Escrito en el Muro de Berlín: Imágenes del futuro socialista

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[Pictures of the Socialistic Future • Eugen Richter • LvMI, 2010 • 160 páginas. Esta crítica apareció originalmente en CobdenCentre.org.]

Si alguien me diera un soberano de oro por cada vez en mi vida en que he escuchado una variación de la siguiente frase, entonces, en palabras del Soldado James Frazer, de Dad’s Army, ahora sería un hombre extremadamente rico. Aquí está la frase general que ustedes también habrán oído:

“El socialismo es una gran idea, pero la naturaleza humana es tan perversa, egoísta y horrible que nadie ha sabido aún cómo hacerlo realidad”.
Hay tantos errores encubiertos en esa simple frase que hay pocos libros que puedan refutarla íntegramente. Uno que acude inmediatamente a la cabeza es El socialismo, escrito por Ludwig von mises en 1922; por desgracia es una obra inmensa y detallada que requiere estudiarse tal vez por semanas, meses o incluso años para apreciar en su totalidad.

Sin embargo, he tropezado con otro libro excelente que emplea una aproximación distinta para atacar los mismos errores. Al contrario que El socialismo, la principal belleza de esta alternativa es que dispara a todas las dianas en sólo unas tres horas de agradable lectura.
Nos ocuparemos enseguida del libro, pero examinemos primero los errores.

El primero es que el socialismo es una gran idea. En El socialismo, Mises contesta que incluso si les concediéramos a los socialistas su nuevo hombre socialista completamente concienciado, que recogería felizmente la basura en Sunderland mientras su hermano gemelo es nombrado por el comité de planificación del estado central como estrella de Hollywood, el socialismo es realmente una idea terrible, porque hace imposible el cálculo económico.

Es un argumento sutil, también bien explicado en Economic Calculation in the Socialist Commonwealth, de Mises. Basta con decir que si nos falta un mercado libre en el que la gente pueda expresar sus preferencias de consumo comprando más de lo que le gusta y menos de lo que le disgusta, nunca podremos hacer usar los precios fluctuantes en moneda para descubrir lo mejor que podemos hacer con recursos escasos, dentro de una consecuente estructura de producción de capital, para satisfacer las necesidades de la gente en el mayor grado posible.

Los precios en dinero son en muchas formas una herramienta pobre. Concentran toda la compleja polifacética humanidad en una sola vara de medir de metal precioso. Pero son lo mejor a lo que podemos aspirar, dice Mises, porque se convierten en automáticamente efectivos en el tablero y distribuyen conocimiento de una forma maravillosamente hayekiana para coser la división internacional del trabajo dentro de una masa compleja en constante evolución de retroalimentación local ilimitada. Esta red de precios del libre mercado puede luego emplear las leyes económicas de oferta y demanda, basadas en las siempre cambiantes preferencias del consumidor, para asegurar que los recursos escasos se tratan continuamente de la forma en que se desperdician menos, en cada transacción.

En su lugar, establecer toda nuestra estructura de producción de capital de acuerdo con los caprichos de burócratas y políticos, basada en los dictados de la planificación central en vez de en los precios monetarios voluntarios, lleva rápidamente al caos económico. Se convierte en imposible saber qué es lo mejor que podemos hacer con recursos escasos. Así que, cuanto más socialismo obligado tengamos, más caos económico desequilibrado crearemos.

Un gobierno de un estado pequeño puede soportar pequeñas islas de socialismo dentro de una sociedad de libre mercado, porque sus pequeños burócratas pueden emplear los precios generados por el libre mercado exterior para desarrollar planes de acción vagamente racionales. Sin embargo, cuanto mayores se hagan estas islas de caos económico, a medida que se extiende el socialismo, peores se hacen las cosas, como se aprecia en la tambaleante presidencia del terrible Gordon Brown.

También podemos ver este efecto general muy claramente en organizaciones como el Servicio Nacional de Salud (NHS, por sus siglas en inglés) y la BBC. El NHS puede existir porque se asienta completamente sobre un hinchado tumor tuberculoso dentro del cuerpo productivo del libre mercado británico (o lo que queda de él).

Sin embargo, el NHS ha sufrido un serio desgaste económico que está desangrando la salud del país, particularmente en las áreas de precio de monopolio en que se sitúa, como los escandalosos precios que fija y paga por sus medicinas, sin importar la enorme legión de funcionarios con sueldos excesivos que pueblan sus frondosos centros de dirección.

