Puede pasar en cualquier lugar

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Historia de un alemán son unas fascinantes memorias escritas por el periodista alemán Sebastian Haffner (pseudónimo de Raimund Pretzel) poco después de emigrar de Alemania a Inglaterra con su esposa judía en 1938. En él Haffner explora una pregunta similar a la que me ha perseguido desde el 11-S. Examina cómo una nación altamente culturizada y civilizada puede caer tan rápidamente en el bárbaro totalitarismo del gobierno nazi. Mi versión de esta pregunta es: ¿cómo pudo Estados Unidos, una ración con profundas raíces en la libertad individual, caer tan rápidamente en un estado policial?

No hay ningún misterio alrededor de los motivos de políticos ambiciosos o de sus lacayos, como los burócratas, pero un giro abrupto de la sociedad requiere la aceptación o aquiescencia de una mayoría de la gente que no es ninguno de ambos. La clave para la explicación de la Alemania nazi y los Estados Unidos actuales es la constante y profunda remodelación de las instituciones de la sociedad, del sistema escolar a la aplicación de la ley, de los tribunales a los hospitales. Las instituciones empiezan a expresar una visión distinta de la sociedad: por ejemplo, en lugar de expresar el estado de derecho y la protección al proceso debido, los tribunales han llegado a encarnar lo contrario.

En un ensayo publicado por primera vez en Modern Age (Invierno de 1980), Murray Rothbard explicaba elegantemente la importancia de este lento pero profundo cambio dentro de las instituciones. Los seres humanos no nacen ni buenos ni malos, argumentaban, sino con capacidad para amabas cosas. Por tanto es esencial “para las instituciones animar a lo bueno y desanimar a lo malo”. Es un tema recurrente dentro de la defensa del anarquismo de Rothbard.

El estado es la única institución que puede usar los ingresos de su robo organizado [impuestos] para pretender controlar y regular las vidas y propiedades de la gente. Por tanto, la institución del estado establece un canal socialmente legitimado y santificado para que la mala gente haga malas cosas.

Por el contrario, una “sociedad libre” no establece un “canal para el robo y la tiranía” legítimo. Por el contrario “desanima las tendencias criminales de la naturaleza humana y anima al pacífico y el voluntario”. Así que en la medida en que las instituciones o la infraestructura social de una sociedad personifiquen la libertad y no el control del estado, en esa medida se maximizará “la armonía y los beneficios mutuos de los intercambios interpersonales voluntarios”.

Desde el 11-S un cambio radical en las instituciones de Estados Unidos nos ha llevado cada vez más lejos de la libertad individual y hacia el control del estado. Tal vez ningún cambio institucional encarne el cambio más claramente que la militarización de la aplicación de la ley a todos los niveles. El individuo medio es tratado ahora como un sospechoso criminal en aeropuertos, a la entrada de edificios públicos, en el creciente requisito de identificación y durante el ejercicio de los llamados derechos garantizados, como el de reunión pacífica y portar armas: la aplicación de la ley ahora trata a la gente casi como combatientes enemigos.

Con el tiempo, el comportamiento alentado por las instituciones se convierte en un rasgo del carácter no sólo de los individuos, sino asimismo de la propia sociedad. Y así una sociedad adquiere un aire cerrado en lugar de abierto; se insensibiliza ante la brutalidad, teme el disenso y se hace hostil al “otro”. Recompensada por las autoridades, la gente llega a ver el espionaje de sus vecinos como una obligación cívica.

Lo anterior rasca la superficie de “cómo” una sociedad se convierte en un estado totalitario. No explica el “por qué”. ¿Por qué los cultos alemanes o los rudos estadounidenses se quedan parados y contemplan la aparición del totalitarismo?

Una explicación común es que no se dieron cuenta. Salvo que conozcan bien la historia, los acostumbrados a la libertad o el civismo pueden ser alegremente inconscientes de mecanismos como el proceso debido: son quienes viven sin esas “sutilezas legales” los que saben bien que los equivalentes al habeas corpus son protecciones de las que dependerá la vida o muerte de gente inocente.

Muchos de los que sí se dieron cuenta rechazaban creer que su libertad se deterioraría más allá de cierto punto. En Historia de un alemán, Haffner señala cómo sus educados colegas ridiculizaban constantemente los nazis como algo pasajero. He escuchado casi lo mismo a colegas en Estados Unidos que rechazan el aumento del totalitarismo con las palabras: “¡Pero esto es América! No puede pasar aquí”.

Algunos otros que se dan cuenta son convencidos con tácticas de atemorización de las autoridades de que es necesario renunciar a derechos para garantizar la continuidad de su comodidad y seguridad. En Alemania, la crisis que se explotó fue la devastación causada por las cláusulas punitivas de Tratado de Versalles tras la Primera Guerra Mundial. La aparición del socialismo y la presencia del “otro”, especialmente los judíos, fueron usadas tanto para generar enojo contra un enemigo común como para atemorizar a la gente para su sumisión.

En Estados Unidos, la lenta crisis es la guerra contra el terrorismo realizada al producirse el 11-S: el extremismo islámico y cualquiera que trate de pasar la frontera son las amenazas.

Haffner también habla de la “continuación automática de la vida diaria que dificultaba cualquier reacción rápida y fuerte contra el horror” de Hitler. También esto puede ser aplicable a muchos estadounidenses, que ven diariamente la erosión de la libertad. Sin embargo, como se levantan en sus hogares, comen los mismos cereales en el desayuno, realizan el mismo trabajo aburrido al que llegan siguiendo rutas familiares, tienen una sensación de que todo es como siempre ha sido. El hecho de que la estructura legal, las protecciones políticas y otras instituciones que salvaguardaban sus libertades estén desapareciendo no es algo tan real como sus rutinas diarias.

En una crítica de 2002 a Historia de un alemán, Steven Martinovich comentaba: “El proceso [de estatismo] fue tan lento que uno casi podría entender cómo un día los alemanes andaban por las calles como miembros de una tambaleante democracia y al siguiente eran prisioneros. (…) Entre estos dos días, Alemania [Haffner] creció en ambos figuradamente y desapareció literalmente”.

Estados Unidos está desapareciendo día a día. Espero fervientemente que su desaparición esté en el horizonte y no ya en el pasado, porque si aún no ha llegado, los que la advertimos aún podemos reclamar una nación que fue una vez tan libre como culta fue Alemania.


Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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