Belesbat, Boisguilbert y el orden natural del libre mercado

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El utilitarista del laissez faire: El Señor de Belesbat

Uno de los pensadores antimercantilistas y favorables al laissez faire más influyentes de las últimas décadas de Luis XIV fue Charles Paul Hurault de l’Hopital, Señor de Belesbat (¿? – 1706). Biznieto de un canciller de Francia, Belesbat fue durante la década de 1690 un miembro influyente de un salón de oposición política en el palacio de Luxemburgo en el distrito de los jardines de Luxemburgo en París. El salón se reunía semanalmente en casa del primo hermano de Belesbat, François Thimoleon, Abad de Choisy.

En otoño de 1692, Belesbat presentó seis memoriales a Luis XIV, cuyas copias y extractos se reprodujeron en toda Francia. Belesbat se centraba en las guerras con los holandeses como claves para los problemas económicos de Francia. Los estados se hacen ricos, advertía Belesbat, no apropiándose y destruyendo el comercio de otras naciones, sino estimulando el comercio conforme al interés natural de la nación. En lugar de tratar de capturar artificialmente el comercio holandés, el gobierno francés debería permitir que floreciera su propia agricultura.

Belesbat destacaba que Dios había entretejido a todos los pueblos en una red interdependiente de ventajas recíprocas por medio del comercio y la especialización: “No hay que le falte a un [país] que no produzcan los otros. (…) Dios (…) habiendo creado a los hombres para la sociedad, los ha dividido tan bien que no pueden arreglarse los unos sin los otros”. Las restricciones del gobierno al comercio sólo dificultan esta interdependencia natural, por lo que los mercaderes deberían ser libres de perseguir “el comercio que elijan”. La dirección de las actividades económicas en cada país se determina normalmente por los recursos naturales y el tipo de inversión de capital en esa área.

No se trata, concluía Belesbat, de que el comercio en un país beneficie a una parte a costa de otras. La verdad es más bien la opuesta. Además, la libertad de los mercaderes en el comercio interno era tan importante como en el comercio externo. La red de comercio e intercambio es tanto interna como externa. Además, prefigurando el argumento hayekiano a favor del libre mercado, Belestaba advertía, como apunta el Profesor Rothkrug, que

cada transacción, doméstica o foránea, requería una libertad absoluta porque se llevaba a cabo en circunstancias especiales por mercaderes cuyas fortunas dependían parcialmente del secreto y de los procedimientos únicos con los que desarrollaban sus negocios.[1]

Por tanto, la regulación del estado, lejos de proteger al mercado, interferiría en la libertad necesaria de cualquier comercio próspero. Los recursos naturales, explicaba Belesbat, son inútiles sin gente que los cultive y que se dedique a su comercio. Luego Belesbat se dedicaba a un complicado análisis de los elementos necesarios para una actividad de mercado con éxito:

Llamamos comercio a un intercambio entre hombres de las cosas que necesitan mutuamente (…) En ambos [comercio interior y exterior] los principios del éxito son los mismos. Y a pesar de que hay un infinito número de formas en las que practicar el comercio, todas diferentes, se basan en una gran libertad, una gran inversión de capital, un montón de buena fe, mucha aplicación y un gran secreto. Cada mercader, teniendo sus opiniones particulares, de tal forma que el que se beneficia con una venta de sus productos, no impide al que los compra beneficiarse considerablemente al deshacerse de ellos (…) De ahí que el completo éxito del comercio, consistiendo como consiste en libertad, gran inversión de capital, aplicación y secreto, impide que los príncipes intervengan jamás sin destruir los principios.

Así Belesbat, además de una sensible apreciación del papel del emprendimiento individual y la energía del mercader y de la rentabilidad mutua del intercambio ve, aunque sólo sea vagamente, que la gran variedad de comercio individual puede aún así analizarse correctamente con un pequeño número de leyes formales, leyes o verdades que aplican a todo emprendimiento e intercambio.

En un área esencial, Belesbat va significativamente más allá de las opiniones de laissez faire de Fenelon y otros, quienes se oponían tanto al lujo de la corte absolutista y la burocracia de los nuevos ricos que deseaban que el gobierno restringiera la producción y comercio de artículos de lujo. Belesbat acabó con esas inconsistentes excepciones al laissez faire. Las leyes naturales del comercio, que para él conllevaban consideraciones de utilidad, se aplicaban al lujo igual que a todas las demás ramas de la producción y el comercio.

Belesbat concluía elocuentemente de su análisis que “debe tomarse como un principio que la libertad es el alma del comercio, sin la cual (…) buenos puertos, grandes ríos y (…) fértiles [tierras] no valen de nada. Cuando falta la libertad nada es aprovechable”.[2] En resumen, el gobierno debería “dejar que el comercio haga lo que le plazca” (laissant faire le commerce que l’on voudra).

