La teoría económica de la empresa

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¿Qué es una empresa? Puede no parecer una pregunta a la que le falte una respuesta. En Estados Unidos, como en la mayoría de los demás países, es una entidad registrada y regulada que actúa legalmente como una persona. Pero económicamente la definición legal es irrelevante: la función económica de la “empresa” no es su estado legal (si lo fuera, entonces la ley en lugar de la organización proveería al mercado esa función).

¿Entonces podría haber empresas sin derecho corporativo? La respuesta es obvia: las empresas existen y son hoy una parte importante de los mercados modernos igual que existían y proveían una función vital antes de que la ley definiera y certificara dichas organizaciones. De hecho, uno puede argumentar fácilmente que el derecho corporativo trata principalmente de fiscalidad pública y regulación del mercado y define a la empresa sólo como un medio para esos fines.

Consecuentemente, permanece la cuestión económica e incluye necesariamente el “dónde”, “cómo” y “por qué” de las empresas. ¿Cómo puede uno definir económicamente qué es una empresa? ¿Qué es una empresa desde un punto de vista económico? Una pregunta más profunda es: ¿cuál es la función de la empresa en el mercado y por qué ciertas transacciones se integran en organizaciones? Más aún: ¿cómo podemos distinguir este fenómeno en el mercado para poder estudiarlo fácilmente? Las preguntas pueden parecer extrañas, pero la economía no ha sido capaz de encontrar muy buenas respuestas a ellas, ni históricamente ni en la teoría contemporánea.

La cuestión económica de la empresa es antigua. Adam Smith explicaba las empresas en La Riqueza de las naciones (1776) y establecía que, en el sentido de “manufacturas”, eran más eficientes al producir que los artesanos individuales autoempleados y los trabajadores laborales. (Cantillon, que escribió el primer tratado económico sistemático del mundo [1775] no analiza tanto la empresa como la función empresarial). La explicación de Smith de la eficiencia de las manufacturas es que pueden utilizar una forma distinta o más intensa de división del trabajo que puede coordinarse mediante los intercambios (o los contratos) del mercado. Pero pasa rápidamente a explicar otros temas económicos en lugar de desarrollar este análisis (que, por cierto, fue duramente criticado por Rothbard).

La opinión de Smith fue sin embargo aceptada por la mayoría de los economistas clásicos y así se pensó en la empresa en términos de un tipo diferente de división del trabajo. Generaciones más tarde, Karl Marx escribió en Das Kapital (1867) acerca del tipo smithiano de manufacturas y cómo establecen y explotan una división del trabajo más intensa. Marx utiliza el argumento de Smith, pero la explicación ayuda a aclarar la visión de la empresa. Por supuesto, encuentra a la manufactura y a la división del trabajo altamente problemáticas, ya que al trabajador individual se le separa del producto final y por tanto es “alienado” por el trabajo realizado dentro de la manufactura. Evidentemente Marx no estaba muy interesado en el análisis económico (la división del trabajo aumenta la productividad y aumenta la prosperidad de todos los individuos implicados, así como de la sociedad en su conjunto) y por tanto se centra solamente en el problema que identifica.

Unas pocas décadas más tarde, el sociólogo Emile Durkheim escribió un tratado completo sobre la división del trabajo (1892) y, con su característica dificultad de lectura, define su constitución y limitaciones. También relaciona la división del trabajo con las estructura de la sociedad y teoriza acerca de su utilización y distintos tipos en pueblos y áreas rurales. La conclusión es que los pueblos tienen mayor densidad, lo que hace más sencillo el comercio porque los potenciales participantes en la compraventa, así como los productos a intercambiar, están más a mano.

Durkheim se centra en las limitaciones de la división del trabajo como es conocido que las definió Smith en la frase: “la división del trabajo está limitada por el nivel del mercado”. El “nivel” del mercado se identifica aquí como la densidad del mercado: cuanto mayor sea la densidad (cercanía o capacidad de efectuar comercio), más fácil es dividir el trabajo en partes más pequeñas y aumentar así la productividad general haciendo más eficiente el desempeño de tareas individuales especializadas.

