Tiranía y finanzas

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Dionisio, el histórico tirano de Siracusa, era un financiero consumado. Su don le mantuvo en buen lugar el día en que se vio en bancarrota, al haber pedido prestado a la ciudadanía más de lo que podía devolver.

Podría haber aumentado los impuestos y pagado a sus acreedores con su propio dinero, pero no lo hizo porque, según parece, sus tasas habían llegado al punto de los rendimientos decrecientes: un aumento habría desalentado la producción o causado una fuga de capitales y agotado así la fuente de sus ingresos. Eso no funcionaría.

Y aún así debía atender sus deudas, pues el rechazo habría manchado su reputación y dañado el crédito nacional: nadie le habría prestado ni un duro siracusano desde entonces.

En este aprieto, Dionisio ideó un plan que se ha usado desde entonces para recuperarse de la prodigalidad nacional. Reclamó todas las monedas de su reino, conocidas como dracmas, y las reselló de forma que cada dracma se convirtió en dos y, después de pagar sus deudas con el dinero revaluado, devolvió a los propietarios más dracmas de las que habían tenido que entregar. Sin duda a los siracusanos les encantó la operación: sus adelantos al tirano se devolvieron íntegros y sus activos no monetarios habían doblado su precio de la noche a la mañana. Mereció alabanzas por su proeza financiera.

En veintidós siglos, los hombres han pensado mucho y de este uso del cerebro han aparecido nuevas formas de hacer cosas antiguas. Igual que Dionisio, los políticos de hoy en día se ven a veces sin los recursos necesarios para sufragar los costes de las gloriosas aventuras del estado y, al haber estirado los impuestos hasta el punto de rotura, recurren a pedir prestado. Convencen a los ciudadanos no sólo de que sus ahorros se gastarán de formas que redundarán en su beneficio, sino que se les premiará por su fe con un rédito anual: el imponente recibo impreso emitido por el prestatario compromete solemnemente el honor de estado en él. Luego, de una forma u otra, estos recibos se monetizan y a la sociedad se le inunda con nuevas monedas del reino, igual que se hizo a los siracusanos cuando se resellaron sus dracmas. Todo el mundo se “enriquece”.

Esta moderna brujería financiera es una enorme mejora sobre el método de Dionisio en que da la impresión de una transacción de negocio honrada, no un timo. Evidentemente Dionisio no había pensado este negocio de los recibos, pues si lo hubiera hecho, nunca se hubiera encontrado en el apuro antes mencionado. Pues, entre otras ventajas, este recibo moderno lleva una fecha de liquidación, normalmente para la próxima generación, para alivio de los prestatarios inmediatos; además, mediante métodos de financiación y refinanciación, esta fecha adquiere la capacidad exclusiva de extenderse por toda la eternidad, así que el préstamo nunca se devolverá. Por otro lado, el prestatario o sus hijos siempre pueden estar seguros de recibir intereses, pues como contribuyente el portador aporta los fondos.

No nos cabe duda de que los ministros de Dionisio le animaron con una erudita disertación sobre las virtudes del plan de resellado. Su equivalente moderno no sólo tiene ministros que le asesoren, sino asimismo profesores de economía que explican al público cómo la abundancia en sus despensas se mejora por la inflación.

[Este artículo se ha extraído del capítulo 9 de The Rise and Fall of Society]

Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.