Descentralizar los arsenales nucleares

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El gasto militar en Estados Unidos es ahora más alto que durante la Guerra Fría. Eso significa que el contribuyente de EEUU esta ahora obligado a pagar más personal militar, bases y armas que cuando la Unión Soviética controlaba un área del triple de tamaño que Estados Unidos y era un enemigo ideológico declarado de Occidente.

Hoy EEUU debe gastar aún más, se nos dice, para luchar contra un enemigo como el Estado Islámico, que no tiene marina, ni ejército del aire, ni misiles balísticos intercontinentales.

Para respaldar aún más estas afirmaciones de que se necesita gastar más, el establishment de la política exterior continúa insistiendo en que Estados Unidos (y por tanto, el contribuyente estadounidense) continúe proporcionando la defensa militar de buena parte del planeta, incluyendo países como Corea del Sur, Japón, Alemania, los estados del Báltico, Turquía y muchos otros.

Reflejando su base populista y nacionalista, Donald Trump se preguntaba en voz alta por qué Estados Unidos debe seguir pagando la factura de la defensa de otros países grandes, ricos y tecnológicamente desarrollados, o de países que no ofrecen ninguna ventaja geopolítica para la defensa del territorio de Estados Unidos.

En concreto, Trump también ha sugerido que, en lugar de proporcionar defensa a Japón y Corea del Sur, esos dos países aumenten su capacidad militar y nuclear. Trump también ha expresado dudas acerca de la necesidad de que EEUU, a través de la OTAN, se comprometa a una Tercera Guerra Mundial en el caso de que países como Letonia y Turquía sean atacados por un tercer estado (presumiblemente Rusia).

Lo que no menciona Trump es el mayor problema con el status quo: conlleva la conversión de posibles conflictos regionales en globales. Por ejemplo, Si Japón y China fueran a una guerra en el norte de Asia, el gobierno de EEUU se ha comprometido a dedicar vidas estadounidenses y potencialmente billones de dólares de los contribuyentes en beneficio del estado japonés. Lo mismo pasa con Corea del Sur.

Trump tiene razón en que la política actual es muy costosa en términos de dólares, pero el coste en términos de vidas humanas y tesorería podría ser mucho mayor si los conflictos regionales se convierten en guerras mundiales.

La reacción de los medios: Pretender que no hay debate

La reacción colectiva de los grandes medios de comunicación y la clase política ha sido echarse la manos a la cabeza y horrorizarse ante la idea de que alguien siquiera sugiera que el estatus quo de las subvenciones militares globales eternas a regímenes extranjeros no deba continuar indefinidamente.

Tal vez las reacciones más histéricas vengan de Zack Beauchamp en Vox, que ha dicho que la postura de Trump es esencialmente equivalente a invitar a Rusia a una guerra nuclear.

No es posible ninguna disuasión contra la capacidad nuclear rusa, afirma Beauchamp, sin EEUU como garante de la seguridad en Europa Oriental. Beauchamp alude a este estudio, citando: “’las alianzas formales con estados nucleares parecen conllevar importantes beneficios disuasorios’. Así que los acuerdos formales de EEUU disuaden por tanto las agresiones contra sus socios no nucleares (como Alemania y los países bálticos)”.

Lo que no menciona Beauchamp es que la OTAN ya incluye a otros estados nucleares distintos de Estados Unidos (a saber, Reino Unido y Francia). Tanto Reino Unido como Francia poseen tecnología avanzada de misiles para lanzar cabezas nucleares y se acepta ampliamente que Alemania podría convertirse en potencia nuclear en poco tiempo. Tal vez incluso en meses.

Así que, aunque aceptáramos la afirmación de Beauchamp como cierta (cosa que no estoy haciendo), la situación no requeriría la participación de Estados Unidos.

En segundo lugar, si alianzas formales con estados nucleares crean un efecto disuasorio, lo mismo puede decirse de la proliferación. Es decir, la lógica dice que si los estados pueden crear disuasión juntándose con estados nucleares, también pueden crear disuasión convirtiéndose ellos mismos en estados nucleares.

La proliferación produce seguridad

La posibilidad de que la proliferación nuclear aumente la disuasión y la paz ha sido presentada desde hace mucho tiempo por intelectualmente prominentes dentre del campo realista del mundo de las relaciones internacionales. Entre los más influyentes está Kenneth Waltz, cuyo trabajo de 1981, The Spread of Nuclear Weapons: More May Be Better”, concluye que “la lenta expansión de las armas nucleares promovería la paz y reforzaría la estabilidad internacional”. El trabajo de Waltz sigue siendo hoy objeto de debate entre estudiosos e intelectuales.

