La creación de empleo se ha convertido en el tema central de la actual recesión. El foco en el crecimiento del empleo está muy extendido tanto entre los economistas conservadores (si podemos usar este término con liberalidad) como entre los de tendencias izquierdistas. Además, si preguntamos al hombre de la calle cuál es el problema económico más acuciante en este momento, seguramente responda “El empleo”.
En una encuesta de Gallup realizada en marzo de 2010, el desempleo estaba listado como el problema más importante del país. Esa conclusión se vio reforzada por una encuesta realizada por el Washington Post en octubre de 2010. De hecho, la falta de creación de empleo fue una de las principales razones por las que el GOP logró esa gran victoria electoral en las elecciones intermedias de 2010.
Está claro que es esencial la creación de empleo. ¿Pero de dónde van a venir estos empleos? El enorme plan de estímulo de la Administración Obama y la flexibilización cuantitativa de la Reserva Federal han fracasado en resolver el problema. De hecho, con el tiempo estas acciones causarán males peores que el problema que pretendían resolver.
La realidad de un alto desempleo continúa asolando la economía. Por tanto debemos buscar en todas partes soluciones para el problema del paro. Debemos preguntarnos cuál es el camino correcto para un crecimiento económico sostenido y no inflacionista.
Para responder a esta pregunta, sugiero remontarnos en el tiempo y examinar los escritos de los primeros pensadores económicos. Al hacerlo, descubrimos que la preocupación principal de estos economistas era la producción de bienes y servicios.
Jean-Baptiste Say lo explica de forma sucinta. Escribe:
En una comunidad, ciudad, provincia o nación que produce abundantemente y aumenta a cada momento su producto, casi todas las ramas del comercio, la manufactura y la industria en general, ofrecen bonitos rendimientos, porque la demanda es grande y porque siempre hay una gran cantidad de productos en el mercado, listo para reclamar nuevos servicios productivos. Y viceversa, cuando, por razón de los tropiezos de una nación de su gobierno, la producción se estanca o no mantiene el ritmo del consumo, la demanda generalmente disminuye, el valor del producto es menor que las cargas de su producción; no se recompensa ningún esfuerzo productivo; disminuyen beneficios y salarios; el empleo del capital se hace menos ventajoso y más azaroso; se consume de forma poco sistemática, no por extravagancia, sino por necesidad y porque las fuentes de capital se han secado.
El argumento anterior se conoce comúnmente como la ley de Say. Lo esencial del argumento es que un aumento en la capacidad productiva creará empleo y aumentará naturalmente la demanda de productos en general. Por tanto la capacidad productiva se considera como la base para la creación de empleo y el bienestar económico que le sigue. La ley de Say había sido la base del crecimiento económico durante décadas.
Aún así, durante los aproximadamente 50 últimos años, ha sido controvertida y ridiculizada entre la mayoría de los economistas ortodoxos. La ley de Say ha sido reemplazada con mitos económicos como la curva de Phillips, la estimulación de la demanda agregada y el fantasma de la deflación. ¿Qué causó este cambio negativo en la percepción?
Todos los caminos llevan a Keynes
Como ocurre con casi todos los trucos en el pensamiento económico, John Maynard Keynes es la persona responsable de despreciar la generalmente sólida lógica de los primeros profesionales. Es asombroso ver que, con toda la evidencia empírica en contra, los economistas ortodoxos y los políticos del gobierno siguen aferrados a los deteriorados postulados de la Teoría General.
Aunque sus seguidores se han mostrado equivocados una y otra vez, Keynes se ve constantemente rejuvenecido por la fuente intelectual de la eterna juventud que ocupa nuestras instituciones de “enseñanza superior”. Como confirmación de esta afirmación ¡Paul Krugman, la reencarnación moderna de Keynes incluso ha ganado el Premio Nobel!
El hilo básico que mantiene unidas las ilusiones de la economía keynesiana es la llamada refutación de la ley de Say. Henry Hazlitt ha refutado elocuentemente este mito. Sus argumentos no necesitan repetirse aquí.
