La cuestión de la relación del coste y el valor es en realidad sólo una forma concreta de una mucho más general: la cuestión de las relaciones regulares entre los valores de los bienes que en interdependencia causal contribuyen a una única utilidad para nuestro bienestar.
La utilidad que proporciona una cantidad de materiales con los que puede producirse un abrigo es aparentemente idéntica a la utilidad que proporcionará el abrigo terminado. Es por tanto evidente que los bienes o grupos de bienes que derivan su importancia para nuestro bienestar mediante una única utilidad deben asimismo presentar alguna relación fija y habitual entre sí respecto de su valor.
La cuestión de esta relación regular fue puesta por primera vez en una forma clara y completa por los economistas austriacos; hasta entonces, sólo se había tratado de una manera insatisfactoria bajo el epígrafe de coste de producción. Sin embargo, hay un corolario a esta proposición general e importante que no es menos importante e interesante, pero que hasta ahora nunca ha recibido el modesto grado de atención de la teoría económica que se ha prestado al problema del coste.
Muy comúnmente, varios bienes se combinan simultáneamente para la fabricación de un producto común: por ejemplo, papel, pluma y tinta sirven juntos para escribir; aguja e hilo para coser; aperos de granja, semilla, tierra y trabajo para producir grano. Menger ha calificado a los bienes que aparecen en esa relación entre sí como bienes complementarios. Aquí aparece la cuestión, tan natural como difícil: ¿Cuánta de la utilidad común en esos casos es atribuible a cada uno de los factores complementarios en cooperación? ¿Y qué ley determina el valor y precio proporcional de cada uno?
El destino de este problema hasta ahora ha sido muy notable. La teoría antigua no lo calificaba de problema general en absoluto pero sin embargo llevaba a explicar una serie de casos concretos que dependían implícitamente de este problema. La cuestión de la distribución de la propiedad daba especialmente lugar a dichas explicaciones. Como varios factores de producción (tierra, capital, mano de obra y trabajo del propio patrón) cooperan en la producción de un producto común, la cuestión de qué porción de valor será asignada a cada uno de los factores en compensación por su participación es obviamente un caso especial del problema general.
Bueno, ¿cómo se resolvían estos casos concretos? Cada uno se decidía por sí mismo sin considerar a los otros y, por tanto, se acababa formando un círculo completo. El proceso era el siguiente: si había que explicar una renta, se decidía que al terreno le correspondía lo que quedara del producto después del pago de los costes de producción, incluyendo bajo este término la compensación de todos los demás factores (capital, trabajo y beneficio del director).
Aquí la función de todos los demás factores se consideraba como fija o conocida, pues el terreno se dejaba de lado con un recordatorio que variaba de acuerdo con la cantidad de producto. Si entonces era necesario en otro capítulo determinar los beneficios del empresario, se decidía de nuevo que debía dársele el exceso sobrante después de compensar a todos los demás factores. En este caso, la porción del terreno, la renta, se calculaba junto con el trabajo, el capital, etc., como fijo y el beneficio del empresario se trataba como la variable, aumentando y disminuyendo con la cantidad de producto.
Exactamente de la misma manera se trataba en un tercer capítulo la porción del capital. El capitalista, dice Ricardo, recibe lo que queda del producto después del pago de salarios. Y como satirizando todos estos dogmas clásicos, finalmente, F.A. Walker ha completado el círculo indicando que el trabajador recibe lo que queda de los demás factores.
Es fácil ver que estas afirmaciones llevan a un círculo y también ver por qué llevan a ello. Los razonadores simplemente no han planteado el problema de una forma general. Tenían varias cantidades desconocidas a determinar y el lugar de tomar el toro por los cuernos e investigar directamente el principio general, de acuerdo con el cual un resultado económico común debería dividirse en sus factores componentes, trataron de evitar la cuestión fundamental: la del principio general. Dividieron la investigación y en esta investigación parcial se permitieron tratar cada vez como desconocida cada una de las cantidades desconocidas que formaban el objeto concreto de su investigación, pero tratando a las otras, en ese momento, como si fueran conocidas. Así que cerraban los ojos al hecho de que unas páginas más atrás (o más adelante) habían invertido la operación y habían tratado a la supuesta cantidad conocida como desconocida, y a la desconocida como conocida.
Después de la escuela clásica vino la histórica. Como sucede a menudo, tomaron una actitud de escéptica superioridad y declararon como totalmente insoluble al problema que eran incapaces de resolver. Pensaban que es en general imposible decir, por ejemplo, qué porcentaje del valor de una estatua se debe al escultor y qué porcentaje al mármol.
Ahora bien, si el problema se plantea correctamente, es decir, si queremos separar las porciones económicas y no las físicas, el problema tiene solución. Realmente se resuelve en la práctica en todas las empresas racionales por todos los agricultores y fabricantes. La teoría no tiene más que observar correcta y cuidadosamente el espejo de la práctica para, a su vez, encontrar la solución teórica.
