Reseña de “Bourgeois Equality: How Ideas, Not Capital or Institutions, Enriched the World”

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[Extraído de  Quarterly Journal of Austrian Economics 19, nº 2 (Verano 2016): 214–222]

[Bourgeois Equality · Deirdre McCloskey · University of Chicago Press, 2016 · 787 páginas]

Si es verdad que Wayne Booth inspiró el interés de Deirdre McCloskey por el estudio de la retórica, también es verdad (o fortuna, en mi opinión) que McCloskey ha rechazado imitar los métodos programáticos y formularios de Booth y su dos ser existencia en una concisión prosaica. Bourgeois Equality es el tercer volume de McCloskey de una trilogía monumental que empezó con The Bourgeois Virtues y (2006) y Bourgeois Dignity (2010), todos publicados por la University of Chicago Press. Este último libro es un gran libro, similar en estilo pero no en tema a Del amanecer a la decadencia (2000) de Jacques Barzun, Sexual Personae (1990) de Camille Paglia o los dos tomos de Law and Revolution de Herald Berman. Es serpenteante personal, mezclando intelectualidad con un estilo ensayista que recuerda a Montaigne o Emerson.

Los argumentos elásticos de McCloskey se formulan mediante una narrativa informal y se ven animados por su voz sencilla y divertida. A veces humorística, dispersa y deliberadamente errática, deja la nítida impresión de que está sencillamente contando un cuento, que resulta validar una tesis. Se está divirtiendo. Imaginad a Phillip Lopate contando una historia económica. En este sentido, McCloskey es una Edward Gibbon actual, adoptando unos modos y una personalidad que actualmente no están de moda entre los historiadores de la corriente principal, salvo por el hecho de que es más ligera que Gibbon y desvergonzadamente optimista.

Escribiendo con un aire de confianza, McCloskey dice, en contra de Thomas Piketty, que las ideas y la ideología (no la acumulación de capital ni los recursos materiales) han causado un extenso desarrollo económico. Desde 1800, la riqueza material mundial aumentado y proliferado; la calidad en la vida en los países pobres ha aumentado (aunque siga sin ser igual a la de los países más prósperos) y el ser humano típico ahora disfruta de acceso a los alimentos, bienes, servicios, medicina y atención sanitaria que, en siglos pasados, solo estaban disponibles para unos pocos elegidos en los lugares más ricos del mundo. La transición de la pobreza a la riqueza se produjo cambiando una retórica que reflejaba un consenso ético emergente. El cambio retórico-ético afecto a “las actitudes [de la gente] hacia otros seres humanos” (p. xxiii), es decir, al reconocimiento de experiencias compartidas y “simpatía”, como decía a Adam Smith en La teoría de los sentimientos morales. Atribuir el progreso humano a las ideas permite a McCloskey defender las normas y principios que facilitaron el crecimiento económico y la mejora social (por ejemplo, movilidad de clase y fluidez), al tiempo que generaba una extensa prosperidad. Así que su proyecto es al mismo tiempo intelectual y tendencioso: un estudio las condiciones y principios que, a su vez, ella promueve.

Argumenta que el comercialismo floreció en el siglo XVIII bajo la influencia de ideas como la “igualdad humana de libertad bajo la ley y de dignidad y estima” (p. xxix), que estaban envueltas en retórica y estética memorables. “Sobre todo, no eran materia, sino ideas” causadas por el Gran Enriquecimiento (p. 643). En otras palabras, “las causas originales y sustentadoras del mundo moderno (…) fueron éticas, no materiales” e incluían “la nueva idea económica liberal de libertad para la gente normal y la nueva y democrática idea social de su dignidad” (p. xxxi). Esta tesis acerca de la libertad y la dignidad es clara e inconfundible, aunque solo sea porque es repetitiva. McCloskey tiene la costumbre de recordar a los lectores (en el caso de que no le hayas entendido la primera, segunda o quincuagésimo séptima vez) de que las causas de la Revolución Industrial y el Gran Enriquecimiento fueron las ideas, no “meramente los cambios económicos o políticos o legales” (p. 470). Mantiene en este sentido que la ilustración escocesa tuvo éxito a la hora de combinar los conceptos de libertad y dignidad en una forma deseable de igualdad: no igualdad de rentas, por supuesto, sino de oportunidades y trato bajo la ley. Y para ella, el modelo escocés resulta completamente distinto del ejemplo francés de codificación, órdenes, planificación y diseño centralizado de arriba abajo.

