Entendiendo el culto a Ayn Rand

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Publicado en 1972, este fue el primer artículo de revisionismo randiano desde un punto de vista libertario.

En los Estados Unidos de la década de 1970, estamos muy familiarizados con los cultos religiosos, que han estado proliferando en la última década. Característico de los cultos (de los Hare Krishna a los “Moon” al EST a la cienciología y la familia Manson) es el dominio del gurú o Líder Máximo, que es asimismo el creador e intérprete último de un credo concreto al que el acólito debe ser inquebrantablemente leal. La principal, si no la única, cualificación para ser miembro y progresar en el culto es la absoluta lealtad y adoración por el gurú y una obediencia absoluta e incondicional a sus órdenes. Las vidas de los miembros están dominadas por la influencia y presencia del gurú. Si el culto crece por encima de unos pocos miembros, se convierte naturalmente en estructurado jerárquicamente, aunque solo sea porque el gurú no puede dedicar su tiempo a adoctrinar y seguir a cada discípulo. Los puestos más altos de la jerarquía se cubren generalmente con el puñado de discípulos originales, quienes asumen estos puestos en virtud de su largo periodo de leal y devoto servicio. A veces el líder máximo puede estar relacionado con otro, un acontecimiento útil que puede fortalecer la lealtad dentro del culto a través de lazos familiares.

Los objetivos del líder del culto son dinero y poder. El poder se logra sobre las mentes de sus discípulos al inducirles a aceptar sin preguntas al gurú y su credo. Esta devoción se aplica mediante sanciones psicológicas. Pues una vez el acólito está imbuido de la visión de que la aprobación y la comunicación con el gurú son esenciales para su vida, entonces la amenaza implícita y explícita de excomunión (o eliminación de la presencia directa o indirecta del gurú) era una poderosa sanción psicológica para la “aplicación” de lealtad y obediencia. El dinero fluye hacia arriba desde los miembros a través de la jerarquía, ya sea en forma de servicio laboral voluntario al que contribuyen los miembros o mediante pagos en efectivo.

En este momento histórico debería estar claro que un culto ideológico puede adoptar las mismas características que el culto más manifiestamente religioso, incluso cuando la ideología es explícitamente atea y antirreligiosa. Es de conocimiento común que los cultos a Hitler, Mussolini, Stalin, Trotsky y Mao son de naturaleza religiosa, a pesar de ateísmo explícito de estos últimos. La adoración al fundador y líder del culto, la estructura jerárquica, la lealtad inquebrantable, las sanciones psicológicas (y cuando mandan sobre un poder estatal, físicas) son demasiado evidentes.

Lo exotérico y lo esotérico

Todo culto religioso tiene dos grupos de credos diferentes y distintivos: el exotérico y el esotérico. El credo exotérico es la doctrina oficial pública, el credo que atrae al acólito en primer lugar y le lleva al movimiento como miembro de base. El credo bastante diferente es el programa desconocido y oculto, un credo que solo es conocido totalmente por el liderazgo máximo, los “sumos sacerdotes” del culto. Estos últimos son los guardianes de los misterios del culto.

Pero los cultos de convierten en particularmente fascinantes cuando los credos esotérico y exotérico no solo son distintos, sino que están total y claramente en mutua contradicción. El caos que esta contradicción esencial desempeña en las mentes y vidas de los discípulos es fácil de imaginar. Así los diversos cultos marxistas-leninistas oficial y públicamente elogian la razón y la ciencia y denuncian todas las religiones y aun así los miembros se ven místicamente atraídos hacia el culto y su supuesta infalibilidad.

Así, Alfred G. Meyer escribe sobre las opiniones sobre la infalibilidad del partido:

Lenin parece haber creído que el partido, como conciencia organizada, conciencia como maquinaria de toma de decisiones, tenía un poder racional superior. De hecho, en su tiempo este cuerpo colectivo asumió un aura de infalibilidad, que luego se elevó a categoría de dogma y la lealtad de un miembro se ponía a prueba, en parte, por su aceptación. Se convirtió en parte de la profesión de fe del comunismo proclamar que el partido no se equivocaba nunca. (…) El propio partido nunca comete errores.1

Si las patentes contradicciones internas de los cultos leninistas los hacen interesantes objetos de estudio, todavía más lo es el culto a Ayn Rand, que, aunque en cierto modo sigue ligeramente vivo, floreció durante solo diez años en la década de 1960, más en concreto desde el inicio de la serie de clases de Nathaniel Branden a principios de 1958 hasta la separación Rand-Branden diez años después. Pues el culto a Rand no fue solo explícitamente ateo, antirreligioso y alabador de la razón: también promovía una dependencia servil del gurú en nombre de la independencia, adoración y obediencia al líder en nombre de la individualidad de cada persona y emoción y fe ciega en el gurí en nombre de la Razón.

Prácticamente todos sus miembros entraron en el culto a través de la lectura de la larga novela de Rand, La rebelión de Atlas, que se publicó a finales de 1957, unos pocos meses antes de crearse el culto organizado. Entrar en el movimiento a través de una novela significaba que, a pesar de las repetidas apelaciones a la razón, la emoción febril fue la fuerza motriz detrás de la conversión del acólito. Pronto descubriría que la ideología randiana descrita en Atlas se complementaba con unos pocos ensayos de no ficción y, en particular, con una revista mensual, The Objectivist Newsletter (posteriormente, The Objectivist).

El índice de libros permitidos

Como todos los cultos se basan en la fe en la infalibilidad del gurú, se hace necesario mantener a sus discípulos en la ignorancia de los escritos de los infieles que le contradicen y que pueden hacer que miembros del culto se alejen del grupo. La iglesia católica mantenía un Índice de Libros Prohibidos; más radical era el antiguo grito musulmán: “¡Quemad todos lo libros, ya que todas las verdades están en el Corán!” Pero los cultos, que tratan de amoldar a todos lo miembros en una visión rígidamente integrada del mundo, deben ir más allá. Igual que a los comunistas se les instruye en no leer literatura anticomunista, el culto de Rand fue más allá hasta el punto de divulgar el que era prácticamente un Índice de Libros Permitidos. Como la mayoría de los neófitos randianos eran al tiempo jóvenes y relativamente ignorantes, una canalización adecuada de sus lecturas aseguraba que permanecerían en la ignorancia permanente de ideas o argumentaciones no randianas o antirrandianas (salvo que aparecieran breve y bruscamente y de una forma distorsionada e intimidante en publicaciones randianas).

