El movimiento conservador y el remanente libertario

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A mediados de la década de 1950, The Freeman había alcanzado su objetivo de reunir a las desperdigadas fuerzas libertarias (“los remanentes”, como las llamaría Albert Jay Nock). Aún así sus dificultades financieras y organizativas habían abierto las puertas para otro periódico no izquierdista que consolidaría las fuerzas en la derecha estadounidense desde un punto de vista mucho menos libertario que el de The Freeman.

National Review irrumpió en la escena estadounidense en el otoño de 1955. Su fuerza motriz fue el joven editor-jefe William F. Buckley, Jr., un graduado en Yale con un fuerte pedigrí anticomunista: durante sus estudios, había obtenido para el FBI información sobre profesores y compañeros estudiantes. Buckley absorbió el talento editorial que fue incapaz de encontrar acomodo en The Freeman, en particular, Suzanne LaFollette y William Henry Chamberlin, pero asimismo hombres como Russell Kirk, Frank Meyer, Max Eastman, y Erik von Kuehnelt-Leddihn.

Cuando Buckley anunció National Review como “francamente, conservadora”, los hombres del viejo mundo como Mises deben haber pensado que, francamente, Buckley no sabía de qué estaba hablando. Mises contribuyó con unos pocos artículos en el curso de los primeros años de existencia de National Review. Pero en más de una ocasión destacó la diferencia entre el libertarismo y el conservadurismo. En respuesta a la felicitación de cumpleaños en 1957 escribió: “Por desgracia esto no puede cambiarse. Soy un contemporáneo superviviente de Karl Marx, Guillermo I y Horatio Alger, en resumen: un paleoliberal [Paläo-liberaler]”.

En 1954, Mises declinó una invitación de la Universidad de Yale para participar en una serie llamada “Lecciones conservadoras” que se promovió con la premisa de que “cada conferenciante trabajará conscientemente por la restauración del (…) poder de la palabra conservador”. Advirtió que la palabra “conservador” no tenía raíces políticas en Estados Unidos y que en Europa significaba exactamente lo contrario de los principios que defendía Estados Unidos:

Conservar significa preservar lo que existe. Es un programa vacío, meramente negativo, rechazando cualquier cambio (…) Conservar lo que existe es en los Estados Unidos de hoy equivalente a preservar aquellas leyes e instituciones que el New Deal y el Fair Deal han legado a la nación.

La repentina emergencia de la palabra “conservador” destacaba la incomodidad más general de las fuerzas contrarrevolucionarias en Estados Unidos. Estaban bastante seguras de contra qué estaban: comunismo, fascismo, socialismo, New Deal, Fair Deal, etc. ¿Pero a favor de qué estaban? El hecho es que incluso en el liderazgo del nuevo movimiento, el conocimiento económico y las convicciones libertarias acérrimas eran raros. El recurso a palabras como conservadurismo reflejaba una extendida incomodad acerca de adoptar cualquier mensaje positivo claro.

Era más fácil ser esquivo que decir claramente que en el centro del programa del nuevo movimiento estaba el principio de la propiedad privada, También había otros términos flotando alrededor, como “gobierno limitado”, “federalismo” y “descentralización”. Cuando Mises destacó en un artículo la importancia crucial de un aparato de justicia independiente “que proteja al individuo y su propiedad frente a cualquier violador, ya sea rey o ladrón común”, el secretario de la Fundación Earhart se preguntaba si esto no podría ser demasiado radical. Después de todo, los jueces en Estados Unidos estaban todos nombrados y pagados por el gobierno.

Mises replicó que los jueces estadounidenses eran independientes en la medida en que no podían ser removidos o perseguidos ni siquiera si sus decisiones no son agradables para el ejecutivo. Por el contrario, la insistencia en el gobierno limitado era al menos útil “en la presente lucha estadounidense contra los intentos de hacer al gobierno totalitario paso a paso”. Mises continuaba:

Pero no cabe duda de que fuera de este campo concreto este término no tiene sentido al no indicar en qué sentido tendría que limitarse al gobierno. Por ejemplo, los jefes sindicales se refieren a este lema para justificar la no interferencia por parte del gobierno cuando los huelguistas cometen actos de violencia, sabotaje, etc.

