El estado es una cruel amante

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Cuando digo que creo que no es papel propio del gobierno el dar subsidios para la investigación en la tecnología espacial, las miradas que recibo de mis amigos y compañeros de clase en ingeniería aeroespacial parecen sugerir que quisieran mandarme al lado oculto de la luna (montado en las monedas de los que pagan impuestos).

Si es que hay una postura libertaria que sea difícil de argumentar, esta es la noción de que la investigación científica no debería ser una preocupación del Estado. Este ensayo pondrá el foco en un esquema de dos posibles acercamientos que podrán permitir a mis queridos lectores explicar el libre mercado de la tecnología espacial a cualquiera sin sonar como si fueran marcianos.

Estos dos acercamientos son como sigue:

  1. Que las compañías aeroespaciales privadas son mas eficientes al organizar recursos si se comparan con los programas espaciales nacionalizados
  2. Que la tecnología del espacio debe ser tratada como cualquier otra forma de tecnología, como los ferrocarriles o los aviones, etc.

El argumento más popular que prevalece en contra de privatizar la NASA procede de una objeción intuitiva: “¡Pero sin la NASA nunca habríamos puesto un hombre en la luna!”. Cuando se observan los logros técnicos de la misión Apolo 11 así como su poderoso significado simbólico de haber batido a los soviéticos en la carrera espacial, el sugerir que la NASA debería ser abolida es como si se minaran los mayores logros y todo el progreso que se ha llevado a cabo en aeronáutica desde su inicio en 1958. Para mí, como aspirante a ingeniero aeroespacial, sugerir esto a mis colegas es visto como una locura.

Pero desenvolviendo la objeción un poquito desde su forma rudimentaria, resulta claro que es una preocupación técnica lo que el estatalista está levantando: ” ¿Cómo va a lidiar el mercado libre con las altas barreras de entrada?”.

La respuesta a esto se discute frecuentemente por libertarios frustrados como si estuviéramos en la sala de Control de la misión y escucháramos la famosa frase «Houston, tenemos un problema». De la misma manera que James Lovell y la tripulación del Apolo 13 tuvieron que pasar de largo por la luna, calcular una nueva trayectoria hacia la tierra e improvisar el sistema de filtrado del dióxido de carbono de la nave usando todos los cachivaches que pudieron encontrarse a bordo, el libertario debe maniobrar una solución utilizando solamente derechos de propiedad, libre y voluntario intercambio de bienes y servicios, y el principio de no agresión.

Por cierto que la asociación voluntaria y las acciones de cooperación libre podrían permitir el montaje de tales escalas económicas si existiera un incentivo lo suficientemente grande para hacerlo. Lo que es más, el comentario estándar libertario sigue mostrando que la intervención del estado en tales áreas anula el mecanismo de precios, porque el gobierno no está constreñido por limitaciones de beneficio y pérdida. Esto, por su parte, da paso a ineficiencias debidas al efecto expulsión, al derroche burocrático, los intereses creados, el malgasto centralizado y todo lo demás. De todos modos, un punto muy importante debe hacerse en dos aspectos.

Primero: un análisis rápido del coste—beneficio revela que la idea de privatizar la industria espacial al completo no es del todo irracional. Segundo, que una explicación filosófica del concepto “barreras de entrada” nos da la clave para entender el progreso científico en una sociedad libre.

La lanzadera espacial, que se construyó por organizaciones privadas con fondos del gobierno, fue inicialmente anunciada como portadora de una capacidad de carga que costaba solamente 100 dólares por libra. En realidad, tenía una capacidad de carga —por ej. Satélites— de 24.400 kg. Con una asignación estimada de precio de 1’5 billones de dólares por vuelo durante 35 misiones —con dos accidentes trágicos en los que murieron catorce personas—, así como dos misiones que fueron pagadas por Alemania (1). Las últimas evidencias muestran que tanto la NASA como Mathematica fueron gravemente optimistas en sus análisis de costo (2) seguramente como un medio de persuadir al Presidente Nixon para que autorizara aún más fondos. La lanzadera, realmente, alcanzaba una capacidad de carga que costaba alrededor de los 10.000 dólares por libra —un considerable aumento de cien veces por encima de lo esperado.

