La visión inflacionista de la historia

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Una doctrina muy popular mantiene que la rebaja progresiva del poder adquisitivo de la unidad monetaria desempeña un papel decisivo en la evolución histórica. Se afirma que la humanidad no habría llegado a su presente estado de bienestar si la humanidad no hubiera aumentado mucho más que la demanda de dinero. La caída resultante en el poder de compra, se dice, fue una condición necesaria para el progreso económico. La intensificación de la división del trabajo y el continuo crecimiento de la acumulación de capital, que han centuplicado la productividad del trabajo, sólo podían lograrse en un mundo de progresivos aumentos de precios. La inflación crea prosperidad y riqueza, la deflación incertidumbre y decadencia económica. [1] Un análisis de la doctrina política y las ideas que inspiraron durante siglos las políticas monetarias y crediticias de las naciones revela que esta opinión está casi generalmente aceptada. A pesar de todas las advertencias por parte de los economistas sigue siendo hoy el centro de la filosofía económica del hombre medio. También es la esencia de las enseñanzas de Lord Keynes y sus discípulos en ambos hemisferios.

La popularidad del inflacionismo se debe en gran parte a un odio profundo a los acreedores. La inflación se considera justa sólo porque favorece a los deudores a costa de los acreedores. Sin embargo la visión inflacionista de la historia de la que nos ocupamos en esta sección sólo está someramente relacionada con este argumento antiacreedores. Su afirmación de que el “expansionismo” es la fuerza motriz del progreso económico y que el “restriccionismo” es el peor de todos los males se basa principalmente en otros argumentos.

Es evidente que los problemas causados por la doctrina inflacionista no pueden resolverse recurriendo a las enseñanzas de la experiencia histórica. Está fuera de dudas que la historia de los precios muestra claramente una continua tendencia al ascenso, aunque a veces interrumpida en cortos periodos. Por supuesto es imposible establecer esto salvo por comprensión histórica. La precisión cataláctica no puede aplicarse a problemas históricos. Los esfuerzos de algunos historiadores y estadísticos para seguir los cambios en el poder de compra de los metales preciosos durante siglos para medirlos son fútiles. Ya se ha demostrado que todos los intentos de medir magnitudes económicas se basan en suposiciones completamente falsas y muestran la ignorancia de los principios tanto de la economía como de la historia. Pero lo que la historia nos puede decir en este campo a través de estos métodos concretos es suficiente para justificar la afirmación de que el poder de compra del dinero ha mostrado durante siglos una tendencia a caer. En relación con este punto, todo el mundo está de acuerdo.

Pero éste no es el problema a resolver. La cuestión es si la caída en el poder de compra era o no un factor indispensable en la evolución que llevó de la pobreza de épocas pasadas a las condiciones más satisfactorias del capitalismo occidental moderno. Esta cuestión debe resolverse sin referencia a la experiencia histórica, que puede interpretarse y así se hace de distintas maneras y a la que los defensores y adversarios de cada teoría y cada explicación de la historia se refieren como prueba de sus afirmaciones mutuamente contradictorias e incompatibles. Lo que se necesita es una clarificación de los efectos de los cambios en el poder de compra sobre la división del trabajo, la acumulación del capital y la mejora tecnológica.

Al ocuparnos de este problema no podemos contentarlos con la refutación de los argumentos aportados por los inflacionistas en apoyo de sus tesis. Lo absurdo de estos argumentos es tan manifiesto que su refutación y su exposición es realmente fácil. Desde sus mismos principios la economía ha demostrado una y otra vez que las afirmaciones relativas a los supuestos beneficios de la abundancia de dinero y los supuestos desastres de su escasez son resultado de claros errores en el razonamiento. Los esfuerzos de los apóstoles del inflacionismo y el expansionismo por refutar la verdad de las enseñanzas de los economistas han fracasado completamente.

