El amo del Senado

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[The Years of Lyndon Johnson: Master of the Senate. Volume Three, The Years of Lyndon Johnson series. • Robert A. Caro • Alfred A. Knopf, 2002 • 1.165 páginas]

Al leer el último volumen de la serie biográfica de referencia de Lyndon Baines Johnson, por Robert Caro, uno piensa en Lord Acton y F.A. Hayek.

Acton (el amigo del Sur que describió su lucha en la Guerra de Secesión como la Segunda Guerra de Independencia de Estados Unidos) escribió una vez que los hombres grandes son normalmente hombres malvados. Está claro que si uno va y mide en número de puestos importantes y el poder que acumuló LBJ, éste fue uno de los “grandes hombres” de Acton.

Basándose en el considerable historial de engaños documentados por Caro, Lyndon Baines Johnson fue un hombre malvado, incluso antes de su desastrosa presidencia de 1963-68, una presidencia en la que él y sus secuaces implicaron a los estadounidenses en la Guerra de Vietnam, una presidencia que casi causa una guerra civil en este país.

Hayek viene a la mente mientras uno sigue la serie de Caro, The Years of Lyndon Johnson (éste es el tercero de los cuatro tomos previstos), y observa el historial de triunfos de este hombre malvado, que se convertiría en presidente y enviaría a cientos de miles de estadounidenses a Vietnam. Esto después de haberse presentado a las elecciones presidenciales de 1964 (una campaña engañosamente dirigida por el ayudante presidencial y esbirro de primera categoría, Bill Moyers) como “el candidato de la paz”. El triunfo del año de Moyers me recuerda lo que describía Hayek en Camino de servidumbre, de cómo los peores son los que tienen más posibilidades de llegar a lo alto de la cucaña.

A mí me parece que lo peor son los que manejan los hilos en ambos partidos mayoritarios: los hombres y mujeres que son políticos profesionales y que ridiculizan a quienes realmente creen en algo. En el fondo, los políticos profesionales sólo creen en su propia ambición. Como no tienen principios, les es fácil engañar a todo tipo de gente. (Por ejemplo, pienso ahora en los muchos progresistas que acabaron reconociendo que Bill Clinton no era honrado, un descubrimiento equivalente a decir que las prostitutas tienen mucho sexo y que los proxenetas no son la mejor gente del mundo).

Así se retrata aquí a LBJ: un maestro político del ilusionismo, un hombre que podía desempeñar alternativamente el papel de Uriah Heep y de Boss Tweed. Tomemos, por ejemplo el episodio de la renominación de Leland Olds a la Comisión Federal de la Energía. Johnson, tratando de hacerse un nombre como anticomunista para impresionar a los jefes del petróleo al volver a casa, se inventó falsas acusaciones de comunismo contra Olds.

Esté uno de acuerdo o no con la filosofía de Olds (aunque era definitivamente un hombre de izquierdas, también se oponía al comunismo), Caro demuestra que a LBJ nunca le importó la filosofía de Marx. Le importaba el poder. Después de destruir a Olds, escribe Caro, LBJ dice al propio Olds: “Lee, espero que entiendas que no hay nada personal en esto. Seguimos siendo amigos ¿verdad? Sólo es política, ya sabes” (p. 303).

Todo era política para Johnson, por eso fue capaz de dominar el Senado de EEUU incluso empezando desde abajo.

El tercer libro de la serie de Caro empieza con la llegada de LBJ al Senado como senador junior, un escaño que consiguió sibilinamente después de unas sinuosas elecciones en Texas en 1948, un trapicheo que documentaba Caro en Means of Ascent, el anterior libro de esta serie.