El trabajo de Waltz se convirtió en un asunto con aplicación en el mundo real en la década de 1990, cuando Ucrania abandonó su arsenal nuclear (un resto de los tiempos soviéticos) y su colega intelectual realista John Mearsheimer concluyó que sería un error que Ucrania renunciara a lo que resultaba ser un sólido disuasor para una potencial agresión rusa. Una Ucrania armada nuclearmente, señalaba Mearsheimer, ofrecería estabilidad en la región y reduciría el riesgo de  conflictos en los que otras grandes potencias fueran empujadas a conflicto con Ucrania-Rusia para compensar la expansión rusa.

Por desgracia, triunfaron los antiproliferacionistas y su triunfo ha asegurado que la OTAN y EEUU continúen insertándose en la región, supuestamente como un contrapeso necesario contra el armamento ruso. El riesgo de conflicto global en esta situación es grande.

Descentralizar y regionalizar el poder nuclear

Así que, en lugar de descentralizar la capacidad nuclear en ese caso y limitar los conflictos regionales, la insistencia en la no proliferación ha garantizado que prácticamente cualquier conflicto nuclear en esa parte del mundo tendría muchas posibilidades de convertirse en un conflicto global mucho mayor.

Entretanto, Alemania, el estado más poderoso de la región (con una economía más del doble del tamaño de la rusa) continúa pasando la mano al contribuyente estadounidense. (“Pasar la mano” se refiere a un tipo concreto de comportamiento en las relaciones internacionales).

Esto no puede continuar eternamente. De hecho, al escribir en su libro de 2001, The Tragedy of Great Power Politics, Mearsheimer pronosticaba que el orden establecido en Europa se derrumbaría en 2020 y entonces Alemania crearía su propio arsenal nuclear. La predicción de Mearsheimer puede que tenga que esperar más allá de 2020 para ser realidad, pero su propio análisis le llevaba a creer, con visos de realidad, que el estatus quo en el que se espera que Europa confíe en el gasto militar estadounidense y su arsenal nuclear tiene una resistencia limitada. Nos guste o no, es solo cosa de tiempo antes de que nos Estados Unidos profundamente endeudados empiecen a retroceder en sus incontables garantías internacionales, momento en el que la proliferación de armamento nuclear resultará inevitable, al menos entre los estados más ricos.

En otras palabras, en algún momento las realidades de la geografía y la economía darán paso al hecho de que (entre otras cosas) EEUU tiene recursos limitados y la disuasión nuclear funciona igual de bien con estados más pequeños que con estados más grandes. No es necesario un arsenal enorme. Todo lo que hace falta es que los potenciales adversarios sean conscientes del arsenal y de que puede usarse. Como señalaba Waltz, incluso los arsenales pequeños funcionan como disuasión gracias al factor siempre presente de la incertidumbre:

Los estados no se ven disuadidos porque esperen sufrir cierta cantidad d daño, sino porque no pueden saber cuánto daño sufrirían.

Además, el uso de armas nucleares es relativamente menos caro que mantener una gran fuerza convencional. Waltz continúa:

Algunos países pueden considerar a las armas nucleares una alternativa más barata y segura que mantener carreras armamentísticas convencionales económicamente ruinosas y militarmente peligrosas. Las armas nucleares pueden proporcionar una mayor seguridad e independencia a un precio asequible.

(De hecho, esto es precisamente lo que concluyó el presidente Eisenhower cuando eligió combatir al Ejército Rojo de la Unión Soviética, no con un ejército convencional comparable, sino con un gran arsenal nuclear estadounidense).

Hay realidades similares en Asia Oriental donde también se espera que el contribuyente estadounidense cubra el coste de la disuasión local contra la expansión tanto china como rusa.

La idea de que los conflictos regionales puedan convertirse en una potencial Tercera Guerra Mundial ha sido desde hace mucho el modus operandi del movimiento antiproliferación  y de quienes apoyan en estatus quo global. Para ellos, son los ciudadanos estadounidenses los que tienen que pagar la factura y subir la apuesta por la guerra global si apareciera cualquier problema en la frontera oriental de la OTAN o el norte de Asia.

El que Trump haya cuestionado esta situaciones debería considerarse simplemente como un ataque repentino de sentido común. Dado el inmenso coste de mantener la situación actual y la riqueza de la que disfrutan estados como Corea del Sur, Alemania y Japón, cada vez resulta menos convincente que Estados Unidos sea el único país que pueda proporcionar estabilidad en la región.

Este hecho no detiene a Sam Kleiner, de The Atlantic, que confía totalmente en las opiniones de los políticos estadounidenses que se han opuesto a la proliferación al afirmar: “Los presidentes estadounidenses de ambos partidos han entendido la sencilla aritmética que implica: que cuantos más países tengan armas nucleares, más posibilidades hay de que estalle una guerra nuclear, ya sea adrede o por accidente”.