Por tanto empleemos simplemente un poco de lógica para establecer el debate. Un empresario no necesita pasarse el día pensando cómo crear un empleo. Por el contrario, si es un empresario de éxito gasta su tiempo pensando en qué actividades emprender para producir un beneficio. Una vez que ha determinado la actividad rentable, canaliza los recursos para alcanzar el resultado deseado: hacer dinero.
Es a partir de este motivo del beneficio, de este potencial aumento en la actividad productiva, como se crean los empleos. Como promotor, no contrato a un empleado hasta que he concebido una actividad constructiva que me produzca un retorno decente. Contrato a un empleado cuando tengo una necesidad productiva de sus servicios. Como Say entendió tan claramente, es la actividad productiva la que crea el empleo que pone dinero en los bolsillos de la gente y que puede luego usarse para comprar otros productos.
La curva de Phillips
La curva de Phillips es otro mito económico: lleva a la ilusión de que puede crearse mágicamente empleo simplemente aumentando el nivel de precios. Es el concepto económico que llevaba a la supuesta compensación entre inflación y empleo que casi destroza la economía de EEUU en la década de 1970.
De hecho, la economía de la década de 1970 ofrece la evidencia empírica necesaria para probar de forma concluyente que la curva de Phillips no funciona. Destaco el uso de la evidencia empírica, porque es el salvavidas del economista ortodoxo. Y son los economistas ortodoxos los que nos adoctrinan con esos mitos económicos cuando pasamos por sus aulas.
La aplicación de la curva de Phillips por parte de las administraciones Johnson y Nixon devastó de tal manera la economía que se creó un nuevo término para identificar la hasta entonces desconocida situación de alta inflación y economía estancada: la estanflación. Hazlitt ha demostrado la falta histórica de evidencia empírica que apoye el mito de la curva de Phillips. De nuevo no hay razón para repetir sus conclusiones.
Por tanto simplemente acudiremos a la lógica. Y la lógica hace imposible que una acción que esté pensada para producir un entorno inflacionista pueda crear un solo empleo. A medida que los precios aumentan y las expectativas de la opinión pública se consideran, encontramos a la economía en un entorno inflacionista con un crecimiento del empleo estancado.
La capacidad productiva disminuye porque los empresarios (aquellos individuos cuyas acciones realmente crean empleo) ven incertidumbre en el futuro. Y la incertidumbre es el mayor disuasor de la inversión productiva. Sin inversión productiva no hay expansión económica ni crecimiento del empleo.
Los trabajos, a la larga, no pueden crearse llevando a la economía a nivel superior de precios, que desanima la inversión productiva y mantiene los ingresos y la actividad relativos al mismo nivel. De nuevo, esa actividad desafía a la lógica. Sin embargo no desafía a los imperativos ideológicos de quienes defienden esa acción “estimulante”.
El fantasma de la deflación
El temor ilógico a la deflación es una de las causas principales de la crisis financiera (con su alto índice de desempleo) que seguimos experimentando hoy. Desde 1998, tras el colapso de la Long Term Capital Management (LTC) (un fondo de cobertura gestionado por economistas ganadores del Premio Nobel), el entonces presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan luchó contra el fantasma de la deflación como un adicto a las drogas tratando de dejar el hábito. Estaba obsesionado con ello. Su respuesta a la crisis de la LTC fue rebajar el tipo de los fondos federales aumentando la oferta monetaria.
Más tarde otra crisis golpeó al mercado financiero en 2000. La burbuja tecnológica estalló y el NASDAQ cayó desde su máximo de 5132, 52 el 10 de marzo de 2000. ¿Cuál fue la respuesta del Presidente Greenspan? De nuevo aumentó la oferta monetaria y rebajó el tipo de los fondos federales. Es interesante advertir que aparentemente nunca consideró su política monetaria expansiva equivalente a la “exuberancia irracional” a la que se oponía tan vehementemente.
En diciembre de 2001, el tipo de los fondos federales se rebajó al 1,87%. A finales de 2002, estaba en el 1,25%, el nivel más bajo en 41 años y dirigiéndose rápidamente al límite cero.
