Barack Obama asegura una larga depresión

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El éxito político, como se refleja en las últimas elecciones de gobernadores, parece cada vez más ligado al estado de la economía. El desempleo oficial llegó recientemente al 10%, aunque una medición más real (U-6) muestra que la nación tiene un desempleo del 17,2% a niveles dignos de una Depresión.

En respuesta a las altas cifras de paro, Barack Obama ha dicho: “No descansaré hasta que puedan trabajar todos los americanos que quieran hacerlo”. Pero las políticas del Sr. Obama contradicen sus palabras. De hecho, lo que está haciendo su administración asegurará un desempleo masivo y un estancamiento económico inacabable.

Para entender por qué hago una afirmación tan rotunda, es necesario entender en primer lugar cómo ha acabado nuestra economía en este aprieto. Para ello, debo dar una somera explicación de la teoría austriaca del ciclo económico.

El tipo de interés es una señal de los precios, igual que la etiqueta del precio en cualquier bien. En un mercado libre (que indudablemente los Estados Unidos no tienen), el tipo de interés se determina por la oferta y la demanda de capital. Los individuos eligen consumir o invertir y esto fija la cantidad de fondos prestables, que las empresas utilizarán para emprender proyectos para traer bienes al mercado para su consumo futuro.

Sin embargo cuando un banco central como la Reserva Federal imprime dinero, rebajando artificialmente el tipo de interés y expandiendo la cantidad de fondos prestables, se ofrece a los productores una falsa señal en los precios. El tipo de interés dirá a los productores que los consumidores quieren que emprendan proyectos a largo plazo para traer bienes al mercado. Este tipo artificialmente bajo también inducirá a los consumidores a ahorrar menos y gastar y pedir prestado más.

Las acciones en conflicto de consumidores y productores en respuesta a la señal del precio de los tipos de interés distorsionados por el gobierno generan la mala asignación masiva de recursos. Esto lleva a la crisis, que se manifiesta, por ejemplo, en las casas y oficinas vacías en todo el país.

Lógicamente, uno podría pensar que la mejor manera de arreglar este lío sería liquidar las malas inversiones de las empresas, pagar nuestra deudas y empezar de cero; en otras palabras, dejar que el mercado corrija los desequilibrios y distorsiones creados durante la expansión artificial.

Pero el iluminado Barack Obama y su equipo de leales asesores económicos, junto con los siempre complacientes Sres. Bernanke y Geithner tienen otras ideas. Prácticamente cada política que han dictado se dirige a impedir que el marcado depure los despilfarros y excesos de la expansión.

El gobierno ha adoptado programas para que la gente mantenga casas y coches que no pueden permitirse, elevando artificialmente las cifras del PIB. Ha rescatado empresas en quiebra, anulado obligaciones contractuales, creado trabajos orientados políticamente para mantener a la gente ocupada y, naturalmente, a menudo fraudulentos, y proyectos de obras públicas despilfarradores, y ha aumentado la oferta de dinero a un nivel sin precedentes, rebajando el tipo de interés controlado por la Reserva Federal a un ridículo 0%. Nuestros representantes han hecho todo esto al tiempo que expandían una deuda nacional que ya era enorme previamente.

Todas estas políticas evitan cualquier tipo de recuperación. Están diseñadas para impedir que los mercados reflejen la realidad y continuar con las distorsiones ya creadas por los ajustes del gobierno. La historia parece repetirse, con Obama siguiendo las recetas antidepresion favoritas de Hoover y FDR.

Estos programas tienen grandes costes. El gobierno ha prolongado (y sigue haciéndolo) la caída poniendo palos en los engranajes de los mercados. También ha creado un riesgo moral al rescatar compañías quebradas, dañando a aquellas compañías de éxito a las que se obliga a subvencionar a las quebradas e impidiendo que los emprendedores hagan un mejor uso de los activos (ahora ligados a negocios no rentables).

Esta subvención forzosa de empresas quebradas ha sido quizá más evidente en el mercado hipotecario, en el que los bancos, no los individuos en muchos casos, han tenido que asumir la responsabilidad de las hipotecas por encima del valor de la vivienda, eliminando la disciplina de los deudores y desincentivando a los bancos para firmar hipotecas en el futuro. El gobierno asimismo ha engañado a empresas y sus inversores, echando tierra sobre contratos en los casos de los bonus de AIG y en el asunto del acreedor de GM.

El gobierno ha extendido su generosidad para supuestamente “salvar o crear 600.000 empleos”, una cifra que digo que es supuesta porque sabemos que es una completa mentira. Como nos dijo Frédéric Bastiat, el buen economista examina no sólo lo que se ve sino también lo que no se ve. La arbitraria cifra de 600.000 esconde el hecho de que los proyectos inútiles de empleo del gobierno y los apoyos a empresas insensatas impiden que aparezcan industrias nuevas y más rentables, a causa de la derivación de tierra, trabajo y capital a proyectos que en otro caso no existirían.