La justificación filosófica para mantener en la ignorancia a los seguidores del culto de Rand era la teoría randiana de “no aprobar al enemigo”. Leer al enemigo (que, con unas pocas excepciones cuidadosamente elegidas, eran todos los no randianos o antirrandianos) significaba “darle tu aprobación moral”, lo que estaba estrictamente prohibido por irracional. En unos pocos casos especiales, se hacían excepciones limitadas para los principales miembros del culto que pudieran demostrar que tenían que leer ciertos libros del Enemigo para refutarlos. Esta prohibición de libros llegó a su apogeo después de la separación titánica de Rand y Branden a finales de 1968, una separación que fue el equivalente moral en miniatura de, por ejemplo, una separación entre Marx y Lenin y entre Jesús y San Pedro. En una evolución que recuerda el odio organizado contra el archihereje Emanuel Goldstein en 1984 de Orwell, se obligaba a los seguidores del culto de Rand a realizar un juramente de fidelidad a esta. En el juramento de lealtad era esencial una declaración que el firmante a partir de ese momento no leería ninguna obra futura del apóstata y archihereje Branden. Después de la separación, a cualquier seguidor del culto de Rand que portara un libro o escrito de Branden era expulsado inmediatamente. Se esperaba que los parientes cercanos a Branden rompieran con él completamente (como así hicieron).

Es curioso que un movimiento que proclama su devoción por el ejercicio individual de la razón, por la curiosidad y por la pregunta “¿Por qué?”, a los miembros del culto se les obligara a jurar su creencia incondicional de que Rand tenía razón y Branden se equivocaba, aunque no se les permitía conocer los hechos de la separación. De hecho, el mero hecho de no posicionarse, el mero intento de descubrir los hechos o la declaración de que uno no podía posicionarse en ese asunto tan serio sin conocer los hechos bastaba para una expulsión instantánea. Pues esa actitud era una prueba concluyente de la defectuosa “lealtad” del discípulo hacia su gurú, Ayn Rand.

El hombre de acero templado de la camarilla

Frank Meyer escribe en su The Moulding of Communists2 acerca de las series de crisis que pasaban repetidamente los comunistas durante sus carreras en el partido. En esta historia queda claro que el miembro de base se uno al partido atraído por el credo oficial o exotérico, pero al continuar en el partido y ascender en sus estructuras jerárquicas, se enfrenta a una serie de crisis que poner a prueba su temple y, o bien lo mandan fuera del partido o le convierten cada vez en un hombre de acero templado de la camarilla. Las crisis pueden ideológicas, por ejemplo, al justificar los campos de concentración o el pacto Hitler-Stalin, o personales, para demostrar que la lealtad al partido es mayor que a amigos, familia o seres queridos. La presión continua de esas crisis lleva, como cabe esperar, a una muy alta tasa de defecciones en las filas comunistas, creando un mar de excomunistas mucho más grande que el propio partido en cualquier momento.

Un proceso similar, pero más intenso, siguió funcionando a lo largo de los años del movimiento randiano. El neófito randiano normalmente se unía al movimiento atrapado emocionalmente por Atlas e impresionado por los conceptos de razón, libertad, individualismo e independencia. Una serie de crisis y crecientes contradicciones internas eran luego necesarias para obtener poder sobre las mentes y vidas de los miembros e inocular una lealtad absoluta a Rand, tanto en asuntos ideológicos como en la vida personal. ¿Pero qué mecanismos usaban los líderes del culto para desarrollar esa ciega lealtad?

Un método que ya hemos visto era mantener a los miembros en la ignorancia. Otro era asegurarse de que toda palabra pronunciada o escrita por el miembro randiano fuera correcta no solo en contenido, sino también en forma, pues cualquier matiz o diferencia en la expresión podría atacarse y se atacaba por desviarse de la postura randiana. Así, igual que en los movimientos marxistas desarrollaron una jerga y unos lemas que había que seguir por miedo a pronunciar desviaciones incorrectas, lo mismo pasaba en el movimiento randiano. En resumen, en nombre de la “precisión del lenguaje”, matices e incluso sinónimos estaban prohibidos en la práctica.

Otro método era mantener a los miembros, en la medida de lo posible, en un estado de emoción enfebrecida mediante relecturas continuas de Atlas. Poco después de que se publicara Atlas, un líder de alto rango del culto me reprendió por haber leído el libro solo una vez. “Ya es hora de que lo vuelvas a leer”, me advirtió. “He leído Atlas treinta y cinco veces”.

La relectura de Atlas era también importante para el culto por los héroes y heroínas acartonados, gesticulantes y unidimensionales se suponía que servían explícitamente como modelos para todos los randianos. Igual que se supone que todos los cristianos tienen que buscar la imitación de Cristo en su vida cotidiana, se suponía todos los randianos  tenían que buscar la imitación de John Galt (el protagonista entre los héroes en Atlas), Se suponía que tenían que preguntarse siempre en cada situación “Qué habría hecho John Galt?” Cuando recordamos que Jesús, después de todo, fue un personaje histórico real, mientras que Galt no lo era, podemos ver fácilmente lo absurdo de este mandato. (Aunque por la forma alelada en que los randianos hablan de John Galt, a veces tengo la impresión de que, para ellos, la línea que divide ficción y realidad es realmente fina).

Su biblia

La naturaleza bíblica de Atlas para muchos randianos se ejemplifica en la boda de una pareja randiana que tuvo lugar en Nueva York. En la ceremonia, la pareja prometió devoción y fidelidad conjunta a Ayn Rand y luego la complementaron abriendo Atlas (tal vez al azar) para leer en voz alta un pasaje del texto sagrado.

Ingenio y humos, como puede entenderse de este caso, estaban prohibidos en el movimiento randiano. La justificación racional era que el humor demuestra que alguien “no es serio acerca de sus valores”. Por supuesto, el motivo real es que ningún culto puede soportar el efecto penetrante y de bajada a la realidad, la sana perspectiva que ofrece el humor. Se permitía la burla hacia los enemigos, pero ese era el único humor permitido, si es que era humor.