De hecho, el Presidente Greenspan estaba tan preocupado con la deflación que declaró derrotada a la inflación y que ya no era una amenaza. En una declaración ante el Comité Conjunto de Economía del Congreso, Greenspan dijo: “La inflación es ahora suficientemente baja como para no ser ya un factor importante en los cálculos económicos de familias y negocios”. El presidente Greenspan estaba apuntando a su nueva batalla en el frente deflacionista.
De nuevo debemos emplear la lógica para acabar con el mito deflacionista. Primero, en los pasados 15 años la mayoría de los precios no sólo no se derrumbaron, sino que continuaron aumentando. Como promotor durante este periodo, me sorprendía el aumento de precio en productos como el cobre y el acero que se usaban en proyectos de construcción. Me hubiera encantado que el precio hubiera caído.
En segundo lugar, la deflación es buena para una economía inflacionista si se permite que todos los precios caigan en tándem. Si los beneficios siguen siendo los mismos en relación con los bienes y servicios que necesito comprar, no me preocupa el precio final al que venda una unidad de vivienda. Sólo me preocupan beneficios más bajos en relación precios más altos que deba pagar por las cosas que necesito.
Como ha demostrado Rothbard, si se hubiera permitido que los salarios cayeran durante la Gran Depresión, no habríamos visto tasas de paro del 25%. Sólo cuando a los precios no se les permite ajustarse en tándem esa deflación se convierte en un problema. Ese escenario se produce cuando el gobierno interfiere manteniendo altos los precios de las materias primas y el trabajo, como ocurrió durante la Gran Depresión.
La razón por la que los políticos no dejan que los precios caigan es el apaciguamiento de los grupos de presión (como los trabajadores organizados) con los que están en deuda por votos y contribuciones políticas. Otra razón es la falta de comprensión respecto de la cantidad de dinero en una sociedad.
Conclusión
Hemos visto cómo los mitos económicos que devastan la actividad productiva se perpetúan por parte de los economistas ortodoxos e implantan por parte de los políticos del gobierno. Ahora debemos contestar a la pregunta original hecha antes: ¿Cuál es la vía a un crecimiento económico sostenido y no inflacionista y por tanto a una creación sostenida de empleo?
Primero, debemos entender que la creación artificial de empleos por el gobierno no es la respuesta. Como demostraron los programas de la “Gran Sociedad”, los gobiernos no pueden crear empleos no inflacionistas. La razón para ello es sencilla: los gobiernos no producen bienes. No añaden nada a la capacidad productiva de la nación. El gobierno, a través de los impuestos y la redistribución, destruye riqueza. No crea riqueza.
Para crear un empleo sostenido y no inflacionista, debemos, como nos dijo Jean-Baptiste Say hace 200 años, animar la producción, no simplemente el consumo de bienes. El concepto keynesiano de demanda agregada es simplemente otro mito económico. Va contra toda política económica sensata. Es inflacionista y no lleva a un crecimiento económico sostenido.
En palabras de John Stuart Mill: “Lo que necesita un país para hacerse rico no es nunca el consumo, sino la producción. Allí donde esté esta última, podemos estar seguros de que no falta el primero”.
Para expandir la actividad productiva y así crear empleo, debemos restaurar la confianza en el sistema. Como se ha dicho antes, los empresarios no invierten libremente en tiempos inciertos o cuando sienten que sus beneficios duramente ganados serán confiscados en algún plan de redistribución de rentas.
La confianza en el sistema puede restaurarse con acciones sencillas. La forma principal es dejar la toma de decisiones en manos del soberano: el individuo. Las acciones del individuo expresando su utilidad en el mercado determinarían el nivel correcto de inversión, producción y consumo. Es la única forma infalible de alcanzar una expansión económica no inflacionista con un sano crecimiento del empleo.
El escenario anterior niega el papel del planificador centralizado y del banquero público. Esta es la razón por la que un escenario así es contemplado con desdén por los economistas ortodoxos. Pues sin un planificador centralizado no hay necesidad de los economistas que ofrecen la justificación de su existencia.
Los mitos económicos explicados antes deben ser eliminados de los libros de texto que adoctrinarán a las legiones de futuros economistas que pasen por los molinos de la educación. Sin embargo, como estos mitos ofrecen una justificación para las acciones de tantos, desafortunadamente seguirán siendo una realidad que continúe asolando la economía.
Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.