La semana pasada un estudiante de mi seminario de macroeconomía intermedia a nivel de MBA planteó una pregunta provocativa. Estábamos discutiendo los distintos tipos de deflación (en precios) y cuáles, según los austriacos, son benignos y se acomodan a las preferencias de los consumidores y cuáles malignos y entran en conflicto con las preferencias de los consumidores.
En la visión de los austriacos de la política monetaria inflacionista como causa primaria de los ciclos económicos y de la crisis actual en particular, el estudiante preguntó si los austriacos consideran algún tipo de inflación como “bueno” para la economía. Di una corta repuesta afirmativa y luego pensé en ello durante el fin de semana. Aquí está la nota acerca del asunto que escribí para la discusión en clase del día siguiente. (Los últimos dos párrafos sobre banca libre no son parte de la nota original).
Un tipo de inflación “buena” aparece cuando se producen innovaciones y cambios que permiten a la gente economizar la cantidad de dinero que mantienen en efectivo. Por ejemplo, la introducción y aumento de la disponibilidad de las tarjetas de crédito conlleva una disminución en la demanda de dinero, que, si todo sigue igual, causa un aumento general en los precios.
Este “exceso” de efectivo produce un aumento de la demanda de bienes cuya oferta no ha aumentado. El resultado es que los precios en general suben. Pero aquí la inflación realiza una función importante: reduce el poder adquisitivo del dólar hasta el punto en que deja de haber exceso de oferta porque ahora la gente está contenta de mantener el total de la oferta de dinero en existencia con el fin de planificar transacciones a los nuevos niveles más altos de precios. Otra forma de explicar esto es que la oferta “real” de dinero, es decir, el poder adquisitivo total en términos de bienes se ha reducido al nivel exacto que desean los consumidores.
La que podríamos llamar inflación por “ahorro de efectivo” tiende a ocurrir como resultado de cualquier innovación financiera, incluyendo la invención de fondos mutuos en el mercado de dinero, cajeros automáticos, cuentas PayPal, etc. También puede producirse por innovaciones organizativas o técnicas en el negocio que promuevan una integración vertical de las operaciones en las que los bienes de capital previamente intercambiados entre dos empresas independientes ahora se producen y emplean dentro de la misma empresa.
Obsérvese que la inflación de ahorro de efectivo es benigna precisamente porque es un resultado de que haya individuos esforzándose por optimizar sus propiedades mediante un proceso de intercambio voluntario. También es digno de mención que este tipo de inflación implica un aumento de precios de una sola vez: una vez que el nuevo método de pago o invento se convierte en ampliamente adoptado, cesa la caída de la demanda de dinero y los precios dejan de subir. Al final, la inflación causada por la gente que responde a oportunidades de economizar en sus existencias de dinero no tiene un efecto sistemático en los mercados del crédito y el tipo de interés y, por tanto, no precipita el ciclo económico.
Un segundo tipo de inflación buena es la que se produce por efecto de una reducción en las ofertas de bienes y servicios causada por desastres naturales, el agotamiento de recursos naturales o el aumento de las preferencias de la gente por el ocio (causando una disminución de la participación en las fuerzas laborales) o por bienes de consumo presentes (causando la no renovación o “consumo” de bienes de capital). Todos estos acontecimientos traen, antes o después, una mayor escasez de bienes intercambiables en la economía.
La reducción de las ofertas de bienes en el mercado, si todo lo demás permanece constante, incluyendo la existencia de dinero, hace que aparezca un exceso de demanda de bienes. Los precios en general aumentarán naturalmente para restaurar el equilibrio en los mercados de bienes. El aumento de precios a la vez indica la mayor escasez de bienes disponibles y asegura que se asignan a los usos más valorados por los consumidores.
Por el contrario, puede decirse que hay una caída en la demanda de “intercambio” de dinero, que se constituye por los bienes ofrecidos para intercambio. La disminución en la demanda de dinero en intercambio, cuando no ha cambiado la oferta de dinero, produce inicialmente un excedente de dinero, porque a los bajos precios prevalecientes, la oferta de dinero ofertada excede la oferta de bienes en el mercado. Al final, el poder de compra del dólar se ajusta a la baja, los precios de los bienes suben y todos los dólares ofrecidos se absorben a cambio de los bienes que ahora tienen precios más altos.
