La crítica del marxismo de la escuela austriaca

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Se establecieron repúblicas consejo en Hungría y Baviera de acuerdo con el modelo soviético ruso poco después de la Primera Guerra Mundial. Se produjeron violentas revueltas en muchos lugares de Alemania. Viena también estaba dominada por esta atmósfera revolucionaria, que los círculos de clase media abrazaron con calculado oportunismo. Ludwig von Mises, que en ese momento era funcionario en la cámara de comercio de la Baja Austria, recordaba lo siguiente:

La gente estaba tan convencida de la inevitabilidad del bolchevismo que su preocupación principal era asegurarse un lugar favorable para sí misma en el nuevo orden. (…) Los directores de bancos e industriales esperaban llevar una buena vida como gestores bajo los bolcheviques. (Mises 1978/2009, pp. 14-15)

Otto Bauer era en este momento el secretario de estado en el departamento de exteriores, el principal marxista austriaco y posteriormente fue el presidente de la comisión de nacionalización. Mises lo conocía muy bien: habían acudido juntos al seminario de economía de Böhm-Bawerk. “En ese momento”, escribió Mises sobre el invierno de 1918-19, en sus memorias:

Conseguí convencer a los Bauer de que el derrumbamiento del experimento bolchevique en Austria sería inevitable en muy poco tiempo, tal vez en días. (…) Sabía qué estaba en juego. Los bolcheviques llevarían a Viena al hambre y el terror en pocos días. Hordas de saqueadores tomarían las calles y un segundo baño de sangre destruiría lo que quedara de la cultura vienesa. Después de discutir estos problemas con los Bauer durante muchas tardes, fui finalmente capaz de convencerles de mi postura. (Ibíd.)

En enero de 1919, Bauer finalmente hizo el anuncio en el Arbeiter-Zeitung [1] de que quería llevar a cabo expropiaciones, con indemnizaciones, en la industria pesada y la propiedad de tierras a gran escala. Se iban a tomar medidas organizativas como preparación para la “nacionalización” también en otros sectores (cf. Bauer 1919).

El convencimiento que logró Mises en esas memorables discusiones nocturnas se dirigía hacia las intenciones políticas socialistas que podían poner aún más en peligro la corta e inestable existencia de suministros disponibles para los vieneses. De toda la voluminosa literatura que circuló durante el consiguiente debate sobre la socialización (Schumpeter apuntó que incluso los más capaces estaban escribiendo sobre las cosas más banales – cf. Schumpeter 1922-1923, p. 307), Mises fue uno de los pocos que continuó centrándose en las posibles consecuencias de la intervención pública con sobriedad y sentido de la realidad. La “economía de guerra y transición” lanzada por el gobierno había ofrecido numerosos ejemplos del inevitable fracaso de la planificación económica centralizada y también había demostrado la “menor productividad económica” de las empresas públicas (Mises 1919/1983/2000, pp. 220-221). Además, Mises se dio cuenta pronto de que los intereses de la Sozialisierungskommission (“Comisión de Nacionalización”) vienesa no eran en modo alguno idénticos a los de los estados federales (Mises 1920b).

En todo caso, estas charlas nocturnas pusieron tanta tensión en su relación con Bauer que Mises tendía a creer que Bauer había intentado destituirle como personal docente en la Universidad de Viena (cf. Mises 1978/2009, p. 15). De hecho, se dejó de considerar a Mises para el puesto de profesor titular en Viena cuando quedó vacante en 1919. En su lugar, se concedió a Othmar Spann (1878-1950), antiguo colega de Bauer en el Wissenschaftliche Komitee für Kriegswirtschaft (“Comité Académico para la Economía de Guerra”) en el Ministerio de Guerra real-imperial.
Durante el curso del debate de la nacionalización de 1919, Mises defendió la propiedad privada y la economía de mercado con el argumento de la eficiencia económica de la oferta. Pero tuvo que argumentar su postura casi en solitario, ya que muchos miembros de la Escuela Austriaca habían sido nombrados por altos cargos en las oficinas centrales de la “economía de guerra y transición”, uniéndose así al bando estatista. Casi parecería como si (en el transcurso de sus carreras) hubieran olvidado completamente que la disputa académica con el marxismo no había sido tan profunda y productiva en ninguna universidad como en Viena.

