Defendiendo al especulador

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“¡Muerte a los especuladores!” es un grito de todas las hambrunas que haya habido. Lanzado por demagogos que piensan que el especulador mata de hambre al aumentar el precio de la comida, este grito se ve fervientemente apoyado por las masas de ignorantes económicos. Este tipo de pensamiento, o mejor de no pensamiento, ha permitido a los dictadores llegar a imponer la pena de muerte a comerciantes que aumentan sus precios durante las hambrunas. Y esto se hace sin la más mínima protesta por parte de quienes normalmente se preocupan por los derechos y libertades civiles.

Aún así, lo cierto es que, lejos de causar muertes por hambre, es el especulador el que las evita. Y lejos de salvaguardar las vidas de la gente, es el dictador el que tiene la principal responsabilidad por causar en primer lugar la hambruna. Así, el odio popular al especulador es una perversión de la justicia como la mayor que se pueda imaginar. Podemos apreciarlo fijándonos en que el especulador es una persona que compra y vende productos esperando obtener una ganancia. Es el que, como dice la famosa frase intenta “comprar bajo y vender alto”.

¿Qué tiene que ver comprar bajo, vender alto y obtener grandes beneficios con salvar a la gente de morir de hambre? Adam Smith lo explicó magníficamente con la doctrina de “la mano invisible”. De acuerdo con esta doctrina “todo individuo actúa para emplear su capital de forma que lo que produzca sea el mayor valor posible. Generalmente no intenta promover el interés público, ni sabe en cuánto lo promueve. Busca sólo su propia seguridad, su propia ganancia. Es dirigido así como si una mano invisible promoviera un fin que no formaba parte de sus intenciones. Al perseguir su propio interés frecuentemente promueve el de la sociedad más eficazmente que cuando realmente intenta promoverlo”.[1]

El especulador con éxito, por tanto, al actuar en su propio interés egoísta, sin conocer y preocupase por el bien público, lo promueve.
Primero, el especulador reduce los efectos de la hambruna almacenando comida en tiempos de abundancia, buscando un beneficio personal. Compra y almacena comida para el día en que pueda escasear, permitiéndole vender a un precio mayor. Las consecuencias de su actividad son de largo alcance. Actúan como señal para otra gente en la sociedad, a las que la actividad del especulador les anima a hacer lo mismo. Se anima a los consumidores a comer menos y ahorrar más, a los importadores a importar más, a los agricultores a mejorar sus cultivos, a los constructores a construir más almacenes y a los comerciantes a almacenar más comida. Así, cumpliendo con la doctrina de la “mano invisible”, el especulador, con esta actividad en búsqueda de beneficios, hace que se almacene más comida en años de abundancia de la que se almacenaría en caso contrario, disminuyendo así los efectos de los años malos por venir.

Sin embargo, podrían ponerse objeciones a que estas buenas consecuencias sólo se produzcan si el especulador tiene razón en su evaluación de las condiciones futuras. ¿Qué pasa si se equivoca? ¿Qué pasa si prevé años de abundancia (y al vender anima a otros a hacerlo) y se producen años de escasez? En este caso, ¿no sería responsable de aumentar la severidad de la hambruna?

Sí. Si el especulador se equivocara, sería responsable de un gran daño. Pero hay fuerzas poderosas en juego que tienden a eliminar a los especuladores incompetentes. Así que el peligro que representan y el daño que hacen son más teóricos que reales. El especulador que se equivoque sufrirá severas pérdidas financieras. Comprar alto y vender bajo puede engañar a la economía, pero sin duda crea el caos en el bolsillo del especulador.

No puede esperarse que un especulador tenga un registro de predicciones perfecto, pero si éste se equivoca más que acierta, tenderá a perder su existencia de capital. Así que no permanecerá en una situación en la que pueda aumentar la severidad de las hambrunas por sus errores. La misma actividad que daña a la gente daña automáticamente al especulador y así le impide continuar con esas actividades. Así que en cualquier momento dado lo más probable es que los especuladores sean realmente muy eficaces y por tanto beneficiosos para la economía.

Comparemos esto con la actividad de los departamentos del gobierno cuando asumen la tarea del especulador de estabilizar el mercado de la comida. También tratan de mantener el equilibrio entre almacenar demasiada comida o demasiado poca. Pero si se equivocan, no hay proceso de eliminación. El salario de un funcionario no sube y baja con el éxito de sus acciones especulativas. Como no es su propio dinero el que ganará o perderá, el cuidado que puede esperarse de los burócratas para atender sus especulaciones deja mucho que desear. No hay una mejora automática y diaria en la precisión de los burócratas, como sí la hay para los especuladores privados.

Persiste la habitual objeción de que el especulador hace que aumente el precio de los alimentos. Sin embargo, si se analiza con cuidado su actividad, se verá que el efecto total es más bien la estabilización de éstos.

En tiempos de abundancia, cuando los precios de los alimentos son inusualmente bajos, el especulador compra. Detrae del mercado parte de la comida, haciendo así que suban los precios. Por supuesto, la comida será cara durante una hambruna y el especulador la venderá por más que el precio original de compra. Pero la comida no será tan cara como hubiera sido sin su actividad. (Debe recordarse que el especulador no causa escasez de comida: normalmente ésta es resultado de malas cosechas y otros desastres naturales o artificiales).

El efecto del especulador en los precios de la comida es nivelarlos. En tiempos de abundancia, cuando los precios de la comida son bajos, el especulador al comprar al alza y almacenar comida los hace subir. En tiempos de hambruna, cuando los precios de la comida son altos, el especulador vende y hace que bajen. El efecto para él es obtener un beneficio. No es algo vil: por el contrario, el especulador proporciona un servicio valioso.

Aún así, en lugar de honrar al especulador, los demagogos y sus seguidores lo injurian. Prohibir la especulación en la comida tiene el mismo efecto en la sociedad que impedir que las ardillas almacenen nueces para el invierno: lleva a morir de hambre.

Notas
[1] Adam Smith, La riqueza de las naciones.

Extraído de Defending the Undefendable.

Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe.El artículo original se encuentra aquí.

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