Riesgo, responsabilidad, libertad

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[Publicado originalmente el 1 de febrero de 2015]

“Once the principle is admitted that it is the duty of the government to protect the individual against his own foolishness, no serious objections can be advanced against further encroachments.”
― Ludwig von Mises

Vivimos en una sociedad reglada. Nos dicen que de este modo aumenta nuestra seguridad, que deberíamos sentirnos más protegidos ante los riesgos de la vida cotidiana. Sin embargo, cada regla es siempre una forma de control de la conducta: cualquier prohibición encaminada a minimizar los riesgos para los ciudadanos limita simultáneamente el marco de decisión dentro del cual es posible asumir riesgos. El nudo cada vez más apretado, constriñendo el aliento de la libertad, hasta que nos movemos sólo en un entorno completamente regulado. La disposición de las personas a tomar riesgos es, sin embargo, una importante  fuerza impulsora no sólo para el progreso social:  juega un papel especial en la planificación  del presente y el futuro de la vida de cada individuo . “El que no arriesga no gana” El refrán se queda corto: sin riesgo, no hay futuro.

La responsabilidad que los ciudadanos asumen por sus acciones a la hora de tomar decisiones y valorar qué riesgos están dispuestos  a correr y qué consecuencias se derivan de todo ello, ya no es un criterio para la libertad, sino que se percibe como un peligro para la sociedad y los propios ciudadanos. Las sociedades están quedando reducidas a comunidades de asegurados obligatorios en las que la toma responsable de decisiones individuales debe ser preventivamente limitada para evitar lo que la corriente de pensamiento en el poder (sea la que sea) considera comportamientos insolidarios.

Esta solidaridad prescrita, que nos convierte en meros administrados bajo vigilancia,  no tiene nada que ver con el sentido original de la solidaridad, por el que la gente ayuda desinteresadamente a los demás por propia iniciativa. La solidaridad prescrita nace exclusivamente de la adopción de normas sociales. Quién no se adapte será castigado. Los deseos, esperanzas y sueños de las personas ya no les son propios, se deciden entre todos.  Las reglas aparecen en todas partes y en todo tiempo, convirtiendo las sociedades en comunidades estrictas de las que es cada vez más difícil salir.

Existe en la región centroeuropea de El Tirol un refrán concluyente: “En los picos vive la libertad, en los valles la envidia”. Para aquellos que quieren subir a las cumbres no sólo se colocan infinidad de piedras en el camino, su mochila también será lastrada a medida y voluntad del ingeniero social de turno. Cuando alguno de estos escaladores se muestra más en forma que los demás, no le queda más remedio que asumir parte de la carga de otros en aras de la sacrosanta igualdad. De este modo se consigue  que nadie pueda llegar a la cima desde la que sería posible alcanzar un horizonte más amplio de conocimiento y prosperidad, que luego pudiese compartir solidariamente (o comercialmente) con cualquiera de los demás. En los valles vive la envidia.

Reglas, leyes, mandamientos, normas y su expansión inflacionaria en nombre de una presunta protección de la comunidad son fundamentalmente el instrumento pedagoguizante que transforma a los humanos adultos en niños menores necesitados de protección. La libertad ya no se ve amenazada sólo por malvados dictadores, sino también por aquellos que vienen cargados de buenas intenciones. Los bienintencionados quieren determinar lo que es bueno para mí, lo que es bueno para todos. La lucha por la libertad en nuestros días es una batalla contra la hiperregulación limitante de nuestra capacidad de asumir riesgos, diseñar nuestro propio futuro y asumir la responsabilidad individual de cada uno de nuestros actos.

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