El Señor de Belesbat dejaba claro que basaba su esperanza de aplicar un libertarismo en una forma extrema de utilitarismo temprano, un utilitarismo que esperaba que aplicara el rey. Se le pedía al rey que canalizara los intereses propios del pueblo a actividades libres y en armonía mostrando que la virtud se ve recompensada y la maldad (el robo y otras interferencias en el comercio) se ve castigada. De esa manera, los hombres se verían acostumbrados a perseguir la virtud. Belesbat fue muy lejos en su utilitarismo al mantener que la “justicia” era siempre únicamente utilidad o interés propio. Una debilidad fatal en su teoría era la opinión confiada de que el propio interés del rey, que se suponía que pondría en práctica todo esto, era siempre idéntico a los intereses propios en armonía de sus súbditos.

Belesbat también anticipó la posterior opinión de que el escepticismo del tipo de Montaigne acerca de la razón, en lugar de ofrecer apoyo para continuar con el absolutismo de estado, enseña humildad a los hombres de forma que aceptarán la libertad y el libre mercado. Sin embargo, la razón no es el único motivo, ni siquiera el principal, para la lucha por el ejercicio del poder: la adquisición de riquezas y privilegios parecerían ser motivos suficientes. Y como siempre habrá gente y grupos que buscarán apropiarse y agrandar el poder del estado para sus propios fines, el escepticismo hacia la razón y una filosofía política racional parece más probable que afecte a cualquier oposición determinada al estatismo que impida que cualquier estatista luche por el poder.

Boisguilbert y el laissez faire

El más conocido de los defensores franceses del laissez faire de finales del siglo XVII es Pierre le Pesant, Señor de Boisguilbert (1646-1714). Nacido en Ruán en una alta familia normanda de funcionarios judiciales y primo de los poetas y dramaturgos hermanos Cornielle, Boisguilbert fue educado por los jesuitas y acabó adquiriendo dos oficinas judiciales en Ruán. Trabajó allí como teniente general de la corte de 1690 hasta su muerte. Boisguilbert era asimismo un gran terrateniente, hombre de negocios, literato, traductor, abogado e historiador.

Boisguilbert fue una combinación de genio y excentricidad. Su primera y más importante obra, Le Detail de la France (Detalle de Francia), publicada en 1695, se subtitulaba reveladoramente La France ruinée sous le règne de Louis XIV (La Francia arruinada bajo el reinado de Luis XIV).[3] Boisguilbert escribió innumerables cartas a los sucesivos controladores generales de Francia sobre las virtudes del libre comercio y el laissez faire y los males de la intervención del gobierno. Después de 1699, Boisguilbert siguió golpeando al controlador general Michel Camillart durante años, pero sin resultados. Camillart continuó rechazando permitirle imprimir sus tomos, pero Boisguilbert los publicó igualmente, imprimiendo finalmente sus obras escogidas bajo el título Le Detail de la France en 1707. En ese año, el mismo en que se censuró el Dixme Royale de Vauban, la obra de Boisguilbert fue también prohibida y su autor enviado a un breve exilio. Volvió bajo promesa de silencio, pero de inmediato reimprimió su libro cuatro veces entre 1708 y 1712.

Defendiendo al laissez faire, Boisguilbert denunciaba la preocupación mercantilista de acumular metales preciosos, apuntando que la esencia de la riqueza son los bienes, no la moneda. La moneda, explicaba Boisguilbert, es sólo comodidad. Así que el influjo de los metales preciosos del Nuevo Mundo en el siglo XVI sólo sirvió para aumentar los precios. Si se hubiera dejado actuar a la naturaleza, todos los hombres disfrutarían de abundancia y los intentos del gobierno de mejorar a la naturaleza sólo causaron confusión. El sencillo remedio para los múltiples males que estaba sufriendo Francia era, como dice el Profesor Keohane: “que el gobierno deje de interferir en los patrones naturales del comercio y laissez faire la nature. No se necesitaba ningún esfuerzo sobrehumano de reforma, sólo el cese de esfuerzos mal dirigidos”.[4]

La armonía colectiva o social, escribía Boisguilbert, derive de los esfuerzos de innumerables individuos por mejorar sus propios intereses y su felicidad. Si el gobierno eliminara todas las restricciones artificiales al comercio, todos los participantes tendrían incentivos para producir e intercambiar y el interés propio se vería libre para realizar su constructiva labor. Sólo el uso de la coacción o el privilegio del estado someten el interés de uno al de otro, mientras que la sumisión al inteligente orden natural aseguraría la armonía entre la avaricia individual y el beneficio universal. Como resumen Kehoane a Boisguilbert: “Mientras no interfiramos con sus obras [las de la Naturaleza], nuestros intentos de obtener tanto como podamos maximizarán la felicidad de todos a largo plazo”.[5]

