El neoconservadurismo, definido

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Es difícil tratar al neoconservadurismo con algo más que con disgusto. Muchos líderes neoconservadores como Paul Wolfowitz, Richard Perle, Charles Krauthammer, y selectos miembros de la familia Kagan no solamente tuvieron un papel destacado en el inicio de la Guerra de Iraq, bendita memoria. Eso no fue suficiente para ellos. Utilizaron la propaganda para impulsar más guerras: la bendición de la democracia debe ser llevada a todas las naciones de Oriente Medio. Lo que David Frum, otro conservador, llamó el Eje del Mal, debe de ser destruido.

Justin Vaïsse, un experto francés en política estadounidense que es investigador superior en el Instituto Brookings, escribe como historiador de un movimiento más que como defensor de su propia doctrina, pero rechaza la actual línea neoconservadora en política exterior, como cualquier persona decente lo haría. “Un último problema inherente a la visión neoconservadora y la doctrina Bush [fue]… el dogmatismo democrático, otra consecuencia más de la pereza intelectual…No solamente resultó que la democracia no era una varita mágica, sino que implementarla no fue tan simple como ciertos neoconservadores…decían a veces.”

Vaïsse argumenta que esta imprudente indiferencia a la realidad no siempre ha caracterizado al neoconservadurismo. Al contrario, el movimiento comenzó en 1960 con contundentes críticas a algunos de los programas domésticos de la presidencia de Johnson. Las grandiosas metas de los proponentes de la Gran Sociedad no pudieron ser realizadas, según Daniel Bell, Nathan Glazer, Daniel Moynihan, y otros antiguos neoconservadores. (Es abrumador darse cuenta de que Bell y Glazer han estado escribiendo desde 1940.). En The Public Interest, un diario fundado por Bell e Irving Kristol, los críticos a los argumentos convencionales sobre el estado de bienestar declararon que “la ley de consecuencias no intencionadas” impone severos límites a la eficacia de la acción política. “Por ejemplo, el control de los precios de los alquileres, pese a ser bien intencionado, provoca un déficit habitacional (debido a que los propietarios de inmuebles no tienen incentivos para invertir)…el enfoque global de The Public Interest se convirtió en ‘los límites de la política social’.”

Si el neoconservadurismo comenzó de esta manera, ¿no nos hallamos frente a una dificultad? ¿Cómo es que un movimiento de realismo escéptico se convirtió en uno de delirios peligrosos? ¿Existe realmente un movimiento neoconservador que se expande desde los 1960 hasta la fecha? ¿No deberíamos decir, como algunos antiguos neoconservadores han afirmado, que el movimiento original murió en 1990?

Vaïsse demuestra que existe una verdadera continuidad entre los antiguos neoconservadores y sus actuales sucesores. Esto es cierto en la medida en que los antiguos neoconservadores enfatizaron la política doméstica, pero no ignoraron totalmente la política exterior. Hicieron un llamamiento a una política activa como respuesta a la Guerra Fría. En el proceso, dieron continuidad al Vital Center Liberalism o liberalismo de centro vital promovido por Arthur Schlesinger Jr tras la Segunda Guerra Mundial, que combinaba una política exterior intervencionista con medidas de reforma social del estilo del New Deal de Roosevelt. Como Schlesinger y sus pares, los antiguos neoconservadores celebraron la virtud marcial invocada en la cruzada contra el Kremlin.

Un énfasis similar permeaba su crítica a la Gran Sociedad. Los neoconservadores de lo que Vaïsse nombra la primera era del movimiento de ninguna manera buscaban acabar con el estado de bienestar. No fueron discípulos de Mises y Hayek, sino que buscaban reformar la beneficencia de modo que no corrompiese el carácter. La virtud nacional era lo más importante. Precisamente lo que los puso en contra de la nueva izquierda y la rama McGovernista del Partido Demócrata fue el hedonismo y la falta de patriotismo que creían que allí estaba presente. No fueron hombres de derechas, sino New Dealers que deseaban restaurar la gloria de antes. Si tan sólo pudiera recuperarse el espíritu de sacrificio que prevaleció durante la Segunda Guerra Mundial todo estaría bien.

