Muchos periodistas (la mayoría de los cuales no son economistas) echan la culpa de la crisis inminente en la Eurozona a los malvados especuladores. Creo necesario empuñar el garrote a favor de los comerciantes y explicar por qué no son culpables del problema actual.
Una batalla falsa
No hay mejor momento que éste. El lenguaje que los líderes y los medios de comunicación europeos están usando en relación con las crisis de la deuda pública del continente aleja las culpas de los responsables y apuntan en su lugar a los especuladores: “Merkel y Sarkozy apuntan a los especuladores” (Reuters Alemania); “Defenderemos el euro a toda costa” (José Manuel Barroso); “Creemos que no sólo Grecia, España, Portugal e Italia están siendo atacadas”, sino que “toda la Eurozona está siendo amenazada” (Jean-Claude Juncker); la canciller alemana Angela Merkel llegó a declarar que “De alguna manera, es una batalla de los políticos contra los mercados”, añadiendo que “los especuladores son nuestros enemigos” y “estoy decidida a ganar”.[1]
Esta “batalla” va tan lejos que el presente artículo podría incluso considerarse hoy ilegal en Francia. De acuerdo con Reuters, las autoridades francesas planean trabajar junto con los servicios de inteligencia para luchar contra rumores “infundados” acerca de la solvencia de los países europeos.[2]
Una gran ovación para los especuladores
Contra este cada vez más intimidante zeitgeist, los economistas deben alzarse y explicar que la especulación es en realidad una tarea beneficiosa y esencial en una sociedad libre.
Primero, en el mundo real, cada actor económico es un especulador, pues toma decisiones de acuerdo con sus expectativas futuras en relación con los precios y las preferencias de la gente. Cada especulador posee una parte de un conocimiento disperso, subjetivo y a menudo tácito y revela esta información mediante sus acciones de compra, que en último término determinan los precios. Al hacerlo, multitud de participantes en el mercado revelan datos que de otra manera no podrían obtenerse.[3]
Segundo, los especuladores sufren pérdidas siempre que predicen una subida o bajada de los precios que acaba por no producirse. Esto significa que si un especulador cree que un país que en realidad no tiene problemas de solvencia o liquidez va a quebrar en el futuro cercano, va a soportar una enorme pérdida de dinero. Debido a este incentivo financiero, todo inversor buscará afanosamente tanta información como sea posible. El resultado es que el mercado de capitales en general envíe señales muy ajustadas acerca de oportunidades de inversión en competencia.
En el presente caso de crisis de deuda pública, crece la preocupación entre los participantes en el mercado acerca de si los ciudadanos de los PIIGS (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España) estarán dispuestos (y serán capaces) o no de pagar su deuda pública. En consecuencia, aumentan los intereses de los bonos públicos, así como de los instrumentos de garantía, como los CDS. Sin embargo, la causa real es esto es la política fiscal subyacente del país en cuestión y no las compras del especulador, que son meramente un reflejo o resultado de decisiones imprudentes tomadas en el pasado por los políticos.
En otras palabras, el especulador sólo ocupa el espacio de oportunidad que ya está allí: las semillas de estos movimientos de precios ya se han plantado. Los especuladores aprecian el enorme agujero que los propios gobiernos cavaron en los años recientes. Y los especuladores transmiten este conocimiento a otros participantes en el mercado ofreciendo precios apropiados sobre estas obligaciones de deuda (en el caso de los bonos) o pólizas de seguro sobre estas obligaciones (en el caso de los CDS).
Por tanto, la preocupación del mercado de capitales y la acción de los especuladores puede compararse con un termómetro que ayuda a evaluar el estado de salud del paciente. ¿Realmente un paciente echaría la culpa de su fiebre al termómetro?
Tercero, está claro que un especulador no tiene poder alguno sobre nadie. Todo lo que puede hacer es ofrecer sus recursos financieros a cambio de las garantías que reclama. Al contrario que los políticos no puede usar ningún tipo de fuerza con el fin de obtener su objeto de deseo. Por el contrario, depende completamente de la voluntad de su contraparte en realizar el intercambio. El lenguaje de los líderes políticos antes citados es por tanto equívoco: abstenerse de hacer más compras (como en el caso de no comprar más bonos públicos) o asegurar riesgos ya asumidos (como en el caso de compras de CDS) difícilmente puede calificarse como una “batalla” o un “ataque”.
No echen la culpa al mensajero, sino a los responsables
Los especuladores cumplen con una función vital de señalización en el proceso de mercado. Sus señales actuales deberían inducir a los políticos a reducir radicalmente la carga del estado sobre la sociedad y a volver a una disciplina fiscal lo antes posible. Si alguien tiene la culpa de los problemas presentes en los que se encuentran los países europeos, no deberían ser los portadores de malas noticias, sino quienes condujeron a las economías afectadas en la dirección insostenible.
La idea de que los especuladores son inútiles e incluso dañinos es muy antigua, pero de todas formas errónea. La economía enseña que la eficacia de los mercados deriva precisamente de su capacidad de recoger y hacer disponible conocimiento disperso. Los especuladores son una de las fuerzas motoras detrás de este proceso. Por desgracia, muchos periodistas, así como funcionarios, no entienden totalmente este hecho y por el contrario echan a los mercados la culpa de los problemas de Europa. Así, es poco probable que las propuestas políticas que ofrecen revivan una economía vacilante.
[1] “Merkel Invokes Market ‘Battle’ as Germany votes on Greece”, Bloomberg, 6 de mayo de 2010. ver también “Merkel und Sarkozy erklären Spekulanten den Krieg”, Reuters Alemania, 6 de mayo de 2010.
[2] “France to use intelligence agency in rumor crackdown”, Reuters, 7 de mayo de 2010.
[3] Sobre la ubicuidad del especulador en la economía de mercado, ver Israel Kirzner (2007) Market Theory and Price System, Alabama: Ludwig von Mises Institute, pp. 17–18 y pp. 315–316. Sobre la relación entre conocimiento y mercados, ver F.A. Hayek (1980), “The Use of Knowledge in Society”, Individualism and Economic Order, Chicago y Londres: Chicago University Press, pp. 77–91.
Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.