El pánico de 1819

0

Aunque desconocido en la mayoría de los libros de historia, el pánico de 1819 fue una pesadilla inolvidable para los primeros estadounidenses. Bancos de todo el país fueron incapaces de responder adecuadamente a las pretensiones de especie de sus clientes y se vieron forzados a cerrar sus puertas. Los acreedores ejecutaron hipotecas de granjeros, residentes en ciudades y especuladores que habían comprando terreno público barato altamente endeudados. Salarios y precios cayeron de golpe. Los tipos de interés aumentaron y la gente se quejaba de la “escasez de dinero”. La principal pregunta en las mentes de los líderes estadounidenses y los periodistas influyentes fue “¿Por qué se ha acabado el boom?”

The Panic of 1819, la incisiva y extremadamente bien escrita tesis de Murray Rothbard en la Universidad de Columbia, ofrece una respuesta y una fascinante historia de la época.

El pánico y la depresión fueron consecuencia de una enorme inflación monetaria. Después de la Guerra de 1812, la economía floreció al emitir los bancos del estado poco controlados billetes redimibles más allá del metal almacenado. La cantidad de dinero se multiplicó rápidamente. Sólo en 1815, lo billetes de banco aumentaron de 46 a 68 millones de dólares.

Al final, los billetes de banco empezaron a venderse con descuento, pues los extranjeros y corredores de dinero reclamaban con beneficio los billetes por metal. Además, el Banco de los Estados Unidos empezó a pedir a las sucursales redimir otras obligaciones bancarias. La expansión monetaria acabó abruptamente y propició una ola de quiebras.

Aunque la depresión de 1819-1821 fue de duración relativamente corta, Rothbard muestra cómo el pánico sirvió como un importante campo de entrenamiento para futuros líderes estadounidenses. Por ejemplo, fue durante este periodo cuando el General Andrew Jackson empezó a sospechar mucho de los bancos. Hay pocas dudas de que la vehemente oposición de Jackson al Second Bank of the United States derivó de esta experiencia. Otras figuras contemporáneas importantes, como Martin van Buren, William Henry Harrison y Davy Crockett (que calificó al sistema bancario de “estafa”) también ganaron importancia en este momento como consecuencia de su oposición a este tipo de banca [wildcat banking].

Una de las partes más interesantes de la narración de Rothbard presenta las opiniones de los padres fundadores que vivieron el Pánico de 1819. A Thomas Jefferson se le califica del “más acabado oponente del crédito bancario”, a favor de “la supresión eterna del billete de banco”. Jefferson creía que sólo debería permitirse circular a los metales. El yerno de Jefferson, el Gobernador Thomas Randolph, apoyaba un patrón metálico al 100%. James Madison consideraba a los bancos instituciones “dañinas”. Y John Adams, cuyas opiniones sobre los bancos eran prácticamente idénticas a las de Jefferson, consideraba al papel moneda sin respaldo metálico un “robo”. Aunque tanto esas opiniones como el patrón metálico al 100% sean considerados como repugnantes y tabú para la mayoría de los economistas actuales, es interesante y significativo que esas opiniones fueran generalizadas en los padres fundadores.

Otro aspecto fascinante de la investigación de Rothbard es el enconado debate entre los inflacionistas y los defensores del dinero fuerte durante la depresión. Algunas figuras públicas hablaron a favor de proyectos de obras públicas y ayudas a los pobres. Algunos estados promulgaron normativa para evitar que los acreedores embargaran a los deudores (leyes de aplazamiento y leyes de evaluación mínima). Otros echaron la culpa de la depresión a la contracción de la oferta monetaria y dictaron leyes para “cebar la bomba” en un esfuerzo por reducir los tipos de interés y estimular los negocios. A nivel nacional, se hicieron esfuerzos vanos por emitir moneda sin soporte en oro o plata. Finalmente, algunos echaron la culpa de la depresión a las importaciones y pretendieron un alto arancel proteccionista.

Pero, al contrario que ahora, los deflacionistas y la gente del dinero sólido tenían el control. Como consecuencia, la depresión acabó bastante aprisa (para 1821), cuando se restauró la confianza en la moneda y ésta de nuevo fue redimible en metal.

Parafraseando a George Santayana, ojalá pudiéramos aprender de la historia en lugar de repetirla.

Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.