Cuando había empezado a tomar forma la teoría subjetiva del valor en la década de 1880, otras teorías que competían con las de la Escuela Austriaca también habían pasado al primer plano, por ejemplo, la teoría del valor trabajo. En Capital and Interest: A Critical History of Economical Theory (1884), Eugen von Böhm-Bawerk dedicaba una sección completa a las ideas socialistas (“La teoría de la explotación”) y la sometía a una crítica meticulosa y detallada. En 1885, Gustav Gross escribió uno de los primeros perfiles biográficos de Karl Marx. El mismo año escribió una biografía independiente: Karl Marx: Eine Studie (“Karl Marx: Un estudio”). Poco después revisó el segundo volumen de Das Kapital (El capital). La primera publicación investigadora de Hermann von Schullern zu Schrattenhofen fue Die Lehre von den Produktionsfaktoren in den sozialistischen Theorien (1885) (“Estudio de los Factores de Producción en las Teorías Socialistas”).

La disputa con los socialistas se iba a convertir pronto en una característica permanente de la Escuela Austriaca. Es una paradoja de la historia que esta escuela de pensamiento fuera la primera que introdujo la discusión académica sobre el socialismo en aulas y bibliotecas de las facultades de economía establecidas. La crítica se dirigía principalmente a la teoría del valor trabajo, cuyas contradicciones y defectos se pensaba que se habían superado de una vez por todas con la teoría subjetiva del valor. La teoría socialista no representaba ningún progreso, sino más bien una regresión (cf. Zuckerkandl 1889, p. 296). La fiera controversia entre Böhm-Bawerk (1890 y 1892a), Dietzel (1890 y 1891) e incluso Zuckerkandl (1890), entre otros, llevó a un enfrentamiento entre las dos doctrinas. Dietzel defendía la teoría del valor trabajo y sostuvo enseguida que la visión del principio de la utilidad marginal no era, en el fondo, más que la vieja ley de la oferta y la demanda (Dietzel 1890, p. 570).

Las disputas con el socialismo pronto fueron más allá de la teoría del valor trabajo y pusieron en cuestión el “estado socialista” en muchos aspectos. Por ejemplo, Böhm-Bawerk consideraba al interés como una categoría económica completamente independiente del sistema social; el interés existiría incluso si existiera el “estado socialista” (Böhm-Bawerk 1891/1930, pp. 365-371). Wieser criticaba a los escritores socialistas por su inadecuada enseñanza del papel del valor en el estado socialista. Llegaba a la conclusión de que “ni por un día podría administrarse el estado económico [socialista] del futuro de acuerdo con cualquier lectura así del valor”. Para Wieser, “en la teoría socialista del valor, casi todo está equivocado” (cf. Wieser 1889/1893, pp. 64-66). Johann von Komorzynski extendía el análisis a la ciencia política: distinguía entre una “verdad”, el “socialismo filantrópico” y un “socialismo ilusorio” dirigido puramente a los intereses de clase (Komorzynski 1893).

Después de la edición póstuma del tercer volumen de Das Kapital (1895), dos profundas contribuciones de la Escuela Austriaca marcaron el cese temporal de su crítica del marxismo. En un perspicaz ensayo, Komorzynski trató de probar que las teorías marxistas estaban “lo más opuestas posible a los procesos económicos reales”. La contradicción derivaba “del principio básico, no del pensamiento utópico” (Komorzynski 1897, p. 243). En su famoso Zum Abschluß des Marxschen Systems (1896) (La conclusión del sistema marxiano), Böhm-Bawerk resumía sus críticas previas y llegaba a la conclusión (basada en las conocidas contradicciones entre los dos primeros y el tercer volumen de Das Kapital) de que la teoría marxista final “contiene tantos errores fundamentales como puntos en sus argumentos (…) Muestran trazas evidentes de haber sido una ocurrencia sutil y artificial pensada para hacer que una opinión preconcebida parezca el resultado natural de una investigación prolongada” (Böhm-Bawerk 1896/1949, p. 69). “El sistema marxista”, según Böhm-Bawerk:

Tiene un pasado y un presente, pero no un futuro duradero. (…) Una dialéctica inteligente puede producir una impresión temporal en la mente humana, pero no puede hacer que sea duradera. A largo plazo, los hechos y la segura concatenación de causas y defectos acaban imponiéndose.