La única pregunta relevante es ésta: ¿es posible o no rebajar el tipo de interés mediante la expansión del crédito? Este problema se tratará exhaustivamente en el capítulo dedicado a la interconexión entre la relación monetaria y el tipo de interés. Allí se demostrará cuáles son las consecuencias de los auges creados por la expansión del crédito.

Pero en este momento de nuestra investigación debemos preguntarnos si no es posible que haya otras razones que puedan alegarse a favor de la interpretación inflacionista de la historia. ¿Es posible que los defensores del inflacionismo hayan dejado de lado algunos argumentos válidos que podrían apoyar su posición? Es sin duda necesario acercarnos al tema desde todas las perspectivas posibles.

Pensemos en un mundo en el que la cantidad de dinero sea rígida. En un estadio primitivo de la historia los habitantes de este planeta han producido toda la cantidad posible de materia prima utilizada como moneda. No puede haber un aumento en la cantidad de moneda. Los medios fiduciarios se desconocen. Todos los sustitutivos del dinero (incluyendo las monedas secundarias) son certificados monetarios.

A partir de estas suposiciones, la intensificación de la división del trabajo, la evolución de la autosuficiencia en hogares, villas, distritos y países al sistema de mercado mundial del siglo XIX, la progresiva acumulación de capital y la mejora de los métodos tecnológicos de producción habrían generado una continua tendencia a la caída de precios. ¿Hubiera detenido la evolución del capitalismo un aumento de este tipo en el poder adquisitivo de la unidad monetaria?

El empresario medio respondería afirmativamente. Vivir y actuar en un entorno en el que una caída lenta aunque continua en el poder de compra de la unidad monetaria se considera normal, necesario y beneficioso, simplemente no podría entender una situación diferente. Asocia las nociones de precios crecientes y beneficios por un lado y precios a la baja y pérdidas por otro. El hecho de que haya también operaciones a la baja y que las grandes fortunas se hayan hecho en situaciones a la baja no altera su dogmatismo. Ésas son, dice, transacciones meramente especulativas de gente dispuesta a beneficiarse de la caída de los precios ya producidos y disponibles. Las innovaciones creativas, las nuevas inversiones y la aplicación de métodos tecnológicos mejorados requieren el catalizador que resulta ser la expectativa de precios más altos. El progreso económico sólo es posible en un mundo de precios crecientes.

Esta opinión es insostenible. En un mundo de poder de compra creciente de la unidad monetaria el modo de pensar de la gente se habría adaptado a esta situación, igual que nuestro mundo actual se ha ajustado a un poder de compra decreciente de la unidad monetaria. Hoy día todo el mundo está dispuesto a considerar un aumento en sus ingresos nominales o monetarios como una mejora de su bienestar material. La atención de la gente se dirige más hacia el aumento de sus salarios nominales y al equivalente monetario de riqueza que al aumento en su suministro de productos primarios. En un mundo de poder de compra creciente de la unidad monetaria se preocuparían más de la caída en el coste de la vida. Esto pondría más de manifiesto el hecho de que el progreso económico consiste principalmente en hacer más fácilmente accesibles los placeres de la vida.

En la dirección de los negocios, las reflexiones relativas a la tendencia secular de los precios no desempeñan ningún papel en absoluto. Los empresarios e inversores no se preocupan por las tendencias seculares. Lo que guía sus acciones es su opinión acerca del movimiento de los precios en las siguientes semanas, meses o, como mucho, años. No prestan atención al movimiento general de todos los precios. Lo que les importa es la existencia de discrepancias entre los precios de los factores complementarios de producción y los precios anticipados de los productos. Ningún empresario se embarca en un proyecto de producción definitivo porque crea que los precios, es decir, los precios de todos los bienes y servicios, subirán. Se compromete si cree que puede beneficiarse por una diferencia entre los precios de los bienes de distintos órdenes. En un mundo con una tendencia secular hacia la caída de precios, esas oportunidades de ganancia aparecerían de la misma forma en que aparecen en un mundo con una tendencia secular hacia el aumento de precios. Las expectativas de un movimiento progresivo general al alza de todos los precios no generan una intensificación de la producción y la mejora en el bienestar. Lo que generan es el “vuelo hacia los valores reales”, y la quiebra del boom y la destrucción completa del sistema monetario.

