Bourne, sobre la guerra

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«La guerra es la salud del Estado.»

Las famosas siete palabras aparecían en un manuscrito inacabado escrito por el ensayista progresista Randolph Silliman Bourne (1886-1918) durante la Primera Guerra Mundial. En una recopilación de ensayos de Bourne titulada War and the Intellectuals (1964), el editor Carl Resek explicaba el significado de la frase. Resek escribía: “En su sentido apropiado [la frase] significaba que el poder ciego prospera en la guerra porque la guerra corrompe el tejido moral de una nación y corrompe especialmente a sus intelectuales”. Las siete palabras contienen una complejidad de significado que a menudo pasan por alto los que las usan.

Estados Unidos ha estado en guerra durante más de una década y las hostilidades no disminuyen. Más bien lo contrario. Las tropas y la influencia estadounidense se extienden por el mundo árabe y Oriente Medio, dejando montones de bajas y crecientes enemigos. Si aparecen emergencias económicas durante el conflicto, se produce más guerra. La complejidad de la idea de Bourne ha de investigarse para privar al estado de tanta salud como sea posible.

Estado, gobierno y sociedad

En tiempos de paz, creía Bourne que la mayoría de la gente seguía su propio interés de acuerdo con sus propios valores. Trabajaban y cooperaban entre sí, se casaban y tenían hijos sin prestar mucha atención al estado. En su lugar, trataban con el gobierno. Bourne definía al gobierno como

Un marco de la administración de leyes y la gestión de la fuerza pública. El Gobierno es la idea del Estado puesto en operación práctica en manos de gente definida, concreta y falible.

El gobierno es “las oficinas y funciones” del día a día en la práctica de un estado, como correos y el sistema de escuelas públicas, con los que la gente entra en contacto sencillamente al discurrir la vida. No hay ritual y canto de himnos nacionales cuando se compran sellos. Los funcionarios cuyo trabajo hace que funcione el gobierno no tienen ninguna sensación de santidad en ello. De hecho Bourne les describe como “hombres comunes no santificados. Creía que era una situación saludable y un reflejo del igualitarismo estadounidense.

Entretanto, la persona media raramente trata con el estado, es decir, con instituciones que han sido santificadas y expresan el estado “imperecedero”, como el Tribunal Supremo. Así que en tiempos de paz, escribe Bourne, “el sentido del Estado casi se desvanece de la conciencia de los hombres”.

En otras palabras, el estado es más un concepto que una realidad física. En Estados Unidos, es la estructura política establecida tras la Guerra de Independencia que se encarna en la Constitución y la Declaración de Derechos. Reclama una cadena de legitimidad que se remonta al Presidente George Washington. Aunque los gobiernos van y vienen con las elecciones, el estado permanece esencialmente el mismo, sólo que haciéndose más fuerte con el tiempo. Es el estado en lugar del gobierno el que suscita emociones como la intimidación o el patriotismo. Es a la idea del estado estadounidense (no a ningún gobierno concreto, republicano o demócrata) a la que la gente jura lealtad con las manos sobre sus corazones.

Por su parte, la “sociedad” funciona de forma distinta al estado, gobierno o el individuo interesado en sí mismo. La sociedad, a la que Bourne se refiere como “nación” o “país”, es el conjunto de factores que constituyen la vida estadounidense. Incluye actitudes características, tradiciones y literaturas comunes, convicciones religiosas, una historia compartida y las normas culturales prevalentes. Son los factores no políticos que hacen a la sociedad estadounidense distinta de la china o la francesa. En tiempos de paz, Bourne creía que la gente se identificaba mucho más con la sociedad que con el gobierno. Por ejemplo, la mayoría de la gente se definía como más cercana en relación con una comunidad, religión o herencia étnica que con un partido político.

Al contrario que el gobierno, la sociedad no es una expresión del estado, ni puede coexistir pacíficamente con el estado: los dos conceptos son antagónicos. En un ensaño titulado The State en el que la primera sección se titula “La guerra es la salud del Estado”, Bourne observa:

País [sociedad] es un concepto de paz, tolerancia, de vivir y dejar vivir. Pero Estado es esencialmente un concepto de poder, de competencia; significa un grupo en sus aspectos agresivos. Y tenemos la desgracia de haber nacido no sólo en un país sino en un estado y a medida que crecemos aprendemos a mezclar ambos sentimientos en una confusión desesperante.

Para resumir el argumento anterior de Bourne: en tiempos de paz, la gente persigue su propio interés, se identifica con la sociedad, interactúa con el gobierno y sólo ocasionalmente se encuentra con el estado santificado.

El impacto de la guerra

Bourne definía a la guerra como el acto primordial del estado, como el acto sumo de “un grupo en sus aspectos agresivos”. Escribía “La guerra es una función (…) de los Estados” y no podría existir excepto en un sistema así.

Bourne argumentaba además que la guerra difumina o elimina las líneas que separan al gobierno del estado y a ambos de la sociedad. Esta difuminación se produce en buena medida dentro del propio individuo. Movido por la emoción, la persona media se llena de patriotismo y pierde “todo sentido de la distinción entre Estado, nación y gobierno”. Bourne describía el proceso:

El patriotismo de convierte en el sentimiento dominante y produce inmediatamente esa intensa y desesperante confusión entre las relaciones que el individuo siente y las que debería sentir hacia la sociedad de la que es parte.

