Hace dos años, la economía se veía gravemente arrastrada hacia el fondo en medio de una asombrosa crisis bancaria que se extendió por todo el mundo. La ilusión creada por el crédito fácil (que las viviendas siempre subirían de precio y podríamos disfrutar de una prosperidad permanente debida a la expansión monetaria) se vio destrozada por los acontecimientos. La realidad había aparecido. Nos encontramos en medio de una depresión económica.
En ese momento político, estábamos en una encrucijada. La dirección correcta era hacer que se produjera la depresión. Dejemos que se depuren del sistema las malas inversiones. Dejemos que caigan los precios de la vivienda. Dejemos que quiebren los bancos. Dejemos que caigan los salarios y permitamos al mercado reasignar todos los recursos de los proyectos de la burbuja a proyectos que tengan sentido económico. Ésa fue la dirección elegida por la administración Reagan en 1981 y por la administración Harding en 1921. El resultado en ambos casos fue una caída corta seguida por una recuperación.
La administración Bush, en una política seguida posteriormente por la administración Obama, intentó en su lugar una táctica de incubación de sueños como la mostrada en la reciente película Origen. La idea era inyectar un estímulo artificial en el entorno macroeconómico. Hubo programas de gasto aleatorios, compras masivas de mala deuda utilizando dinero falso, trucos fiscales pantagruélicos, programas de incentivos para tirar dinero bueno detrás del malo y adopciones de estrategias para crear ilusiones acerca de lo bien que va todo.
En la película, el objetivo de incubar sueños era implantar una idea en un sujeto no sospechoso que le hiciera actuar de forma distinta a la que en él era ritual. En la versión de la vida real de Origen, el estado trataba de implantar en todas nuestras cabezas la idea de que no había depresión, no había colapso financiero, no había crisis de vivienda, no había caídas en los precios inmobiliarios y no había realmente ningún problema serio que no pudiera arreglar el estado, siempre que fuéramos súbditos obedientes e hiciéramos lo que se nos decía.
En la versión de la película, el inicio buscado está en la hora de un reloj. Los tejedores de sueños sólo pueden mantener al sujeto en un estado onírico un tiempo. En la versión de la vida real, las cosas están mucho más liadas. Los titulares han hablado durante este tiempo acerca de la inminente recuperación un día sí y otro también y aún así la evidencia no ha estado nunca ahí. Lo que hizo realmente el estímulo fue prevenir los acontecimientos por un tiempo, pero no los ha impedido.
Ahora, con la bolsa desmoronándose y un consenso casi universal de que estamos de nuevo en recesión, todo el mundo está despierto. Los datos de desempleo son terribles. Como apunta el Wall Street Journal, sólo el 59% de los hombres de 20 años o más tienen un trabajo a tiempo completo (en la década de 1950, esa cifra era del 85%). Sólo el 61% de toda le gente con más de 20 años tiene hoy algún tipo de empleo.
Ése es sólo el problema más evidente. Nadie sabe realmente cuánto más caerá el mercado inmobiliario bajo las condiciones de liquidación del mercado. La situación real del sector del automóvil es impredecible. El préstamo a empresas no va a ninguna parte. Los préstamos industriales y comerciales están realmente en su punto más bajo de toda la depresión. En general, las nóminas están cayendo en picado.
Con una economía como la nuestra y una población a la que mantener con sus expectativas de mucho tiempo de inversión material, un entorno como este puede producir desesperación. La gente habla de la muerte del sueño americano, quizá incluso de la caída del imperio estadounidense en la línea de Roma en la antigüedad. Aparecen evidencias todos los días, con ayuntamientos apagando farolas y recortando horarios en escuelas públicas. Los gobiernos que no tienen acceso a las imprentas están frenando todo.
Entretanto, el estado, como si tratara de tenernos enganchados a su fallida maquinaria, mantiene a su banco central tratando de inyectar más dinero y crédito, con tipo de interés cercanos a cero. No importa cuántas veces haya fallado esta táctica, nuestros amos monetarios no parecen poder afrontar el hecho de que no funciona. En este momento hay muy pocos receptores de préstamos de dinero feble. Hay una percepción extendida de que la inflación puede saltar a la mínima, de forma que si la campaña de expansión realmente para en algún momento, podríamos encontrarnos ante el terrible desastre de la hiperinflación.
Las únicas tendencias realmente buenas se producen en este momento en dos mundos. En el mundo digital vemos crecimiento, expansión y progreso. Este sector no está tan férreamente ligado a las manipulaciones de la élite keynesiana y su desarrollo ha avanzado a buen ritmo, incluso en una depresión.
El otro sector que muestra grandes mejoras es el sector intelectual. La Escuela Austriaca de economía está eliminando las falacias keynesianas. Los keynesianos se han ocupado de esta depresión y han perdido la batalla. Esto es evidente para todo el mundo excepto para los columnistas más acérrimos del New York Times. Para cualquiera con una mente abierta, la economía de la Escuela Austriaca se ha convertido en el modo de pensar que prevalece en nuestro tiempo.
Me hubiera gustado que Murray Rothbard hubiera estado aquí para verlo. También Ludwig von Mises, F.A. Hayek y Henry Hazlitt. Sus ideas sobre economía se forjaron contra una enorme resistencia de los ortodoxos. Hoy se están convirtiendo en la nueva ortodoxia entre quienes no están atrapados en claros sueños de prosperidad, hechos posibles por la imprenta.
Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.