Un villano perenne acecha en las páginas de su historia: los “eruditos”, que son un “apéndice de la burguesía” (p. 597) y a menudo son calificados como “la élite” en el habla cotidiana. McCloskey llama a los eruditos “los hijos de padres burgueses” (p. xvii) y “neoaristócratas” (p. 440). Los eruditos incluyen a aquellos “artistas, intelectuales, periodistas, profesionales y burócratas” resentidos con “la burguesía comercial y mejoradora” (p. xvi). Los eruditos buscan, de diferentes maneras en diferentes momentos, extinguir la competencia sin limitaciones con concesiones y privilegios exclusivos, antiliberales e irrevocables que son odiosos para una sociedad libre y ofensivos para los derechos del consumidor medio. “Pronto”, dice McCloskey, refiriéndose al periodo en Europa después del año revolucionario de 1848, “los eruditos empezaron a declarar que la gente normal se equivoca en el comercio y por tanto requiere una protección y supervisión experta” (p. 609). Los eruditos desde entonces se han caracterizado por su paternalismo y su sentido de la superioridad.

Como los eruditos cambian de aspecto, asumiendo diversas formas de acuerdo con los tiempos y los lugares, son un concepto difícil de determinar. No aparece en el índice del libro para permitir mayor investigación. Por el contrario, los argumentos generales de McCloskey son fáciles de seguir porque el libro está dividido en partes con preguntas como títulos, conteniendo cada subparte un encabezado con una frase que responde a cada una de esas preguntas.

En un enorme tour de force como este, los lectores están condenados a discrepar con ciertas afirmaciones interpretativas. Los historiadores encontrarán los resúmenes de McCloskey demasiado informales. Incluso los libertarios le acusarían de olvidar errores manifiestos que se produjeron durante los periodos que analiza. Mis quejas son pocas pero graves. Por ejemplo, a McCloskey no le importa o se equivoca al anunciar que, durante el siglo XIX y principios del XX,[1] ”bajo la influencia de una versión de las ciencias”, en un territorio que nunca se identifica concretamente, “la derecha aprovechó el darwinismo social y la eugenesia a para devaluar la libertad y la dignidad la gente corriente y para elevar la misión de la nación por encima de la mera persona individual, recomendando, por ejemplo, el colonialismo y la esterilización obligatoria y el poder de limpieza de la guerra” (p. xviii).

Esperemos que sea una negligencia inocente en lugar de una distorsión voluntaria lo que explique esta afirmación extraña, injustificada y categórica. Imbeciles (2016) de Adam Cohen e Illiberal Reformers (2016) de Thomas C. Leonard, describen como, en Estados Unidos, el darwinismo social y la eugenesia fueron adoptados principalmente, aunque no exclusivamente, por la izquierda, no por la derecha. Estos libros recientes siguen los pasos de varias investigaciones sobre este tema: Population Control Politics (1985) de Thomas M. Shapiro, The Surgical Solution (1991) de Philip R. Reilly, Mental Ills and Bodily Cures (1997) de Joel Braslow, Building a Better Race (2001) de Wendy Kline, The Nazi Connection (2002) de Stefan Kuhl, American Eugenics (2003) de Nancy Ordover, Preaching Eugenics (2004) de Christine Rosen, Eugenic Design (2004) de Christina Cogdell, Segregation’s Science (2008) de Gregory Michael Dorr, A Century of Eugenics in America (2011) editado por Paul A. Lombardo y Eugenic Nation (2016) de Alexander Minna Stern. Estos representan solo una pequeña muestra.

