Despolitizar todo

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¿Qué clase de persona obtiene ganancias – monetarias o psicológicas – de un cargo público? En gran medida, la misma que me esfuerzo por evitar: el vecino escandaloso presto para hacer comentarios sobre las salidas de nuestra hija, el erudito universitario molesto por la resistencia del mundo en acoger su brillantez, el conservador sentimental que cree que los tiempos pasados siempre fueron mejores que el presente, el apasionado director comunitario cuyas afirmaciones están demasiado cargadas de “nosotros” y “debemos”.

Estoy seguro que aquéllos que están en la carrera por conseguir un cargo público piensan de otra manera, particularmente quienes van por cargos menores – los cargos donde la ganancia es principalmente psicológica. Tal vez estos servidores públicos principiantes piensen de sí mismos como si fuesen ambiciosos. Después de todo, estas burocracias intermedias pueden ser el primer paso de un viaje hacia algo más glorioso, hacia el llamado de una mayor remuneración: el congreso de los EEUU, el senado de los EEUU, y si se es un maestro exquisito en eufemismos, la presidencia. Estos altos cargos confieren una importante riqueza al más obtuso entre los obtusos. Y si le faltan las agallas para progresar hacia el nivel nacional, una remuneración excesiva como empleado de baja responsabilidad lo espera en muchas oficinas públicas menores.

Se les da mucho dinero y atención a los políticos; tanto que aún permaneciendo al margen se puede generar una expansión en la riqueza y en la atención. Rush Limbaugh y sus numerosos discípulos conservadores han tallado carreras lucrativas perpetuando el mito de que si votamos por los candidatos correctos (literalmente, en el caso de Limbaugh) el mundo se colocará apropiadamente sobre sus ejes y el status de amo del universo de Estados Unidos crecerá aún más.

Por supuesto, para los progresistas, la persona correcta está en la izquierda. Para cualquiera de los dos lados, la persona correcta es un mito – un fraude, realmente. No existe la persona correcta, de izquierda o de derecha, porque la persona correcta desde la perspectiva de uno será siempre la persona incorrecta desde cualquier otra perspectiva.

Lisa y llanamente, la política no es más que un ejercicio terriblemente caro de autoengrandecimiento y frustración. Una vez que dejamos atrás la etapa de pavoneo y demagogia, todo gobierno democrático es un gobierno fabiano. El gobierno democrático siempre crece. Que Limbaugh persuada consistentemente a sus 20 millones de oyentes diarios que los republicanos son los campeones del mercado libre y del gobierno reducido es un tributo a su oratoria carismática. Los republicanos están tan cerca de ser pro-gobierno como lo están los demócratas. La gran revolución republicana se extendió desde 1995 hasta el 2008. Durante este período, el gasto federal total creció de 1.515 billones  de dólares a 2.982 billones, un 5,3% de crecimiento en promedio por año.

El gasto del gobierno federal como porcentaje del PIB cayó un 18% en los primeros años de la revolución, pero una vez que los republicanos se acostumbraron a repartir el botín entre sus miembros, la buena fe del gobierno pequeño se desvaneció con la economía. Cuando se apagó la revolución, en el 2008, el gasto del gobierno federal como porcentaje del PIB, ahora que el GOP [Partido Republicano] había perdido la mayoría, era más alto que cuando la había ganado, creciendo hasta un 22% del PIB hacia el final del gobierno.

Republicano o demócrata, nada cambia. El movimiento del tea-party, el Green Party, el Modern Whig Party no pueden cambiar nada. Tampoco pueden hacerlo el Partido Libertario o su hijo republicano favorito, Ron Paul. Las instituciones gubernamentales finalmente se imponen y corrompen al político de principios.

Estas instituciones constituyen un obstáculo insoluble para el progreso humano porque demandan conciliación. La conciliación socava las ideas más brillantes y eleva las más triviales. Lo que la ideología deja es un espeso engrudo que no satisface a ninguno. Lo absurdo de todo esto es que, al igual que Oliver Twist, muchos de nosotros pedimos más, aún cuando no tengamos que hacerlo.

Somos todos diferentes, nuestra combinación de necesidades y deseos nos confiere individualidad. Esta singularidad única hace posible la división del trabajo y los mercados libres. Nuestras diferencias, nuestra individualidad, significan que valoramos los recursos escasos en forma diferente (prefiero llamar al término recursos restringidos: ningún gran almacén minorista provoca pensamientos de escasez) y gracias a Dios por eso. De otro modo, todo se reduciría a un pastiche. La vida sería como una bandada de gaviotas convergiendo sobre el mismo buque pesquero para alimentarse de los mismos peces.

La política y el gobierno trastocan las contundentes ventajas de nuestros deseos y habilidades únicas llevándolas al conflicto. En lugar de que cada uno de nosotros emprenda su propio camino para satisfacer sus necesidades y se gane su sustento satisfaciendo las necesidades de sus semejantes de modo tal que cada uno encuentre el modo más apropiado, somos forzados a elegir entre opciones subóptimas impuestas por las instituciones. La política destila las opciones hacia sus elementos más ascéticos cuando deberían prevalecer una abundante variedad de ellos.