Esta derivación impide que se creen nuevas oportunidades de empleo y también que los trabajadores aprendan nuevas habilidades para hacer viables empleos en negocios nuevos y rentables. En el mejor de los casos, si no hubiera politización, corrupción o despilfarro y el gobierno fuera capaz de hacer cosas sensatas y agradables estéticamente, el gobierno podría simplemente derivar recursos. Sin embargo seguiría sin atender ninguna demanda de consumo (como haría una empresa privada) porque al gobierno le falta el mecanismo de precios del mercado que mostraría ganancias o pérdidas. El gobierno responde a las demandas de los intereses políticos.

De una forma más resumida, no sabemos cuántos empleos se han perdido a causa de los que teóricamente se han salvado o creado. Los recursos utilizados para salvar o crear estos empleos (y para todos los demás rescates y programas realizados por el gobierno) tienen que venir de algún sitio, y así es: de expoliar al contribuyente y a las futuras generaciones de contribuyentes.

Además, los bajos tipos de interés no sólo han mantenido vivos a bancos que habrían quebrado, sino que les han permitido generar beneficios a costa del contribuyente al pedir prestado al gobierno a un 0% y después prestar de nuevo a la Reserva Federal o inyectarlo en los mercados financieros, donde vemos los resultados de la continua inflación monetaria en los aumentos de precios de acciones, bonos y materias primas.

Los bancos no tienen incentivo alguno para no jugarse su dinero gratuito prestándolo a solicitantes de créditos de riesgo, como el hiperendeudado pueblo estadounidense. Lo que esto representa es una transferencia masiva de riqueza del público a los financieros, que apuntala al propio gobierno al financiar y crear mercados sobre su deuda.

Lo más importante de todo: al mantener los tipos de interés artificialmente bajos el gobierno continúa su distorsión del mecanismo de señales del precio, lo que causó originalmente toda la crisis.

También hay grandes costes debidos a la deuda que el gobierno emite para financiar su intervención. Primero, un aumento en la deuda pública representa un aumento del apalancamiento del presupuesto nacional, contrarrestando los efectos positivos de la necesaria depreciación contable en los balances de empresas y propietarios de viviendas. Segundo, el incremento masivo de nuestra deuda mina la credibilidad del país, lo que en último término lleva a un aumento de los tipos de interés al tiempo que la gente pierde la fe en nuestro gobierno y en la capacidad de nuestra economía para pagar sus deudas.

La única manera de que el gobierno atienda estas deudas (pues no puede hacerlo abiertamente con los impuestos directos) es mediante el impuesto indirecto que supone la inflación. Y de nuevo la inflación continuará la distorsión de la señal de los precios.

Así que, por resumir, el gobierno está creando proyectos despilfarradores en obras públicas, evitando que se ajusten los mercados, impidiendo que los negocios quiebren y que sus activos se dediquen a mejores usos por parte de empresarios más competentes y al mismo tiempo debilitando el dólar y arruinando la credibilidad de la nación.

Hay un último asunto a comentar. Igual que durante la presidencia de FDR, los empresarios en el mercado (en oposición a los que están en la política, que se benefician de los engaños del gobierno) ahora tienen verdadero miedo a esta administración. La gente de negocios no sabe lo arbitrarias o gravosas que serán las futuras regulaciones del gobierno.

Mientras el gobierno pase de un plan caprichoso a otro, todos los participantes en el mercado pueden estar seguros de que habrá mayor regulación e intervención y de que la gente se verá asaltada por impuestos directos o indirectos. Como las empresas no están seguras del entorno económico, sino que están anticipando correctamente (aunque, en mi opinión, subestimándolo) un aumento de un abierto socialismo, esta incertidumbre sin duda sofocará el crecimiento económico.

Así que vemos que las políticas de Obama no sólo van en mala dirección, sino que son también increíblemente destructivas. Si en lugar de dejar que la economía se liquide, por muy doloroso que sea, intentamos continuar la ilusoria expansión, estaremos condenados a años de desempleo, estancamiento y finalmente a la “explosión del boom” de la economía. Y esto sin mencionar las amenazas que suponen para nuestra economía la sanidad nacional, el impuesto a las emisiones y, aún más amenazador, la política exterior del Sr. Obama.

Todas y cada una de estas políticas retrasa el necesario ajuste, privando a los negocios de activos valiosos que puedan ponerse en las líneas de trabajo más rentables y privando a los consumidores de los productos que buscan su verdadero valor de mercado. La única forma de crear empleo y arreglar un modelo económico averiado es desatar las fuerzas emprendedoras de Estados Unidos. Por desgracia, parece que al Presidente Obama no le preocupa esta solución, prefiriendo una depresión prolongada para servir a sus fines políticos.

Publicado el 11 de diciembre de 2009.

Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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