¿Quién es dueño de la Amazonía?

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¿Es nuestra la Amazonía? Para poder responder a esta pregunta es necesario definir tres puntos: quiénes somos exactamente “nosotros”, qué es “la Amazonia”, y qué significa “poseer” algo.

Para establecer el “nosotros”, empecemos por determinar lo que entendemos como la Amazonía. La selva amazónica es el segundo bioma más grande del mundo, que se extiende a lo largo del área de nueve países diferentes. Sin embargo, para confinar el “nosotros” a los brasileños solamente, vamos a delimitar la Amazonía a la porción de los bosques dentro de las fronteras de Brasil. Dicho esto, ¿podemos decir que cada una de las personas que nace en el estado brasileño posee (o es partícipe) de un área gigantesca de este bosque?

Abordemos ahora el tercer punto: ¿Cómo llegamos a ser los dueños de algo? Hay tres maneras de adquirir la propiedad sobre una cosa: (1) comprarla, (2) recibirla como un regalo o (3) apropiarse de un recurso previamente sin dueño (apropiación original). Para que uno se apropie de algo sin dueño, es necesario establecer un vínculo objetivo con el recurso en cuestión, o, en palabras de John Locke,

Cada uno de los hombres es propietario de su propia persona. Nadie sino él tiene derecho sobre ella. Podemos decir que el trabajo de su cuerpo y las obras de sus manos son estrictamente suyos. Cuando aparta una cosa del estado que la naturaleza le ha proporcionado y depositado en ella y mezclado con ella su trabajo, le añade algo que es suyo, convirtiéndola así en su propiedad. Ahora existe a su lado, separada del estado común de la naturaleza puesta en ella, con su trabajo le ha añadido algo que la excluye del derecho común de las demás personas: dado que este trabajo es propiedad indiscutible del trabajador, nadie puede tener derecho sobre aquello que ha añadido. (John Locke, Two Treatises of Government)

Por lo tanto, ¿qué vínculo objetivo han establecido un camarero de Chui, un pescador de Santos, un político de Brasilia, o incluso un habitante de Manaos con todas las selvas amazónicas en territorio brasileño? Ninguno. Además, ningún ciudadano brasileño y tampoco ninguna otra persona en el planeta ha “mezclado su trabajo” con la mayor parte de esos recursos, ya que, en realidad, una gran parte de la selva nunca ha sido tocada por los seres humanos. El bosque es un área demográfica vasta y vacía, un desierto verde.

Privatización

Entonces, ¿la Amazonía pertenece al Estado brasileño? De hecho, el gobierno brasileño posee el territorio donde se encuentra la selva amazónica. Pero, ¿es un propietario legítimo de esta área? La diferencia entre la posesión y la propiedad se puede ilustrar con el ejemplo de una persona que roba un reloj y queda sin castigo. El ladrón posee el reloj, pero la propiedad sigue siendo propiedad de la víctima, quien tiene el derecho de reclamarlo si el ladrón es apresado.

La posesión del territorio bajo el dominio del gobierno brasileño comenzó a ser delineado, incluso antes del “descubrimiento” de Brasil, en 1494, dos años después del descubrimiento de América por Colón. El Tratado de Tordesillas estipulaba que las tierras ubicadas en la región inexplorada del planeta cerca de Brasil pertenecían al Reino de Portugal. Lógicamente, esa estipulación no tenía en cuenta qué partes de esta tierra ya estaban ocupadas en ese período de tiempo. Antes de 1500, había complejos urbanos en la Amazonía de hasta 50.000 habitantes, y, aunque hubiera sido un continente vacío, nadie (ni siquiera un rey) podría reclamar la propiedad legítima sobre un recurso que todavía no había encontrado. Esto se conoce como el “complejo de Colón”:

Algunos teóricos han sostenido (en lo que podríamos llamar el “complejo de Colón”) que el primer descubridor de una nueva isla o continente sin dueño puede por derecho apropiarse de toda la zona sólo por declararlo. (En este caso, Colón, si es que había arribado en realidad en el continente americano -y si no hubiera indios que vivieran allí -podría haber afirmado con derecho su “propiedad” privada de todo el continente). Sin embargo lo natural, puesto que Colón realmente sólo habría podido usar, “mezclar su trabajo con” una pequeña parte del continente, el resto adecuadamente seguiría estando sin dueño hasta que llegaran los próximos colonos y se labraran la propiedad que les correspondiera en partes del continente. (Murray Rothbard, La ètica de la libertad, capítulo 8 )

Las fronteras actuales de Brasil se definen a través de una serie de tratados similares firmados entre gobiernos.