De hecho, el disfrute personal se veía con malos ojos en el movimiento y se denunciaba como una hedonista “adoración del capricho”. En concreto, nada podía disfrutarse porque sí: toda actividad tenía que servir para alguna función indirecta y “racional”. Así, la comida no tenía que saborearse, sino solo ingerirse sin placer como medio necesario de supervivencia; el sexo no podía disfrutarse por sí mismo, sino solo realizarse sombríamente con reflejo y reafirmación de los “mayores valores” de uno mismo; la pintura y el cine solo podían disfrutarse si se podían encontrar “valores racionales” al hacerlo. Todos estos valores no tenían que ser descubiertos sencilla y tranquilamente por cada persona (la herejía del “subjetivismo”), sino que tenían que demostrarse a resto del culto. En la práctica, como veremos luego, los únicos “valores” u objetos estéticos o románticos seguros para el miembro eran los explícitamente aprobados por Ayn Rand u otros discípulos superiores.

Como pasa en todos los cultos y sectas, un método especialmente vital para moldear a los miembros y mantenerlos a raya era sostener una actividad constante e incansable dentro del movimiento. Frak Meyes relata que los comunistas impedían a sus miembros la peligrosa práctica de pensar por sí mismos manteniéndolos en constante actividad junto a otros comunistas. Señala que, de entre los desertores comunistas importantes de Estados Unidos, casi todos desertaron solo después de un periodo de aislamiento forzado. En pocas palabras, tenían que pensar por sí mismos (por ejemplo, estando en el ejército, en la clandestinidad, etc.). En el caso de los randianos (particularmente en la ciudad de Nueva York, donde estaba el movimiento más grande y vivían Rand y la jerarquía superior) la actividad era continua. Cada noche uno de los principales randianos daba clase a distintos miembros exponiendo varios aspectos de la “línea de partido”: elementos básicos, psicología, ficción, sexo, pensamiento, arte, economía o filosofía. (Esta estructura reflejaba la visión utópica expuesta en La rebelión de Atlas, donde los héroes y heroínas dedicaban cada tarde a darse clases unos a otros).

La acudir a estas clases era una grave preocupación en el movimiento. La justificación racional para presionar para acudir a estas reuniones era la siguiente:

  1. Los randianos son las personas más racionales que puedas conocer (una conclusión deducida de la tesis de que el randismo era racionalidad en teoría y práctica).
  2. Por supuesto, quieres ser racional (si no es así, tienes graves problemas en el movimiento).
  3. Luego, deberías desear dedicar todo tu tiempo a estar con compañeros randianos y a fortiori con Rand y sus principales discípulos.

La lógica parecería impecable, pero ¿qué pasaba, como ocurría a menudo, cuando no te gustaba o incluso no podías soportar a estas personas? Bajo la teoría randiana, las emociones son siempre consecuencia de las ideas y las emociones incorrectas la consecuencia de las ideas incorrectas, así que el disgusto personal por otros randianos (y especialmente por los superiores) debía deberse a una grave gangrena de irracionalidad que tenía que mantenerse oculta o confesada a los líderes. Esa confesión significaba un desgarrador proceso de purificación ideológica y psicológica, que supuestamente acababa si se conseguía alcanzar la racionalidad, la independencia y la autoestima y por tanto una devoción incondicional y ciega hacia Ayn Rand.

Un caso de duda reprimida de las ideas randianas resulta revelador de la psicología incluso de los miembros superiores del culto. Un joven randiano superior, un veterano del movimiento en Nueva York, admitió en privado una vez que tenía graves dudas con respecto a una idea filosófica randiana clave: creo que era el hecho de su propia existencia. La aterrorizaba plantear la pregunta, siendo tan básica que sabía que sería expulsado de inmediato solo por exponerla, pero tenía una fe completa en que, si se planteara la pregunta a Rand, respondería satisfactoriamente y resolvería sus dudas. Así que esperó, año tras año, esperando contra toda esperanza que alguien planteara la pregunta y fuera expulsado, pero así se resolverían sus dudas en el proceso.

A la manera de muchos cultos, la lealtad al gurú tiene que imponerse a la lealtad a la familia y los amigos (normalmente las primeras crisis personales para el randiano novato). Si familia y amigos no randianos persistían en sus herejías incluso después de haber sido hostigados durante un tiempo por el joven neófito, se les consideraba irracionales y parte del Enemigo y tenían que ser abandonados. Lo mismo pasaba con los cónyuges: muchos matrimonios fueron rotos por el liderazgo que informaba severamente a la esposa o el esposo que sus cónyuges no eran suficientemente dignos de Rand. De hecho, como las emociones solo provienen de las premisas y las premisas de los líderes eran por definición supremamente racionales, se suponía que el liderazgo superior trataba de juntar y desunir parejas. Como dijo un día uno de ellos; “Conozco a todos los jóvenes racionales de Nueva York y puedo emparejarlos”. ¿Y si se empareja a Mr. A con Miss B y a uno de ellos no le gusta el otro? Bueno, una vez más, la “razón” prevalecía: el desagrado era irracional, requiriendo una intensa investigación psicoterapéutica para purgar las ideas erróneas.

Represión psicológica

La represión psicológica que mantenía el culto sobre sus miembros puede ilustrarse con el caso de una mujer, randiana superior certificada, que tuvo la desgracia de enamorarse de un no randiano indigno. El liderazgo dijo a la joven que si persistía en su deseo de casarse con ese hombre sería expulsada de inmediato. Y aún así, aproximadamente un año después decía a un amigo que los randianos habían tenido razón, que ellas realmente había pecado y que debería haber sido expulsada por indigna de ser una randiana racional.

Pero sanción más importante para la aplicación forzosa de la lealtad y la obediencia, el instrumento más importante de control psicológico de los miembros fue el desarrollo y la práctica de la psicoterapia objetivista. En la práctica, esta teoría psicológica sostenía que como las emociones siempre derivan de ideas incorrectas, lo mismo pasa con todas las neurosis y por tanto la cura para dichas neurosis es descubrir y purgar uno mismo esas ideas y valores incorrectos. Y como las ideas randianas eran todas correctas y por tanto todas las desviaciones eran incorrectas, la psicoterapia objetivista consistía en (a) inculcar teoría randiana en todos, salvo que ahora en una disposición supuestamente psicoterapéutica y (b) buscar la desviación oculta de la teoría randiana responsable de la neurosis y purgarla corrigiendo dicha desviación.

Está claro que, considerando el poder emocional y psicológico de la experiencia psicoterapéutica, el culto de Rand tenía en sus manos un arma poderosa para reforzar y sancionar el moldeado del Nuevo Hombre Randiano. Filosofía y psicología, doctrina explícita, presión social y presión terapéutica, todas ellas se reforzaban entre sí para generar acólitos obedientes y leales a Ayn Rand.

