Rothbard, el maestro

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La primera tarde de clase, este hombre pequeño con gafas gruesas apoyadas en una prominente nariz, llevando pajarita y un bolsillo lleno de bolígrafos, entró arrastrando los pies en el aula. Empezó a hablar en el momento en que cruzó la puerta, burlándose de los estúpidos políticos que estaban atacando a las “malvadas” compañías petrolíferas por usar supuestamente la Guerra del Golfo para aprovecharse de los consumidores.

Era una historia típica de Rothbard, explicando cómo el sistema de precios del libre mercado distribuye bienes eficientemente, mientras que la intervención del gobierno lo estropea todo. Luego empezó con su clase de Historia del Pensamiento Económico, que en el segundo semestre de 1990 se ocupaba del tema monetario. No había tiempo de pasar lista o explicar el programa: tenía que cubrir siglos.

La mayoría de los libertarios descubrieron a Murray Rothbard leyendo La ética de la libertad o uno de sus muchos otros libros o artículos. Mi descubrimiento empezó con la siguiente línea en el catálogo de cursos de otoño de 1990 en la Universidad de Nevada-Las Vegas: “Historia del Pensamiento Económico, profesor: Rothbard”.

Cuando pregunté a otro estudiante acerca de la clase de Historia del Pensamiento, me recomendó no elegir a Murray, describiéndole como un “tipo raro”. Por suerte, no seguí esta recomendación increíblemente mala.

Las clases de Murray no incluían gráficos inútiles ni ecuaciones laberínticas. Más bien era como escuchar a tu tío favorito contar historias acerca de sus tiempos, sazonadas con incontables sugerencias de lectura. Murray era una biblioteca viviente, recitando no sólo el título sino el autor, la fecha de publicación y, a veces, la editorial que recomendaba. Era un arma imponente tenerle a nuestro lado cuando investigábamos y escribíamos una tesis.

Le escuchaba dos tardes por semana mientras Murray contaba cosas acerca de buenos y malos, las teorías que defendía, sus influencias y por qué esas teorías se pusieron en práctica. Los villanos de estos dramas económicos eran siempre los malvados burócratas y políticos del gobierno, que acechaban ominosamente en las sombras, ya fuera robando silenciosamente con la inflación o abiertamente con los impuestos.

Una clase de Rothbard era como ser copiloto en una carrera de automóviles a gran velocidad. Con hechos e ideas viniendo hacia nosotros, Murray cambiaba repentinamente de dirección, siguiendo un camino que aparentemente nos alejaba de nuestro destino, pero eso no pasaba nunca. Sabía exactamente a dónde quería llegar. Yo esperaba con el resto de la clase, intentando furiosamente anotar cada palabra.

Como las clases de Murray eran tan buenas (y diferentes de semestre a semestre), muchos estudiantes acudirían una y otra vez a sus lecciones de Historia del Pensamiento Económico e Historia Económica de EEUU. En una de sus últimas clases de Historia del Pensamiento, sólo el 20% de estudiantes asistía a la clase para ganar créditos.

Las horas de tutoría de Murray tuvieron siempre una gran demanda. Yo gasté muchas horas fuera de su despacho esperando en cola para hablar con él. Mis esperas siempre se veían recompensadas. Murray nunca habló con condescendencia, ni a mí, ni a sus otros estudiantes. De hecho, a menudo hacía tantas preguntas como contestaba y estaba verdaderamente interesado en lo que yo pensaba. Y siempre nos reíamos mucho. Merecía cruzar todo el pueblo sólo para oír la opinión de Murray sobre las noticias actuales, sazonada con su inconfundible socarronería.

Pero Murray era cualquier cosa menos reverenciado por la mayoría de la facultad de económicas en la UNLV [Universidad de Nevada-Las Vegas]. Al resto del departamento le molestaba “el extremo este del pasillo”, donde Murray, Hans-Hermann Hoppe y unos pocos simpatizantes del libre mercado tenían sus despachos en el quinto piso de Beam Hall. Aunque la mayoría de las publicaciones del departamento de economía venían del “extremo este”, el director de facultad y coordinador de licenciatura hacía continuamente comentarios insidiosos a estudiantes y colegas acerca de los austriacos haciendo todo lo que podía para desanimar a aquéllos que quisieran estudiar con Rothbard y Hoppe.

El primer borrador de la evaluación de rendimiento de Murray en 1991 muestra el asombroso tratamiento que recibió del entonces director de facultad (cuyo mérito era que había sido coautor de un artículo en el periódico referido a las distintas fuerzas de las pantallas solares).

“Las evaluación de los estudiantes indican que el rendimiento del Profesor Rothbard está significativamente por encima de la media del departamento”, escribió el director… y aún así calificó el rendimiento en clase de Murray como sólo “satisfactorio”.

Más increíble fue la afirmación del director de que el crecimiento profesional de Murray era “decepcionante”. Ese año, Murray había publicado dos libros en Francia, dos libros más pequeños en Estados Unidos así como dos artículos académicos, y había colaborado en la publicación del libro de un colega. Era editor de dos revistas académicas y enviaba comunicaciones a diversas conferencias. Todo esto al tiempo que daba sus clases, dirigía los trabajos profesionales de tres estudiantes licenciados y presidía el tribunal de examen oral y de ensayo de un estudiante.

El director tuvo incluso el valor de escribir que esperaba que Murray “enseñara a más estudiantes”, a pesar del hecho de que había sido el responsable de abolir el programa de maestría en teorías y políticas que la mayoría de los estudiantes de Murray, incluyendo el que escribe esto, eligieron seguir. Como escribió Murray en su contestación, las “acciones [del director] contradicen sus palabras”.

Murray Rothbard era un tesoro que la facultad de económicas de la UNLV intentó mantener oculto a sus estudiantes. Por eso muy pocos de nosotros tuvimos la suficiente fortuna de haber estudiado con él. Pienso en Murray todos los días y en lo afortunado que soy de ser uno de esos pocos.

La última vez que vi a Murray fue a mediados de diciembre de 1994, antes de los exámenes finales. Como era habitual, hablamos y reímos sobre muchas cosas, incluyendo mi viaje a la conferencia de Liberty en Tacoma. Íbamos a pasarlo bien escuchando la cinta de “Por qué los libertarios aman odiar”, de R.W. Bradford en esa conferencia cuando Murray volviera el primer semestre.

En el funeral de Murray, su colega de la UNLV Clarence Ray dijo que Murray Rothabrd era, antes que nada, un hombre bueno. Había muchos en la UNLV que discrepaban de la ideología de Murray, pero nadie le tenía antipatía.

Murray Rothbard fue un hombre alegre, amable y simpático que no odió a nadie, especialmente a sus colegas libertarios.

Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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