Dentro de estas fiestas navideñas, en una reunión con unos amigos, dije que era partidario de la privatización total de los servicios y una buena amiga, funcionaria en un ministerio, me replicó que debería ver la cantidad de trabajo que hacen.
Esta respuesta me hizo pensar. Y es que es verdad que los entes públicos realizan trabajo. Es más, el personal que está contratado por la administración es en buena parte gente de primera calidad: gente que ha aprobado duras oposiciones y ha pasado por un sistema de filtros que permiten tener una gran calidad en sus recursos humanos.
Pero también es verdad que mi afirmación no tenía que ver con esto y que lo que me hace pensar es cómo nos ve esta gente, y la gente en general, a liberales y libertarios. Parece que lo que llega a su conocimiento es que pensamos que los funcionarios son una pandilla de inútiles que se pasan el día leyendo el periódico y no producen nada absolutamente.
Aclaremos ideas: la función pública produce (si no fuera así, desde luego sería algo absolutamente escandaloso). Pero los austriacos vivimos en la marginalidad, en la marginalidad de Menger, Böhm-Bawerk, Mises y Hayek. Lo que defendemos es que una privatización de los servicios redundará en una mejor calidad y servicio a un menor coste, eliminando aquellos servicios que no demanden realmente los consumidores. Defendemos lo que no se ve, la mejora marginal, el mejor aprovechamiento de los recursos escasos.
En otras conversaciones con funcionarios también he escuchado quejas de que no se les permite hacer su trabajo de forma eficaz; por ejemplo, se ven obligados a convocar un concurso público para hacer algo para lo que está plenamente capacitada la plantilla del departamento o se nombra a alguien con perfil político que no conoce técnicamente el servicio. Resulta evidente que no se dan cuenta de que no solo es así, sino que tiene que ser así, dado que la existencia de servicios públicos supone que no deben seguirse criterios de eficacia (económicos en último término), sino políticos, y por tanto el objetivo esencial no es servir al ciudadano de una forma eficaz y eficiente.
Igualmente, otra situación que me he encontrado es el reconocimiento de funcionarios de que podrían ganar más en la empresa privada. No he llegado a preguntar más allá, pero en artículos y entrevistas en prensa parece generalizada la curiosa idea del “servicio público”, lo que equivale a decir que prefieren ganar menos, pero ser útiles a la sociedad (y tener un puesto fijo vitalicio, añado yo). Lo curioso es que se piense que se es más útil a la sociedad en la función pública. ¿No es útil a la sociedad el panadero, el pescador, el carnicero, el albañil o el arquitecto privado? ¿Por qué no se aprecia esto con equidad? ¿Dejaría de ser útil un trabajo si pasara de ejercerse en el ámbito público a ejercerse en el privado? ¿Dejaron de ser útiles a la sociedad las azafatas cuando se privatizaron las líneas aéreas y lo eran antes de esto?
La verdad es que una vez que tenemos cierto conocimiento económico (que la gente no parece tener en absoluto) nos resultan cada vez más absurdas las objeciones a la privatización de las empresas. Con empresas y servicios privados, se atenderían correctamente los servicios que demandaran los consumidores, se economizarían gastos, se produciría con la calidad demandada y al precio que dictara el mercado, se eliminarían retrasos y demoras, se despediría a los trabajadores improductivos para reubicarlos donde verdaderamente sean útiles a la sociedad y en general la situación económica tendería a mejorar.
Volviendo a nuestra relación con el funcionariado, los que creemos en el libre mercado no deberíamos caer en el tópico de que lo público no sirve para nada. La realidad es que de algo sí que sirve, si bien no desarrolla todas sus potencialidades para servir mejor a la sociedad. No nos enajenemos al funcionariado, que es un porcentaje importante de la sociedad. Convenzámosles de que lo que proponemos mejoraría los resultados, les permitiría ganar más (si de verdad son eficientes) y no alteraría en modo alguno su servicio a la sociedad.
Aunque privatizar no sea el único paso que hayamos de dar en el camino hacia una sociedad libre, sí es uno de los muchos que debemos dar. Y todos los viajes empiezan por un primer paso.