Estoy viendo la película Unknown, que trata de lo que ocurre cuando la identidad de un hombre desaparece mientras está en un país extranjero. Sin un pasaporte o cualquier otra prueba de identidad, se queda vagando y luego realiza una batalla para recuperar lo que es. Es una película de suspense en todos los sentidos, que trata de una profunda ansiedad que todos tenemos. Todo el tiempo, el espectador está pensando: ¡Por favor, Dios, no dejes que pierda nunca mi pasaporte!
Pero a medida que nos acercamos al centro de la película, el tema pasa (de formas que no importan para este artículo) hacia el problema de las patentes agrícolas. Es una de la larga lista de películas izquierdistas que parecen ocuparse de este tema. Pasaba lo mismo con la taquillera Food Inc., que, con toda su molesta e inútil insistencia en la maldad de vivir entre abundancia capitalista, era convincente respecto de la injusticia y la explotación de las patentes agrícolas.
Esas ridículas patentes no han existido en toda la historia de la humanidad. Como escriben Boldrin y Levine:
Hasta principios de la década de 1970 la innovación en especies de animales y plantas floreció sin mucha protección del monopolio intelectual. Los cultivadores desarrollarían una nueva variedad de planta, cuyas semillas iniciales se venderían a los agricultores a precios relativamente altos. Luego los agricultores eran libres de reproducir y revender esas semillas en el mercado y competir con los cultivadores iniciales, sin que estos últimos les llevaran a los tribunales.
De hacho algún sujeto intentó patentar una especie en 1889, pero el comisionado de patentes lo rechazó como “irrazonable e imposible”. Exactamente. Pero esto cambió por etapas. La Ley de Patentes de Plantas de 1930 ofrecía una cobertura muy limitada, que fue extendida más tarde en la década de 1950. Luego en 1970 la Ley de Protección de la Variedad de Plantas extendió esa protección a plantas que se reproducían sexualmente. Entre 1980 y 1987 la protección de la patente se extendió por primera vez a los productos de la biotecnología. Entonces se armó la gorda al monopolizarse todas las semillas y especies e incluso los códigos genéticos por parte de entes privados que disfrutaban de privilegios del gobierno.
Lo trágico para los defensores del libre mercado es que estos monopolios han dado a los socialistas el mejor alegato que hayan tenido nunca contra la explotación capitalista. Después de todo estamos hablando de la vida, el mismo corazón del problema humano (cómo alimentarnos) y esto ha golpeado en pleno a la inclinación socialista. Tenemos algo que estando siempre disponible universalmente, un bien gratuito para todos, que se ha transformado por cabildeo privado en un producto escaso que ha generado incontables billones de beneficios a monopolistas como Monsanto y DuPont, que gastan sus billones cabildeando para mantener sus privilegios y luchando con quienes se atreven a traspasar su “propiedad” del conocimiento.
Suena como una pesadilla que sólo un socialista podría inventar para alimentar su paranoia acerca de los productores privados. Mírelo así. Digamos que va a un restaurante y toma tarta de limón. Le encanta, así que hace ingeniería inversa en su mente y lo hace en su casa para ofrecerlo en una fiesta Tupperware. Tan pronto como empieza la fiesta aparecen unos matones con botas militares portando armas y se lo llevan por ser un delincuente al robar una receta. El cocinero es detenido, como si fuera un ladrón o asesino real.
Es el tipo de versión resumida de lo que ha ocurrido en la industria de la alimentación y la agricultura aproximadamente en los últimos 30 años. Repito que eso pasa tras toda una historia de la humanidad arreglándoselas de alguna manera sin planificadores centrales cartelizando con monopolistas privados lo que una vez fuera parte del botín de la experiencia humana: el conocimiento de cómo cultivar cosas que permiten florecer a la humanidad.
En la película en cuestión, los monopolistas son retratados como matones y asesinos que no se detendrán ante nada para impedir que se haga público un nuevo método de cultivar los cereales. Un científico trabaja con un príncipe árabe para entregar la receta al mundo, pero los escuadrones de malhechores planean una serie de asesinatos para impedirlo.