Está claro, entonces, que el gobierno brasileño no es el propietario legítimo de la superficie forestal que declara estar bajo su dominio. Por lo tanto, cuando se habla de la “privatización de la Amazonía”, se está defendiendo un acuerdo ilegítimo como se ha indicado, ya que nadie puede vender lo que nunca haya sido de su propiedad y no esté ocupado por cualquier persona. El escenario de la privatización, donde la actual posesión estatal se transfiere a manos privadas, puede ser atractivo a los libertarios, pero permitiría que el gobierno vendiera a individuos privados vastas áreas desocupadas (sin duda a familiares o aliados de los políticos) quienes no llegarán a establecer, y nunca podrían hacerlo, un vínculo objetivo con la tierra.

Durante la colonización de América, hubo una situación análoga a la privatización de la Amazonía. Gran Bretaña se declaró el dueño del territorio de América del Norte y los colonos

tuvieron que comprar la tierra a precios mucho más altos que el precio de cero que habrían obtenido sin el monopolio del gobierno y sus beneficiarios favoritos. Por supuesto, los colonos aún habrían tenido que pagar dinero por inmigrar, limpiar la tierra, etc., pero al menos ningún coste arbitrario se hubiera impuesto más allá de estos gastos. (Rothbard, Conceived in Liberty vol. 1, p. 150)

En consecuencia, ni el gobierno ni los individuos privados pueden vender tierras no ocupadas. Todo lo que el estado podría hacer en esta cuestión es apartarse del camino y reconocer los derechos de propiedad de las personas que ocuparan las áreas, que están, hoy, bajo la posesión del Estado.

Conservación

El lema “La Amazonia es nuestra” parece haber estado siempre ahí, pero de formas diferentes. Durante los años 60 y 70, los militares en el poder tuvieron una idea que contenía muchos de los elementos anteriormente mencionados. Con la idea de que una tierra no ocupada es una tierra sin dueño, tomaron medidas para estimular el asentamiento en la región amazónica, construyendo carreteras y otorgando exenciones fiscales. Es decir, el gobierno declaró que quien se trasladara al medio de la selva, lejos de grandes centros de consumo y canales de exportación, y fundara empresas, sería robado en menor medida de lo que serían en otras localidades de Brasil.

Manaos, que estaba en decadencia y cada vez más desocupada desde el final de la época del auge del caucho, se convirtió una vez más en un centro emigración, gracias a la Zona Franca de Manaos, donde hoy en día viven 1,8 millones de personas. Las carreteras construidas por el gobierno proporcionaron acceso a zonas antes inhóspitas. Este sistema facilitó la extracción y apropiación de los recursos naturales en esa región. Curiosamente, es exactamente contra lo que lucha en la actualidad el mismo estado.

Anteriormente, la selva se consideraba lo que realmente es: un enemigo que hay que domesticar. La naturaleza en su estado bruto que sólo tiene valor después que el hombre ocupa y trabaja la tierra, transformando o extrayendo los recursos de ella -lo que se convierte entonces en riqueza, que se utiliza para mejorar el nivel de vida de la gente. Sin embargo, hoy en día, una ira ecológica parece haberse apoderado de todo el mundo, y la gente (obviamente, en sus cómodas casas en las zonas urbanas) tienen una idea fija en su mente que lo que aún no ha sido tocado por el hombre debe permanecer en ese condición. ¿La razón detrás de esto? Más nos vale que no preguntemos.

Una creencia muy popular en el pasado, y aún tenida por sagrada, es que la Amazonía debe ser preservada porque es “el pulmón del mundo”, lo que implica que el bosque es responsable de la producción de oxígeno en la atmósfera, y por lo tanto responsable de la vida en la tierra. Cualquier persona que recuerde las clases de ciencias en la escuela sabe que las plantas realizan la fotosíntesis durante el día (el intercambio de dióxido de carbono por oxígeno) y respiran las 24 horas del día (el intercambio de oxígeno por dióxido de carbono). Los bosques no producen oxígeno, lo que es estupendo, ya que un aumento en la concentración de oxígeno en la atmósfera podría significar el final de la vida en la tierra. Es un hecho que hace más de 1 millón de años, la concentración de gases en la atmósfera se ha mantenido estable, con un 76,5% de nitrógeno, un 20,5% de oxígeno y 1% de otros gases, aparte de un 2% de vapor de agua.