Aproximadamente al mismo tiempo que Durkheim, Marshall escribía su obra magna, Principios de economía (1890), que establecía los fundamentos de una economía neoclásica. Marshall también hablaba de forma abstracta acerca de cómo las industrias y la estructura del mercado pueden analizarse en términos de “empresas representativas”, que son representaciones simplificadas (tipos ideales) de empresas. Adoptar esta perspectiva (o la interpretación común de la misma) permite una precisión analítica, pero al mismo tiempo descarta las diferencias existentes entre empresas reales. La empresa representativa puede describirse fácilmente en términos de una “función de producción” que maximiza el beneficio o la producción y ésta sigue siendo la visión neoclásica de la empresa hasta ahora.

En contraste directo con el análisis de Marshall, E.A.G. Robinson analizaba la empresa en términos de división del trabajo en su libro The Structure of Competitive Industry (1931). Robinson continuaba el análisis de Smith de las empresas como constitutivas de una división más intensa del trabajo y trataba de identificar el “tamaño óptimo” de las empresas en el mercado. Reconocía que las empresas pequeñas tienden a tener un solo director general, mientras que las más grandes a menudo utilizan una mayor división del trabajo incluso dentro de la dirección. De esta forma, escribe, las empresas pueden crecer en términos tanto de ámbito como de escala mediante divisiones internas del trabajo.

Pero Robinson llegaba tarde: la economía ya había adoptado el análisis más formalista de Marshall. La esposa de Robinson, Joan, recibió mucha más atención por su análisis formal de los mercados imperfectos (1933).

Sólo unos años después de que se publicara el tratado de Robinson sobre el tamaño óptimo de la empresa, un joven Ronald Coase escribía un artículo apoyando el análisis formal de la economía inspirado por la aproximación de Robinson. El artículo de Coase “The Nature of the Firm” (1937) introducía el concepto de costes de transacción (aunque el término no se acuñó hasta mucho más tarde) para explicar por qué alguna producción se organizaba en jerarquías (empresas) mientras que otra se coordina espontáneamente mediante el mecanismo de precios. Coase sabía por la teoría económica que el mecanismo de precios es eficiente en la asignación de recursos, lo que debería significar que las empresas por definición debería ser subóptimas. Entonces, se preguntaba, ¿por qué hay tantas transacciones en el mercado organizadas dentro o entre empresas?

Coase respondía a su propia pregunta, diciendo que las empresas deben tratar de “reproducir” la eficiente asignación de recursos del mecanismo de precios. Al dirigir a los trabajadores, que están ligados por contratos de empleo indefinidos, en lugar de contratar a proveedores de mano de obra en el mercado, las empresas pueden evitar los costes de utilizar el mecanismo de precios. De la forma en que lo ve Coase, el mercado es eficiente en su asignación de recursos, pero es muy costoso ocasionar esta asignación eficiente debido a las fricciones como los costes de investigación y mercadotecnia y la negociación de los términos de los contratos. Estos costes pueden evitarse soslayando la autonomía de los trabajadores bajo “competencia atomística” y tenerlos por el contrario siguiendo órdenes dentro de islas de planeamiento. (Coase cita a Robertson [1923] al decir que las empresas son “islas de poder consciente”).

Sin embargo nadie prestó atención a su artículo hasta que Oliver Williamson redescubrió su tesis central unas tres décadas más tarde. En ese momento la economía había adoptado la visión de producción-función de la empresa: se consideraba una “caja negra” que transforma entradas en productos. En este sentido, el énfasis de Coase y Williamson en la organización interna de la empresa desafiaba el análisis establecido de la organización económica.