Por otro lado, la BBC, se sitúa dentro del mundo de los medios privados, distorsionándolo de la misma forma que un agujero negro distorsiona una región local del espacio o un gorila gigantesco distorsiona un área local de la selva. Concede salarios ridículos a “estrellas” sin talento como Graham Norton y a aún más batallones de funcionarios constructores de imperios, todos tranquilamente fijos dentro de los acogedores confines de la gran cantidad de riqueza extraída con amenazas al resto de la población.

Si la BBC se privatizara mañana, es fácil imaginar que sus “estrellas” obtendrían la mitad o incluso menos dinero del que reciben ahora y que al menos la mitad de sus burócratas sería despedidos inmediatamente, recibiendo el resto recortes del 50% del salario, y que aquellos miles de millones de libras de sucio lucro de los contribuyentes desaparecerían del tablero. Pero a pesar del evidente despilfarro de la BBC, puede seguir funcionado porque puede usar precios generados inicialmente dentro del resto del mercado de los medios de comunicación. A pesar de su perversa distorsión del mercado, pagando a gente como Jonathan Ross 18 millones de libras durante tres años para realizar un show mediocre copiado a David Letterman.

Fue el temprano descubrimiento de Mises del cálculo económico (de la incapacidad intrínseca del socialismo para calcular), lo que finalmente derribó a la Unión Soviética, en lugar de cualquier vaga amenaza militar de Occidente. Podemos decir que hicieron falta 70 años completos para deformar completamente sus alrededores hasta su total estancamiento, pero el imperio comunista, que empezó a partir de una base agraria bastante baja, seguía estando rodeado por un mundo de mercado relativamente libre del que podía extraer información del precios.

Por supuesto, no podía hacerlo tan eficientemente o con la suficiente distribución local, pero tenía un marco de precios suficiente para arreglárselas, apoyado en la amenaza del Gulag, junto con subvenciones occidentales y la importación constante de ideas tecnológicas occidentales. Sí, la Unión Soviética puede haber llenado un tren con madera en Leningrado para enviarlo a Vladivostok y haber llenado otro tren en Vladivostok con el mismo tipo de madera para enviarlo a Leningrado, encontrándose ambos trenes a medio camino en Omsk en una poderosa celebración del despilfarro socialista, pero al menos los soviéticos sabían a qué precio debía intercambiarse la madera en cada extremo. Esto les permitió aguantar, aunque fuera a un nivel de subsistencia.

Desgraciadamente, la pequeña cantidad de riqueza que generaron de sus enormes recursos naturales luego se desperdició en consumos militares masivos, siendo el único producto que fabricaron con éxito el rifle Kalashnikov.

Así que gracias, socialismo, por ofrecernos una de las mejores máquinas de matar del mundo. ¿Merecía la pena el Gulag para hacerla?

Más allá del imperio soviético, si todo el mundo se hiciera socialista en algún día glorioso del futuro, no habría en absoluto precios libremente ajustados para poder organizarse. El caos total resultante nos devolvería rápidamente a un mundo de subsistencia agraria (con una población global mucho menor). La única salida de esta aniquilación y cleptocracia sería la reinvención del libre mercado, un concepto maravillosamente expuesto en una novela futurista del periodista y economista austriaco Henry Hazlitt, Time Will Run Back.

El segundo error de nuestra frase original es que la naturaleza humana sea perversa, egoísta y horrible. Ignoraré por el momento la idea de que el socialismo en sí mismo se basa directamente en la envidia, el impulso humano más destructivo de todos. Responderé en cambio a este segundo error con la idea de que la evolución nos dio nuestra naturaleza humana por una razón. Es esa naturaleza que nos ha observado luchando y escarbando en los detritus en la era de los dinosaurios, durante cincuenta millones de años en los árboles buscando y consumiendo fruta y luego en las llanuras de África, después de varios millones de años, hasta una era de relativa abundancia en la época moderna.

Sin este increíblemente complejo éxito evolucionista la naturaleza humana seguiría estando en el suelo junto a los dinosaurios, mientras que alguna otra criatura (tal vez un descendiente terrestre de los delfines, un grajo de plumas gigantes o algún tipo de gato bípedo bien vestido) dominaría la tierra, en nuestro lugar, tal vez con un comportamiento natural completamente similar al nuestro de todos modos.

Somos como somos por una razón. La razón es la supervivencia continua en un mundo de recursos escasos.