Sin embargo, hoy en día parece que el fantasma predominante es el calentamiento global: la selva amazónica podría evitar que la temperatura del planeta se eleve, ya que reduciría la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera. Pero no se ofrece ninguna explicación; como acabamos de recordar al lector, las plantas también producen dióxido de carbono. Tampoco hay una explicación de cómo un gas que comprende sólo el 0,03% de la atmósfera puede aumentar drásticamente la temperatura del planeta.# Hace un tiempo, los estudiosos mantenían que si la Amazonía desapareciera, el mundo se enfrentaría a una nueva edad de hielo.

Por otra parte, si los bosques ejercen tanta influencia sobre la temperatura de la Tierra, ¿por qué no experimentó una dramática variación (al alza o a la baja) en los últimos 8.000 años, un período en el que hubo una reducción de 75% en las áreas de los bosques? Es difícil creer que el 25% restante tenga esta vital importancia permaneciendo con él, como si la vida del planeta dependiera de la restante superficie forestal. No obstante, existen estudios acerca de un origen antropogénico de la selva amazónica, y deforestaciones recientes llevaron al descubrimiento de geoglifos que datan del siglo XIII, lo que indica que, hace algunos siglos, la región podría haber sido un pastizal muy similar a la sabana tropical.

Otro argumento quijotesco que generalmente surge es que la fauna y la flora amazónica poseen propiedades aún desconocidas para el hombre, y, por tanto, debe ser preservadas (“¡la cura del cáncer podría estar en la Amazonía!”). Para empezar, esto podría ser un argumento a favor de la explotación máxima de los recursos del bosque, y no para su “mantenimiento inmaculado”. El que tiene tal creencia puede dirigirse ahora al centro de la selva y recoger “estas riquezas”. Para que podamos probar que tal argumento sí existe, vamos a dar un ejemplo. La serie de televisión reciente del Discovery Channel, titulada Battle for the Amazon, justificó este punto de vista citando que “se había encontrado una posible cura para la enfermedad de Chagas en el veneno de la Bothrops jararaca”.

Sólo hay un problema con este argumento: ¡este reptil se encuentra desde el norte de México hasta Argentina! Incluso si fuera un reptil exclusivo de la Amazonía, tendríamos una razón de capturar e investigar todas las especies de la región en un lugar como el Butantan Institute (preferiblemente no vinculado al gobierno), y no dejar un área de dimensiones oceánicas sin tocar.

Y es con este tipo de justificaciones que el gobierno trabaja duro para reducir el nivel de vida de todos. IBAMA prohíbe la deforestación en un área otorgada al gobierno por el “complejo de Colón” y la Policía Federal ataca y secuestra a los seres humanos por extraer la llamada madera ilegal, y arresta a hombres miserables por capturar animales en los bosques, lo que se ha denominado “tráfico de animales salvajes”.

Lew Rockwell hace un sucinto análisis de la ira de los ecologistas: “Es como si los socialistas hubieran descubierto que sus planes crean pobreza, por lo que decidieran cambiar su nombre a ecologistas y hacer la pobreza su objetivo”. En la misma línea de razonamiento, Jeffrey Tucker escribe:

¿Ven el patrón aquí? La planificación del gobierno nunca fue un buen medio para hacer nada, pero al menos había un momento en el que se proponía traer progreso a la humanidad. Era el medio equivocado para lograr el objetivo correcto. Hoy en día, la planificación gubernamental está trabajando como un malicioso medio eficaz para lograr el objetivo equivocado: quiero decir con esto que si hay algo para que el gobierno es realmente bueno en hacer, es para destruir las cosas.

La famosa pregunta filosófica: “Si un árbol cae en el bosque y no hay nadie alrededor, ¿hace ruido?” podría ser adaptada a nuestra discusión para leerse: “Si un árbol queda en el bosque y no hay nadie alrededor, ¿está realmente allí?”

Conclusión

No, la Amazonía no es nuestra. El que la capture es el que se la guarda. Y más le vale que la disfrute, transformando los recursos no utilizados en los bienes demandados por la gente, que van desde los parques ecológicos hasta adornos de sandalias.

Fernando Chiocca es praxeologista y consejero del Instituto Ludwig von Mises Brasil.

Traducido del inglés por Jason Roeschley. El artículo original se encuentra aquí.

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