Este pan es mío

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Debemos volver a Adam Smith.

Este gran economista y padre de la teoría moderna de los mercados libres planteó un error que nos ha perseguido desde entonces.

La “teoría del valor trabajo” de Smith era errónea. Sin embargo, David Ricardo la aceptó y desarrolló. A partir del desarrollo de Ricardo, la teoría del valor trabajo fue llevada aún más lejos por Kart Marx. Así que tenemos una teoría socialista del valor económico generada por un doble error. Este error se ha convertido en el punto de apoyo moral de la palanca política socialista.

Lo que intentaba establecer Smith, y con ello estarían de acuerdo la mayoría de los individualistas, es la certidumbre moral de que el trabajador recibe el producto completo de su labor. De hecho, en este mismo ensayo lo hemos listado como un derecho básico de cualquier ser humano.

Obtener lo que ganamos

La teoría del “valor de la plusvalía” de Marx deriva de la “teoría del valor trabajo” de Smith y Ricardo. En breve, la teoría puede explicarse así: Es evidente que los recursos naturales no están preparados para su uso por el hombre. Debe aplicarse trabajo humano y herramientas a los recursos antes de que se puedan convertir a una forma usable y transportarse a los lugares donde hay demanda de ellos.

No se paga dinero a los recursos naturales. Tampoco se paga dinero a las herramientas: puede que sea esencial pagar a la persona propietaria de los recursos o las herramientas. Pero esencialmente todo el dinero pasa de una mano humana a otra. Y el paso se relaciona con la cantidad de trabajo realizado por la energía humana suministrada en cada caso.

Así que no se compran los troncos o la madera para la construcción, se compra el trabajo empleado en la tala de árboles, el aferramiento de la madera. ¿Cuánto valen los troncos cuando aún están en los árboles? Fundamentalmente valen lo que cueste convertirlos. Y aquí está Marx: Si en el precio de compra se incluye más del coste básico del trabajo, aparece el elemento de beneficio o “plusvalía”. Si debemos pagar a un maderero cinco dólares por talar un árbol, quitarle las ramas, aserrarlo a un tamaño y grueso utilizable y enviarlo, el árbol vale cinco dólares, ni más ni menos.

Superficialmente, esto es bastante razonable, siempre en que éste fuera un mundo en el que las herramientas fueran todas las que puedan emplearse por siempre, el terreno no fuera de propiedad privada y nuestros deseos fueran tan simples como casas de troncos. Estamos lejos de un mundo así. Un mundo así es contrario a la naturaleza de los derechos humanos básicos: no se quiere un mundo así. La “teoría del valor trabajo” es falsa y la idea de “plusvalía” que se basa en ella también es un error.

Lo que han hecho Smith, Ricardo y Marx y lo que los seguidores de estos dos últimos siguen haciendo, es confundir los significados de dos palabras importantes: coste y valor. Aunque podría ser cierto en el ejemplo anterior que podría costar cinco dólares para producir la madera de un árbol concreto, el valor de la madera de ese árbol no tiene una relación inmediata con el coste.

El valor, como demostraron Eugen Ritter von Böhm-Bawerk, Ludwig von Mises y otros, es inevitablemente el resultado de un juicio subjetivo. La madera puede costar 5$, pero la intensidad con la que el comprador desee ésta determina si para él vale 1$ o 20$. Si para él sólo vale 1$, no la comprará si tiene un precio por encima de éste, independientemente del coste de producirla. Análogamente, si está dispuesto a pagar hasta 20$, considerará que es una ganga si tiene un precio de 10$, aunque el precio de producirla fuera de 5$ y los otros 5$ representen un beneficio para el productor.

En resumen, el comprador no considera los costes o los beneficios para los demás. Lo que le importa es el valor, que se refiere a su propio deseo y su capacidad de pago. Es en esta área donde fracasa Smith, et al. Concluyen que coste y valor son lo mismo.

