La moral de la cooperación humana

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Las muchas contradicciones entre diferentes teorías filosóficas han causado muchas confusiones a lo largo de los años. Por desgracia, pocos maestros y libros de texto explican los principios básicos que podrían ayudar a los estudiantes a discriminar de forma inteligente entre ellos y a comprender el código ético que favorece la libertad, la moralidad y la cooperación social.

Así que Henry Hazlitt merece un elogio especial por traer lógica y claridad a esta materia. Su libro, The Foundations of Morality, fue publicado por primera vez en 1964. Después de haber estado sin publicarse durante muchos años, está de nuevo disponible gracias a Nash y al Instituto de Estudios Humanos. [El Instituto Mises ofrece una edición publicada por la Fundación para la Educación Económica (FEE) en 2007]

El autor es primordialmente un economista, un estudioso de la acción humana. En consecuencia, es un sólido defensor de la libertad individual y la responsabilidad. Ha sido por mucho tiempo amigo personal y socio del Profesor Ludwig von Mises, el “decano” de la economía de libre mercado, a quien reconoce su gran deuda intelectual.

Con estos antecedentes, está cualificado para explicar la ética de la cooperación social. Sus muchos años de “aprendizaje” como ensayista, crítico y columnista (New York Times, Wall Street Journal, Newsweek, The Freeman, National Review y muchos otros) le han preparado adecuadamente para explicar de forma simple asuntos complejos.

El lector puede querer detenerse, ponderar y reflexionar de vez en cuando sobre las ideas y conceptos presentados, pero el razonamiento del autor es claro, su lenguaje nada ambiguo y la mayoría de los capítulos deliciosamente cortos.

La postura de Hazlitt es que “los intereses del individuo y los intereses de la sociedad”, cuando se “entienden correctamente” están en armonía, sin conflictos. Su objetivo al escribir este libro era “presentar una ‘teoría unificada’ de la ley, la moral y los modales” que pudiera explicarse y defenderse lógicamente a la luz de la economía moderna y los principios de la jurisprudencia.

Esta crítica cree que la mayoría de los lectores estará de acuerdo en que Hazlitt lo consigue. Ha reunido las ideas de muchos filósofos y las ha analizado con una lógica cuidadosa. Ha explicado muchas de sus contradicciones, eliminando así mucha confusión. Ha formulado una filosofía moral consistente, basada en una comprensión de los principios éticos, tan frecuentemente ignorados en el actual clima “permisivo”, lo que promueve una cooperación social pacífica y una producción de libre empresa.

Hazlitt apunta que nuestra compleja economía de mercado requiere cooperación social pacífica y voluntaria. La preservación del mercado es esencial para la producción a gran escala y por tanto para la misma supervivencia de la mayoría de nosotros. Por tanto, la cooperación social es el medio más importante disponible para que los individuos alcancen sus distintos fines personales. Esto significa que la cooperación social es también al mismo tiempo un objetivo que merece la pena. Dejemos que Hazlitt hable.

Para cada uno de nosotros, la cooperación no es por supuesto el fin definitivo, sino un medio (…) Pero es un medio tan central, tan universal, tan indispensable para la realización de prácticamente todos nuestros demás fines, que no molesta considerarlo como un fin en sí mismo, ni siquiera en tratarlo como el objetivo de la ética. De hecho, precisamente porque ninguno de nosotros sabe exactamente qué daría más satisfacción o felicidad a otros, el mejor test para nuestras acciones o reglas de acción es el grado en que promueven la cooperación social que nos permita mejor perseguir nuestros propios fines.

Sin la cooperación social, el hombre moderno no podría alcanzar la más mínima fracción de los fines y satisfacciones que ha logrado con ella. La misma subsistencia de la inmensa mayoría de nosotros depende de ello.

El sistema de filosofía diseñado en el libro es una forma de utilitarismo “en el sentido en que sostiene que las acciones y reglas de acción han de juzgarse por sus consecuencias y su tendencia a promover la felicidad humana”.

Sin embargo, Hazlitt prefiere una palabra más corta, “utilismo”, o quizá “utilismo reglado” para destacar la importancia de seguir consistentemente las reglas generales. Sugiere también otros dos nombres posibles (“mutualismo” o “cooperacionismo”) que piensa que reflejan más apropiadamente el papel central de la cooperación social en el sistema ético descrito.

El criterio para juzgar la consistencia o inconsistencia de una regla o acción específica con su sistema ético es siempre si promueve o no la cooperación social. Hazlitt razona desde la idea de que la cooperación social beneficia a todos. Incluso a quienes a veces les gusta mentir, engañar, robar o matar por ganancias personales a corto plazo pueden ser normalmente persuadidos de las ventajas a largo plazo de la cooperación social, es decir, de evitar mentir, engañar o robar.

En realidad, incluso el individuo más egoísta, necesitando no sólo ser protegido contra la agresión de otros, sino queriendo la cooperación activa de otros, encuentra de su interés defender y sostener una serie de reglas morales (y también legales) que prohíban romper promesas, engañar, robar, atacar y asesinar y además una serie de reglas morales que impulsen la cooperación, la ayuda y la amabilidad.

