El problema de la “racionalidad” de David Friedman

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El libro de David Friedman Price Theory: An Intermediate Text [Publicado en España como Teoría del precio (Madrid: Centro de Estudios Superiores Sociales y Jurídicos Ramón Carande, 1993)] define la racionalidad como la aplicación de medios correctos a fines humanos. Luego supone que la gente es en su mayoría racional. Usar medios incorrectos a menudo genera miseria personal o muerte, por ejemplo, para una persona que no se da cuenta de que rechazar comer le matará.

Igualmente, los empresarios que no satisfacen correctamente los deseos de los consumidores pierden dinero y acaban fuera del negocio. Así que hay un proceso de selección evolutiva que hace que los individuos que yerran a menudo graviten hacia los márgenes de la sociedad o desaparezcan completamente. La utilidad de esta suposición se supone que reside en la capacidad de predecir el comportamiento humano. Esto pasa porque hay, escribe Friedman, sólo unos pocos medios correctos para cualquier fin concreto y una infinidad de medios que fracasan en llevar al fin pretendido.

Suponer que la gente es racional es una buena idea, porque evitamos considerar una multitud de acciones irracionales. Por ejemplo, supongamos que una persona toma decisiones correctas la mitad del tiempo. Si suponemos que es racional, seremos capaces de predecir su comportamiento un 50% de las veces (suponiendo sólo un medio mejor para este fin, la otra mitad del tiempo hará alguna tontería impredecible). Si, por el contrario, suponemos que sea irracional, seguiremos sin saber qué cosa irracional hará después.

La definición de racionalidad de la Escuela Austriaca es diferente: la racionalidad, dice, es el comportamiento intencionado, sean o no apropiados los medios elegidos para alcanzar el propósito. Así que “intencionado” y “racional” son esencialmente sinónimos.

¿Está justificada la suposición de racionalidad de Friedman? No creo que sea cierta ni necesaria. Los individuos y empresarios en acción cometen errores debido a la incertidumbre del futuro. Sí, la naturaleza de la realidad es tal que los errores se castigan (salvo que trabajes para algún ente público). Pero el incentivo negativo de cometer errores no elimina éstos completamente. Tampoco es posible predecir a priori quién actuará con éxito y en qué empresas.

Además, la “eficiencia” es relativa. Lo esencial del emprendimiento es descubrir nuevas formas de obtener beneficio monetario o psíquico. Lo que es eficiente una vez resultará no serlo en otra. Una vez se abre una nueva planta o empieza a operar un nuevo proceso tecnológico, todo el mundo puede ver que la antigua forma de hacer las cosas es indudablemente ineficiente y requiere un ajuste. Parecería entonces que justo antes del momento en que la innovación entró en producción, todos estaban actuando irracionalmente. La economía de Friedman no deja espacio a la acción emprendedora y por tanto para los cambios (bastante impredecibles) en lo que es eficiente. En otras palabras, es verdad que no podemos predecir cómo errará otra persona, pero en nuestra realidad dinámica realmente no somos mejores en predecir cómo tendrá éxito.

¿Está justificado el concepto austriaco de racionalidad? Yo creo que sí. La razón es que incluso si los medios elegidos no son los más eficientes o fracasan absolutamente en garantizar el fin, las consecuencias económicas de un intento de usar dichos medios no cambia.

El que la danza de la lluvia de una tribu sea inútil es irrelevante para la determinación del precio de intercambio de las prendas especiales que se procura el hechicero porque éste siente la necesidad de ejecutar adecuadamente su danza. El que un empresario compre una cara pieza de equipamiento que resulta serle inútil no afecta al hecho de que pueda haber ofrecido más en el mercado por este equipo. O también, Friedman no tiene en cuenta el frecuente fenómeno del fracaso empresarial, una de cuyas consecuencias económicas es que el trabajo y capital ligados a procesos fracasados se liberan para ser usados en algún otro lugar de la economía.

Una segunda suposición sorprendente que realiza Friedman es que los fines o preferencias o propósitos humanos, para que sean procedentes en el análisis económico tienen que ser “simples”. ¿Por qué? La respuesta, similar a nuestras consideraciones previas, es que las preferencias fáciles de percibir nos permiten predecir cómo se verán afectadas por los incentivos las acciones humanas.