No sorprende que la enorme presión psicológica sobre los miembros del culto llevara a un número extremadamente alto de renuncias en el movimiento randiano, relativamente mucho mayor que entre los comunistas. Pero mientras estaba en el movimiento, aparecía un nuevo hombre randiano, un personaje realmente adusto y triste. Pues aunque los randianos explicaran con detalle la “alegría” y el supuesto hecho de su estado perpetuo de felicidad, quedaba claro al examinarlo de cerca que solo eran felices por definición. Que, en pocas palabras, en la teoría randiana, la felicidad no se refiere al significado en el idioma normal de estado subjetivo de contento o alegría, sino al supuesto hecho de usarla propia mente en su plenitud (es decir, de acuerdo con los preceptos randianos).

Sin embargo, en la práctica, las emociones subjetivas dominantes de los miembros del culto randiano eran el miedo e incluso el terror: el miedo a desagradar a Rand o a sus principales discípulos; el miedo usar una palabra o matiz incorrecto que pusiera en problemas al miembro; el miedo a ser descubierto en la “irracionalidad” de alguna desviación ideológica personal; el miedo incluso de sonreír a una persona indigna (es decir, no randiana). Ese miedo era mayor que el de un comunista, porque el randiano tenía mucho menos margen para la desviación ideológica o personal. Además, como Rand tenía una respuesta absoluta y total sobre cualquier pregunta concebible de ideología o vida cotidiana, todos los aspectos de dicha vida tenían que ser investigados (por uno mismo y por otros) en busca de herejías y desviaciones sospechosas. Todo era objeto de miedo y sospecha. Estaba el miedo a realizar un juicio independiente, pues supongamos que el miembro tenía que hacer una declaración sobre algún tema en el que no sabía la postura de Rand y luego descubría que esta estaba en desacuerdo. El randiano estaba entonces en graves problemas, aunque el único problema fuera que su lenguaje tenía matices diferentes. Así que era mucho más prudente mantenerse en silencio y luego comprobar con el cuartel general cuál era la línea exactamente correcta.

Comprobar con el cuartel general

Así, una vez un importante abogado randiano estaba dando una conferencia sobre teoría política randiana. Durante el período de preguntas, le pillaron al preguntarle cómo podía reconciliar el apoyo de Rand al poder de citación obligatorio con el axioma político randiano de la no iniciación de fuerza. Se sintió acorralado y vaciló y luego dijo que tenía que pensar en ello (una expresión codificada que significaba consultar Rand y los demás líderes acerca de la respuesta apropiada).

Parte de la necesidad continua de comprobar con el cuartel general provenía del hecho de que Rand, aunque considera infalible por sus discípulos, cambiaba bastante de opinión, particularmente sobre personalidades e instituciones concretas. El cambio esencial de línea sobre Branden es un ejemplo clamoroso, así como sobre otros randianos antes de alto nivel que fueron expulsados del movimiento. Pero mucho más frecuentes, aunque menos importantes, eran los cambios de postura sobre la gente del espectáculo a la que iba conociendo Rand. Así, la “línea” sobre personas como Johnny Carson o Mike Wallace (importantes personajes de TV) cambiaba rápidamente, en buena parte debido al descubrimiento de diversas herejías y supuestas traiciones a Rand por su parte. Si el miembro randiano no estaba en sintonía con estos cambios y aseveraba que Carson era “racional” o tenía un “sentido de la vida” benévolo cuando ya había sido designado como irracional o malévolo, estaba en graves problemas y bajo investigación de la racionalidad de sus propios principios.

Dirigido por su concepción de obligación racional, todo randiano vivía en (y era) una comunidad de espías e informadores, listos para destapar y denunciar cualquier desviación de la doctrina randiana. Así que, cuando yo era randiano, paseando con una amiga le dije que había ido a una fiesta en la que varios randianos habían grabado una cinta en la que imitaban las voces de los principales líderes randianos. Sorprendida por esta nefasta información y después de no dormir en toda la noche, la chica se apresuró a informar al liderazgo supremo acerca de esta terrible transgresión. Rápidamente, los principales participantes fueron llamados a la oficina de sus psicoterapeutas objetivistas y acusados duramente en sus sesiones de “terapia”: “Después de todo”, decía el terapeuta, “no os burlaríais de Dios”. Cuando el dueño de la grabación rechazó la reclamación de terapeuta de entregarla para poder inspeccionarla con detalle, su destino como miembro del movimiento quedó definitivamente sellado.

Ningún randiano, ni siquiera el liderazgo supremo, estaba exento del omnipresente miedo y represión. Por ejemplo, todos los de la camarilla original fueron puestos a prueba al menos una vez y se les obligó a demostrar su lealtad a Rand de numerosas maneras. El cómo una atmósfera así de miedo y censura perjudicó la productividad de miembros randianos puede verse en el hecho de que ninguno de los principales publicó ningún libro estando en el movimiento (por ejemplo, todos los libros de Branden se publicaron después de su expulsión). La única excepción que confirma la regla fue el ejercicio autorizado de adulación acrítica Who Is Ayn Rand?, de Barbara Branden.

Pero si el randiano vivía en un estado de miedo y temor a Rand y sus principales discípulos, había compensaciones psicológicas, pues podría también vivir con el conocimiento alegre y confortable de que era uno del pequeño número de los elegidos, de que solo los miembros de esta pequeña banda estaban de acuerdo con la razón y la realidad. El resto del mundo, incluso aquellos que eran aparentemente inteligentes, felices y exitosos, estaban en realidad viviendo en un limbo, alejados de la razón y de la comprensión de la naturaleza de la realidad. No podían ser felices porque la teoría del culto decretaba que la felicidad solo podía lograrse siendo un randiano comprometido; no podían ni siquiera ser inteligentes, pues cómo podrían personas aparentemente inteligentes no ser randianos, especialmente si cometían el peor de los pecados: no ser randianos una vez conocido este nuevo evangelio.

