Mientras el gobierno iraní continúa resistiendo a las presiones políticas estadounidenses para abandonar su programa nuclear, Estados Unidos y sus aliados han recurrido de nuevo a las sanciones económicas como método para imponer su voluntad, o al menos eso pretenden. El 9 de junio de 2010, el Consejo de Seguridad de la Naciones Unidas aprobó la Resolución 1929, que, entre otras cosas, prohíbe la venta de armamento y la provisión de formación militar al ejército iraní y prohíbe viajar a ciertos ciudadanos iraníes de una lista negra. Insatisfechos, Estados Unidos y la Unión Europea tratan de promulgar por sí mismos sanciones económicas aún mayores en un futuro cercano. Peor aún, son sólo añadidos a sanciones que han existido desde la Revolución de 1979.
Se supone que las sanciones comerciales desestabilizan a los regímenes, forzándoles a negociar con el gobierno agresor. Las sanciones harían esto amenazando la supervivencia del régimen, socavando cualquier soporte que tenga entre la población. Esas son las intenciones de gobierno estadounidense, supuestamente como consecuencia del “peligroso” programa nuclear de Irán. (Paradójicamente, las sanciones puede que sólo aumenten las ambiciones del país por ser un poder nuclear, haciendo que un Irán hambriento de armas recurra a las cabezas nucleares como único medio de prevenir una agresión política estadounidense). Además, trágicamente, a pesar de las intenciones estadounidenses, el resultado más probable es el efecto no previsto de impulsar a los iraníes hacia su gobierno y socavar un por otra parte creciente movimiento antiextremista local.
Por definición, las sanciones comerciales regulan el intercambio entre iraníes y extranjeros. Por tanto, estos individuos se ven directamente penalizados por las sanciones comerciales, no sus respectivos gobiernos. Aquéllos cuyos negocios se basan en la importación de materiales del exterior se ven eliminados del mercado. Los miles de individuos que viven de alimentos baratos importados ven cómo se les impide hacerlo. Esto lleva al empobrecimiento al obligarles a pagar precios domésticos más caros por menos comida. Así que las sanciones comerciales pueden asimismo llevar directamente a un hambre masiva, como pasó en el caso de Iraq.
También hay cientos de personas penalizadas indirectamente por la restricción coactiva del intercambio mutuo. Por ejemplo, quienes basan su empleo en las industrias orientadas a la importación se encontrarán pronto sin una fuente de ingresos. La conclusión es que esas sanciones comerciales crean pobreza.
Como un ejemplo actual, las sanciones comerciales que se han venido aplicando desde 1979 han hecho demasiado difícil a las aerolíneas iraníes modernizar sus flotas o conseguir las piezas de recambio necesarias para mantenerlas. El desafortunado resultado ha sido un aumento de accidentes aéreos, llevando a la muerte y las lesiones de docenas (si no centenares) de personas. No es posible que se deba al miedo a que las piezas de recambio para las líneas aéreas civiles sean usadas para mantener aviones de combate iraníes. Es dudoso que dos aparatos muy complejos y diferentes utilicen las mismas piezas. El objetivo del embargo es realmente el pueblo iraní.
El hecho de que las sanciones comerciales empobrezcan directamente a la gente de un país, no a su gobierno, no tiene ninguna consecuencia sobre quienes toman las decisiones de imponer dichas sanciones. De hecho, ese es el objetivo subyacente buscado. Los sancionadores esperan que el pueblo empobrecido entienda que es su gobierno el culpable. Pero, hablando históricamente, esta postura se ha sopesado y se ha considerado deficiente. (Un fracaso continuo y abrumador de la diplomacia estadounidense del embargo es Cuba, que después de 50 años de sanciones sigue siendo una dictadura comunista).
Además, al contrario que Cuba, el clima político existente en Irán da a la intensificación de las sanciones comerciales de las Naciones Unidas un altísimo coste de oportunidad, amenazando la viabilidad de un movimiento local de oposición al mismo gobierno que Estados Unidos está tratando de desestabilizar. En 2009, en respuesta a la controvertida victoria de Mahmoud Ahmadinejad sobre Mir-Hossein Mousavi en las elecciones presidenciales iraníes, un importante porcentaje de la población iraní protestó por los resultados. La situación se volvió caótica, con cientos de arrestos y al menos cinco personas ejecutadas.
Aunque lo que se conoce como Movimiento Verde (en referencia a los colores de campaña de Mousavi) no representa a la mayoría de la población iraní, está claro que está creciendo la oposición a la presidencia de Ahmadinejad. Finalmente, a pesar del tamaño relativamente pequeño del Movimiento Verde, éste ha formado la resistencia más fuerte al status quo del gobierno iraní, más fuerte que el formado por las amenazas y restricciones occidentales.