Otra fortaleza del libro de Vaïsse es su énfasis en la segunda era de neoconservadurismo, que representa la brecha entre los autores centrados en el Interés Público y los que actualmente siguen el ritmo de la “grandeza nacional”. Esta etapa intermedia estaba formda por los demócratas de Henry “Scoop” Jackson. No contentos con la influencia que sus textos habían alcanzado, los neoconservadores de los 60 vieron en el popular senador de Washington una manera de hacer avanzar sus metas. Como ellos, Jackson era un New Dealer y un guerrero frío de la más alta tenacidad. Sin embargo, su leitmotiv fue otro tema esencial para los neoconservadores. Jackson apoyó fuertemente la política exterior israelí y presionó a la Rusia Soviética para que permitiese la emigración judía. Casi todos, aunque no todos, de los principales neoconservadores son judíos y la defensa de Israel es central a sus preocupaciones políticas.

Nadie que comprenda la discusión de Vaïsse sobre la segunda era puede guardar ilusiones sobre si los neoconservadores son genuinos conservadores. Jackson no ocultó su visión estatista de la política doméstica, pero esto no impidió en absoluto que sus aliados neoconservadores se pusieran de su lado. Vaïsse, por cierto, subestima el compromiso de Jackson con el socialismo, contemporáneo a su juventud. Contrario a lo que nuestro autor sugiere, la Liga para la Democracia Industrial, a la que Jackson se unió en su etapa universitaria no fue “una organización moderada apoyada por sindicatos y principios democráticos.” Era un movimiento socialista de jóvenes que buscaba propagar el socialismo al público.

Sin embargo, no fue la política doméstica de Jackson lo que principalmente atrajo a los neoconservadores. Tenían una predilección especial por promover la Guerra Fría. Vaïsse enfatiza particularmente el hecho de que colaboraron con Paul Nitze y otros promotores de la Guerra Fría. En un notorio incidente, el Team B o Equipo B, bajo el control de estos promotores, declararon que las estimaciones de la CIA sobre el armamento ruso fueron radicalmente subestimadas. Se descubrió que las advertencias del Equipo B no tenían bases; sin embargo, sirvieron su propósito al promover una política exterior belicista.

Los neoconservadores de la segunda era no renunciaron al Partido Demócrata hasta que después de una larga lucha fracasaron a la hora dominarlo. Habían encontrado en la creciente popularidad de Ronald Reagan una nueva estrategia para hacer avanzar sus metas. Sin embargo, a pesar de que Reagan y sus ayudantes los recibieron con calidez, muchos sentían que votar a un republicano iba en contra de sus principios. Una vez que superaron esta aversión, los neoconservadores demostraron marcadamente su habilidad de expandir su poder e influencia política. Por otro lado, algunos neoconservadores vieron insuficiente la militancia de Reagan. Para Norman Podhoretz, un crítico literario que nunca se imaginó ser experto en política exterior, Reagan se convirtió en un apaciguador que evoca a Neville Chamberlain. “En 1984-85 Podhoretz, sin embargo, perdió finalmente esperanza en su causa; lamentó el deseo del presidente de hacer lo que sea para presentarse ante los europeos y sobre todo ante los votantes estadounidenses como un ‘hombre de paz’, listo para negociar con los soviéticos.”

Los neoconservadores de la “grandeza nacional” de nuestros tiempos continúan el patrón de sus predecesores de la segunda era en sus constantes advertencias de peligro y llamadas a una respuesta militante. No aplican la ley de las consecuencias no intencionadas de la política exterior: el escepticismo sobre la eficacia de la acción del gobierno termina en las puertas del Pentágono.

El libro de Vaïsse es en gran medida una narración de la historia del neoconservadurismo más que una interpretación del movimiento. En los límites que se ha auto-impuesto, Vaïsse nos ha proporcionado un estudio útil, a pesar de tener unos pocos errores, por ejemplo, Virginia Woolf no fue una de las “actrices más notables” de Stephen Spender en la revista Encounter. Ella falleció en 1941, mucho antes de que se fundara la revista. Vaïsse no rechaza totalmente el análisis; después de considerar varias alternativas, sugiere que el neoconservadurismo es mejor visto como “una manifestación fundamental de patriotismo y hasta nacionalismo.” Si es así, uno se pregunta por qué clasifica a Dick Cheney y Donald Rumsfeld como nacionalistas pero no como neoconservadores.

C. Bradley Thompson percibe el neoconservadurismo bajo una luz totalmente diferente. Cree que para entender el movimiento intelectual uno debe primeramente desenterrar sus fundamentos filosóficos. Localiza estos fundamentos en el pensamiento de Leo Strauss, y gran parte de su libro consiste en un análisis del trabajo de este pensador enigmático. Thompson fue estudiante de Harvey Mansfield and Ralph Lerner, ambos importantes Straussianos; sin embargo, a pesar de que los respeta como académicos piensa que la visión Straussiana es contraria a la libertad.