¿McCloskey desconoce estos textos? Probablemente no: reseñó el libro de Leonard para Reason, aunque lo hizo después de que su propio libro llegara a la imprenta. En todo caso, ¿nos quiere hacer creer que Emma Goldman, George Bernard Shaw, Eugene Debs, Marie Stopes, Margaret Sanger, John Maynard Keynes, Lester Ward y W. E. B. Du Bois fueron activistas eugenésicos a favor de la derecha política? Si fuera así, tendría que darnos su definición de “derecha”, ya que iría en contra de su significado comúnmente aceptado. Sobre el asunto del colonialismo y la guerra, miembros autoidentificados de la vieja derecha, como Albert Jay Nock, John Flynn y el senador Robert Taft defendieron precisamente lo contrario de lo que McCloskey califica como de “derecha”. Estos hombres se opusieron, entre otras cosas, al intervencionismo y aventurerismo militar. El problema es que la confusión de McCloskey de los indicadores “izquierda” y “derecha” aparecen demasiado pronto en el libro (en el exordio) como para que los lectores puedan perder la confianza en ella, cuestionar su credibilidad o empezar a sospechar sobre los calificativos de argumentos de sus posteriores capítulos.

Otros términos indefinidos solo empeoran las cosas, asegurando que McCloskey provocará el rechazo de muchos académicos, que, como clase, ya están inclinados a rechazar sus premisas libertarias. Pone sobre la mesa el término “romanticismo” como si su referente fuera eminentemente claro e incontestable: “una visión conservadora y romántica” (p. xviii); “la ciencia ficción y la ficción de terror [son] (…) hijos del romanticismo” (p. 30); “[Jane Austen] no es una novelista romántica (…) [porque] no toma al arte como modelo para la vida ni eleva al artista a un solitario pináculo de heroísmo, ni adora la Edad Media, ni adopta ninguno de los temas antiburgueses de Novalis, [Franz] Brentano, Sir Walter Scott y románticos posteriores” (p. 170); “el romanticismo en torno a 1800 reavivó la conversación sobre la esperanza y la fe y un amor por el arte o la naturaleza o la revolución como algo necesariamente trascendente en la vida de las personas” (p. 171); “candor romántico” (p. 242); “los críticos literarios románticos de finales del siglo XVIII en Inglaterra no tenían ni idea de qué trataba John Milton, porque dejaron aparte la teología rigurosamente calvinista que estructuraba su poesía” (p. 334); “la tradición nacionalista de escritura romántica de la historia” (p. 353); y “ las hostilidades románticas hacia (…) la retórica democrática” (p. 510); “en el siglo XVIII (…) triunfó la idea de la autonomía, en todo caso entre los eruditos progresistas y luego se convirtió de una idea romántica principal, al estilo de Víctor Hugo” (p. 636) y “el conservador romántico Thomas Carlyle” (p. 643).

Alegar que los eruditos estuvieron “entusiasmados por el radicalismo romántico de libros como Mi lucha o Qué hacer” (p. xviii) es también asociar negligentemente las filosofías, por ejemplo, de Keats o Coleridge o Wordsworth con las fantasías exterminadoras de Hitler y Lenin. McCloskey debería haber evitado esta confusión equívoca distinguiendo el idealismo alemán o contextualizando a Hegel o teniendo más cuidado con la edición y la definición. Su lenguaje vago dejará algunos expertos (yo no seré uno) rascándose o sacudiendo sus cabezas y, lo que es más problemático, a algunos no expertos con conceptos erróneos y objetivos equivocados de enemistad. Uno se imagina al universitario entusiasta y bienintencionado que, habiendo leyendo Bourgeois Equality, se dedica a demonizar a William Blake o a destruir la reputación de Percy Shelly, de quien Paul Cantor ha escrito juiciosamente.[2] ¿No atraerían a McCloskey la originalidad, imaginación, creatividad e individualismo (características ampliamente aceptadas del romanticismo)? Su tratamiento incondicionalmente despectivo del romanticismo (al que retrata como algo fijo, monolítico y evidente) perjudica a aspectos de ese movimiento, periodo, estilo, cultura y actitud fluctuantes que son, o parecen ser, coherentes con su Weltanschauung.