La administración de Barack Obama ha preferido evitar apoyar directamente (al menos de forma abierta) al crecimiento movimiento democrático en Irán. Desde una perspectiva libertaria, esa política de no alineamiento es positiva (aunque, no nos engañemos, las acciones de Obama no se guían por el libertarismo). Pero en último término, las recientes decisiones de la administración y de Naciones Unidas de intensificar las sanciones son las peores posturas que podían haber adoptado, salvo ayudar directamente al actual régimen iraní a aplastar a la oposición política. En otras palabras, en lugar de estar genuinamente no alineados, al continuar con las sanciones comerciales contra Irán, la administración Obama está más bien beneficiando directamente al régimen islamista existente.
Quizá la mayoría de los ciudadanos iraníes siga apoyando a Ahmadinejad y quizá la viabilidad a corto plazo de una revolución política interna se extremadamente improbable. Sin embargo, lo que importa no es la lucha actual de la oposición, sino el crecimiento potencial de la disidencia. Las sanciones comerciales sólo pueden empobrecer a las decenas de miles de iraníes que forman parte de esta oposición política, obligándoles así a buscar protección en los brazos del mismo régimen al que se oponen.
A pesar de multitud de malas decisiones políticas (incluyendo planes de fijación de precios que han creado escasez en los mercados afectados), el régimen de Ahmadinejad mantiene la popularidad mediante programas de gasto social. Así que, en un país en el que la riqueza acumulada por la gente se ve amenazada por las restricciones comerciales, la ayuda pública puede ser el único recurso que quede. Probablemente el gobierno de Ahmadinejad esté más contento ganándose a la gente ayudando a los perjudicados por las sanciones comerciales estadounidenses. Además, el gobierno de Teherán está contentísimo usando las sanciones comerciales lideradas por Estados Unidos para infamar a Occidente y legitimar su propio poder.
Es verdaderamente triste que la política exterior estadounidense esté contribuyendo directamente a la erradicación de lo que en otro caso sería un creciente movimiento político liberal. Sabiendo que un creciente sector del movimiento antisistema está compuesto por jóvenes estudiantes iraníes, es trágico que a causa de estas sanciones económicas se esté impidiendo la posibilidad de una nueva generación de iraníes más liberales. Se está aplastando la mayor esperanza para una democracia iraní, no por el ejército represivo de un gobierno extremadamente autoritario, sino por las botas del autocalificado faro de la libertad, el mismo “faro de la libertad” que invadió Afganistán e Iraq supuestamente para traer la democracia a esos pueblos.
Una postura mucho más racional sería una de apertura política y económica, o que facilite la creación de riqueza en Irán, que elimine completamente el intervencionismo público en Irán. Una población relativamente rica en Irán es menos susceptible de apoyar un gobierno local inclinado a crear tensión con otros gobiernos mundiales, pues esto crearía una amenaza potencial a esa riqueza acumulada. Además, una población iraní no perturbada por restricciones exteriores en su capacidad de producir puede echar la culpa de su constante pobreza al régimen local. No hay que decir que sin intervención extranjera, el gobierno local encontrará difícil apuntar a otro lado.
Muchos han oído el proverbio “el enemigo de tu enemigo es tu amigo”. Incluso un político estaría de acuerdo con que un política que dañe al “enemigo de tu enemigo” (el Movimiento Verde, en el caso de Irán) es peor que una política que ni beneficie a tus amigos ni daña a tus enemigos. Así, es asombroso cómo el gobierno puede apoyar medidas que socavan sus propios objetivos. Lo que es más increíble es que no es una política ideada por una administración ingenua o novata. ¡Es el producto de más de 30 años de política exterior estadounidense, tanto demócrata como republicana!
Merece la pena mencionar que las restricciones comerciales contra Irán también van contra el bienestar del estadounidense medio. En medio del alto desempleo y con la inversión privada estancada, es asombroso cómo el gobierno estadounidense está dispuesto a priorizar sus propias maquinaciones políticas (su influencia política en Oriente Medio) por encima del bienestar del pueblo al que afirma proteger. Es verdad que el beneficio económico de un libre comercio con Irán (comparado como los beneficios del libre comercio con Europa o China, por ejemplo) puede ser muy limitado, pero sin embargo subsiste la idea de que restringir el comercio no es en modo alguno un beneficio.
Las sanciones comerciales dañan a los estadounidenses y socavan el crecimiento del movimiento anti-Ahmadinejad, socavando así también los propios intereses del gobierno de Estados Unidos. Uniendo a esto la objeción moral a las sanciones (de que esto cuestiona la legitimidad moral de la intervención estadounidense respecto de asuntos tradicionalmente sólo dentro de la jurisdicción del pueblo iraní) y el hecho de que la llamada “amenaza” iraní no exista realmente, es difícil encontrar una razón para apoyar el embargo. Aunque a nadie le guste hablar en términos absolutos, es muy probable que no haya razones en absoluto para continuar con las sanciones a Irán. Hace mucho que pasó el momento adecuado para acabar con esta desastrosa política, pero dado el historial de la actual administración, no contengan la respiración.
Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.