Tratar de luchar con cuatro mil millones de años de evolución con una ingeniería social malamente concebida por una banda irritada y envidiosa (quizá mejor simbolizada por la aplastada cara de desagrado de John Prescott) puede haber sido un poco ambicioso, tal vez incluso vano, aunque seré generoso y me limitaré a decir que fue imprudente.

Sea cual sea el caso, tendríamos que embarcarnos en alguna eugenesia seria para hacernos cambiar. Somos máquinas biológicas de supervivencia procreativa viviendo en un mundo de recursos escasos no transformados. Necesitamos encontrar y transformar esos recursos y necesitamos consumir recursos complejos de alta energía diariamente para sobrevivir.

Así que lo que hacemos ahora con miles de millones de personas trabajando juntas en relativa armonía debido a la extensión de la división internacional del trabajo, coordinada dentro de un marco hayekiano de conocimiento distribuido y sistemas de precios ordenados espontáneamente, es simplemente un milagro de la evolución y la inteligencia. Deberíamos por tanto celebrar nuestra naturaleza humana y la inteligencia con que nos ha provisto, en lugar de protestar por ella como hacen los socialistas, normalmente en los tonos falsos ofrecidos por la envidia, la avaricia y la arrogancia de esta naturaleza humana que se lamenta de sí misma.

El tercer error es que nadie ha sabido aún cómo hacer realidad el socialismo. La terrible suposición detrás de éste es que seguirán intentándolo a la manera de Roberto I de Escocia hasta que lo hagan funcionar, sin que importen las consecuencias destructivas de esta imposible obsesión.

Este continuo fracaso del socialismo, desde el compasivamente asesinado Pol Pot al afortunadamente desaparecido Gordon Brown, aparece porque es imposible hacer que funcione el socialismo involuntario. Esto es principalmente por el problema del cálculo económico, pero también parcialmente porque la esencia del socialismo reside en la base odiosamente destructiva de la enviada, que prefiere la autoinmolación y la agresión partidista a la terrible visión potencial de que alguien triunfe en la vida (como se aprecia más claramente en el síndrome de la amapola alta y es descrito tan bellamente en el libro de Erik von Kuehnelt-Leddihn, The Menace of the Herd).

En resumen, el socialismo ha sido y será siempre un completo desastre en cualquier momento en que se intente fuera de una pequeña comuna voluntaria, que debe existir ella misma dentro de una matriz de libre mercado si también quiere existir por encima de un nivel agrario de subsistencia.

Incluso los pequeños grupos socialistas voluntarios de la familia y el monasterio necesitan los precios para transmitir información económica a gente distante y desconocida, además de una participación voluntaria. De otra forma, desperdiciarán rápidamente cada vez más recursos de fuerza para hacer que la gente cumpla con los caprichos y deseos de los tiranos omniscientes y omnipotentes que se nombran a sí mismos como semidioses que toman decisiones en el centro del grupo.

Sin embargo, los tiranos económicos acaban cayendo, normalmente acabando con el dinero de los demás o derrotados en las guerras que provocan. Pero deberíamos tratar de evitar en primer lugar que esa gente se haga con nuestras vidas, en lugar de tener que volver a aprender la lección, como cada generación durante los pasados 150 años, de que socialismo es sinónimo de fracaso.

Incluso dentro de los confines de la familia feliz o de los hábitos regulares del monasterio amante de Dios, una vez que se supera el tamaño de la tribu típica de la edad de Piedra (unas 250 personas), como ocurrió en las primeras colonias religiosas americanas, los resultados son normalmente el hambre y el mísero fracaso incluso del socialismo voluntario. Una vez que se va más allá de la reciprocidad y el trueque entre gente que se conoce y confía entre sí, necesitamos los precios para coordinar dichos subsistemas con el mundo desconocido más allá del horizonte de la colonia. Una vez que dejamos de ser capaces de mirar a alguien físicamente a los ojos y una vez que no tenemos ningún amor voluntario incondicional hacia ellos, hemos llegado a los límites exteriores del socialismo voluntario.

Añadamos a la mezcla la imposibilidad de escapar a cualquier nivel, incluso dentro de una comuna pequeña, y todo se derrumba de inmediato sin la imposición de amenazas de violencia, campos de minas y ejecuciones ocasionales pour encourager les autres. Esta actitud violenta acaba así estrangulando a la sociedad hasta que todo degenera y luego se evapora ante los mimados ojos de la élite de los controladores, como lo hará en Corea del Norte y ya lo ha hecho en Alemania del Este.