En tiempos de guerra, gobierno y Estado se convierten en virtualmente idénticos, así que oponerse al gobierno se convierte en un acto de deslealtad al estado. Por ejemplo, aunque criticar al presidente o las actitudes militares es un derecho ejercitado habitualmente por los estadounidenses en tiempos de paz, esa crítica se convierte en un acto de traición cuando se ha declarado la guerra. Como explicaba Bourne:

Las objeciones a la guerra, las opiniones tibias respecto a la necesidad o la bondad del reclutamiento forzoso, se ven sujetas a sanciones feroces, excediendo en mucho en severidad las establecidas para crímenes pragmáticos reales.

Así que en tiempo de guerra individuos que sólo interactuaban de vez en cuando con el gobierno se convertían ahora en fervientes defensores del Estado.

Todo ciudadano individual que en tiempos de paz no tenía ninguna función a realizar por la que pudiera imaginarse una expresión o fragmento viviente del Estado, se convierte en un agente aficionado activo (…) al informar sobre espías y gente desleal, al recabar fondos para el Gobierno o al propagar aquellas medidas que se consideren necesarias por parte del funcionariado.

Las actividades de la sociedad (desde las palabras pronunciadas en púlpitos a las escritas en periódicos, de los intercambios económicos al espectáculo) empiezan a ser conformes a los propósitos del estado en lugar del interés propio de los individuos.

Al mezclarse sociedad y gobierno en el estado, el individuo empieza a desaparecer. El individuo se convierte en parte de lo que Bourne llamaba “el rebaño”. Describía así el término: “El Estado es la organización del rebaño para actuar ofensiva o defensivamente contra otro rebaño organizado de forma similar”.

Bourne reconocía que el rebaño no era un todo emocional o intelectual, sino que incluía un amplio rango de reacciones a acontecimientos y a la propia guerra. Sin embargo, “con una ingeniosa mezcla de halagos, agitación e intimidación, el rebaño se apresta como una unidad mecánica efectiva, si no como un todo espiritual”.

Además, el estado utiliza poderosos incentivos para convencer a la gente para que “elija” alistarse o apoyar de otra forma el esfuerzo bélico. Los individuos por lo general aceptan, con o sin reticencias, porque en “una nación en guerra, todo ciudadano se identifica con el todo y se siente inmensamente fortalecido con esa identificación”.

Pero si el individuo lo rechaza, entonces el estado revela que esa elección nunca fue real.

>Se dice simultáneamente a los hombres que entren en la estructura militar por su propia voluntad, como un espléndido sacrificio por el bien de su país, y que si no quieren entrar serán capturados y castigados con las sanciones más horribles.

Así que los individuos obedecen las medidas de tiempo de guerra incluso hasta el punto de arriesgar sus vidas en los campos de batalla. Las personas dejan de ser individuos actuando por su propio interés y se convierten en ciudadanos del estado actuando concertadamente. El hombre que disiente y sigue siendo un individuo se siente “abandonado y desamparado”, mientras que quienes piensan y sienten colectivamente tienen “la cálida sensación de la obediencia, la tranquilizadora irresponsabilidad de la protección”.

Bourne concluía: “la gente en guerra se convierte, en el sentido más literal, en niños obedientes, respetuosos y confiados, llenos de esa ingenua fe en la total sabiduría y poder del adulto que les cuida”.

Aquello a lo que se refería como “esta gran máquina-rebaño” funciona bajo “una indescriptible confusión de orgullo democrático y temor personal” que hace que los individuos que constituyen el rebaño “se sometan a la destrucción de sus medios de vida, si no de sus mismas vidas, de una forma que antes les habría parecido tan detestable como increíble”.

El individuo se convierte en un “niño subido a un elefante loco” que no puede controlar ni abandonar, sino que se ve obligado a cabalgar hasta que el elefante decida detenerse.

Éste es el significado teórico de “La guerra es la salud del estado”. En tiempos de paz, la gente se define principalmente por su propio interés y por la sociedad; interactúa casualmente con el gobierno, dando poca importancia al estado. En tiempos de guerra, todo se invierte en beneficio del estado. Respecto del impacto en el individuo, si la guerra es la salud del estado, entonces la guerra es también la muerte del individualismo.

Conclusión

Los ensayos de Bourne no son típicos de la literatura pacifista en el sentido de que ofrecen pocas críticas a políticas concretas. No se detiene en la “factura del carnicero” de solados y civiles muertos. No ataca los beneficios obtenidos por el complejo militar-industrial, que entonces se conocía como “los fabricantes de municiones”. Los ensayos de Bourne atacan la santidad de la guerra mostrando cómo ésta lleva al derrumbe moral de la sociedad al destruir las interacciones pacíficas y los principios en los que se basa la sociedad.

Bourne argumentaba elocuentemente que los Estados Unidos posbélicos serían moral, intelectual y psicológicamente más pobres. Con esta observación Bourne no quería decir que Estados Unidos en tiempo de paz se enfrentara a una burocracia aumentada que nunca pareciera volver a los niveles prebélicos. Muchos historiadores lo han apuntado. De nuevo se refería a costes de guerra menos tangibles, aunque probablemente más duraderos. Por ejemplo, los Estados Unidos posteriores a 1918 se verían con la carga de intelectuales que habían “olvidado que el enemigo real es la Guerra en lugar de la Alemania imperial”. Al convertir a la Primera Guerra Mundial en una guerra santa, se establecía el trasfondo intelectual y psicológico para un futuro lleno de lo que él llamaba “el deporte de la clase alta”: el conflicto global. Por tanto el impacto de la guerra en los intelectuales es un tema para un artículo futuro y de él se ocupaba Bourne en su segundo ensayo más aclamado: “The War and the Intellectuals”.


Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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