La economía de la abundancia

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Ocasionalmente puede prevalecer un situación en la que haya abundantes reservas sin utilizar de todo tipo de recursos (incluyendo todos los productos intermedios) en medio de una depresión. Pero indudablemente no es una situación en la que podría basarse una teoría que afirme su aplicabilidad general.

Aún así, es un mundo tal el que trata la Teoría General del empleo, el Interés y el Dinero de Keynes, que en años recientes ha creado tanta agitación entre los economistas e incluso la opinión pública. Aunque los tecnócratas y otros creyentes en la capacidad productiva ilimitada de nuestro sistema económico no parecen haberse dado cuenta aún, lo que nos ha dado realmente es esa economía de la abundancia que tanto tiempo han venido reclamando.

O más bien nos ha dado un sistema de economía que se basa en la suposición de que no hay escasez real y de que la única escasez de la que tenemos que preocuparnos es la escasez artificial creada por la determinación de la gente de no vender sus productos y servicios por debajo de ciertos precios fijados arbitrariamente. Estos precios no se explican en modo alguno, sino que sencillamente se supone que permanecen en un nivel históricamente dado, excepto en los raros intervalos en que nos acercamos al “pleno empleo” y los diferentes bienes empiezan sucesivamente a convertirse en escasos y a aumentar su precio.

Ahora, si hay un hecho bien establecido que domina la vida económica, es la incesante y constante variación en los precios de la mayoría de las materias primas importantes y de los precios al por mayor de casi todos los alimentos. Pero al lector de la teoría de Keynes le queda la impresión de que estas fluctuaciones son completamente irrelevantes y sin motivo, excepto hacia el final de un auge, cuando el hecho de la escasez es readmitido en el análisis, como una aparente excepción, bajo la designación de “cuellos de botella”.

Y no sólo se ignoran sistemáticamente los factores que determinan los precios relativos de los distintos productos:# incluso se argumenta explícitamente que, aparte de los factores puramente monetarios que se supone que son únicos determinantes del tipo de interés, los precios de la mayoría de los bienes serían indeterminados. Aunque esto se declara expresamente sólo para los activos de capital en el sentido especial y limitado en que utiliza Keynes este término, es decir, para bienes duraderos y títulos, se aplicaría el mismo razonamiento a todos los factores de producción.

En lo que respecta a los “activos” en general, toda la explicación de la Teoría general se basa en la suposición de que su rendimiento sólo viene determinado por los factores reales (es decir, que está determinado por los precios dados de los productos) y que su precio sólo puede determinarse capitalizando este rendimiento a un tipo concreto de interés determinado solamente por factores monetarios.

Este argumento, si fuera correcto, habría de extenderse claramente a los precios de todos los factores de producción cuyo precio no sea fijado arbitrariamente por monopolistas, pues sus precios habrían de ser iguales al valor del producto menos el interés por el intervalo para el cual permanecieron invertidos los factores.# Es decir, la diferencia entre costos y precios no sería una derivación de la demanda de capital sino vendría determinada unilateralmente por un tipo de interés, enteramente dependiente de las influencias monetarias.

No necesitamos seguir mucho más esta explicación para ver que lleva a conclusiones contradictorias. Incluso en el caso que hemos considerado antes de un aumento en la demanda inversora debido a una invención, el mecanismo que restaura la igualdad entre beneficios e intereses sería inconcebible sin una determinación independiente de los precios de los factores de producción, es decir, de su escasez. Pues si los precios de los factores fueran dependientes directamente del tipo de interés dado, no podría aparecer ningún aumento en los beneficios ni tener lugar ninguna expansión de la inversión, ya que los precios se marcarían automáticamente para hacer el porcentaje de beneficio igual al del tipo de interés dado.

O si los precios se consideran inmutables y se supone una oferta ilimitada de factores disponibles a estos precios, nada podría reducir el aumentado porcentaje de beneficio al nivel del inmutado tipo de interés. Está claro que, si queremos entender en absoluto el mecanismo que determina la relación entre costos y precios, y por tanto, el porcentaje de beneficio, debemos dirigir nuestra atención hacia la escasez relativa de los distintos tipos de bienes de capital y de los demás factores reproducción, pues es la escasez la que determina sus precios.