Excomuniones y purgas

Ya hemos mencionado las excomuniones y “purgas” en el movimiento randiano. A menudo las excomuniones (especialmente de randianos importantes) se realizaban de una manera ritual. Al miembro errado se le ordenaba perentoriamente presentarse en un “juicio” para escuchar las acusaciones contra él. Si rechazaba presentarse (como habría hecho si le hubiera quedado una pizca de amor propio) el juicio continuaba en ausencia, con todos los miembros presentes denunciando por turno al miembro expulsado, leyendo cargos contra él (de nuevo de una manera que recordaba pavorosamente a 1984). Cuando su inevitable condena estaba sellada, alguien (generalmente su amigo más cercano) escribía la excomunión, una carta agria, febril y fantasiosa que condenaba al apóstata por siempre jamás y le excluía eternamente de los campos elíseos de la razón y la realidad. Por supuesto, era importante que fuera su amigo más cercano de que adoptara el papel protagonista en el proceso por herejía como manera de obligar a este a demostrar su propia lealtad a Rand, liberándole de cualquier mancha contaminante por asociación. Se dice que cuando Branden fue expulsado, uno de sus antiguos amigos más cercanos en nueva York le envió una carta proclamando que lo único moral que podía hacer en ese momento era suicidarse: una postura extraña a adoptar para una filosofía supuestamente a favor de la vida y los propósitos individuales.

La ruptura con el apóstata (incluso si eran amigos cercanos) tenía que ser incondicional, permanente y total. Así, una mujer, muy arriba en la jerarquía randiana, una vez contrató a una chica randiana para que le ayudara a editar una revista. Cuando la mujer fue expulsada sumariamente del movimiento, su ayudante rechazó hablar con ella en absoluto, salvo estrictamente de asuntos de negocio, una postura mantenida constantemente a pesar de las tensiones evidentes que tenían que producirse en la oficina.

Como ocurre en todos los grupos de caza de brujas, el peor pecado no eran tanto las transgresiones concretas del miembro, sino cualquier rechazo a aprobar el propio procedimiento de caza de herejes. Así, Barbara Branden explicaba que su peor pecado se dijo que era su rechazo a acudir a su propio juicio, y por tanto sancionar su legitimidad, y otros purgados han tenido historias similares para contar.

No debería ser ninguna sorpresa saber que, al contrario que la mayoría de las demás psicoterapias, los psicoterapeutas objetivistas servían como severos guardianes morales de las tropas. A los pacientes “inmorales” se les expulsaba de la terapia, una práctica que llegó a su apogeo cuando los pacientes de los psicoterapeutas objetivistas fueron expulsados por preguntar sencillamente a sus terapeutas las razones de la separación Rand-Branden.

Así, mantenido en la ignorancia del mundo, los hechos, las ideas o la gente que podría desviarlo de toda la línea randiana, mantenido bajo control por la adoración y el terror a Rand y su jerarquía ungida, aparecía el oscuro, robótico y triste hombre randiano.

Pues el proceso de moldeado del culto sí tenía éxito en crear un nuevo hombre randiano, mientras el hombre o la mujer permanecieran en el movimiento. La gente era transformada invariablemente por el proceso de moldeado de hombres y mujeres diversos, a menudo agradables, en fingidores serios, tensos y hostiles, cuyas personalidades podrían resumirse con la palabra “robóticos”. Robóticamente, los randianos entonaban sus lemas, generalmente imitando las poses y estilo de Nathaniel y Barbara Branden, y además imitando su visión común del culto de héroes y heroínas del canon randiano de ficción. Si se realizaba cualquier crítica a Rand o sus discípulos o se presentaba cualquier argumento que no pudieran responder, los randianos adoptaban un tono altamente ofendido: “¿Cómo te atreves a decir eso acerca de ella?”, se daban la vuelta y se iban. Ninguna sonrisa ni muchas otras cualidades humanas conseguían brillar en su fachada ritualizada. Muchos de los jóvenes parecían copias idénticas de Branden, mientras que las jóvenes trataban de parecerse a Barbara Branden, levantando la boquilla de los cigarrillos, algo derivado de la propia Ayn Rand y que se suponía que simbolizaba los altos estándares morales y el desprecio burlón mostrado por las heroínas randianas.

Hijo de Rand

Algunos randianos emulaban a su líder cambiando sus nombres del ruso o el hebreo a un anglosajón supuestamente más fuerte, duro y heroico. El propio Branden cambió su nombre de Blumenthal; tal vez no sea una consecuencia, como ha señalado Nora Ephron, que si se reordenan las letras de su nuevo nombre dicen B-E-N-R-A-N-D, “hijo de Rand” en hebreo. Una chica randiana, con un nombre que empezaba con “G-r” anunció un día que iba a cambiar su nombre la semana siguiente. Cuando se le preguntó inexpresivamente por un observador gracioso si iba a cambiar su nombre por “Grand”, respondió, con toda seriedad, que no, se lo iba a cambiar por “Grant” (supuestamente, como señalaría luego el observador, la “t” era su gesto de independencia.

Si mostrarse y hablar e incluso tener un nombre como los de los principales randianos era la forma más “racional” de actuar y verlos todo lo que era posible era la forma más racional de actividad, sin duda residir lo más cerca posible de los líderes era el lugar más racional para vivir. Así que el típico randiano neoyorquino, tras su conversión, abandonaría a sus padres y buscaría un apartamento lo más cerca posible de Rand. Como consecuencia, prácticamente todo el movimiento neoyorquino vivía en unas pocas manzanas en las calles 30 del Este de Manhattan, muchos de los líderes en el mismo bloque de viviendas que Rand.

Si la continua e intensa presión psicológica fue en parte la responsable de un alto grado de abandonos entre los discípulos randianos, otra razón para estos abandonos fue el propio hecho de que el movimiento tenía una línea rígida en literalmente todos los temas, de la estética a la historia y la epistemología. En primer lugar, esto significaba que era demasiado fácil desviarse de la línea correcta: Por ejemplo, preferir Bach a Rajmáninov, te sometía a la acusación de creer en un “universo malévolo”. Si no se corregía mediante autocrítica y lavado psicoterapéutico de cerebro, esa desviación podía llevarte a la expulsión del movimiento. En segundo lugar, es difícil imponer una línea rígida en todos los ámbitos de la vida y el pensamiento, cuando, como pasaba con Rand y sus principales discípulos, se es ignorante en estas diversas disciplinas. Rand admitía que leer no era su fuerte y, por supuesto, a los discípulos no se les permitía leer el mundo real de herejías, aunque estuvieran inclinados a hacerlo. Así que el joven converso (y casi todos eran jóvenes) empezaban a rendirse cuando aprendían más acerca del tema elegido. Así, el historiador, tras aprender más sobre su materia, difícilmente podía contentarse con tópicos burckhardtianos pasados de moda acerca del Renacimiento o las tonterías sobre los Padres Fundadores. Y si el discípulo empezaba a darse cuenta de que Rand se equivocaba y simplificaba excesivamente en su propia materia, era fácil que le creara dudas esenciales acerca de su infalibilidad en todo lo demás.

