“Butch”, mi hijo menor, estaba haciendo una tortilla una mañana y se suponía que yo estaba supervisando el proyecto. Pero mi mente estaba más en las Naciones Unidas como símbolo de esperanza: la esperanza de una paz universal y en la protección de los derechos humanos.
Mientras Butch cascaba los huevos en el bol, me vino a la mente un dicho, popular entre los miembros del partido de la Unión Soviética:
Para hacer un omelet, debemos romper los huevos.
Si alguien piensa que los huevos son comparables a las personas individuales y el omelet comparable a algún conglomerado de personas como la Unión Soviética. Tendremos una imagen de la base subyacente del conflicto mundial sobre derechos humanos. Y las Naciones Unidas, como una gallina clueca, está tratando de sentarse a la vez sobre ambos conceptos, esperando empollar la paz al sentarse.
Prácticamente todo el mundo quiere paz y que se protejan los derechos humanos. Así que es inútil gastar tiempo y espacio repitiendo estos objetivos generales de las Naciones Unidas. En su lugar, examinemos la falta de unidad como medio. Pues por encima de las herramientas de paz estamos realmente en guerra: una guerra ideológica amenazando con convertirse en una guerra sangrienta.
La ONU es puramente un agente político diseñado para dar poder a ciertos hombres para gobernar sobre otros. Por su mismo diseño entroniza el poder como derecho, porque es la única forma en que sus miembros constituyentes puedan llevar su poder al foco de la acción.
Veamos por ejemplo la Declaración de Derechos Humanos. Sigue de cerca el patrón de las constituciones de la mayoría de los gobiernos dictatoriales de hoy en día, de una forma a la que haré aquí referencia sin entrar en detalles. # Además, las nueve reuniones de la Comisión de Derechos Humanos se han dedicado principalmente a convertir las disposiciones de la Declaración de Derechos Humanos a formas legales a adoptar como tratados por parte de las distintas naciones.
Hay quien puede decir que esto es ser demasiado duro e injusto con una entidad creada sólo para discutir cosas. Algún gracioso ha dicho que las Naciones Unidas son sólo una entidad impersonal en forma de boca sin dientes, pensada para hablar por ambos lados a la vez con su legua en la mejilla. ¿Pero necesitamos una nueva agencia a través de la que podamos hablar con nuestro vecino? Si una agencia política pensada para cambiar la conducta de la gente se niega los dientes de rumiar para lo que fue creada, sería algo verdaderamente nuevo.
Si se añaden dientes y muerden demasiado fuerte, ¿no puede cualquier nación sencillamente abandonar la ONU? El tratado no prevé la renuncia voluntaria de ningún miembro. Se supone que una minoría que pierda una votación no tiene derecho a desafiliarse. Incluso el derecho de protesta en forma de abandono pacífico se convierte, en la práctica, en un acto de agresión contra la propia ONU.
La visión colectivista
¿Cómo podría esperarse que la ONU opere de otra forma que como un omelet de derechos con el poder creando el derecho? Piensen en su diseño, no en sus propósitos confesos. Con el fin de determinar el camino de su futuro, piensen en su composición política y qué hacen esos países acerca de los derechos humanos dentro de sus propias fronteras. Como lo expresó una vez The Freeman: “Hemos puesto al principal delincuente en la Comisión de Policía”.
En un mundo con problemas en que las libertades humanas están en plena bajamar, la única forma de recuperar las libertades perdidas es privar de poder al concepto omelet del poder político mundial, bajo cualquier etiqueta y para cualquier propósito confeso. Para ver esto más claro, debe entenderse por qué el concepto omelet y el concepto huevo de los derechos humanos son mutuamente excluyentes.
El concepto omelet, o colectivista, sostiene que el omelet social es la única preocupación y objetivo de la humanidad. “Para hacer un omelet, debemos romper los huevos”. Para está visión, los derechos humanos se atribuyen totalmente en los colectivos de personas, no en individuos. Como la voluntad del colectivo se considera lo mismo que la justicia, de ello se deduce que los derechos residen en el omelet y no en los huevos individuales. Así que es humana y socialmente justificable romper los huevos para la tortilla, ya que para eso están los huevos. Las “vacaciones en Siberia” y los asesinatos políticos, junto con otras formas menores de violación de las libertades individuales, están en los programas de actos respetables desde el punto de vista de los derechos en el estilo omelet. Los huevos individuales que queden intactos por el momento servirán para algún omelet posterior.