Y aunque puede haber en la mayoría de los casos algunos bienes en los que un aumento en la demanda de los mismos pueda producir algún aumento en la oferta sin aumento en los precios, en general será más útil y realista suponer para los fines de esta investigación que la mayoría de los productos son escasos, en el sentido de que cualquier aumento en la demanda, llevará, ceteris paribus, a un aumento en sus precios. Debemos abandonar la consideración de la existencia de recursos no empleados de ciertos tipos a investigaciones más especializadas de los problemas dinámicos.

Esta digresión crítica se ha hecho desgraciadamente necesaria por la confusión que ha reinado sobre este asunto desde la aparición de la Teoría general de Keynes.

Lo que significa una política de “pleno empleo”

Con el fin de entender la situación a la que nos han llevado, será necesario echar un rápido vistazo a las fuentes intelectuales de la política de pleno empleo del tipo “keynesiano”. El desarrollo de las teorías de Lord Keynes empezaba con la idea correcta de que la causa habitual de un desempleo extendido es que los salarios reales son demasiado altos.

El siguiente paso consistía en la proposición de que una rebaja directa de los salarios monetarios sólo podría producirse por una lucha tan dolorosa y prolongada que no podría considerarse. De aquí concluía que los salarios reales deben rebajarse por el proceso de rebajar el valor del dinero. Éste es realmente el razonamiento que subyace a toda la política de “pleno empleo”, ahora tan ampliamente aceptada.

Si el trabajo insiste en un nivel de salarios monetarios demasiado alto como para conseguir el pleno empleo, la oferta de dinero debe aumentarse igualmente para incrementar los precios hasta un nivel en que el valor real de los salarios monetarios que prevalecen ya no sea mayor que la productividad de los trabajadores en busca de empleo. En la práctica, esto significa necesariamente que cada sindicado por separado, en su intento por superar el valor del dinero, nunca dejará de insistir en mayores incrementos en los salarios monetarios y que el trabajo agregado de los sindicatos nos traerá una progresiva inflación.

“Après Nous Le Déluge”

No puedo dejar de considerar que la creciente concentración sobre efectos a corto plazo (que en este contexto significan lo mismo que la concentración sobre factores puramente monetarios) no sólo como un error intelectual serio y peligroso, sino como una traición a la tarea principal del economista y una grave amenaza a nuestra civilización. Al entendimiento de las fuerzas que determinan los cambios diarios de los negocios, probablemente poco pueda contribuir el economista que el hombre de negocios no sepa mejor.

Sin embargo, suele considerarse como tarea y privilegio del economista estudiar y destacar los largos efectos que pueden quedar escondidos para el ojo no entrenado y dejar la preocupación sobre los efectos más inmediatos al hombre práctico, que en cualquier caso sólo vería estos últimos y nada más. El objetivo y resultado de 200 años de desarrollo continuo del pensamiento económico han sido esencialmente alejarnos del mecanismo monetario más superficial y descubrir las fuerzas reales que guían el desarrollo a largo plazo.

No quiero negar que la preocupación por los aspectos “reales”, frente a los monetarios, de los problemas puedan haber llegado a veces demasiado lejos. Pero esto no puede ser una excusa para las presentes tendencias que ya nos han devuelto en gran medida a la etapa precientífica de la economía, cuando aún no se entendía todo el funcionamiento del mecanismo de precios y sólo generaban interés los problemas del impacto de una corriente monetaria variable en una oferta de bienes y servicios con precios dados.

No es sorprendente que Keynes encuentre anticipadas sus tesis en los escritores mercantilistas y aficionados con talento: la preocupación por el fenómeno superficial ha marcado siempre la primera etapa de la aproximación científica a nuestro asunto. Pero es alarmante ver que después de que ya hemos seguido una vez el proceso de desarrollar una descripción sistemática de estas fuerzas que a largo plazo determinan los precios y la producción, estemos a punto de desecharla con el fin de reemplazarla por la miope filosofía del hombre de negocios elevada a la dignidad de una ciencia.

¿No se nos ha llegado a decir que “como en el largo plazo todos estaremos muertos”, la política debería guiarse únicamente por consideraciones a corto plazo? Temo que estos creyentes en el principio de après nous le déluge puedan obtener lo que han sembrado antes de lo que piensan.

Este artículo esta extraído de The Critics of Keynesian Economics (1960), capítulo 7.

Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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