Pero me quejo demasiado. Estas quejas no deberían menospreciar lo que ha conseguido McCloskey. Y me gustaría que tuviéramos más estudios importantes que mapearan ideas y trazaran influencias entre culturas, comunidades y épocas. McCloskey mira hacia el horizonte, como deberíamos hacer todos. Su enfoque en la retórica es esencial para el futuro de la libertad si, dados los avances tecnológicos que hemos conseguido, la “obra que hagamos tratará cada vez más sobre decisiones y convencer a otros para que estén de acuerdo, para cambiar sus ideas, y cada vez menos sobre implantación manual” (p. 498). Igualmente importante es su adopción de la humanomía (definida como “la historia [de] un ser humano completo, con su ética y lenguaje y educación” (p. xx)) que materializa en referencias informales a las obras de Henrik Ibsen, desacuerdos con el retrato de John Milton “como un poeta solitario en un desván escribiendo solo para los cielos estrellados” (p. 393), análisis de novelas de Jane Austen e imágenes de la Inglaterra isabelina. Su arco histórico y narrativo nos permite contextualizar nuestro propio momento, con todos sus problemas y posibilidades.

Lo mejor de todo es que su libro es inspirador y estimulante y está lleno de imperativos conmovedores y convincentes llamadas a la acción. En un momento dice: “No rechacemos por tanto las bondades del crecimiento económico debido a la planificación o el pesimismo, el racionalismo metomentodo aunque bienintencionado de la Ilustración Francesa o las dudas adolescentes aunque encantadoras de algunas voces del movimiento romántico alemán, novedosos aunque ambas actitudes llevan mucho tiempo entre los eruditos. Como optimistas racionales, celebremos el Gran Enriquecimiento y los cambios retóricos en las sociedades que lo causaron” (p. 146). En otro momento, anima a su audiencia a cuidarse frente “tanto el cinismo como el utopismo” (p. 540) y en otro más a prestar atención a “la cooperación, la competencia y la conservación probadas por el comercio en la mezcla correcta” (p. 523). Estos pequeños empujoncitos le dan credibilidad en la medida en que revelan sus verdaderos colores, por decirlo así, y demuestran que no está tratando (como es costumbre en la universidad) de esconder sus prejuicios y ocultar sus creencias detrás de supuestas objetividades.

La pobreza es relativa y, por tanto, permanente e imposible de erradicar, a pesar de la afirmación de McCloskey de que podemos “acabar con la pobreza” (p. 8).si nos levantáramos mañana y la riqueza de toda persona viviente se multiplicara mágicamente por veinte (o incluso por cincuenta), seguiría habiendo gente en lo más bajo. La calidad de la vida en lo más bajose vería sin embargo enormemente mejorada. La manifestación de pobreza global nos demuestra lo lejos que hemos llegado como especie en los últimos siglos. McCloeskey tiene razón: Deberíamos seguir la ideas que aceleraron y y lograron el florecimiento humano y que han demostrado que sacar a lka gente del sufrimiento y la indigencia. Las ciencias puras y los modelos matemáticos no bastan por sí mismos para conseguir la magnitud y esplendor de estas ideas y sus logros. Por tanto, deberíamos dar la bienvenida y producir más libros como el de McCloskey, que asume una “reevaluación retórico-ética” tanto para examinar como para celebrar “una sociedad de investigación abierta” una que no solo “dependa de la retórica en su política y en su ciencia y en su economía”, sino que también genere creatividad intelectual y libertad política (p. 650). En la aproximación de McCloskey, la economía y las humanidades no son mutuamente exclusivas, sino que más bien son mutuamente explicadoras y, de hecho, están indispensable e inextricablemente ligadas. Y una economía que abandone la dignidad de la persona humana y su capacidad para la creatividad y la estética, lo hace a su propio riesgo y para su propia desgracia. Toda economía es esencialmente humanomía. Podríamos arreglarnos sin el último término si entendiésemos el primero.