Tabaco racional

La naturaleza omnicomprensiva de la línea randiana puede ilustrarse por incidente que tuvo un amigo mío que preguntó a un randiano importante si estaba en desacuerdo con la postura del movimiento sobre cualquier tema. Después de varios minutos de pensárselo, el randiano contestó: “Bueno, no puedo entender muy bien su postura sobre fumar”. Atónito por el hecho de que el culto randiano tuviera una postura sobre fumar, mi amigó preguntó: “¿Tienen una postura sobre fumar? ¿Cuál es?” El randiano respondió que fumar, según el culto, era una obligación moral. En una experiencia propia, un randiano importante me preguntó una vez bastante ásperamente: “¿Cómo no fumas?” Cuando contesté que había descubierto muy joven que era alérgico al humo, el randiano se ablandó: “Oh, entonces vale”. La justificación oficial para hacer del fumar una obligación moral era una frase en Atlas en la que la heroína se refería a encender un cigarrillo como símbolo de fuego en la mente, el fuego de las ideas creativas. (Uno podría pensar que simplemente tener en la mano una cerilla encendida podría también valer para esta función simbólica). Sospecho que la razón real, como en muchas otras partes de la teoría randiana, de Rajmáninov a Victor Hugo al claqué, era sencillamente que a Rand le gustaba fumar y tenía la necesidad de buscar un sistema filosófico que hiciera que sus caprichos personales no solo fueran morales sino también una obligación moral propia de todo el que desee ser racional.

Si la línea randiana era totalitaria, abarcando toda la vida de uno, incluso cuando se acordaban todas las premisas generales y los randianos comprobaban con el cuartel general para ver que estaba bien o mal, seguían necesitando algún mecanismo “judicial” para resolver problemas concretos u asegurarse de que todos los miembros obedecían las normas en esta cuestión. El mecanismo judicial para resolver esas disputas concretas, como es habitual en los cultos, era el nivel que uno ocupaba en la jerarquía randiana. Por decirlo así, por definición el randiano de nivel superior tenía razón, el del inferior se equivocaba y todos aceptaban este argumento de autoridad que puede que no parezca exactamente de acuerdo con la devoción explícita randiana por la Razón.

Un divertido incidente ilustra esta sentencia por jerarquía. Un día se produjo una disputa por asuntos concretos entre dos randianos certificados y de alto nivel, ambos calificados como racionales por sus psicoterapeutas objetivistas. En concreto, una era la secretaria del otro. La secretaria acudió a su jefe a pedir un aumento, que intuía racionalmente que le correspondía en justicia. Sin embargo, el jefe, usando su propia razón, decidió que era incompetente y la despidió. Aquí había una disputa, un conflicto de intereses entre dos randianos certificados. ¿Cómo iban a decidir los demás miembros quién tenía razón y por tanto era racional y quien se equivocaba y por tanto era irracional y por tanto sujeto de expulsión? Por supuesto, en un grupo verdaderamente racional de personas, no le correspondería a nadie, salvo a los familiarizados con el caso adoptar ninguna postura en absoluto. Pero en ningún culto, incluido el randiano, se admite ese tipo de benigna neutralidad. Dada la necesidad de imponer una línea uniforme a todos, la disputa se resolvió de la única manera posible: mediante el rango en la jerarquía. El jefe resultaba estar en la parte alta de los discípulos y, como la secretaria estaba en un nivel inferior, no solo sufrió la pérdida de su empleo, sino también la expulsión del movimiento randiano.

La pirámide

Y el movimiento randiano era estrictamente jerárquico. En lo alto de la pirámide, por supuesto, estaba la propia Rand, quien tenía la decisión última sobre todas las cuestiones. Branden, su “heredero intelectual” designado y el San Pablo del movimiento, era el Número 2. Tercero en la clasificación era el círculo superior, los discípulos originales, aquellos que se habían convertido antes de la publicación de Atlas. Como se habían convertido leyendo su novela anterior, El manantial, que se había publicado en 1943, a este círculo superior se le llamaba en el movimiento como “la generación del 43”. Pero había un nombre no oficial que era mucho más revelador: “el colectivo de los veteranos”. Superficialmente, esta expresión se suponía que “subrayaba” la gran individualidad de cada uno de los miembros randianos, pero en realidad era una ironía dentro de la ironía, ya que el movimiento randiano era verdaderamente un “colectivo” en cualquier sentido real del término. En el colectivo de los veteranos los lazos se fortalecían por el hecho de que todos y cada uno de ellos estaban relacionados entre sí, siendo todos miembros de una familia judía canadiense, parientes o bien de Nathan o de Barbara Branden. Por ejemplo, estaba la hermana de Nathan, Elaine Kalberman; su cuñado, Harry Kalberman; su primo, el Dr. Allan Blumenthal, que se convirtió en el principal psicoterapeuta objetivista después de la expulsión de Branden; el primo de Barbara, Leonard Piekoff y Joan Mitchell, esposa de Allan Blumenthal. La relación familiar de Alan Greenspan era más tenue, siendo exmarido de Joan Mitchell. La única no pariente de la generación del 43 era Mary Ann Rukovina, que llegó a lo más alto después de ser compañera de habitación de Joan Mitchell en la universidad.

Estos eran los discípulos antes de la publicación de Atlas. Después de eso, Branden empezó su serie de clases básicas, que pronto evolucionaron hasta el Nathaniel Branden Institute, la rama organizativa del movimiento. El NBI acabó estableciéndose en simbólicamente heroico, para Rand, Empire State Building, aunque residía poco heroicamente en el sótano. En la ciudad de Nueva York, las diversas clases y series de clases se realizaban en persona; fuera de Nueva York, cada ciudad o región tiene representantes designados del NBI, que estaban al cargo de presentar las clases grabadas. El representante del NBI era generalmente el randiano más robótico y fiel en su zona concreta, así que se hicieron intentos, no siempre con un éxito completo, de reproducir la atmósfera de asombro y obediencia que impregnaba la sección madre de Nueva York.  Se hicieron esfuerzos decididos para traducir la lectura masiva de las obras más vendidas de Rand en fieles discípulos que primero se suscribirían a The Objectivist y luego seguirían acudiendo a las lecciones grabadas del NBI en su zona, iniciándose así en el movimiento. Si salía un flujo de revistas, grabaciones y libros recomendados del FBI hacia los miembros de base, otro flujo de dinero y trabajo voluntario viajaba inevitablemente en el camino inverso, sin excluir los pagos por los servicios psicoterapéuticos.