Sin embargo, fuera de la economía los desarrollos teóricos en teoría de la dirección y la organización se basan en la teoría de Robinson (o de Smith) más que en la de Marshall o Coase. Robinson tuvo una gran influencia en Edith Penrose (una de las alumnas de Fritz Machlup), que escribió el aún muy influyente Teoría del crecimiento de la empresa (1959) unas pocas décadas después del premiado artículo de Coase. Esta tradición ha evolucionado casi exclusivamente en las escuelas de negocios y ha perdido mucha de su base en la teoría económica, por eso parece bastante ecléctica en términos de aproximación, análisis y método.

La teoría económica de la empresa no ha avanzado mucho en las más de siete décadas desde que se publicó el artículo de Coase (y cuatro décadas desde el redescubrimiento de Williamson). Se han hecho algunos descubrimientos dentro del marco de Coase, pero la investigación se centra principalmente en la aplicación del razonamiento de Coase así como en (re)definir y medir costes de transacción.

¿Qué pasa con la Escuela Austriaca? La respuesta es que tristemente no tenemos una teoría de la empresa. Mises no teorizó mucho sobra la organización de la empresa y a Rothbard le pareció suficiente con explicar brevemente el límite natural del tamaño de la empresa debido al problema del cálculo en Man, Economy, and State (1962). Más recientemente, hemos visto varios intentos de escribir una teoría austriaca de la empresa, pero generalmente se quedan en borradores en lugar de teorías desarrolladas. Frederic Sautet ha intentado formular una teoría de la empresa basada en el emprendedor de Kirzner en An Entrepreneurial Theory of the Firm (2000), pero no resulta completamente convincente, y Peter Lewin ha desarrollado una visión inspirada en Lachmann de la empresa basada en el capital. Igualmente, Peter G. Klein ha hecho algunos progresos en integrar la aproximación de transacción de costes con la teoría austriaca del capital y el emprendimiento misesiano (ver su The Capitalist and the Entrepreneur [2010] y el próximo Organizing Entrepreneurial Judgment: A New Approach to the Firm [2011]).

Aunque estas aproximaciones son predominantemente austriacas tanto en sabor como en sustancia, todas tienden a desdeñar la visión tradicional “antigua” de la empresa como un tipo distinto de división del trabajo; en su lugar, se centran más estrechamente en varias ideas distintivamente austriacas. Además, la empresa tiende a ser separada analíticamente de los procesos generales del mercado debido al énfasis puesto en su organización y límites internos. ¿Pero debería analizarse la empresa como una criatura distinta del mercado o es una parte integral del proceso de mercado y de su evolución hacia una división más extensa o intensa del trabajo y de una prosperidad muy aumentada?

Mises puso un gran énfasis en La acción humana y otros lugares en el valor y los efectos de la división del trabajo, tanto como fuerza productiva (y condición necesaria) en el proceso del mercado como requisito previo para la civilización. Yo prefiero ver la empresa a la luz de esta fundamental visión misesiana del mercado y la sociedad: no es sólo un vehículo para establecer nuevas estructuras de producción por parte emprendedores en busca de beneficios, también desempeña un papel indispensable en la evolución del proceso de mercado y el desarrollo de futuras divisiones del trabajo y, por tanto, de la civilización. La empresa es el medio por el que los empresarios establecen nuevas y más intensas divisiones del trabajo, que, cuando son rentables, ponen en marcha un proceso de descubrimiento competitivo dirigido por el empresario que es inflexible en impulsar al mercado hacia una utilización más eficiente de los recursos escasos.

Hay buenas razones para poner a la empresa en el centro del escenario, en lugar de convertirla en un fenómeno de importancia marginal en el mercado. De hecho, intento en un artículo para el Quarterly Journal of Austrian Economics demostrar que la empresa no sólo provee una función en el mercado sino que podría ser una parte esencial del proceso de creación de riqueza del mercado, así como parte esencial de la sociedad civilizada. La empresa es mucho más que una entidad legal: es la piedra angular del mercado y esencial para el beneficio empresarial.

Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.