Dos tipos de tartaletas

Quizá un ejemplo ofrezca una mejor demostración. Estamos en deuda con Leonard E. Read, de la Fundación para la Educación Económica por el ejemplo. Supongamos que “A” tiene una pastelería. Contrata a varios empleados, compra las mejores materias primas y produce las mejores tartaletas de fruta del pueblo. Sus costes, incluyendo los intereses del dinero que ha pedido prestado, la renta del terreno que emplea y todos los demás factores que entran en la ecuación, le hacen posible producir estas tartaletas y enviarlas a las casas por 40¢. Cobra 50¢.

Marx insiste en que debería vender a una cifra que excluya el interés. Pero puede pagarse un salario por sus molestias- Marx reconoce en “Das Kapital” la validez del trabajo de dirección, en contra de la creencia popular y desea que se pague moderadamente. Marx no reconocería un beneficio como parte legítima del ciclo económico.

Así que el caso anterior sostendría que el hombre que ha soportado el riesgo, tomado prestado el dinero, asumido la responsabilidad, gestionado la empresa y es dueño de las herramientas, debería recibir sólo un salario y nada más. Nos ocuparemos en seguida de esta idea. Concentrémonos en la tartaleta de frutas de 50¢. A este precio, el propietario y director puede pagarse un salario y además añadir un beneficio si el negocio es un éxito.

Ahora consideremos a “B”. “B” tiene también una pastelería. Contrata al mismo número de empleados que “A”, compra las mejores materias primas y produce las mejores tartaletas de lodo. Sus costes, los intereses sobre el dinero que ha pedido prestado, la renta del terreno que emplea y todos los demás factores que entran en la ecuación le permiten producir estas tartaletas de lodo y enviarlas a las casas por exactamente el mismo precio que las tartaletas de frutas de su competidor, “A”. Independientemente de que “B” busque un beneficio o no, el hecho que importa es que es casi inconcebible imaginar un negocio viable de tartaletas de lodo.

Pero, si Smith, Ricardo y Marx tenían razón, entonces los productos de la tienda “A”, que cuestan producir 40¢, deben valorarse a exactamente el valor del producto de la tienda “B”, pues este producto también cuesta 40¢ producirlo. Si el valor viene determinado por el coste, las tartaletas de barro y de frutas son de igual valor si la cantidad gastada para producirlas es igual.

Sin duda esto es ridículo. Pero esta es la teoría del valor: el coste del trabajo humano gastado en la producción de cualquier bien es el valor del bien.

Sólo tenemos que imaginar una situación como ésta: algún genio empresarial descubre una forma de fabricar yates mediante un proceso de extrusión que hace el coste de un yate tan bajo que pueden comprarse muchos por tan poco como 100$ cada uno. Un segundo individuo descubre una forma de fabricar iglús de hielo y nieve completamente equipados con aire acondicionado que cuestan 1.000$ cada uno a causa de la mano de obra que debe emplearse en su construcción. En la consideración marxista, el iglú valdrá diez veces más que el yate, independientemente de que a mucha gente le gustaría comprar un yate y no hay virtualmente nadie que necesite iglús.

Pero bajo el socialismo marxista o fabiano ambas industrias serían propiedad y estarían dirigidas por el gobierno: los contribuyentes financiarían los costes de ambos y así todas las personas ayudarían a pagar los iglús de los que se querrían pocos, si es que se quiere alguno.
Es inconcebible que seres humanos racionales puedan aprobar esta estupidez, pero se les han escondido tan inteligentemente los resultados de la falacia socialista y se les ha imbuido tan intensamente el santo grial de la igualdad, que cierran los ojos a los seguros resultados y apoyan ciegamente la doctrina.

Cuestión de beneficios

Examinemos ahora más de cerca el concepto de la “plusvalía”, pues la “teoría del valor trabajo” se ha empleado para esto. Lo que Marx y otros socialistas buscaban era la eliminación de todos los beneficios, intereses y rentas. Lo que debemos hacer de inmediato es examinar la naturaleza de la empresa para descubrir, si es posible, si la empresa puede existir sin el elemento llamado plusvalía o beneficio.

Aquí los socialistas contribuyen a su propia caída. Pues prácticamente sin excepciones los socialistas desean ver pagados todos los costes de producción. Lo que se quiere, dicen, no es engañar a ningún ser humano, sino más bien la eliminación del engaño. Quieren que al trabajador se le pague lo que merece y ni un céntimo menos.