Para este fin, la teoría de la utilidad final ayuda de la manera más sencilla. Es de nuevo la vieja canción. Sólo con observar correctamente cuál es la utilidad final de cada factor complementario o qué utilidad añadiría o restaría la presencia o ausencia del factor complementario y la tranquila búsqueda de esa investigación traerá por sí misma la luz a la solución del problema supuestamente insoluble.
Los austriacos hicieron el primer intento serio en este sentido. Menger y el autor de este artículo han tratado la cuestión bajo el título Theorie der komplementaren Guter; Wieser se ha ocupado del mismo asunto bajo el título Theorie der Zurechnung (teoría de la producción). Especialmente esta última ha demostrado de una forma admirable cómo debe plantearse el problema y que éste puede resolverse. Menger ha apuntado de la manera más feliz, en mi opinión, el método para solucionarlo.[1]
He llamado la ley de los bienes complementarios al equivalente a la ley de los costes. Igual que la primera desentraña las relaciones de valor que resultan de yuxtaposiciones temporales y causales, de la cooperación simultánea de varios factores hacia una utilidad común, la ley de los costes separa las relaciones de valor que resultan de una secuencia temporal y causal, de la interdependencia causal de factores sucesivos.
Por medio de la primera, se desentrañan, por decirlo así, las mallas de la complicada red que representan las relaciones mutuas de valor de los factores cooperantes a lo largo y ancho; por la última, a lo profundo; pero ambos procesos se producen dentro de la ley omnicomprensiva de la utilidad final, de la que amabas leyes son sólo aplicaciones especiales para problemas especiales.[2]
Así preparados, los economistas austriacos proceden con el problema de la distribución. Esto les lleva a una serie de aplicaciones especiales de la leyes teóricas generales, cuyo conocimiento se obtuvo mediante un tedioso, pero fructífero, trabajo de preparación. La tierra, el trabajo y el capital son factores de producción complementarios. Su precio, o lo que es lo mismo, tipo de renta, salario e interés, resulta por otro lado simplemente de una combinación de las leyes de los bienes complementarios.
Omitiré aquí las opiniones particulares de los austriacos sobre esta materia. No podría, aunque quisiera, dar en este artículo ninguna explicación adecuada de sus conclusiones y menos demostrarlas; debo contentarme con dar una visión somera de los asuntos que les ocupa y, en lo posible, de su espíritu de trabajo. Por tanto, apuntaré sólo brevemente que han publicado una teoría del capital nueva y completa[3] en la que han desarrollado una nueva teoría de los salarios,[4] además de trabajar en los problemas de los beneficios del empresario[5] y de la renta.[6]
A la luz de la teoría de la utilidad final, en particular el último problema aludido encuentra un solución fácil y sencilla, que confirma la teoría de Ricardo en sus resultados reales y corrobora su razonamiento en muchos detalles.
Por supuesto, no se han hecho en modo alguno todas las posibles aplicaciones de la ley de la utilidad final. Es más cierto que apenas han empezado. Puedo mencionar de pasada que ciertos economistas austriacos han intentado una aplicación más amplia en el campo de las finanzas[7] y otros a ciertas cuestiones difíciles e interesantes de la jurisprudencia.[8]
Notas
[1] Menger, Grundsätze der Volkswirtschaftslehre, pp. 138 y ss. [Ver también Principios de economía política]; Böhm-Bawerk, “Grundzüge der Theorie des wirtschaftlichen Güterwerthes”, parte 1, pp. 56 y ss., Positive Theorie des Kapitales (1889), pp. 178 y ss. [Ver también Teoría positive del capital]; Wieser, Der naturliche Werth, pp. 67 y ss.
[2] Böhm-Bawerk, Teoría positiva.
[3] Böhm-Bawerk, Kapital und Kapitalzins, 2 vols. vol. 1, Geschichte und Kritik der Kapitalizins-Theorien (1884); vol. 2: Positive Theorie des Kapitales (1889); diferentes de las antiguas enseñanzas de Menger de Grundsätze, pp. 143 y ss. [Ver también Valor, Capital, Interés] [4] Böhm-Bawerk, Teoría positiva.
[5] Mataja, Der Unternehmergewinn (1884); Gross, Die Lehre vom Unternehmergewinn (1884).
[6] Menger, Grundsätze, pp. 133 y ss.; Wieser, Der naturlichte Werth, pp. 112 y ss.; Böhm-Bawerk, Teoría positiva.
[7] Robert Meyer, Die Principien der gerechten Besteuerung (1884); Sax, Grundlegung (1887); Wieser, Der naturliche Werth, pp. 209 y ss.
[8] Mataja, Das Recht des Schadenersatzes (1888); Seidler, “Die Geldstrafe vom volkswirtschaftlichen und sozialpolitischen Gesichtspunt” en Jahrbuch, de Conrad, N.F., vol. 20 (1890).Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.