Si la opinión de que los precios de todos los productos caerán se generaliza, el mercado de tipos de interés a corto plazo se rebaja por la cantidad de la prima de precio negativa. [2] De esta forma, el empresario que emplee fondos prestados está asegurado ante las consecuencias de esa caída de precios en el mismo grado en que, bajo condiciones de precios crecientes, el prestamista está asegurado mediante la prima de precio contra las consecuencias de la caída del poder de compra.

Una tendencia secular hacia un aumento en el poder de comprar de la unidad monetaria requeriría reglas sencillas por parte de los empresarios e inversores, distintas de las desarrolladas bajo la tendencia secular hacía una caída en el poder de compra. Pero sin duda no influiría sustancialmente en el curso de los asuntos económicos. No quitaría el impulso de la gente a mejorar su bienestar material tanto como sea posible mediante una asignación apropiada de la producción. No privaría al sistema económico de los factores de mejora material, que son los esfuerzos de los emprendedores en busca de beneficios y la disposición del público a comprar los productos que sean aptos para proveerles la máxima satisfacción al mínimo coste.

Estas observaciones no son ciertamente un alegato a favor de una política de deflación. Simplemente implican una refutación de las inerradicables fábulas inflacionistas. Desenmascaran lo ilusorio de la doctrina de Lord Keynes de que la fuente de pobreza y la aflicción, de la depresión del comercio y del desempleo tenga que basarse en una “presión contraccionista”. No es verdad que “una presión deflacionaria (…) habría (…) impedido el desarrollo de la industria moderna”. No es cierto que la expansión del crédito produzca el “milagro (…) de transformar una piedra en pan”. [3]

La economía no recomienda una política inflacionaria ni deflacionaria. No reclama a los gobiernos que intervengan en la elección del mercado de un medio de intercambio. Sólo establece las siguientes verdades:

  1. Al comprometerse con una política inflacionista o deflacionista un gobierno no promueve el bienestar general, el bien común o los intereses de toda la nación. Simplemente favorece a uno o varios grupos de población a expensas de otros.
  2. Es imposible saber por adelantado qué grupo se verá favorecido por una medida concreta inflacionaria o deflacionaria y en qué grado. Estos efectos dependen del complejo general de los datos de mercado afectados. También depende en buena medida de la velocidad de los movimientos inflacionistas y deflacionistas y puede invertirse completamente con el progreso de estos movimientos.
  3. En todo caso, una expansión genera inversiones erróneas de capital y consumo excesivo. Deja a la nación en su conjunto más pobre, no más rica.
  4. La inflación continuada debe finalmente acabar con la quiebra del boom, la completa destrucción del sistema monetario.
  5. Una política deflacionaria es costosa para el tesoro e impopular entre las masas. Mas una política inflacionaria es una bendición para el tesoro y muy popular entre los ignorantes. En la práctica, el peligro de la deflación no es más que ligero y el de la inflación tremendo.

Notes
[1] Cf. El estudio crítico de Marianne von Herzfeld “”Die Geschichte als Funktion der Geldbewegung”, Archiv fuer Sozialwissenschaft, LVI, 654–686 y las obras citadas en este estudio.
[2] Cf. La acción humana.
[3] Citado de International Clearing Union, Text of a Paper Containing Proposals by British Experts for an International Clearing Union, April 8, 1943 (publicado por los Servicios de Información Británicos, una agencia del gobierno británico), p. 12.

[Este artículo se ha extraído del capítulo 17 de La acción humana]

Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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