Puede parecer una locura pero aquí hay un escenario posible. Pues es imposible en estos tiempos hacer comunes recetas innovadoras: tan pronto como son conocidas, pueden patentarse y se permite al tenedor de la patente utilizar la coacción contra cualquier competidor, incluso al que tuvo primero la idea.
En general, me sorprende que los defensores del libre mercado hayan subestimado el grado en que los socialistas han aprovechado el caso de las agro-patentes. De esto se trata. El socialismo en realidad es una mala idea que lleva al desastre, como demuestra toda la experiencia moderna. Pero hay un área en la que la propiedad común tiene sentido y es en el área del conocimiento, que no es un bien escaso, sino más bien un bien infinitamente copiable.
Los productores son libres de tratar de mantener su conocimiento en secreto, pero la misma naturaleza pública de los mercados mitiga esta posibilidad. Como escribió Maria Montessori en Educación y paz (1934):
No hay descubrimiento (ni siquiera el más mínimo avance intelectual) en ningún rincón del mundo que no se conozca pronto en todos los extremos del mundo, como el líquido que conecta los vasos que busca un nivel común.
Ésa es la forma en que los mercados ofrecen una especie de equilibrio taoísta al orden del mundo. Los bienes escasos están racionados por necesidad (el ying), mientras que los bienes no escasos se ofrecen gratuitamente y se consideran posesión común de la humanidad (el yang). Los bienes gratuitos amortiguan los bienes racionados y, trabajando juntos a través del intercambio voluntario, el mercado sirve a la causa de la paz y la prosperidad, dándonos en cada momento el mejor de los mundos posibles.
La intervención del gobierno altera el equilibrio utilizando la coacción para hacer a los bienes gratuitos artificialmente escasos hinchando así el sector de bienes escasos para crear una importancia que el mercado no habría tenido en cuenta en otro caso. La realidad se vuelve útil para los socialistas y la izquierda puede apuntar a esto como una incidencia de cómo creen que trabaja el mundo entero: propietarios privados atacando a otros para obtener una porción injusta de la riqueza del mundo (igual que cuando apuntan erróneamente a la industria de armamentos como un ejemplo de capitalismo).
Los defensores del libre mercado tienen la grave obligación hoy de distinguir ejemplos de capitalismo reales de ficticios. Los rescates no son el mercado funcionando. Las burbujas infladas por la Fed no son el mercado funcionando. El imperialismo militar en tierras extranjeras destinado a proteger las existencias de petróleo no son el mercado funcionando. E igualmente las patentes de la agricultura no son el mercado funcionando. Cada uno de estos casos representa el fracaso y la injusticia del estado intervencionista.
El centro de la crítica del socialismo de Mises es que los bienes escasos no pueden ponerse en común porque el sistema de precios que ofrece una economización racional resulta destruido bajo esas condiciones, generando así un caos. El argumento de Mises no se aplica a cosas como el conocimiento que no necesita economizarse. Así que sí, puede haber “socialismo” en las fórmulas que se usan para hacer semillas. Pero los mismos productos de esas semillas necesitan mercados para producirse y distribuirse.
Son las regulaciones del gobierno las que combinan todas estas categorías y llevan a las confusiones ideológicas de nuestro tiempo. Las patentes agrícolas son verdaderamente un mal, pero no son un mal del mercado: son un mal de la intervención del gobierno. Si la película Unknown fuera fiel a su título [Desconocido] haría algún esfuerzo por apuntar esto. En su lugar, sólo acaba sembrando confusión del mismo tipo sembrado por todas las intervenciones del gobierno. Se nos lleva a creer que el orden capitalista está sostenido sólo por la violencia y las conspiraciones, mientras que la realidad es que la energía real del libre mercado deriva el glorioso y civilizado principio del acuerdo mutuo.
Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.