Hoy en día en la industria aeroespacial privada muchos desarrollos científicos permiten que haya una drástica reducción del coste por libra de carga. Aún no del todo liberado de las regulaciones que se impusieron por organizaciones estatales como la Administración Federal de Aviación (FAA), la NASA y el Ejército de los Estados Unidos, la compañía SpaceX —que se encuentra bajo la dirección del co-fundador de PayPal, Elon Musk— se las ha arreglado para desarrollar una tecnología altamente exitosa de naves espaciales reutilizables ya que no tiene fondos del Estado. El acuerdo de SpaceX con la NASA que permite 12 misiones, cuesta un total de 1.6 billones de fondos e inversiones privadas. Mientras el SpaceX Dragon lleva una carga de aproximadamente 6.000 kg (1/4 de lo que llevaba la lanzadera) el coste por vuelo está disminuido por un factor de aproximadamente una doceava parte de lo que costaba la lanzadera (4).

De todos modos, justificar los costes a lo largo del tiempo y entre varias misiones es muy difícil, dada la naturaleza del progreso tecnológico. Además, medir las incidencias positivas en el gasto público que genera —las cuales espolean crecimientos añadidos— parece ser una tarea imposible. De modo que no es enteramente análogo comparar el coste medio del programa federal de la Lanzadera de la NASA durante 30 años con los costes de SpaceX en el sector privado actual. El libertario que sea lego en la materia no podrá dar demostraciones definitivas, más bien sólo podemos especular y afirmar sin pruebas los beneficios de lo que no se ha visto. Es muy difícil, entonces, convencer al escéptico estatalista con tales comparaciones de costes, así que al plantear un debate hay que tomar un camino alternativo.

El consenso general sugiere que la lanzadera espacial no era altamente eficiente: el estado seguía tirando dinero alegremente para un cohete pesado hasta que se lanzaba. El problema persiste ya que los estatalistas, tozudamente, todavía no están dispuestos a admitir que compañías como SpaceX podrían haber franqueado las barreras de entrada sin intervención del gobierno. Su objeción aún es posible teniendo en cuenta el enorme trabajo pionero que la NASA ha realizado en cuanto a investigación científica y los beneficios que SpaceX ha recibido de este organismo —pues, como se suele decir, si vemos más allá es porque estamos subidos a espaldas de gigantes.

Así que el foco del impulso libertario para privatizar la industria del espacio no es una compaña para mostrar que las compañías como SpaceX podrían haber rebasado las altas barreras de entrada, sino, irónicamente, para mostrar que las compañías privadas serían lo suficientemente listas como para no poner recursos en un proyecto hasta que no fuera el momento adecuado y la gente estuviera “preparada” para ello.

Después de todo, el coste más barato de alcanzar una meta particular es el que resultará de un enfoque bien definido y de una finalidad especializada.

El truco se encuentra cuando se analiza lo que significa “alta” barrera de entrada. Se trata de un concepto completamente subjetivo, que varía de acuerdo con el poder de adquisición presente. Para generalizar, las barreras de entrada a menudo son más altas para un individuo aislado que para una empresa privada, y más a menudo, son más altas para un simple negocio privado que para el estado —que posee la potestad única de extraer fondos por medio de fuerza violenta. Cuando las barreras de entrada para alcanzar un fin particular subjetivo son también altas, entonces el fin no puede ser perseguido sin el concurso de medios adicionales que provienen del exterior. Simplemente, las barreras de entrada deben ser contempladas como medios altamente caros, a los cuales no puede accederse mediante los fondos actualmente disponibles.

Es importante señalar que solamente artículos no esenciales o de lujo parecen tener estas barreras de entrada. El libertario puede conceder que, si no existiera la NASA ni el gobierno auspiciara la carrera espacial, sería improbable que una compañía privada tuviera el incentivo financiero para poner un hombre en la luna. Esto, como una cena cara o una limusina, es un lujo que la mayor parte de las empresas privadas no pueden permitirse. Fue el gasto del gobierno en la NASA, disparado por la carrera espacial, lo que permitió que los Estados Unidos superaran la barrera de entrada al aterrizaje en la luna. Este fin particular —poner un hombre en la luna— es igualmente demasiado alto para que una empresa privada pueda alcanzarlo sin una acción voluntaria colectiva. Además, tal acción colectiva no sería posible en un mercado completamente libre, pues la propaganda de la Guerra Fría y las preocupaciones acerca de la defensa “nacional” sirvieron como ímpetu que de otra forma habría estado ausente. En el caso típico de lo que se ve y lo que no se ve, las compañías privadas habrían abandonado la luna a favor de otras misiones con una mejor colocación de recursos —esto es, misiones productivas de acuerdo con sus medios.