Digamos, ¿evolución o diseño inteligente? Si la junta escolar electa elige uno sobre otro, un interés minoritario será el que prevalezca y la amargura y frustración crecerán entre la mayoría que disiente. ¿Por qué evolución o diseño inteligente, por qué no evolución para los evolucionistas y diseño inteligente para los creacionistas? Y más importante aún, ¿por qué no alguna otra cosa para aquellos de nosotros que creemos que ambas son explicaciones precarias?

Este sistema perverso de coaccionar inciviliza a las personas para que acepten opciones limitadas. El dilema entre Ford o Chevrolet provoca discordia entre los fanáticos de las carreras NASCAR, el resto de nosotros elige Ford, Chevrolet o cualquier otra marca que mejor se adapta a nuestro gusto.

La política lo decanta todo hacia un dilema similar al del fanatismo  Ford-Chevrolet.  ¿Alguien se pregunta si la política provoca encono y crispación? Los medios son apóstatas del conflicto político: el repugnante Keith Olbermann y la hosca Ann Coulter son las dos caras de una misma moneda. Lo que ponen en juego es forzar a las personas a optar por el menos malo de dos males, cuando ninguno debería prevalecer. ¿Acaso alguno de nosotros piensa o siquiera le importa el matrimonio homosexual? ¿Alguien piensa que la política resolverá el debate del aborto?

Cuando la política no está incivilizando a la sociedad está acelerando sus preferencias temporales. Los problemas deben resolverse inmediatamente, en caso contrario el mundo se detendría. La inmediatez esteriliza la lógica y la razón. ¿Quién sino un político podría creer que los pantalones holgados (sagging pants) favorecen el aumento de la delincuencia juvenil? Muchos lo creen, y cuando estos pensamientos ad hoc invaden las conciencias de los políticos, estas teorías deben ser legisladas tan rápido sea posible.

Cuando la política no está fomentando el conflicto, aumentando las preferencias temporales e idiotizando a la gente, entonces está atenuando el progreso. Contrariamente a la incesante verborragia sobre la necesidad del “cambio”, todos los políticos rechazan el cambio. El cambio (el progreso humano real, el cambio Schumpeteriano) erosiona el poder político y menoscaba a los regímenes. La política en forma miope se focaliza sobre lo conocido, lo cual explica por qué los políticos se esfuerzan sin reparos en mantener el status quo.

El estancamiento es el factor de enlace en el poder político. La educación se imparte en enormes edificios estériles, siete clases de cincuenta minutos cada una, programadas para ubicar a los antiguos agricultores. Las regulaciones se expanden para acompañar a la última crisis, asegurando la próxima. Los militares nos venden enormes territorios enemigos, lo que posibilita que bandas de mercenarios por cuenta propia de países insignificantes causen estragos en las ciudades más grandes del país.

Colocarse al margen es la única solución. Al gobierno se lo margina cuando se lo ignora, cuando los individuos evitan el proceso político.

Por lo tanto, hágase a usted mismo y al resto de nosotros un favor: si está considerando embarcarse para un cargo público, no lo haga. Si usted quiere un gobierno pequeño será incapaz de impedir que el gobierno crezca de todos modos. Si usted es de aquéllos que prefieren un gobierno grande, es incapaz de hacer crecer el gobierno según su preferencia. Una vez en el sistema, será marginalizado. Hará más enemigos que amigos, sin ninguna duda. Cómo se atreve a forzarme a elegir cuando yo prefiero no hacerlo.

Evitar el gobierno también lo aísla a usted de su perversa influencia. Mire detenidamente: los políticos son ejemplos de las características que nos disgustan en otros: codicia, cobardía, equivocación, incompetencia y charlatanería. Si usted es elegido, adoptará esas características. Su personalidad pasará del instigador de reformas al anquilosado buscador de reelección. El servicio público es la vocación más innoble.

El voto desperdicia el tiempo escaso y los recursos. El debate político (el último ejercicio en inutilidad) es del mismo modo un desperdicio. Si puede educar a sus hijos fuera de las escuelas públicas, hágalo.

Cuanto más nos alejamos de las instituciones del gobierno, más débil se vuelve. El ostracismo funciona. Las instituciones más fuertes, si se ignoran y niegan el tiempo suficiente, finalmente se derrumban. La oficina postal se está literalmente derrumbando ante nuestros ojos. Otras instituciones gubernamentales aparentemente impenetrables padecerían el mismo destino si quitamos sus pilares dejando de participar en el proceso político.

El mismo efecto derrumbe les ocurriría a aquellas personas comprometidas a mantener las instituciones del gobierno y el status quo. Sustrayéndonos de la política se marginaliza a los Barack Obama, las Hillary Clinton, los Charles Grassley, los Barney Frank, los Harry Reid, los Mitt Romney y a todo el resto. Dando discursos en auditorios vacíos, negándoles apretones de manos y dándoles la espalda, se debilitará la confianza en la validez de la misión política.

¿Pero entonces no nos atropellarían los socialistas? No, porque ellos son una minoría pequeña, y las minorías pequeñas pueden únicamente imponer sus deseos cuando la mayoría participa en un proceso que les permite imponer su voluntad.
Hay un efecto saludable en ocuparse de lo propio: cuanto más se sustrae uno de la política, más cuenta se da de cuán insignificante es realmente, mientras al tiempo advertimos en qué grado la cooperación y la libertad proveen las mejores soluciones al mayor número de problemas.

Traducido del inglés por Sebastián Fernández. El artículo original se encuentra aquí.

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