Waltz se ocupaba específicamente de la aproximación general de Kleiner hace mucho tiempo cuando señalaba: “Mucho de lo que se escribe acerca de la extensión de las armas nucleares tiene esta característica inusual: No dice que lo que no pasó en el pasado es probable que ocurra en el futuro, que los estados nucleares del mañana probablemente se hagan lo que los estados nucleares de hoy no se han hecho”. Por su parte, Kleiner no presenta ninguna evidencia de por qué un mundo preparado para una guerra nuclear global (que es lo que se consigue cuando se centraliza el poder nuclear en unos pocos megaestados con aspiraciones globales) es mejor que ubn mundo con más estados nucleares pequeños y regionales.

Sin embargo, es fácil ver por qué los políticos estadounidenses estarían de acuerdo con la no proliferación. La no proliferación es buena para el estado estadounidense porque le ayuda (con un alto coste para los contribuyentes) en sus esfuerzos por obtener una posición hegemónica. (Mearsheimer define esa situación e hegemonía como un país con “capacidad para devastar a sus rivales sin temor a represalias”). Aunque una mayor proliferación es probable que aumente la estabilidad general, disminuye las posibilidades de EEUU pueda obtener la hegemonía global. Por supuesto, este mismo cálculo es aplicable a todos los grandes estados nucleares. Naturalmente, el estado ruso se beneficia de que Ucrania renuncie a su poder nuclear, igual que el estado de EEUU se beneficia de impedir la extensión del poder nuclear a otros estados rivales.

Así que no debería sorprendernos en absoluto que el gobierno de EEUU esté de acuerdo en que la proliferación es mala. Sin embargo, los que pagan las facturas deberías ser más escépticos.

Es demasiado tarde para confiar en la no proliferación

En todo caso, hablar de la hegemonía global de EEUU es fútil, porque EEUU nunca ha logrado una hegemonía global y es improbable que la consiga nunca. EEUU no puede atacar a Rusia, por ejemplo, sin temor a represalias y, si la tendencia persiste, China continuará desarrollando una mayor capacidad de respuesta, tanto en términos de misiles de base terrestre como de submarinos nucleares. Una vez desarrollada, los submarinos con armas nucleares podrán patrullar la aguas de las costas de EEUU para conseguir un corto tiempo de respuesta para misiles nucleares. Además, una India armada nuclearmente está desarrollando misiles que pueden llegar a los 10.000 kilómetros de alcance. Así que EEUU pronto se enfrentará a múltiples grandes rivales con una capacidad importante de respuesta, sin contar con los arsenales nucleares de estados “amistosos”, como Francia y Reino Unido.

El sueño estadounidense de contención de todas las demás potencias nucleares hace tiempo que se ha convertido en algo irreal.

No es sorprendente que los observadores más avezados de la situación hayan adoptado una opinión más optimista hacia la proliferación. Por ejemplo, Eric Margolis sugiere que la opción más razonable es dejar que Corea del Sur y Japón se vuelvan nucleares:

Acabar con la pretensión de virginidad nuclear haría más seguro en norte de Asia. Sería mucho menos probable que China y Corea del Norte amenazaran a Japón y Corea del Sur si estas últimas naciones tuvieran fuerzas nucleares de represalia y sistemas antimisiles.

En todo caso, ¿por qué no pueden estas democracias adultas en Japón y Corea del Sur tener armas nucleares cuando Washington ha permitido en secreto a India e Israel crear poderosos arsenales nucleares?

Y aun así, es difícil deshacerse de las viejas costumbres. El establishment militar estadounidense está construido sobre doctrinas, ideas y nociones que se crearon en un mundo que existía en las décadas de 1950 y 1960, cuando países como China e India eran terriblemente pobres y el centro de Europa seguía tambaleándose por la Segunda Guerra Mundial. Ese mundo ha desaparecido. Sin embargo, la ideología moderna estadounidense en política exterior continúa suponiendo que Estados Unidos puede esperar conseguir una superioridad asimétrica en armamento que le permita gestionar conflictos regionales en todo el planeta con un riesgo mínimo de represalias.

Queda por ver si Trump es consciente de estas realidades o si sus comentarios son simplemente palabrería de campaña. Como mínimo, Trump ha tropezado accidentalmente con un problema muy real para el estado estadounidense: ya no puede permitirse dirigir todo el orden internacional, especialmente en una época en la que numerosos otros estados continúan expandiendo su propia capacidad de responder por la fuerza a la intromisión estadounidense.


Publicado originalmente el 26 de julio de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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