La otra visión de los derechos humanos, la visión libertaria, puede llamarse la de los huevos individuales. Sostiene que los derechos humanos residen completamente en personas individuales como tales. Este razonamiento se basa en la naturaleza biológica y espiritual del hombre. Considera a todo colectivo de personas, ya sea el Club del Alce o la nación, como nada más que un acuerdo temporal de personas para fines de alguna conveniencia y si todas las personas se eliminan del colectivo, sólo queda una concha organizativa vacía desprovista de cualquier problema de derechos humanos. Como la unidad funcional de toda vida y acción es la persona individual, aquí debe anclarse cualquier concepto sensato de derechos humanos. Los defensores de esta visión ofrecen este aforismo para representar su postura respecto de los derechos humanos:
No podemos incubar pollitos en un omelet.
La persona individual es la única unidad que actúa, incluso en un ejército con las órdenes más estrictas marchando al paso de la oca. Ninguna sensación individual de una persona puede transferirse a otra. Su mismo pensamiento está construido individualmente y sólo puede transmitirse a otro con dificultad e imprecisiones.
De acuerdo con este concepto libertario, la preocupación por los derechos humanos es con la cadena vital incluida únicamente en “huevos” individuales. Y una vez que se ha roto la cáscara de los derechos individuales, con los contenidos dedicados a algún omelet colectivo, el embrión de la libertad humana habrá muerto y la cadena vital se habrá roto para siempre. Esta visión, por decirlo cruelmente pero sin rodeos, es que los derechos humanos ya no prevalecen en la olla de comida de los caníbales.
¿Comensal o comido?
Los defensores de la primera de estas dos visiones pueden afirmar una superioridad en su justicia basándose en el “bienestar general”, afirmando que no se rebaja a los intereses egoístas de alguna persona. Pero los defensores de la segunda visión plantearán estas preguntas: ¿quién va a comerse el omelet, para quién se ha hecho? ¿De dónde viene su derecho a ser el comensal en lugar del comido? ¿Quién tuvo el derecho a decidir? ¿Al bien general de quién sirve el omelet?
Sólo cuando suponemos que el hombre es libre y tiene derecho a elegir hay alguna cuestión respecto de los derechos humanos. El término derechos humanos es realmente sólo otro nombre para la propia libertad. Es verdad que nadie puede disfrutar de derechos o libertad que les nieguen sus amigos o vecinos o conciudadanos más poderosos, pues su mayor poder le obligan a acceder a sus demandas. Pero no estoy hablando de derechos en este sentido de poder de gobierno.
Un significado más profundo de los derechos elimina todos los dictados del colectivo por sí mismos. De hecho, la voluntad del colectivo, como un círculo de espejos que sólo reflejen espejos, es algo vacío, excepto si se alimenta desde el exterior por guías que aparecen en corazones y mentes de personas individuales. Son las dictadas por la sabiduría y conciencia propias, esté de momento de acuerdo con ellas o no una mayoría. Sentimos que en justicia nuestro vecino no tiene derecho a restringirnos en ciertas cosas y ésos son el tipo de derechos que nos preocupan ahora.
En la cultura occidental a la que pertenecemos, suponemos que el organismo humano puede elegir personalmente en todos sus actos voluntarios, por lo que podemos hacer esto o aquello, ir aquí o allí, ahora o luego. La predestinación en cualquier sentido completo se rechaza por lo general.
Es verdad que nuestro entorno natural impone consecuencias predestinadas. Establece límites en el rango de las elecciones de uno y pone obstáculos incómodos en su camino. Estas limitaciones naturales están más allá de nuestro control. Por ejemplo, no podemos vetar la ley de la gravedad: sólo podemos trabajar con ella, como cuando usamos un paracaídas. Quien suponga que como puede construir un puente puede asimismo construir una nueva ley de la gravedad, está cometiendo un error fatal.
Aparte de la las restricciones que pone la naturaleza en la libertad de una persona, ésta puede restringirse a sí misma o puede verse restringida por otras.
La autorrestricción es la respuesta a esa pequeña voz que nos habla tan alto a todos, aunque no pueda oírla directamente ninguna otra persona. Algunos la llaman conciencia. Algunos la llaman Dios. Abarca todo lo que conocemos como moral. Tal vez nadie conozca exacta y completamente las fuentes de la autorrestricción, pero pocos niegan su papel como amo, tal vez el más eficaz (que, al hablar tan directa y convincentemente, guía nuestras acciones como personas libres).
El otro tipo de restricción es la de la fuerza y el poder, el puro dominio del hombre sobre el hombre. Puede adoptar muchas formas, entre las cuales la esclavitud es un forma sencilla y clara. Otra es el gobierno del hombre por el hombre a través de algún tipo de organización política, siempre creada y controlada por el hombre. La ONU es de este último tipo. Como mecanismo, es la sartén en la que cocinar el omelet de los derechos.
