embargo, en un punto la realidad es tan insistente que no puede ignorarla. Si se impusieran las regulaciones medioambientales que quiere para Estados Unidos, el objetivo que busca no podría lograrse. “Incluso si en Estados Unidos redujéramos de alguna manera mañana nuestras emisiones a cero, los niveles global estatales seguirían sin estar cerca de los que se necesitan si China, India y otros no limitan sus propias emisiones”.

Una vez más, el fracaso de la intervención engendra propuestas para más intervención. La regulación medioambiental debe extenderse por todo mundo: “Estados Unidos estaba impulsando lo que considerábamos un resultado realista alcanzable: un acuerdo diplomático aprobado por líderes (…) que comprometería a todas las grandes naciones, desarrolladas y en desarrollo por igual, a dar pasos importantes para limitar las emisiones de carbono y reportar de forma transparente sobre su progreso”.

Los planes de Clinton para controlar el mundo van mucho más allá de la regulación medioambiental. Tiene un programa ideológico de “derechos humanos” que reclama que acepten otras naciones. A la objeción de que importunar y amenazar a otras naciones genera resentimiento y por tanto amenaza la seguridad estadounidense, tiene una respuesta que ahora nos debería resultar familiar: “A lo largo de la historia de la política exterior estadounidense, habido un constante debate entre los llamados realistas y los idealistas. Los primeros, se argumenta, ponen la seguridad nacional por delante los derechos humanos, mientras que los segundos hacen lo contrario. Considero que estas categorías son demasiado simples. A largo plazo, la represión perjudica la estabilidad y crea nuevas amenazas, mientras que la democracia y el respeto por los derechos humanos crean sociedades fuertes y estables”.

Una vez más, no hay necesidad de decidir: la interferencia con otras naciones no amenaza nuestra seguridad, sino que la promueve. ¿No hemos escuchado esto antes? “Debe hacerse seguro el mundo para la democracia”. En busca de este ambicioso objetivo, presiona a otras naciones que aprueban medidas que ella considera inapropiadas. Si el “régimen de Vladimir Putin en Rusia ha aprobado una serie de leyes anti-gay, prohibiendo la opción de niños rusos por parejas gay”, ¿por qué tendría Estados Unidos que dedicarse a cambiar esto? Los intentos de Clinton de imponer a otras naciones sus opiniones ideológicas son, en expresión de Edmund Burke, una “doctrina armada”.

Clinton tiene una alta opinión sobre el efecto de su hinchada retórica acerca de los derechos. “Las ondas creadas por el discurso [sobre los derechos LGBT] rebotaban por todo el planeta y mi teléfono estuvo en seguida lleno de mensajes. Una enorme cantidad de gente había visto el discurso en línea”. Su imagen de sí misma como uno de los maestros morales del mundo, corrigiendo a los menos ilustrados, trae a la mente un pasaje familiar de la Biblia: “El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres” (Lucas 18:11).

 


Publicado originalmente el 29 de junio de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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