Muy bien, ¿cuáles son los costes de hacer negocios? De nuevo, estamos en deuda con la American Economic Foundation. Sólo hay cinco costes. Para cualquier negocio que elijamos como ejemplo, cinco costes cubrirán todos los gastos en relación con sus operaciones. Los cinco costes son:

1. Bienes y servicios proporcionados por otros

Los socialistas no tendrían ningún inconveniente con este pago. Esperan que quienes proporcionen servicios y bienes sean reembolsados. Sólo quieren estar seguros de que se eliminan los beneficios. Pero no tiene inconveniente a que una persona pague los bienes o servicios que reciba. De hecho, los socialistas insistirían en que deben pagarse estas cosas.

2. Trabajo humano

Aquí los socialistas derrocharán elocuencia. Se trata precisamente de esto, nos dirán. Quieren que el trabajo humano se pague en todo su valor de coste. Así que no tendrán objeciones al elemento dos.

3. Impuestos

Aquí tampoco encontraremos objeciones de los declarados distribuidores de riqueza. Como seguramente son conscientes del hecho de que el movimiento socialista está en el proceso de transferir todos los bienes y la riqueza de las manos privadas a las del estado, los socialistas apoyarán decididamente los impuestos, incluso los altos, que otros deban pagar.

4. Mantenimiento de herramientas

Este causará a los socialistas que revisen su posición ligeramente. Pero si presentamos los hechos con cuidado, normalmente podemos convencer a los colectivistas de que las máquinas se desgastan y deben reemplazarse. Además las máquinas pueden mejorarse y esas mejoras o reemplazos cuestan dinero.

Después de una revisión cuidadosa, los socialistas concederán, aunque de mala gana, pues raramente piensan en cosas tan mundanas como las reparaciones, la investigación y el mantenimiento, si bien el elemento cuatro es esencial. Si no se reemplazan las herramientas, se romperán o desgastarán y no habrá más trabajo. No existe trabajo que no requiera una cierta cantidad de herramientas, desde el acerero con sus enormes altos hornos al vendedor de cepillos puerta a puerta.

5. Uso de las herramientas

Recordamos de nuevo a los socialistas que las herramientas no crecen en los árboles, ni sobresalen de la muñeca del homo sapiens. Las herramientas han de fabricarse. También han de pagarse. Y debe encontrarse el dinero en alguna parte para conseguir las herramientas de producción.

Si podemos expresar la idea de pagar por el uso de herramientas, así como de la compra de bienes y servicios, los socialistas están derrotados. Este es el punto más difícil de explicar. Pero los no socialistas acabarán viendo que el hombre que posee las herramientas no permitirá usarlas salvo que se le pague por hacerlo. ¿Por qué debería hacerlo? ¿Por qué compartiría alguien lo que tiene con otro salvo que obtenga algo a cambio?

Así que el propietario de la herramienta quiere que se le pague por sus bienes y servicios, igual que el vendedor quiere que se le pague por sus bienes y el trabajador por su labor. Si no pagamos los bienes, no tenemos derecho a ellos. Si no pagamos por el trabajo, no tenemos derecho a él. Si no pagamos por el uso de herramientas, no tenemos derecho a usarlas.

Si se concede finalmente esto, atentos, hemos cubierto el beneficio. El beneficio es el pago al propietario de la herramienta por su uso. El propietario de una herramienta puede ser cualquiera. Las herramientas pueden ser propiedad de individuos, asociaciones o empresas. En el último caso, y especialmente cuando se requieren herramientas grandes y caras, los accionistas son los verdaderos propietarios. Pero, ya sea que el propietario utilice él mismo su herramienta o permita a otros usarla, el pago por ese uso es a la vez esencial y honrado.

No hemos acabado en modo alguno con este tema. Pero si se emplea un rato en esta fórmula de los cinco costes de producción, es fácil establecer que no existe la “plusvalía” y que la “teoría del valor trabajo” es una enorme simplificación.

[Capítulo 9 de This Bread Is Mine]

Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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