Así que no es que los individuos apunten hacia el bien general cuando persiguen sus propios intereses. Por el contrario, es la gloria del orden natural que, mientras los individuos buscan su propia “utilidad privada”, también promuevan los intereses de todos. Aunque los individuos pueden tratar de subvertir las leyes y ganar a costa de sus vecinos, el orden natural de libertad y laissez faire mantendría la paz, la armonía y el beneficio universal. Como declara Boisguilbert, “Pero sólo la naturaleza puede presentar ese orden y mantener la paz. Cualquier otra autoridad arruina todo al tratar de interferir, sin que importen las buenas intenciones que tenga”. En el libre mercado establecido por el orden natural, “el deseo puro de beneficios sería el alma de todo mercado tanto para comprador como para vendedor y es por la ayuda de ese equilibrio o balance por lo que cada participante en la transacción se ve igualmente obligado a escuchar y razonar y someterse a él”.

El orden natural del libre mercado impide que se produzca ninguna explotación. Así: “La naturaleza de la Providencia [ha] (…) ordenado así los negocios de la vida, siempre que se le deje hacer (on le laisse faire), no pueden los más poderosos al comprar bienes  impedir a algún pobre desgraciado la venta para garantizarse su subsistencia”. Todo trabaja correctamente “siempre que se deja hacer a la naturaleza (on laisse faire la nature) (…) [es decir] supuesto de que se le deje libertad y nadie se entromete con estos negocios, salvo para otorgar protección a todos e impedir la violencia”.[6]

Boisguilbert también demostró concretamente los efectos contraproducentes de la intervención del gobierno. Así, cuando el gobierno francés trató de aliviar el hambre rebajando los precios del grano y controlando el comercio, todo lo que logró fue disminuir el cultivo y la producción de grano y por tanto intensificar la misma hambre que el gobierno trataba de aliviar. Esa intervención, en el resumen del Profesor Keohane,

sólo tendría sentido si el grano, como el maná y los champiñones, apareciera sin esfuerzo humano, pues ignora los efectos de los bajos precios en los hábitos de los agricultores. Si el gobierno simplemente hubiera dejado de entrometerse, la economía francesa, como una ciudad a la que se le levantara el asedio, recuperaría su salud. Libre de fijar su propio precio al grano y de importar grano libremente n todo el territorio, los franceses se verían abundantemente provistos de pan.[7]

Para explicar la naturaleza y las ventajas de la especialización y el comercio, Boisguilbert es uno de los primeros economistas en empezar con el intercambio hipotético más simple: dos trabajadores, uno produce trigo y el otro lana y luego extiende el análisis a un pueblo pequeño y finalmente a todo el mundo. Este método de “aproximación sucesiva”, de empezar con lo más simple y luego extender el análisis paso a paso, acabaría resultando ser la forma más fructífera de desarrollar una teoría económica para analizar el mundo económico.

Explicando gráficamente las respectivas obras del poder y el mercado, Boisguilbert imagina a un tirano que tortura a sus súbditos encadenándoles a la vista de los demás, cada uno rodeado por una abundancia de los bienes particulares que produce: comida, ropa, licor, agua, etc. Serían inmediatamente felices si el tirano eliminara sus cadenas y les permitiera intercambiar sus excedentes por los de los otros. Pero si dice el tirano que no, que sólo puede eliminar las cadenas de su pueblo cuando se termine una guerra u otra o en algún momento en el futuro, sólo añade burla y escarnio a su dolorosa tortura. Aquí Boisguilbert se estaba burlando amargamente de la respuesta que Luis XIV y sus ministros daban habitualmente a los ruegos de reformadores y opositores: “Debemos esperar a la paz”. De nuevo, como los demás opositores, la guerra se manifestaba como la excusa habitual para mantener las perjudiciales intervenciones del gobierno.

Como Belesbat, Boisguilbert no aguantaba a los inconsistentes reformadores que trataban hacer una excepción al laissez faire con los productos de lujo. Para Boisguilbert, la riqueza natural no eran sólo las necesidades biológicas, más bien “la riqueza real consiste en un disfrute completo, no sólo de lo necesario para la vida, sino incluso de todo lo superfluo y todo lo que puede dar placer a los sentidos”.

Además, Boisguilbert fue tal vez el primero en integrar la explicación de la política fiscal dentro de sus doctrinas económicas generales. Adoptando la propuesta de Vauban de eliminar todos los impuestos y sustituirlos por un solo impuesto directo del 10% sobre todos los ingresos, Boisguilbert analizaba y denunciaba amargamente los efectos de los impuestos indirectos en la agricultura. Los altos impuestos sobre el grano, apuntaba, habían aumentado los costes y perjudicado a la producción y el comercio del grano. Durante cuatro décadas, argumentaba, el gobierno francés había declarado virtualmente la guerra al consumo y el comercio mediante su monstruosa fiscalidad, generando severas depresiones en todas las áreas de la economía.

