‘Desperdicia tu voto’ de Joseph Sobran

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Oportuno día para rescatar este artículo de un gran maestro, Joe Sobran:

Si no te gusta la opción entre George W. Bush y John Kerry, siempre quedo yo. Sí, yo estoy disponible. Lo he mencionado antes pero he postergado una campaña activa porque no quiero llegar a mi punto tope muy temprano. Puedes inscribir mi nombre en los registros.

¿Pero no será eso desperdiciar tu voto? No, votar por Bush o Kerry es desperdiciar tu voto. De hecho, votar en sí es desperdiciar tu voto. Si por algún milagro tu voto hiciera la diferencia, habrían recuentos sin fin y la verdadera elección tendría lugar en los tribunales. El lío después de la elección del 2000 probó eso para cualquiera que aún pensaba que su voto importaba.

Un economista ha calculado que tienes una mayor probabilidad de morir en el camino a los comicios que de decidir el resultado de una elección. Así que tu voto no me hará a mí presidente.

¿Por qué, entonces, deberías votar por mí? Yo ni siquiera deseo el cargo. De hecho, esa es mi principal cualificación.

No es posible que a alguien se le pueda confiar con el poder de la presidencia de los Estados Unidos. Sólo un megalómano pensaría que se merece tal poder. Esto significa que es nuestro trágico destino ser gobernados por locos. Así que sería un gesto sano depositar tu voto por alguien que aceptaría (si tuviera alguna posibilidad de ganar) ese inmenso poder solamente para que el chiflado de alguno de los partidos grandes no lo consiga.

En el caso puramente hipotético de que fuese elegido, yo tomaría el paso radical de honrar mi juramento para el cargo y de respetar los límites impuestos por la Constitución de los Estados Unidos. Eso significaría vetar casi todos los borradores de legislación que llegasen a mi escritorio —lo que a su vez significaría que yo sería pronto censurado, condenado y retirado del cargo—.

Mientras tanto, yo trataría de hacer un poco de bien durante mi breve posesión del cargo. Para asegurar que ningún soldado americano jamás tenga que morir en vano otra vez, yo traería a todas nuestras tropas de vuelta a casa desde cada base militar del mundo. Los presidentes siempre dicen que nuestros hombres del ejército (y mujeres) no han muerto en vano, pero eso es siempre falso. Más de 600 ya han muerto sólo en Irak. Más morirán en vano esta semana.

Traer a nuestras tropas a casa pondría un fin al terrorismo antiamericano. Algunos negarán esto, bajo el argumento de que “los terroristas nos odian por nuestra libertad”. Quiero poner a prueba esa proposición terminando el imperialismo americano y aumentando la libertad americana. Si los ataques terroristas continúan cuando hayamos optado por la libertad en vez de por el imperio, se habrá probado que yo estaba equivocado.

Yo soy un católico y gobernaría como un católico. La mayoría de la gente que dice favorecer una separación de la Iglesia y el Estado, en realidad quiere deshacerse de la Iglesia. Mi propio punto de vista es que la mejor manera de separarlos es deshacernos del Estado en la mayor medida posible. Esto no significa que yo estaría tomando órdenes del Vaticano; yo no necesitaría órdenes específicas. Sé cómo aplicar los principios de mi fe por mi cuenta. Estaría, por supuesto, abierto a los consejos del Papa; podría ser que incluso los solicitase. Mas yo haría esto abiertamente, sin ocultar nada a mis conciudadanos americanos.

Así que ahí está mi agenda tentativa. Restaurar un gobierno constitucional, terminar el imperio americano y gobernar como un católico. Mis enemigos lo llamarían “hacer que el reloj marche hacia atrás”, “rendirse al terrorismo” y “recibir ordenes del Papa”. Todo lo que puedo decir es que hemos estado haciéndolo a la manera de ellos ya por mucho tiempo y que ellos, si gustan, pueden enorgullecerse de los resultados. Yo estoy de acuerdo con nuestro primer presidente católico: “Yo digo que lo podemos hacer mejor”.

Y era nuestra costumbre hacerlo mejor. Mucho mejor. Eso fue antes de que el gobierno mesiánico reemplazase al gobierno humilde, en casa y en la relación con el extranjero. Bush, que se llama a sí mismo un conservador, habla obsesivamente de “cambiar al mundo”, esparcir la democracia en todos los lugares, pelear contra el Sida en África y de asumir otras imaginativas “obligaciones”. El no está ni siquiera contento con hacer el bien en este planeta. También quiere poner a un hombre en Marte. Hemos llegado al punto en el que apenas prestamos atención. Semejantes propagandas ruidosas entran por un oído y salen por el otro.

Te dije que están locos. Todo lo que ellos hacen es, por así decirlo, en vano.

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