Ha quedado evidente a lo largo de este trabajo que la estructura y el credo implícito, el funcionamiento real, del movimiento randiano, estaba en una sorprendente y diametral oposición al credo oficial exotérico de individualidad, independencia y el no reconocimiento de otra autoridad que su propia mente y razón. Pero todavía no nos hemos centrado en el axioma central del credo esotérico del movimiento randiano, la premisa implícita, la agenda oculta que aseguraba y aplicada la lealtad incuestionable de los discípulos. Ese axioma central era la afirmación de que “Ayn Rand es la persona más importante que ha vivido nunca y vivirá nunca”. Si Ayn Rand es la persona más importante de todos los tiempos, de esto se deduce que tiene razón en todo o, al menos, será mucho más probable que tenga razón en cualquier momento que un mero discípulo, que no puede concederse esa grandeza omnicomprensiva.

Típica de esta actitud fue una reunión de jóvenes randianos importantes a la que fue un amigo mío. La reunión se convirtió en una serie de testimonios en los que cada persona por turno testificaba la influencia esencial que había tenido Ayn Rand en su vida. Como explicaba uno de ellos: “Ayn Rand a traído al mundo el conocimiento de que A es A y que 2 más 2 son 4”. Cuando un randiano importante, al oír que un miembro notoriamente refractario que estaba en proceso de abandonar el movimiento había escrito una parodia en el estilo filo´sofico randiano, una “prueba” de que Ayn Rand era Dios, el randiano, absolutamente perplejo, preguntó: “Está bromeando, ¿no?”

Había una acuciante preocupación general por la grandeza y la categoría entre los randianos. Estaban todos de acuerdo en que Rand era la persona más importante de todos los tiempos. Luego había una discusión amistosa acerca de la calificación exacta de Branden entre las estrellas de todos los tiempos. Algunos mantenían que Branden era el segundo en importancia de todos los tiempos; otros que Branden empataba en el segundo lugar con Aristóteles. Ese era el grado de desacuerdo permitido dentro del movimiento randiano.

La adopción del axioma central de la grandeza de Rand fue posible por el indudable carisma personal de Rand, un carisma reforzado por su aire de firme arrogancia y seguridad en sí misma. Eran un carisma y arrogancia emulados parcialmente por sus principales discípulos. Como el discípulo de a pie sabía en el fondo que no era absolutamente sabio o no estaba totalmente seguro de sí mismo, se hacía muy sencillo subordinar su propia voluntad e intelecto al de Rand. Rand se convirtió en la encarnación viva de la razón y la realidad y por alguna cualidad de su personalidad Rand fue capaz de introducir en la mentalidad de sus discípulos que su máxima aspiración era obtener su aprobación, mientras que su peor pecado era desagradarla. La ferviente creencia en la originalidad suprema de Rand se reforzaba, por supuesto, porque los discípulos no habían leído (o no habían podido leer) a alguien en el que pudieran descubrir que había dicho cosas similares mucho antes.

La expulsión del paraíso

El culto a Rand creció y floreció hasta la división irrevocable entre la Más Grande y el Segundo Más Grande, hasta que Satán fue expulsado del Paraíso en el otoño de 1968. La separación Rand-Branden destruyó el NBI y, con él, el movimiento randiano organizado. Rand no ha mostrado la capacidad o el deseo de recoger los pedazos y reconstruir una organización equivalente. The Objectivist volvió a ser The Ayn Rand Letter y ahora también esta ha desaparecido.

Con la muerte del NBI, los seguidores del culto randiano quedaron a la deriva, por primera vez en una década, para pensar por sí mismos. En general, sus personalidades volvieron a su ser no robótico prerrandiano. Pero hubo algunos legados desgraciados de dicho culto. En primer lugar, estaba el problema de lo que los tomistas llaman ignorancia invencible. Pues muchos exmiembros seguían imbuidos de la creencia randiana en que toda persona está dotada de los medios para desarrollar todas la verdades a priori desde su propia cabeza, por lo que sentían que no había necesidad de aprender los hechos concretos del mundo real, ni sobre historia contemporánea, ni sobre las leyes de las ciencias sociales. Armados con primeros principios axiomáticos, muchos exrandianos no veían ninguna necesidad de aprender mucho más. Además, la persistente soberbia randiana imbuye a muchos exmiembros con la idea de que cada un es capaz y está cualificado para desarrollar toda una filosofía a priori de la vida y el mundo. Aberraciones como los “Estudiantes del Objetivismo para la Bestialidad Racional” no están lejos de las extravagancias de muchas filosofías neorrandianas, predicadas a un puñado de seguidores radicales. Por otro lado, hay otra reacción comprensible pero desafortunada. Después de muchos años de sometimiento a los dictados randianos en nombre de la “razón”, hay una tendencia entre algunos de los exmiembros a inclinarse al lado contrario, a rechazar totalmente la razón o el pensamiento en nombre de las sensaciones hedonistas y el capricho.

Concluimos nuestro análisis del culto randiano con la observación de que en él había un ejemplo extremo de contradicción entre el credo exotérico y el esotérico. De que en el nombre de la individualidad, la razón y la libertad, el culto de Rand en la práctica predicaba algo totalmente distinto. Al culto de Rand no le preocupaba la individualidad de todos los hombres, sino solo la individualidad de Rand, no la razón correcta de todos, sino solo la razón de Rand. La única individualidad que florecía hasta el punto de marchitar todas las demás, era la de la propia Rand: todos los demás tenían que convertirse en números sometidos a la mente y la voluntad de Rand.

La famosa denuncia de Bujarin del culto estalinista, oculta en la Rusia de la década de 1930 como una crítica a la orden los jesuitas, no parece muy exagerada como retrato de la realidad randiana:

Se ha dicho correctamente que no hay ninguna maldad en el mundo que no encuentre justificación ideológica. El rey de los jesuitas, Loyola, desarrolló una teoría de la subordinación, de la “disciplina cadáver”, todo miembro de la orden se supone que obedece a su superior “como un cadáver que puede girarse en todas direcciones, como una vara que sigue todos los movimientos, como una bola de cera que podría cambiarse y extenderse en todas direcciones” (…) Este cadáver se caracteriza por tres grados de perfección: subordinación por acción, subordinación de la voluntad, subordinación del intelecto, renunciando a todas sus convicciones, obtiene un jesuita al cien por cien.3

Se ha señalado que existía una curiosa contradicción con la perspectiva estratégica del movimiento randiano. Pues, por un lado, a los discípulos no se les permitía leer o hablar con otras personas que podrían ser muy cercanas a ellos como libertarios u objetivistas. Dentro del movimiento racionalista o libertario en general, los randianos adoptaban una postura 100% pura y ultrasectaria. Y aún así, en el mundo político en general, la estrategia randiana variaba radicalmente y Rand y sus discípulos estaban dispuestos a apoyar a políticos que pudieran ser solo un milímetro más conservadores que sus oponentes y a trabajar con ellos. En el mundo en general, la preocupación por la pureza de los principios parecía totalmente abandonada. De ahí el apoyo sin fisuras de Rand a Goldwater, Nixon y Ford, e incluso a los senadores Henry Jackson y Daniel P. Moynihan.