Era por tanto de vital importancia que alguien defendiera la supremacía de la propiedad privada y sus derivaciones: el capitalismo y la economía de mercado. La insistencia en el federalismo y la descentralización no lo haría:

La descentralización con una base federal no da por sí misma ninguna garantía de que se preservará la libertad. El feudalismo medieval tenía tanto descentralización como federalismo, pero sólo los señores eran libres (y estaban exentos de impuestos): burgueses y campesinos tenían que soportar discapacidades legales, no participaban en el gobierno y tenían que pagar solos sus impuestos.

Eran muy buenas razones para no usar la etiqueta de “conservador” para el nuevo movimiento estadounidense que rechazaba comunismo, socialismo, New Deal y la emergente mentalidad antimercado de la ortodoxia cada vez más estatista. Pero la suerte estaba echada. Cuatro años después del establecimiento del National Review, la etiqueta “conservador” ocupaba la arena pública.

Para aquel entonces, como muy tarde, Mises debió haber mantenido el optimismo que sentía en los primeros días de The Freeman. Volvió a la visión pesimista que se había convertido casi en una segunda naturaleza. Cuando su alumno George Reisman dijo que tenía la impresión de que los liberales del laissez faire estaban creciendo en número, Mises replicó que era la impresión natural de una persona que estaba aún en proceso de conocer a los otros individuos dispersos del Remanente. Una persona así podría creer que hay cada vez más individuos que comparten sus opiniones, porque va conociendo cada vez a más de esas personas. Pero Mises creía que es el crecimiento era sólo en conocimiento personal y no en números absolutos. En otra ocasión, comentó que sus escritos eran como los rollos del Mar Muerto que alguien encontraría dentro de mil años.

Pero el pesimismo no impidió a Mises pelear por la verdad y animar a otros a ser fuertes en la batalla de las ideas. En una carta a Hayek, quien había rechazado asimismo vigorosamente la etiqueta de “conservador”, Mises escribía:

Estoy completamente de acuerdo con tu rechazo al conservadurismo. En su libro Up from Liberalism, Buckley (hombre bueno y educado) ha definido su punto de partida: “El conservadurismo es el reconocimiento tácito de que todo lo que finalmente es importante en la experiencia humana está a nuestras espaldas, que las exploraciones cruciales se han realizado y que se ha permitido al hombre conocer cuáles son las grandes verdades que derivan de ellas. Lo que esté por venir no puede superar en importancia para el hombre a lo que ha llegado antes” (p. 154). Orígenes, San Agustín y Santo Tomás de Aquino han dicho lo mismo con otras palabras. Es una triste realidad que este programa sea más atractivo que todo lo que se ha dicho sobre la libertad y los beneficios ideales y materiales de la libre economía.

¿Cuáles eran las razones para esta triste realidad? Mises creía que aquí había una cuestión no investigada. Continuaba:

Supongo que tú, igual que yo, no escribes para consolarte con el proverbio: Dixi et salvavi animam team [He hablado y así salvado mi alama]. Así que ahí va la pregunta: ¿Cómo es posible que la élite de nuestros contemporáneos sean absolutamente ignorante vis-à-vis de todas estas cosas? Por ejemplo, ¿Cómo puede ser que la política de precios del azúcar del gobierno estadounidense apenas sea contestada, a pesar de que de cada 500 o 1.000 votantes haya como mucho uno que pueda esperar ventajas de un precio del azúcar aumentado institucionalmente?

El problema que tengo en mente no es el comportamiento de la masa de “intelectuales” de quienes se cuentan entre esos intelectuales. Me refiero a esos autores, tanto de ficción como de no ficción, que por ejemplo hablan de la opulencia y simultáneamente acerca de una sobrepoblación que lleva a la humanidad al borde de la hambruna. O la Unión de Libertades Civiles. Que, por un lado, remueve cielo y tierra cuando encuentra que un club de tenis sólo admite a negros en sus pistas como invitados pero les niega ser socios, pero declara por el otro que no hay derecho civil a trabajar con una tarjeta del sindicato.

Este artículo ha sido extraído de Mises: The Last Knight of Liberalism (2007).

Traducido del inglés por Mariano Uribe Bas. El artículo original se encuentra aquí.

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