Al final del libro y con la elección inminente de LBJ como vicepresidente de Estados Unidos, Johnson se había convertido en el más joven y seguramente el más exitoso líder de la mayoría del Senado en la historia. Había cuadrado el círculo. Es el “líder” (así le llaman muchos senadores serviles) que, a finales de la década de 1950, supervisa la aprobación de la primera declaración de derechos civiles desde la Era de la Reconstrucción. Así establece su buena fe con los antes suspicaces progresistas del Norte, reteniendo al mismo tiempo el apoyo de los senadores segregacionistas del Sur. De hecho, es capaz de convencer a estos últimos de que sigue siendo uno de ellos, aunque no firmara el “Manifiesto del Sur”, que protestaba ante la polémica sentencia de Brown en el Tribunal Supremo de EEUU.

Como apunta Caro, LBJ, con sus declaraciones, apunta que está con los segregacionistas en principio (o eso creen ellos). Pero no firmar el manifiesto no fue un gran acto de coraje político. Los segregacionistas, escribe Caro, no esperaban que Johnson firmara el manifiesto. El líder del grupo, el senador Richard Russell, de Georgia, “estaba mucho más interesado en impulsar a Johnson a la Presidencia, que era lo que hacía entonces, que en tener otra firma en el Manifiesto” (p. 787).

Anthony Lewis, en su reseña de este libro en el New York Times, ignora sencillamente las partes menos agradables de este retrato de LBJ (que abarca alrededor del 80% del libro) y se centra en la aprobación de la declaración de derechos civiles. Pero no menciona la razón de ser de LBJ: Johnson quería presentarse a presidente en 1960. Para hacerlo con alguna posibilidad de victoria, tenía que establecerse como un líder nacional, no como un líder sureño.

¿Entonces fue realmente LBJ, el hombre al que le encantaban en privado los chistes de “negros”, un progresista ilustrado comprometido con la liberación de una parte significativa de este país de los males de las leyes para negros aprobadas por los estados?

Lo dudo. [En español en el original (N. del t.)]

Caro es un liberal normal y un gran biógrafo que deja que hable su relato. Basándose en su serie biográfica del 36º presidente de la nación, es evidente que LBJ fue un charlatán y legislador de primera clase que seguiría cualquier causa, siempre que hubiera votos en ella. Así que a finales de la década de 1950, con el Sur segregacionista aún fuerte en el Congreso y con la creciente presión del Norte a favor de los derechos civiles, LBJ, el político perfecto, se  cubrió y jugó en ambos bandos.

Cuando asumió la presidencia en 1963 tras el asesinato de JFK, LBJ empezó a ver más votos en los últimos que en los primeros.

Repentinamente, LBJ, el defensor tácito de los senadores de las leyes para negros del Sur en la década de 1950, estaba cantando “We shall overcome”. En Vietnam esta fórmula taimada de “seré de todo para todos” encontró la horma de su zapato, pero no antes de que unos 50.000 estadounidenses y cientos de miles de vietnamitas hubieran muerto en una guerra que EEUU podía haber evitado fácilmente.

En las elecciones presidenciales de 1964, Johnson, junto con su consejero Bill Moyers, prometió que EEUU nunca mandaría tropas para hacer lo que los jóvenes de Vietnam deberían hacer por sí mismos. Sin embargo, una vez tuvo las elecciones en el bolsillo, LBJ ordenó que se recrudeciera la guerra. Pocos años después, quedó a la vista la duplicidad de LBJ. En 1968, este antiguo “amo del Senado”, este una vez popular presidente que obtuvo una abrumadora victoria en las elecciones de 1964 diciendo que Barry Goldwater empezaría la Tercera Guerra Mundial, era tan odiado que limitaba sus apariciones públicas fundamentalmente a las bases militares.

Johnson no se presentó a la reelección. Sabía que la actuación era una carrera política llena de duplicidad.

Los años de la vicepresidencia y la presidencia de Johnson se recogerán en la cuarta y última entrega de esta soberbia serie. La estoy esperando. Estos libros deberían ser leídos por todo estadounidense que tema la maldad que los “grandes hombres” harían a nuestra herencia y nuestra carta de libertades, que están bajo ataque todos los días por los vástagos del hombre al que el novelista Phillip Roth llamó una vez “Lying [Mentiroso] Baines Johnson”.


Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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