Para defender su argumento, Thompson debe superar algunos obstáculos formidables. Como señala Vaïsse, “Para un pequeño número de neoconservadores, Strauss fue una influencia significativa, pero no más importante que otros…aún más fascinante es el hecho de que Strauss…casi nunca hizo declaraciones sobre temas [políticos] actuales.” Thompson, consciente de estas objeciones, responde de esta manera. Irving Kristol es el neoconservador principal, el “padrino” del movimiento; y la influencia Straussiana en Kristol es evidente. “Las confrontaciones de Kristol con Strauss llegaron como una epifanía. Fue, lo que Kristol ha intimado en varias ocasiones, el evento intelectual más importante de su vida.”

Antes de que podamos evaluar la tesis de Thompson, debemos comprender como caracteriza el neoconservadurismo. Una teoría debe ser claramente evidente antes de que se discutan sus fundamentos. Según Thompson, el neoconservadurismo rechaza los derechos individuales. Los derechos para los neoconservadores no superan las consideraciones del estado; al contrario, el bien público, como lo conciben los neoconservadores, justifica que el estado ponga a un lado las libertades de las personas para vivir su vida como deseen. El estado debe activamente moldear a las personas para hacerlas virtuosas, y entre estas virtudes el sacrificarse al bien común es primordial. “Más profundamente, Kristol y [David] Brooks de hecho rechazan los principios fundamentales de una sociedad libre y liberal. Según Kristol, principios como derechos individuales, gobierno limitado, y libertad económica no son ni moralmente edificantes ni prácticamente sustentables.”

¿Qué tiene que ver todo esto con Strauss? Thompson sostiene que Strauss tampoco creía en derechos naturales. Su exaltación de los valores fundamentales estadounidenses en Derecho Natural e Historia fue parte de su enseñanza esotérica, dirigida a adormecer las sospechas de los lectores no aptos para comprender la verdadera enseñanza de filosofía. La verdadera enseñanza esotérica de Strauss, la cual sólo un lector cuidadoso puede discernir, es que los filósofos existen en un plano superior que el resto de la humanidad. Pueden absorber las verdades de que Dios no existe y que la moralidad ordinaria no descansa en ningún fundamento. “Desde una perspectiva estrictamente filosófica, Strauss, Kristol, y los neoconservadores han, en principio, prescindido de principios. Ellos no piensan que un verdadero e inmutable código moral puede o debe ser generado de la realidad social mutable de un hombre.”

Las masas, al contrario, requieren del consuelo de la religión y la moralidad. La élite filosófica debe guiarlos de acuerdo a la sabiduría que la misma pueda discernir. El lector no fallará en notar los ecos de Platón aquí; y Thompson sostiene que Strauss fue un ferviente Platonista, sin importar que tan idiosincrática su interpretación de República sea. Thompson encuentra afinidades entre el elitismo de Strauss y el fascismo y mantiene que durante 1930 Strauss interpretó el fascismo Italiano favorablemente. “Ahora también tenemos evidencia concreta que Strauss leyó y fue hasta cierto punto influenciado por Mussolini.”

Incluso, si su entendimiento de Strauss fuese correcto, ¿Qué tiene eso que ver con los excesos de la agresión neoconservadora en el exterior? Thompson y Yaron Brook, el autor del capítulo de su libro sobre política exterior, proponen que la cruzada neoconservadora de propagar la democracia en el exterior ofrece un perfecto instrumento para que una élite Straussiana guíe a las masas hacia la virtud. Hacen este enfático auto-sacrificio para obtener la grandeza nacional. “Las vidas de los individuos son verdaderamente significativas, dicen los neoconservadores, solamente cuando se sacrifican por un propósito mayor colectivo que trasciende sus insignificantes, pequeñas, finitas y efímeras personas.”

Thompson exitosamente demuestra que a pesar de que los neoconservadores normalmente invocan la tradición estadounidense, no creen genuinamente en los “derechos inalienables de la vida, la libertad, y la búsqueda de la felicidad.” Su tesis sobre la influencia de Strauss en los neoconservadores está abierta a mucha más disputa, pero incluso aquellos que la rechazan encontrarán el análisis de Strauss valioso por derecho propio. Vaïsse y Thompson han provisto, de diferentes maneras, herramientas que nos ayudarán a entender un movimiento político pernicioso.

 


Publicado originalmente el 28/10/2010.

Traducido del inglés por Diego Freire Mendizabal. El artículo original se encuentra aquí.

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