Si el gobierno quiere que la gente tenga más hijos, supone que los subsidios a los padres en forma de dinero harán sin duda que nazcan más niños, en lugar de cualquier resultado absurdo como que la gente irá al mar a matar más morsas por su carne. O si el gobierno quiere crear un ciclo de auge y declive rebajará el tipo de interés por debajo de su valor natural durante un prologado periodo de tiempo. En consecuencia, los emprendedores invertirán más dinero en las etapas tempranas de producción en lugar de, por ejemplo, ir al mar y matar más ballenas por su grasa. Es la asunción de las preferencias simples en la economía neoclásica, porque de otra forma no podríamos predecir cómo reaccionará cada persona o grupo a cambios marginales en los incentivos.

Esto refleja la inclinación empírica neoclásica. Buscan descubrir relaciones cuantitativas entre datos económicos. Además, su investigación se pone a menudo al servicio del estado, que busca manipular al pueblo para que haga lo que se le antoja. Por desgracia para el aspecto económico del neoclasicismo, no hay relaciones permanentes entre variables en el mercado. Estas relaciones siempre reflejan algunos factores históricos que no pueden usarse para predecir el futuro. Incluso la historia económica debe iluminarse e interpretarse mediante la teoría, de otra forma los datos no darían ninguna luz a los acontecimientos que trata de explicar el historiador (porque los datos deben seleccionarse adecuadamente e incluso entonces las cosas múltiples y a menudo mutuamente incompatibles pueden parecer ajustarse). En cambio, lo máximo que puede hacer la historia económica es poner de manifiesto teorías económicas. No puede llegarse a ninguna conclusión teórica a partir del análisis estadístico o econométrico.

Respecto al aspecto moral de la economía, una vez pregunté muy claramente a un economista si ayudar al estado a manipular la opinión pública es la esencia del trabajo del economista: dijo que absolutamente sí, no sospechando siquiera que yo encontraba aborrecible en buena parte esa manipulación (aunque pudiera estar bien para alguna cosa como para disuadir el crimen).

Ahora bien, podría objetarse que también en la vida privada tratamos de adivinar los fines de la gente y buscamos cambiar su comportamiento mediante incentivos. Una compañía de tarjetas de crédito impone una sanción por pagos atrasados: no es una forma de ganar dinero, sino de hacer que la gente pague puntualmente sus deudas. Un padre dice a su hijo que si se porta mal, será castigado (otro incentivo). Bien. Pero de eso no trata la economía. La economía busca descubrir ciertas leyes inmutables que son válidas en todo tiempo y lugar derivadas de axiomas autoevidentes (aportando algunas premisas empíricas añadidas).

La ley de los retornos no cambia con el paso del tiempo. La teoría austriaca del ciclo económico, la ley de la ventaja comparativa, las consecuencias de los controles de precios y muchas otras intervenciones públicas tienen poco que ver con los estudios empíricos sobre cómo los incentivos afectan al comportamiento humano.

Consideremos el debate del cálculo socialista. Recordemos que el problema del socialismo no es sólo el problema de qué incentivos necesitarán los planificadores implantar para hacer a la gente salir de la miseria: es también la imposibilidad de calcular beneficios y pérdidas y por tanto de saber si las acciones que uno tome atenderán o no los deseos más urgentes de los consumidores. Así que, aunque se implantaran mágicamente los incentivos apropiados, el socialismo seguiría sin funcionar. Está claro, que resolver rompecabezas que requieran evaluar correctamente los incentivos no es todo en la economía.

¿Pero no supone la economía austriaca que, por ejemplo, a medida que baja el precio de los productos, la cantidad demandada aumentará en lugar de caer? La regularidad que acabamos de exponer se mantiene, pero no es una suposición en absoluto. En su lugar, es una derivación de la ley de la utilidad marginal. Tendré más dinero en mis manos debido a la caída del precio de la misma cantidad demandada. Ahora afronto la tarea de asignar mi dinero extra. Puedo comprar más del mismo bien o puedo gastar mi dinero en otro lugar. Ahora satisfaré deseos menos perentorios.
Y no tenemos que suponer que estos deseos sean “simples”. Pueden ser de cualquier tipo. Puedo querer dar dinero a caridad, puedo alquilar un bote e ir al mar y matar varias morsas y ballenas, puedo quemar el dinero en mi patio si quiero, sólo si pienso que el dinero es un mal económico estaré encantado de pagar más por menos, pero incluso esta preferencia, aún dentro de mi escala de valores, no escapa de la ley económica.

Por tanto, la economía no es una predicción cuantitativa. Tampoco es un juego o resolver un rompecabezas. Ninguna de las suposiciones de Friedman (la racionalidad de los agentes económicos y la simplicidad de las preferencias) es necesaria.

Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí: aquí.

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