El socialismo impuesto siempre lleva inmediatamente a miríadas de personas a tratar de escapar de él, a algunas de las cuales se las dispara matándoles por atreverse a intentarlo por quienes ostensiblemente están intentando traerles el amor fraternal mediante balas explosivas. ¡Menudo amor!

En el más suave Occidente, donde a los socialistas les faltaba el coraje para matar a la gente que se atreviera a huir, se impusieron controles de capitales en lugar de una especie de educación política mediante la muerte. Por tanto, en Gran Bretaña podíamos huir a Australia con lo puesto si Australia te dejaba, lo que supongo que es mejor que no poder irse en ningún caso. Gracias a dios, estas restricciones vitales de controles de capital se eliminaron posteriormente por gente como Margaret Thatcher, aunque sin duda las veremos reaparecer una vez que la segunda parte de las grandes recesiones keynesianas empiece realmente a renovar su arreón inicial cuando el primer ataque de facilidades cuantitativas se desvanezca completamente.

¿Quién podía haber previsto todo este mal socialista en el siglo XIX, cuando el socialismo aún era suficientemente joven como para despacharlo como una tétrica fantasía infantil? Si se hubiera estrangulado al monstruo al nacer, ojalá, tal vez hubiéramos evitado todos los horrores socialistas del siglo XX, incluyendo las muertes de tal vez cientos de millones de personas, todas sacrificadas en el altar teñido de sangre de la tumba de Marx en Highgate.

En el último siglo hemos sido testigos de los campos de concentración nacionalsocialistas, los campos de trabajo del Gulag de la Internacional Socialista y los campos de la muerte en Camboya, así que tenemos pocas excusas para seguir excusando al socialismo. También tenemos una biblioteca a la que acudir para protegernos intelectualmente, empezando por El socialismo de Mises.

También por suerte para nosotros, cuando existía la Rusia de Lenin, Ayn Rand pudo escribir la seminal Himno, para advertirnos sobre su dirección. Cuando el nacionalsocialismo de Hitler tomó el poder, F.A. Hayek pudo prever nuestro potencial Apocalipsis en Camino de servidumbre. Y cuando existía la Gran Bretaña de la posguerra de Atlee, George Orwell pudo escribir la distópica 1984 para predecir su resultado final cuando los hombres del ministerio realmente tomaran el poder de nuestra nación.

Sí, cada nueva generación sigue pareciendo abrazar el socialismo con fervor, especialmente en su juventud. Pero cuando conocen la sangrienta historia del siglo XX y luego leen los libros anteriores, mucha gente repudia esta rebelde angustia juvenil y vuelve a la luz de la libertad. Mucha gente afortunada ni siquiera llega a seguir el camino del socialismo, especialmente si leen esos libros lo suficientemente pronto.

Aún así, ¿eran tan imposibles de predecir los horrores mundanos del socialismo? ¿Por qué cada proyecto socialista empieza siempre con tan aparente idealismo y en un amanecer agradable y confiado y siempre termina rodeándose de un muro con armas apuntando al interior hacia una hirviente población aprisionada?

Lord Acton pensaba que este constante fracaso era un caso de verdadero idealismo corrompido por el poder logrado. Hayek pensaba que era la mala gente de la sociedad que se asociaba a los verdaderos idealistas cuando alcanzaban el poder y luego los trastornaba.

Sin embargo, un hombre anterior tenía una idea distinta. Como miembro de Parlamento Imperial Alemán por Hagen en el Reichsatg del siglo XIX, Eugen Richter conoció de cerca y personalmente a los primeros socialistas y socios de Karl Marx. Para él, no había verdaderos idealistas que luego fueran trastornados por el poder o la mala gente. Para Richter, todos los socialistas que conoció en Berlín eran mala gente desde el principio y el manto de verdaderos idealistas que todos llevaban era simplemente una capa diseñada para esconder su maldad interior ante una inspección más cercana.

El socialismo empezó mal, dice Richter, con mala gente que se volvió peor a medida que se multiplicaban sus poderes.

Lo terrible es que la clarividencia de Richter no pudo divulgarse mucho más allá del mundo germanoparlante. Sus predicciones y análisis de en qué se convertiría una sociedad socialista si se le dejaba desarrollarse eran tan asombrosamente precisas que nos da la impresión de que escribe desde el ventajoso punto de vista de la década de 1960, después de la construcción del Muro de Berlín, en lugar de en 1891, cuando se publicó por primera vez su libro en ese mismo Berlín.