Ni libertad, ni razón

Solo parece haber una manera de resolver la contradicción en la visión estratégica randiana de un sectarismo extremo dentro del movimiento libertario, unida a un oportunismo extremo y a la voluntad de unirse a figuras estatales ligeramente más conservadoras en el mundo exterior. Esa resolución, confirmada por el resto de nuestro análisis del culto, sostiene que el espíritu que guía el movimiento randiano no era la libertad individual (como parecería a muchos miembros jóvenes), sino más bien el poder personal para Ayn Rand y sus principales discípulos. Pues el poder dentro del movimiento podía conseguirse con el aislamiento y control total de las mentes y vidas de todos los miembros, pero esa táctica difícilmente podría funcionar fuera del movimiento, donde solo podía esperarse lograr el poder haciéndose amigo del Presidente y sus círculos interiores de dominio.

Así que era el poder, no la libertad ni la razón, lo que impulsaba esencialmente al movimiento randiano. La principal lección de la historia del movimiento para los libertarios es que Puede Ocurrir Aquí, que los libertarios, a pesar de su devoción explícita por la razón y la individualidad, no están exentos del cultismo místico y totalitario que prevalece en otros movimientos ideológicos y religiosos. Esperemos que los libertarios, una vez inoculado el virus, ahora se muestren inmunes a él.


Nota bibliográfica

De las diversas obras sobre el randismo, solo una se ha centrado en el propio culto: Leslie Hanscom, “Born Eccentric”, Newsweek (27 de marzo de 1961), pp. 104-105. Hanscom capturaba de forma brillante y sagaz el espíritu del culto randiano e informaba sobre una de las clases de Branden. Así, Hanscom escribía:

Después de tres horas de atención heroicamente extasiada de la entrega zumbante de Branden, los fans se vieron recompensados por la aparición personal de la propia Miss Rand, una señora con penetrantes ojos negros y acento ruso que a menudo lleva un broche con la forma del signo del dólar como icono privado (…)

“Sus libros”, dijo un miembro de la congregación, “son tan buenos que no debería permitirse leerlos a la mayoría de la gente. Solía querer encerrar a nueve décimas del mundo en una jaula y, después de hacerles leer sus libros, quería liberarlos”. Posteriormente, este mismo tipo (un “consejero de inversiones” autónomo de 22 años) recibió en toda la cara una bofetada de la lógica de su ídolo. Al hacer una pregunta en el uso de la palabra (un privilegio otorgado solo a estudiantes de pago), el incipiente Baruch se identificó como un simple oyente. Miss Rand (una mujer cuya mirada marchitaría un cactus) le echo con cajas destempladas de la tarima por ser un “fraude”. A otros buscadores de sabiduría les fue mejor. A un discípulo preocupado se le dijo que era permisible celebrar Navidades y Pascua mientras se rechazara su significado religioso (el tema de la clase de esa noche era lo absurdo de la fe). A un ama de casa se le aseguró que no tenía que sentirse culpable por ser ama de casa mientras no hubiera elegido ese trabajo por razones emocionales. (…)

Aunque el misticismo sea una de las palabras más desagradables en su arsenal político, no ha habido una mesías como ella desde Aimee McPherson que pueda hipnotizar así a su audiencia en vivo.4

Al menos tan revelador como el artículo de Hanscom fueron los predecibles aullidos de rabia exagerada por parte de los miembros del culto. Así, dos semanas después, bajo el título “Thugs and Hoodlums?”, Newsweek publicaba extractos de cartas randianas enviadas en reacción al artículo. Una carta decía: “Su malévola, vil o obscena diatriba contra Ayn Rand no puede caer más bajo, incluso para vosotros. Haber aprobado tal torrente de invectivas abusivas (…) es un acto de depravación moral sin precedentes. Una revista plagada de rufianes irresponsables no tiene espacio en mi hogar”. Otro hombre escribía que “quien haya leído las obras de Miss Rand y proceda a escribir un artículo de este calibre solo puede estar motivado por la maldad. Es la obra de un rufián literario”. Otro advertía: “Como proponéis comportarnos como cucarachas, preparaos para ser tratados como tales”. Y finalmente, una Tal Bonnie Benov revelaba el axioma interior: “Ayn Rand es (…) la persona más grande que haya vivido nunca”. Bromeando con el culto, Newsweek incluía una imagen particularmente poco agraciada de Rand bajo la carta de Benov y la titulaba: “¿La más grande de la historia?”.5


El artículo original se encuentra aquí.


Notas

1 Alfred G. Meyer, Leninism (Nueva York: Frederick A. Praeger, 1962), pp. 97-98. Una expression particularmente brillante de la fe comunista fue expuesta por Trotsky en un discurso en el Congreso del Partido Comunista Soviético de 1924:

Camaradas, ninguno de nosotros quiere ni puede tener razón en contra del partido. En último término, el partido siempre tiene razón, porque es el único instrumento histórico que posee la clase trabajadora para la solución de sus tareas fundamentales. (…) Uno solo puede tener razón con el partido y a través del partido, porque la historia no ha creado ninguna otra forma para la realización de su derecho.

En Isaac Duetscher, The Prophet Unarmed. (Nueva York: Random House, 1965), p. 139.

Sobre todo esto, ver en particular Williamson M. Evers, “Lenin and His Critics on the Organizational Question”, (inédito) pp. 15 y ss.

2 Frank S. Meyer, (Nueva York: Harcourt, Brace and Co., 1961).

3 Nikolas Bujarin, (Nueva York: Friends of the Soviet Union, n.d.), pp. 10-11. Ver también Evers, “Lenin and his Critics”, p. 15.

4 Newsweek (27 de marzo de 1961), p. 105.

5 Newsweek (10 de abril de 1961), p. 105.

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