En respuesta a la demanda y oferta del mercado, el mercado libre podría en vez de eso actuar como finalmente está empezando a hacerlo, es decir, con el desarrollo de una tecnología de nanosatélites, naves espaciales reutilizables y así. En la actualidad, las misiones de órbita terrestre baja (LEO) tiene una menor barrera de entrada y sus costes son más fácilmente manejables por las compañías privadas que los viajes de órbita gravitacional terrestre (GEO) o los interplanetarios. Esto es, los Estados Unidos no estaban aún preparados para ir a la luna, y persiguieron antes de tiempo los beneficios cuando el valor no estaba maduro —y finalmente eso no aseguró dichos beneficios. Había un valor negativo en apresurar el proceso natural del desarrollo científico.

Terry J. Anderson y Peter J. Hill en su libro The Not So Wild, Wild West explican este concepto económico de rentas y derechos de propiedad sobre la frontera, lo cual resulta especialmente aplicable cuando se mira el espacio como la frontera final:

Piense acerca de la frontera en el contexto del espacio exterior. Marte es un planeta que se está explorado con instrumentos no tripulados, pero aún no es un lugar que estemos cerca de habitar en el futuro cercano. Cualquier valor que tuviera para ser habitado, habría que compensarlo con los costes del viaje, los riesgos y la distancia de la familia y los amigos. De la misma manera que los ferrocarriles incrementaron el valor de los territorios al Oeste para los que no eran indios y alteraron la frontera, podemos imaginar que las mejoras en los viajes espaciales aumentarán el valor de la propiedad en Marte. Con el tiempo, el valor de tal propiedad puede convertirse en positivo. Cuando así sea, la propiedad estará dentro, más que fuera, de la frontera. (5)

Las rentas y los beneficios se pierden cuando se evitan pasos en el desarrollo a favor de arrogantes objetivos más allá de la frontera. La selección de misiones de la NASA dejó a los Estados Unidos utilizando una tecnología de diseño de lanzadera de los años 80 comparativamente menos eficiente hasta el año 2011, mientras otros diseños más modernos, como los que están emergiendo ahora en el sector privado, podrían haberse usado en el periodo intermedio. Dicho esto, no existen en la carrera espacial un valor intrínseco más allá del de establecer un símbolo nacional de la excepcionalidad y superioridad Norteamericana. Habría sido más inteligente para los Estados Unidos el permitir a los soviéticos dilapidar su dinero prematuramente experimentando con la tecnología de “La Guerra de las Galaxias”, de forma que la economía de los USA se fortaleciera con inversiones más valiosas aquí en la tierra. Porque podemos estar de acuerdo en que incluso bajo la cegadora luz de un inminente ataque extranjero, una economía doméstica debilitada sigue siendo la amenaza mayor para un país, que causa más daño a la nación que lo que cualquier fuego extranjero, misil o bomba puedan esperar jamás destruir.

Para demostrar la ridiculez de los programas científicos dirigidos por el gobierno, consideremos un escenario paralelo en el que las compañías privadas ya estén presentes y haya progresado desde hace 50 años: el automóvil. Imaginemos ahora que el estado —además de los rescates a la industria— autorizara un gasto excesivo para apuntalar un departamento federal que controlase el desarrollo de coches voladores como medio de asegurar a los Estados Unidos frente a la amenaza terrorista. A uno le puede parecer loca esta propuesta, de la misma forma que Newt Gingrich ha sido recientemente ridiculizado por los medios de comunicación debido a su insistencia en desarrollar colonias en la luna. Todavía queda una razón por la que las compañías automovilísticas privadas no están inventando coches voladores y es porque ya están al otro lado de la frontera —la barrera de entrada es demasiado alta. Incluso si tal programa de gobierno tuviera, en última instancia, éxito, lo haría a expensas de avances privados mucho mayores. Como ha puntualizado Harry Browne con toda razón: «Si el gobierno hubiera entrado en la industria del automóvil en los años 20, hoy estaríamos todavía conduciendo coches modelo-T —y diciendo que si no fuera por el gobierno no tendríamos coches».