Por suerte, ahora pueden obtener una nueva edición de este libro traducida al inglés, si no la consiguieron la primera vez: Imágenes del futuro socialista.

(Los anticuados roñosos como yo pueden descargar un pdf, los modernos del móvil pueden descargar la versión en ePub y las antiguallas pueden comprar una edición realmente impresa).

Richter acierta en prácticamente todas sus predicciones principales: el éxodo masivo una vez que se implanta el socialismo, la consiguiente prohibición de la emigración con pena de muerte en caso de transgresión, el racionamiento y el aumento de los poderes del estado policial, la ruptura de la familia mediante la imposición del bienestar, mayores ejércitos regulares, asignación obligatoria de puestos de trabajo, pasaportes internos y todos los habituales desechos miserables de un típico régimen socialista sangriento, que olvida todos los ideales iniciales nunca alcanzados, por supuesto, mientras los peores elementos de la sociedad luchan por ser el Rey de los Escalones de la Prisión para controlar a todos los demás desde lo alto.

Mucho para un Paraíso de los trabajadores en la Tierra.

El propio libro está escrito en la forma del diario de un padre, siendo el escritor al principio un entusiasta del nuevo régimen socialista que controla una Alemania de finales del siglo XIX. A medida que se deterioran rápidamente las condiciones, el narrador trata de explicar cada desviación del camino socialista “ideal”, de la misma forma en que el monstruoso Stalin afirmaría posteriormente que necesitaba romper algunos huevos (robados a otra gente) para hacer una tortilla (para sí mismo).

Poco a poco, el narrador ve que algo terrible ha ido mal con respecto al sueño utópico socialista, pero lucha por cuadrar esto con el círculo de sus raíces socialistas, hasta que acaba por romperse en una abierta desilusión.

El libro tiene muchos altibajos, algunos dolorosos, otros agridulces, así que no revelaré demasiado pues realmente necesitan leerlo ustedes mismos.

Sin embargo, voy a seguir una de las muchas tramas que aparecen en el libro, ocupándose de la policía.

En el primer día glorioso de la revolución socialista, en la Alemania de la década de 1890, todo parece ser demasiado maravilloso como para ser verdad: “Después de comer nos fuimos todos a dar una vuelta por unter der Linden. ¡Qué placer! ¡Qué cantidad de gente había allí! ¡Y qué alegría sin límites! Nada que echara a perder la armonía de un gran día de celebración. La policía se había disuelto, la gente mantenía el orden de la forma más ejemplar”.

Evidentemente, empezamos a necesitar alguna policía, para controlar a los elementos que el socialismo no había exorcizado inmediatamente:

Puedo mencionar aquí que después del tumulto enfrente del palacio, el Ministro estimó prudente reintroducir un cuerpo de policía, compuesto de cuatro mil agentes y situarlo en parte en el arsenal y en parte en los cuarteles vecinos. Con el fin de evitar toda reminiscencia desagradable, se va a suprimir el uniforme azul y se sustituirá por uno marrón. En lugar de un casco la policía va a usar grandes sombreros Rembrandt con plumas rojas.

Sin embargo, pronto la policía de uniformes marrones necesita más que bellas plumas rojas para controlar a una población ingrata y hostil:

Hubo grandes gritos de indignación desde las galerías, y éstos se extendieron al exterior de la calle. Sin embargo, la policía pronto se las arregló para despejar el espacio alrededor de la Cámara y arrestó a algunos alborotadores, de los cuales una buena parte eran mujeres. Se decía que bastantes de los que habían votado contra la devolución del dinero a sus propietarios fueron vergonzosamente insultados en las calles. Se indicó a la policía que no tuviera miramientos en el uso de sus nuevas armas, los llamados “asesinos”, armas de diseño inglés recientemente adquiridas.

Qué agradable forma de hablar. Pero la fase de crecimiento de la policía sigue adelante sin remordimientos:

Al entrar en el comedor, un funcionario recorta el cupón de comida de tu talonario de certificados monetarios y te da un número que indica tu turno. Al cabo de un rato, algunos se levantan y se van, y te toca el turno, y tomas tu plato de viandas de las mesas de servicio. Se mantiene el más estricto orden mediante un fuerte cuerpo de policía presente. La policía de hoy –su número aquí ha aumentado a 12.000– se da aires de importancia en los comedores del Estado, pero el hecho es que la multitud es muy grande. Me parece que Berlín demuestra ser a pequeña escala un ejemplo de las vastas empresas del Socialismo.