Referencias

Barzun, Jacques. 2000. From Dawn to Decadence: 500 Years of Western Cultural Life, 1500 to the Present. Nueva York: HarperCollins. [Publicado en España como Del amanecer a la decadencia: 500 años de vida cultural en Occidente (Barcelona: Taurus, 2002)]

Berman, Harold J. 1983. Law and Revolution: The Formation of the Western Legal Tradition. Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 2003.

——. 2006. Law and Revolution II: The Impact of the Protestant Reformations on the Western Legal Tradition. Cambridge, Mass.: Harvard University Press.

Braslow, Joel. 1997. Mental Ills and Bodily Cures: Psychiatric Treatment in the First Half of the Twentieth Century. Berkeley y Los Angeles: University of California Press.

Cantor, Paul. 1997. “The Poet as Economist: Shelley’s Critique of Paper Money and the British National Debt”, Journal of Libertarian Studies 13, nº 1: 21–44.

Cantor, Paul, y Stephen Cox, eds. 2009. Literature and the Economics of Liberty. Auburn, Ala.: Ludwig von Mises Institute.

Cogdell, Christina. 2004. Eugenic Design. Philadelphia: University of Pennsylvania Press.

Cohen, Adam. 2016. Imbeciles. Londres: Penguin Press.

Dorr, Gregory M. 2008. Segregation’s Science. Charlottesville, Va.: University of Virginia Press.

Kline, Wendy. 2001. Building a Better Race. Berkeley y Los Angeles: University of California Press.

Kuhl, Stefan. 2002. The Nazi Connection. Oxford: Oxford University Press.

Leonard, Thomas C. 2016. Illiberal Reformers. Princeton: Princeton University Press.

Lombardo, Paul A. 2011. A Century of Eugenics in America. Bloomington, Ind.: Indiana University Press.

McCloskey, Deirdre. 2006. The Bourgeois Virtues. Chicago: University of Chicago Press.

——. 2010. Bourgeois Dignity. Chicago: University of Chicago Press.

Ordover, Nancy. 2003. American Eugenics. Minneapolis: University of Minnesota Press.

Paglia, Camille. 1990. Sexual Personae: Art and Decadence from Nefertiti to Emily Dickinson. New Haven, Conn.: Yale University Press. . [Publicado en España como Sexual personae: arte y decadencia desde Nefertiti a Emily Dickinson  (Madrid: Valdemar, 2001)]

Reilly, Philip R. 1991. The Surgical Solution. Baltimore: Johns Hopkins University Press.

Rosen, Christine. 2004. Preaching Eugenics. Oxford: Oxford University Press.

Shapiro, Thomas M. 1985. Population Control Politics. Philadelphia: Temple University Press.

Stern, Alexander Minna. 2016. Eugenic Nation. Berkeley y Los Angeles: University of California Press.


El artículo original se encuentra aquí.

 

[1] McCloskey es vaga acerca del periodo al que se refiere, pero el lector puede inferir, basándose en las referencias cercanas a los siglos XIX y XX, que está ubicando esta tendencia en el periodo que he identificado.

[2] Ver, por ejemplo, Paul Cantor (1997). Es al tiempo sorprendente y desalentador que McCloskey nunca referencie a Paul cantor en su libro, ni siquiera en sus capítulos sobre Shakespeare. Cantor podría haber añadido algunos detalles interesantes al tratamiento de Dickens por McCloskey. Ver, por ejemplo, McCloskey en pp. 156, 165, 274, 557, 591–592, 600, 626 y Cantor y Cox (2009) en pp. 50–52, 54–56, 61–62, 85–87, 90, 92–93.

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