Por el contrario, en el libre mercado todos se benefician, pues “el comercio no es otra cosa que la utilidad recíproca y todas las partes, compradores y vendedores, deben tener igual interés o necesidad de comprar o vender”.

Por tanto, con Balesbat y Boisguilbert el foco del ataque liberal clásico al estatismo cambia de la denuncia moralista del lujo o el pernicioso maquiavelismo a enfrentarse a la doctrina mercantilista en sus propios terrenos utilitarios. Así que incluso abandonando la moralidad clásica, la utilidad y la felicidad general requieren la propiedad privada y el laissez faire del orden natural. En cierto sentido, la anticuada ley natural se había extendido a la esfera económica y a la malla de utilidades e intereses individuales mediante la operación del libre mercado.

Al contrario que místicos devotos como Fenelon, Balesbat y Boisguilbert armonizaban como las nuevas cosmologías mecánicas de Isaac Newton y otros a finales del siglo XVII. Dios había creado una serie de leyes naturales del mundo y la sociedad: era tarea de la razón humana, una razón universal para todos, independiente de naciones o costumbres, entender estas leyes y alcanzar con ellas el interés y la felicidad propios.

En la economía, el libre comercio y los mercados libres, mediante la armonía de los beneficios recíprocos, aumentaban los intereses y la felicidad de todos al buscar cada uno su utilidad e interés personal. La Regla de Oro y la ausencia de violencia, era la ley moral natural que describía la clave de la armonía social y la prosperidad económica. Aunque ese análisis no era en sí mismo anticristiano, reemplazaba ciertamente los aspectos ascéticos de la cristiandad por un credo optimista, más centrado en el hombre y también era consistente con el aumento de la religión del deísmo, en la que Dios era el creador, o relojero que creó el mecanismo del universo y sus autosuficientes leyes naturales y luego se retiró de la escena.

Como ha apuntado el Profesor Spengler,

El siglo XVIII conceptualizó el universo económico (o social). Hizo visibles los procesos ocultos del orden social incluso aunque el XVII se hubiera dado cuenta de los de orden físico y los hiciera visibles; generalizó en el ámbito humano la idea del “marco” escondido detrás de “los fenómenos más comunes” y la “mano invisible” por la que “funciona la Naturaleza” en “todas las cosas”.

Respecto de Boisguilbert, su contribución iba a ser

de las primeras, si no la primera, en concebir aunque imperfectamente, el sistema de relaciones que subyace el orden económico. (…) Su contribución consistió en su separación (aunque fuera imperfectamente) del orden económico del sistema total de la sociedad, en comprender el carácter comparativamente autónomo de este orden, en descubrir las conexiones esencialmente mecánicas y psicológicas que unen a los hombres en un orden económico y en dirigir la atención a la forma en que el orden económico estaba sujeto a distorsiones por impulsos originados en el orden político.[8]

También debería mencionarse que sin duda parecía más fácil convencer al rey y a su élite gobernante acerca de la utilidad general de la propiedad privada y el libre mercado, que convencerles de que estaban actuando como cabecillas de un sistema inmoral y criminal de robo organizado. Así que la estrategia básica de tratar de convertir al rey llevaba inexorablemente al menos a una aproximación ampliamente utilitarista a los problemas de la libertad y la intervención del gobierno.

[1] Rothkrug, op. cit, nota 1, p. 333.

[2] Ver Rothkrug, op. cit, nota 1, p. 333-334.

[3] Bajo esas circunstancias, el título de la traducción inglesa dos años después, La desolación de Francia, no parece inapropiado.

[4] N.O. Keohane, Philosophy and the State in France: The Renaissance to the Enlightenment (Princeton, NJ: Princeton University Press, 1980), p. 352.

[5] Ibid., p. 353.

[6] Citado en Cole, op. cit., nota 2, p. 266. O, en otro lugar: “il est seulement nécessaire de laisser agir la nature.” (Sólo hace falta dejar actuar a la naturaleza). Ver Joseph J. Spengler, “Boisguilbert’s Economic Views Vis-à-vis those of Contemporary Reformateurs”, History of Political Economy, 16 (Primavera de 1984), p. 81n.

[7] Keohane, op. cit., nota 11, pp. 354–355.

[8] Spengler, op. cit., nota 13, pp. 73–74. Spengler añade que el término “mano invisible” fue usado por primera vez por el escritor inglés Joseph Glanville en su The Vanity of Dogmatizing (1661), un siglo antes de que Adam Smith utilizara el concepto de forma similar. En sus ensayos filosóficos, Smith trataba a la filosofía como “representante de las cadenas invisibles que unen” fenómenos aparentemente sin conexión. Ibid., p. 73n.

Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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