La rebelión de Atlas: Desinfectada y sobre la marcha

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Al recibir toda la mercadotecnia de La rebelión de Atlas: Parte I a través del correo electrónico y Facebook, estaba bajo la impresión de que el ruido era abrumador para la adaptación a la pantalla grande de la larga novela de Ayn Rand. Tengo cierto cariño por el libro y esperaba la película, porque en él confluían dos acontecimientos de mi vida: Murray Rothbard exhortándome a leer Atlas en 1990 y la pregunta que me fue dirigida, una década más tarde de “¿Quién es John Galt?”, por Mystic Mona™ (antes de que fuera una mística), que acabó juntándome con mi chica.

Así que el pasado sábado compré dos billetes en Fandango para evitar que se acabaran las entradas para el primer pase en Columbus, Georgia, el cine más cercano que proyectaba Atlas Parte I.

Resultó que pagar la tasa de comodidad no era necesario. En mi mente había imaginado masas de espectadores con camisetas del “Galt’s Gulch”, mujeres resplandecientes, mostrando sus mejores joyas con el signo del dólar. Pensé que encontraría el cine viendo la nube de humo de cigarrillos flotando sobre el estacionamiento, mientras sosias de Ayn Rand agitaban sus boquillas, alzando sus cabezas al cielo y echando anillos de humo al aire.

La audiencia del pase de la 1:00 PM parecía ser cuatro o cinco parejas de mediana edad que tal vez hubieran leído el libro y no tuvieran obligaciones religiosas. Evidentemente, los soldados de la cercana Fort Benning tuvieron maniobras importantes el pasado domingo.

En todo caso, la mejor sala de cine en la que he estado, una creación del genio capitalista, estaba virtualmente vacía. Finalmente, un cine con la taquilla y la concesión se combinaban: muy inteligente y eficiente. Tal vez sobreviva el negocio de las películas en la gran pantalla. Pero si el sector tiene que confiar en la trilogía de La rebelión de Atlas, no lo hará.

Brian Doherty relata la historia de cómo esta película desesperada se filmó en 27 días con 10 millones de dólares. “Luchando frenéticamente contra el reloj”, escribe Doherty, “el equipo seguía buscando localizaciones cuando quedaban solo tres días antes de acabar la grabación. Algunas localizaciones se encontraron el día anterior a usarse, algunos actores fueron seleccionados sólo dos días antes de ponerse ante las cámaras”.

Y se nota. El ego de Ayn Rand impidió que se hiciera la película cuando debió hacerse, porque no quería ceder el control; la esposa de John Aglialoro lo empujó a hacer una película que no debería haber hecho. No hace películas: se dedica a patrimonios privados y es el director ejecutivo de los equipos de gimnasia Cybex.

La película ha sido descrita de buena a excelente por algunos libertarios, pero hay una razón para que obtenga solo un 7% en Rotten Tomatoes, frente a, por ejemplo, un 96% de La red social.

Sin embargo, algunas de las críticas negativas no son tan negativas. No hay una conspiración de los críticos cinematográficos de izquierdas.
No hay razón para ofrecer una crítica amplia de la película. P.J. O’Rourke lo ha hecho mejor de lo que yo pueda opinar. Como dice: “los no iniciados sentirán que vagan sin una guía en medio de rituales elaborados e interminables de alguna exótica y oscura tribu”.

Para quienes estén familiarizados con el libro de Rand, la película parece como si se hubiera hecho sobre la marcha y se hubiera desinfectado para el siglo XXI. Por ejemplo, Ayn Rand era una fumadora empedernida. “Fumar es un símbolo del fuego en la mente”. Y sus personajes fumaban constantemente. Los cigarrillos con el signo del dólar son importantes en la trama. En el libro, Hugh Akston ofrece a Dagny un cigarrillo y ella lo acepta y fuma: un cigarrillo tan bueno que se queda con la colilla, que tiene un signo del dólar en ella.

Ninguno de los personajes principales en La rebelión de Atlas: Parte I fuma, excepto Hugh Akston (Michael O’Keefe), que parece como si estuviera fumando nervioso por primera vez. Hay sólo un plano momentáneo del signo del dólar en la colilla, así que sólo los fans de Atlas con las antenas completamente abiertas verán esto.

Se bebe mucho en la película, pero el hielo debe ser escaso. Quizá haya desaparecido con la gasolina a 37,50$ por galón. Pero únicamente hay martinis y whiskeys solos a lo largo de la película, excepto cuando Dagny queda con Francisco d’Anconia para tomar cócteles.

Tienen vino tinto delante de ellos, con cantidades demasiado generosas para un bar. El lugar es chic, pero la cristalería no es de calidad Riedel. Ninguno toma siquiera un sorbo. Más tarde, Dagny se reúne con Hank Rearden para cenar en un restaurante de lujo y se sirve vino blanco en las mismas copas; tampoco bebe aquí.

¿Y qué empresario de capa y espada tiene una oficina como la de Hank en Rearden Steel? Es como un museo con un techo increíblemente alto y nadie alrededor, solo la mesa de Hank. No hay señales de comercio. No hay ajetreo ni bullicio. Cuando por fin vemos a una empleada portando un moderno aparato telefónico móvil inalámbrico y manos libres, le dice a Hank que tiene tres mensajes telefónicos, escritos en papeletas de un libro de mensajes telefónicos que podría haberse comprado en Office Depot. ¡Se supone que estamos en 2016!

El cineasta trata de iniciar la química sexual entre Dagny y Hank antes que Rand, pero Taylor Schilling y Grant Bowler no son Bogey y Bacall. Estos dos actúan como si estuvieran entrevistándose, en lugar de deseando lanzarse el uno sobre el otro.

Michael Lerner encaja como un Wesley Mouch suficientemente pelota y el Ellis Wyatt de Graham Beckell me recuerda a muchos empresarios de la vida real: una personalidad de primer orden, no pulido sino con los pies en la tierra e instintivamente elegante. En comparación Hank y Dagny son la réplica perfecta de Ken y Barbie, e igualmente de plástico.

En su mayor parte, los personajes son tan envarados y unidimensionales como los escribió Rand. No estoy seguro de cómo habría valorado Mr. First Nighter  La rebelión de Atlas: Parte I. Creo que a Rothbard le hubiera gustado la interpretación de Eddie Willers por Edi Gathegi: serio, eficiente y leal. Y el hecho de que la película se hubiera hecho por fin le alegraría. Pero aunque la película indudablemente muestra héroes contra villanos, no incluye lo que le gustaba: acción, diálogos mordaces y una buena trama.
Para quienes quieran apoyar el proyecto de la trilogía de Atlas, no les hará daño dar unos pocos dólares por una entrada y 102 minutos de su tiempo. Luego, después de verla, vean “Mozart was a Red”, de Rothbard, en YouTube. Pone la gran obra de Rand en perspectiva y es divertida de ver, que es lo que debería ser la película.

Traducido del inglés por Mariano Bas. El artículo original se encuentra aquí.

La película puede verse aquí, son subtítulos en español.

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