De los empleados de la ONU se espera que sean leales a las Naciones Unidas por encima de todo, de acuerdo con el “Informe sobre patrones de conducta en el servicio internacional”.
Una verdad sencilla es que uno no puede servir a dos amos porque es imposible obedecer dos órdenes contradictorias. Aplicada al problema de los derechos humanos, esto significa que no puede servir al tiempo a su conciencia y a algún mecanismo político, en el sentido de un gobernante.
Siempre que uno tiene el terrible dilema de tener dos órdenes contradictorias de dos fuentes, debe elegir su amo y sufrir las consecuencias. Siempre es tentador subordinar la conciencia, porque la retribución que obtenemos es menos clara y vívida que las horcas que exhiben sus conciudadanos en el papel de amos. Dios dio al hombre en Su plan, como parte necesaria del derecho a la libertad, la posibilidad de hacer tanto lo bueno como lo malo. Si Él le hubiera negado al hombre la posibilidad de hacer el mal, habría sido asimismo necesario negarle el derecho a la propia libertad, éste es el problema de los derechos humanos.
Sobre servir a dos amos
Habrá quien dirá que si una institución política se basa en preceptos morales bajo Dios, como nuestra Declaración de Independencia y la esencia de la Declaración de Derechos bajo las primeras interpretaciones legales, uno puede realmente servir a ambos amos. Pero ambos no pueden ser amos y es una ilusión pensar que lo son. La prueba (la única prueba válida) es ésta: ¿qué dictados se siguen cuando los dos dan órdenes que entran en conflicto?
La historia de nuestra propia nación atestigua la imposibilidad de servir a dos amos. Esto se revela en el reverso del espíritu y la supuesta intención original de la Declaración de Independencia y la Declaración de Derechos. Los preceptos morales originales acerca de los derechos personales se han negado básicamente ahora, por medio de interpretación legal, así como de la aceptación popular. Ahora se espera que Dios reciba muchas de sus órdenes de los amos políticos, en el papel de un subordinado. No sólo es, sino que se espera de quienes nos representan en la ONU y hacen sus tareas que pongan a Dios incluso un peldaño más abajo en autoridad, ya que la lealtad a la ONU estará por encima de la lealtad a Estados Unidos.
Pueden coexistir diferencias si no se consagra la fuerza para eliminar diferencias. Puede haber un huevo y puede haber un omelet, si se les permite existir por separado. Pero el mismo huevo no puede servir a ambos y todo huevo está condenado cuando se entroniza el gobierno del omelet. El juramento de unidad por compromiso es una trampa para el huevo: no puede medio partirse. El omelet como medio niega al huevo como fin.
En cualquier área de diferencia, vivir en desunión es el precio que debe pagarse por la libertad. Hay quienes están dispuestos a renunciar a la libertad con la esperanza de obtener la unidad, sólo para perder ambas. Esto pasa porque se encuentra más unidad real bajo la libertad que bajo la esclavitud.
Así que como no puede servirse a la vez a dos amos y como la libertad individual es el amo que queremos, las esperanzas libertarias para la solución de los derechos humanos reside en un lugar distinto de cualquier agencia internacional de poder político. Lord Acton, cuando hablaba de derechos humanos con su peculiar perspectiva histórica de la libertad humana, decía:
El poder absoluto y las restricciones en su ejercicio no pueden existir juntos. No es sino una nueva forma de la vieja competencia entre el espíritu de la verdadera libertad y el despotismo en su más hábil disfraz.
Aceptemos el concepto religioso de Suárez o el razonamiento de Grocio, debemos suponer que hay un derecho humano por encima de cualquier ley escrita por un simple hombre, que la ley superior debe en justicia prevalecer siempre que una contradicción nos fuerce a elegir entre amos. Como dijo Coke, esto está “escrito por la mano de Dios en el corazón del hombre (…) la ley eterna, la ley moral”.
El libertario no puede mirar a las Naciones Unidas como una agencia de esperanza para resolver los problemas mundiales de la paz, la libertad y los derechos humanos. Sabe que por su propio diseño, la ONU no puede servir como incubadora de los derechos humanos, porque no puedes incubar huevos en una sartén sólo apropiada para cocinar omelets. Después de todos nuestros esfuerzos por usar la ONU como campo de batalla sobre las armas de la paz, uno tiene que estar de acuerdo con Mr. Dulles, cuando dijo: “Nuestra nación es hoy menos querida, está más aislada y está más en peligro que nunca antes en su historia”.
Este artículo se ha extraído de The Freeman, marzo de 1955 (Volumen 5, Número 9), pp. 371-373.
Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.