De nuevo advertimos que, al contrario que la actual inflación de precios que normalmente causa la expansión de la oferta monetaria de los bancos centrales, la inflación generada por las menores ofertas de bienes es asunto de una sola vez. Los precios dejan de subir tan pronto como las ofertas de bienes y servicios dejan de caer y se estabilizan al nivel inferior, consistente con el cambio en los datos económicos.
La inflación de la “escasez” es por tanto beneficiosa porque facilita el cálculo económico y la operación correcta de los mercados en una situación en la que las preferencias de la gente o sus oportunidades de producción han sufrido un cambio radical. La historia ha demostrado vez tras vez (durante guerras, revoluciones, asedios y malas cosechas) que cualquier intento por reprimir la inflación de escasez mediante controles de precios o una distribución centralizada de las necesidades genera un caos de cálculo, pobreza generalizada y desorden social.
Por tanto, nuestra conclusión es que un aumento general de los precios generado por la demanda de dinero siempre mejora el bienestar económico tal y como entienden el término los austriacos.
Con el fin de aportar todo, advierto que la mayoría de los austriacos más modernos que apoyan la banca libre, aunque estén de acuerdo conmigo sobre la inflación de escasez estarían muy en desacuerdo conmigo en que la inflación de ahorro de efectivo sea benigna. Autores como Larry White, George Selgin y Steve Horowitz insisten en que cualquier cambio en el gasto total causado por cambios en la demanda de dinero deben deshacerse rápidamente por un cambio de la oferta de dinero en la misma dirección. Por tanto, bajo nuestro sistema actual de moneda fiduciaria, si aparecen innovaciones financieras que induzcan a la gente a reducir su demanda de efectivo e intercambiar el dinero más rápidamente, de acuerdo con los “banqueros libres”, el banco central debe contraer la oferta de dinero para prevenir el aumento en precios que corresponda a las elecciones voluntarias de la gente.
Es una implicación directa de la “norma de productividad” de los banqueros libres, de acuerdo con la cual el banco central debe suprimir activamente cambios “sin sentido” en los precios. Los cambios sin sentido en los precios incluyen aquéllos causados por cambios en lo que los banqueros libres califican (erróneamente, en mi opinión) como “la velocidad del dinero”. Así, los banqueros libres se convierten en animadores de una deflación monetaria realizada por el banco central como un medio de ahogar un modelo de intercambios de propiedades libremente elegidos que expresan las preferencias de los consumidores de precios más altos.
La posición de los banqueros libres no sólo es errónea sino también paradójica. Acusan a los austriacos de Escuela Neomonetaria, creada por Mises y Rothbard, de ver la deflación y la inflación asimétricamente, favoreciendo la deflación y condenando la inflación. Pero como he intentado probar anteriormente, los austriacos de la Escuela Neomonetaria son perfectamente consistentes en sus actitudes hacia la subida y bajada de precios: tanto la “inflación” como la “deflación” son benignas siempre que estén de acuerdo con las preferencias de los consumidores voluntariamente expresadas. No pasa esto con los banqueros libres, que afirman estar a favor de un sistema monetario libremente competitivo, pero presumen saber de antemano qué resultado producirán los empresarios operando en este sistema, que es una estabilidad completa de una variable macroeconómica concreta.
Luego el punto de fricción real entre banqueros libres y sus oponentes neomonetarios es si debe invocarse la norma de productividad para animar al banco central a emplear su poder de manipular la oferta monetaria con el fin de estabilizar el “gasto total”, un macroagregado ex post sin sentido. La respuesta de los banqueros libres es “Sí”. Los austriacos de la Escuela Neomonetaria aceptan la opinión de Mises de que las subidas y bajadas de precios no significan nada por sí mismas en evaluar la solidez de un régimen monetario. Como escribió Mises:
Las nociones de inflación y deflación no son conceptos praxeológicos. (…) [Implican] la popular falacia de que no existe el dinero neutral o de poder de compra estable y que el mejor dinero debería ser neutral y estable en poder de compra. (…)
Sin embargo quienes aplican esos términos no se da cuenta del hecho de que el poder de compra nunca permanece inalterado y que consecuentemente siempre hay inflación o deflación”.
Publicado el 20 de noviembre de 2009. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.