Pronto, los líderes revolucionarios empiezan a sentir la ira del pueblo y empiezan a usar a la policía como paragolpes entre ellos y los sucios proletarios:

La inauguración del nuevo monumento alegórico conmemorativo de las grandes hazañas de la Comuna de París de 1871, se llevó a cabo ayer en la plaza que antes se conocía como Plaza del Palacio. Desde entonces la plaza se ha visto constantemente abarrotada por multitudes ansiosas por ver este magnífico monumento. Volviendo de un paseo en carruaje, el Canciller tuvo que atravesar la plaza. Casi había llegado a la entrada del Tesoro cuando, desde las cercanías del Arsenal, arreciaron de golpe silbidos, gritos y un tumulto general. Es muy probable que la policía montada (que se acaba de reinstaurar) haya mostrado excesivo celo en facilitar el paso al carruaje del Canciller. El tumulto se incrementó en furia y hubo gritos: “¡Abajo el aristócrata, abajo el orgulloso advenedizo, echemos el carruaje al canal!”. Evidentemente, la gente se sentía muy irritada frente al ahora raro espectáculo de un carruaje privado.

Luego Herr Richter anticipa la severidad de la policía de fronteras en el muro de Berlín de la década de 1960:

Llegan constantemente informes de todas partes del país, detallando violentos enfrentamientos entre los civiles y las tropas enviadas para establecer el Socialismo. El Gobierno ni siquiera puede sentirse demasiado seguro de las tropas. Esta es la razón por la que Berlín, a pesar del gran aumento del ejército, no ha recibido ninguna guarnición. Pero, por otro lado, nuestras fuerzas policiales, que se nutren de socialistas de plena confianza en todo el país, se han incrementado en 30.000 hombres. Además de la policía montada, las fuerzas de policía se han reforzado añadiéndole artillería y exploradores.

En este punto de la historia, el narrador empieza a dudar de las glorias del socialismo, especialmente cuando la policía muta completamente en policía de fronteras de Berlín Este en la década de 1960:

Canciller—“Apenas necesito recordar al Miembro de Hagen que para establecer el Socialismo en el país, me he visto en la necesidad de incrementar las fuerzas de policía en más de diez veces. Además de esto, hemos apreciado la oportunidad de doblar los efectivos en la armada y del ejército regular, de forma que estas fuerzas pudieran estar en situación de rendir el apoyo necesario a la policía en su trabajo de mantener el orden y prevenir la emigración, y pudieran asimismo constituir un baluarte contra los peligros del exterior”.

Luego la policía sigue convirtiéndose en herramienta de opresión activa contra los mismos trabajadores a los que se supone que estaba protegiendo:

Las distintas tiendas y lugares en cuestión están fuertemente vigiladas  por destacamentos de policía. Por este medio se espera que los huelguistas, en poco tiempo, se sometan rendidos por el hambre, dado que las migajas y peladuras que sus esposas y amigos puedan darles de sus raciones les resultarán de poca ayuda.

Finalmente, la brutal policía ataca abierta y salvajemente a los trabajadores:

Posteriormente nuevos destacamentos de alborotadores intentaban abrir una brecha en los muros del almacén desde el muelle de Heligoland. Mientras tanto, sin embargo, y sin ser notados, se han llevado refuerzos inmediatos de policía a los terrenos del castillo de Bellevue. Estos refuerzos tomaban posesión del puente peatonal, que está prácticamente oculto por el puente del ferrocarril, y desde esa posición abrían fuego contra la masa de personas anónimas del muelle de Heligoland. Pronunciando salvajes gritos de venganza y dejando un gran número de muertos y heridos detrás, la muchedumbre se dispersaba en todas direcciones. Se dice que se ha enviado artillería para cañonear la calle Luneburg desde el otro lado del Spree.

Así se había llegado al completo estado socialista.

En resumen, Imágenes del futuro socialista, de Eugen Richter, es un libro fascinante y si le gustan libros como1984, entonces le recomiendo vivamente que consiga un ejemplar.

No tengo ni idea de cómo consiguió acertar tanto en su tiempo. Sospecho que usó una máquina del tiempo. A los propios socialistas les gustaría tener esta excusa para refutar la inexorable lógica de Herr Richter respecto de los peligros de su religión.

Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí

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