El escéptico pronto puede ver que la tecnología espacial debería ser tratada como las otras formas de tecnología, es decir computadores, teléfonos móviles o Internet. Esto es: con tan poca intervención del gobierno como sea posible. No existe una característica definitiva o distintiva de la tecnología espacial que haga que sea necesario que el gobierno la subvencione o la explote por medio de la NASA. A pesar de todo, los múltiples desafíos del vuelo espacial serán solucionados con el tiempo por los ingenieros y los emprendedores igual que la industria privada del ferrocarril estandarizó los anchos de vía y los ajustes de zona horaria sin la supervisión del estado. Las altas barreras de entrada van a ser remontadas lentamente, pero con toda seguridad, a medida que las maravillosas innovaciones traigan estos logros de más allá del horizonte hasta la frontera.

A la vez que al Profesor Langley se le pagaron 70.000 dólares (que serían aproximadamente 2 millones hoy día) por parte del estado para que desarrollara una fallida tecnología de vuelo, los Hermanos Wright fueron capaces de triunfar con sus propios medios. De la misma forma que las regulaciones de la FAA impidieron a Sir Richard Branson (porque es súbdito británico) poner en marcha Virgin Galactic con sus propias inversiones, los avances científicos en el campo aeroespacial serán otra vez retrasados o detenidos por el estado. De la misma forma que los avances en la evolución se efectúan por medio de la adaptación y la selección natural, las indicaciones de los precios sirven en un mercado libre como medios de progresar en tecnología —a través de cambios graduales en el tiempo. El gobierno no está sujeto a tales señales de los precios, y, como resultado, inevitablemente realiza unas pobres asignaciones de los fondos provistos por quienes pagan impuestos. Los empresarios que buscan beneficios activamente encuentran que no hay mayor oportunidad para hacerlo que invirtiendo su capital en proyectos o pruebas científicas.

Al contrario de la opinión popular, la investigación científica y el avance en una sociedad libre desbordará con mucho los niveles actuales. Si las preocupaciones finales de los estatalistas se reducen a “Pero sin el estado no sé como la industria aeroespacial progresará ¡y me gusta mucho el espacio!” entonces, todos los intentos de convencerlos serán inútiles. Porque si no pueden ser convencidos de que el mercado libre ha facilitado históricamente el desarrollo privado de carreteras, ferrocarriles, autobuses, líneas marítimas, aviones, etcétera, entonces hay cero posibilidades de que acepten la premisa de que la intervención gubernamental en ciencia es necesariamente (por virtud de su propia estructura interna) ineficiente y derrochadora. Los mismos estatalistas que, como yo, se preocupan tanto por la investigación científica y el desarrollo, pondrían voluntariamente sus fondos en estos proyectos si no hubiera una carga fiscal tan pesada.

Como conclusión, el potencial de progreso está siendo bloqueado por la fuerza ejercida por el estado, y esta fuerza agota a las mentes más apasionadas en descubrir la naturaleza de nuestro hermoso universo.

Traducido del inglés por Carmen Leal. El artículo original se encuentra aquí.


Notes
[1] Jeremy Hsu, “Total Cost of NASA’s Space Shuttle Program: Nearly $200 Billion,” Space and NASA News, Space.com.
[2] Klauss Heiss and Oskar Morgenstern, “Mathematica Economic Analysis of the Space Shuttle System.” National Technical Information Service. (PDF)
[3] Pat Duggins, “The Rise and Fall of the Space Shuttle, Book Review: Final Countdown: NASA and the End of the Space Shuttle Program,” American Scientist, 2008, Vol. 96, No. 5, p. 32.
[4] Elon Musk, “Why the US Can Beat China: The Facts About SpaceX Costs,” SpaceRef.
[5] Terry Lee Anderson, Peter Jensen Hill, The Not So Wild, Wild West: Property Rights On the Frontier, Stanford, Calif.: Stanford Economics and Finance, 2004, p 11.

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