El código moral predominante en una sociedad se compara con el lenguaje de la “ley común”. La sociedad no impone un código moral al individuo. Es una serie de reglas, hechas una a una a lo largo de muchos siglos:

Nuestras reglas morales se crean y modifican constantemente. No las crea una colectividad abstracta e incorpórea llamada “sociedad” y luego son impuestas a un “individuo” que está separado de alguna manera de la sociedad. Las imponemos (por elogio y censura, aprobación y desaprobación, promesas y advertencias, recompensas y castigos) a cada uno y la mayoría de nosotros consciente o inconscientemente las aceptamos para nosotros mismos.

Este código moral crece espontáneamente, como el leguaje, la religión, la urbanidad y la ley. Es el producto de la experiencia de inmemoriales generaciones, de las interrelaciones de millones de personas y de la interacción de millones de mentes. La moralidad de sentido común es una especie de ley común, con una jurisdicción indefinidamente mayor que la ley común ordinaria, y basada en un número prácticamente infinito de casos particulares (…) Las reglas morales tradicionales (…) cristalizan la experiencia y la sabiduría moral del la raza.

Pero, ¿y qué hay de la religión? ¿No tiene que sustentarse un código moral en la religión? La tesis fundamental de este libro, como se ha dicho, es que la razón y la lógica son suficientes para explicar y defender el código ético que anima y protege la cooperación social.

Aún así, el autor no ignora a la religión. Llama la atención sobre similitudes entre las grandes religiones del mundo y las contradicciones en algunas de ellas. Religión y moralidad se refuerzan entre sí muy a menudo, dice, aunque no siempre y no necesariamente. He aquí su descripción de su relación.

En la historia humana, la religión y la moral son como dos arroyos que a veces discurren paralelos, a veces se mezclan, a veces se separan, a veces parecen independientes y a veces interdependientes. Pero la moral es más antigua que cualquier religión actual y probablemente más que cualquier religión. Aunque la fe religiosa no es indispensable [para el código moral] (…), debe reconocerse en el actual estado de la civilización como una fuerza poderosa para garantizar que se produzca su observación.

Sin embargo, a mi me parece que la más poderosa creencia religiosa que apoya la moralidad es (…) la creencia en un Dios que ve y conoce todas nuestras acciones, todos nuestros impulsos y todos nuestros pensamientos, que nos juzga con equidad y que, nos recompensa o no por nuestra buenas obras y nos castiga por las malas, aprueba las buenas y desapruebe las malas.

Aún así, no es función del filósofo moral como tal, proclamar la verdad de su fe religiosa o tratar de justificarla. Su función es más bien insistir en la base racional de toda moralidad, en apuntar que no se necesita ninguna creencia sobrenatural y en demostrar que las reglas de la moralidad son o tendrían que ser aquellas reglas de conducta que tienden más a aumentar la cooperación humana, la felicidad y el bienestar en esta vida presente.

Hazlitt explica muchas ideas y conceptos desconcertantes, como los derechos naturales, la ley natural, la justicia, el egoísmo y el altruismo; correcto, incorrecto, verdad, honradez, deber, obligación moral, libre albedrío frente a determinismo, urbanidad y “mentiras inocentes”. Quien haya pensado sobre estos problemas sin llegar a conclusiones satisfactorias, como esta crítica, sin duda encontrará sus análisis y comentarios a la vez estimulantes e inspiradores.

El libro contiene numerosas citas de obras de filósofos antiguos y recientes, que el autor siempre analiza por su consistencia con la cooperación social. Excepto unos pocos términos filosóficos técnicos (como tautología –repetición de la misma idea con palabras diferentes–, eudemonismo –la doctrina de que la felicidad es el objetivo final de toda acción humana– y teleótico –un adjetivo derivado del griego que significa fin, designio, propósito o causa final–), los lectores no deberían encontrar nada en el libro realmente difícil de comprender.
A medida que sigan la línea de pensamiento del autor, descubrirán que la razón y la lógica vienen en defensa de la moralidad: el orden y un código ético de sentido común evolucionan a partir del caos filosófico.

Hace mucho que Hazlitt ha sido un notable economista del libre mercado, uno de los mejores. Su introducción La economía en una lección es un superventas desde hace mucho tiempo. The Failure of the “New Economics”, una cuidadosa crítica de Keynes, es una contribución real a la teoría económica. Con la publicación de The Foundations of Morality en 1964 añadió otra pluma a su penacho como filósofo moral. Es buena tenerla reimpresa de nuevo.

Para resumir, el autor explica una y otra vez, en el curso del libro objeto de crítica, que las reglas de la ética no son arbitrarias ni ilógicas. No son simples asuntos de opinión. Son reglas morales, trabajables, aceptables, desarrolladas en largos periodos de tiempo. Deben aceptarse consistentemente y no pueden violarse voluntariamente sin perjudicar a la cooperación social.

En esta era de permisividad, cuando se anima a todos a “hacer lo que quieran” y pocos ven la necesidad de respetar los derechos de otros, raro es el filósofo que reconoce que el cumplimiento coherente de una serie de reglas éticas promueve la cooperación social y beneficia a todos en la sociedad.

Tal vez sea un economista del libre mercado cuyo campo de estudio abarca el papel de la cooperación social, la persona más apropiada para explicar la lógica de esta postura. Este libro debería sobrevivir a los siglos.

Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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