Böhm-Bawerk preveía que la “creencia en una autoridad, que se ha enraizado durante treinta años” en la apologética marxista “forma un baluarte contra la incursión del conocimiento crítico” que “se desmoronará lenta pero inexorablemente”. E incluso así, “el socialismo sin duda nunca será eliminado del sistema marxista, ni el socialismo práctico ni el teórico” (ibíd., p. 117).

A finales de la década de 1880, la facultad de derecho de la Universidad de Viena se convirtió en un centro de investigación del socialismo. En su sensacional obra Das Recht auf den vollen Arbeitsertrag in geschichtlicher Darstellung (1886) (“El dercho al producto íntegro del trabajo”), Anton Menger (1841-1906), uno de los hermanos de Carl Menger, profesor de derecho procesal civil y primer socialista de la monarquía en ser profesor titular, defendía la nacionalización de los medios de producción. Carl Grünberg (1861-1940), un “marxista científico”, enseñó allí economía desde 1892 y fue uno de los muchos profesores de Mises. En 1924 fue asignado a Frankfurt, donde fundó el Institut für Sozialforschung (“Instituto para la Investigación Social”) y editó las obras de Marx.

Anton Menger, Carl Grünberg y más tarde incluso Böhm-Bawerk llegaron a atraer a la joven élite socialista: Max y Friedrich Adler, Otto Bauer, Karl Renner, Julius Tandler, Emil Lederer, Robert Danneberg, Julius Deutsch y Rudolf Hilferding. De la pluma de Hilferding llegó la primera contracrítica marxista dirigida a Böhm-Bawerk (cf. Rosner 1994). Y su Das Finanzkapital (1910) (Capital financiero) fue un resultado notable de la cultura del seminario. En él comenta el papel de los bancos y su simbiosis con el estado, aparentemente anticipando la teoría monetaria y del ciclo económico, ante las que era escéptico (cf. Streissler 2000b). En vísperas de la Primera Guerra Mundial, el continuo intercambio de ideas entre estos jóvenes con talento alimentó en Böhm-Bawerk la creencia de que la teoría del valor trabajo había “perdido terreno en los círculos teóricos en todos los países (…) en tiempos recientes” (Böhm-Bawerk 1890/1959, p. 249n.21).

Los argumentos teóricos que habían evolucionado con los años no desempeñaron en principio ningún papel importante en el debate de postguerra sobre la nacionalización. De hecho, prevalecían las ideas sobre la organización de la economía y la política económica. Pero pronto se manifestó que las ideas de los funcionarios de la nacionalización habían sido abiertamente inadecuadas. Muchos establecimientos empresariales nacionalizados cayeron ante los duros tiempos económicos (cf. Weissel 1976, pp. 299-320). Los empresarios se resistieron a invertir cuando se anunciaron las expropiaciones y, aunque parezca asombroso, Otto Bauer pareció sorprenderse ante esta reacción (cf. Bauer 1923, pp. 163, 173). En los estados federales, las reclamaciones del estado hicieron que el proceso de nacionalización se detuviera o fracasara completamente. Pero lo más notable fue la amenaza del hambre en Viena: en 1919, 150.000 de los 186.000 niños escolarizados estaban desnutridos o gravemente desnutridos. Fue una consecuencia indirecta de una economía de guerra controlada que había llevado a cuadruplicar el territorio en barbecho (cf. Bauer 1923, pp. 118-119). Schumpeter, que en 1919 había dimitido como ministro de finanzas por el asunto de la nacionalización, hizo balance dos años después:

Aunque tenga atractivo político, la nacionalización acompañada por un nivel confortable de vida y simultáneamente una provisión abundante de bienes (y el ideal infantil de echarse a dormir en la opulencia existente) es algo que no tiene sentido. La nacionalización que no tenga sentido es hoy posible políticamente, pero sólo si nadie la intenta seriamente. (Schumpeter 1922-1923, p. 308)

Justo cuando las políticas de la nacionalización estaban empezando a perder fuerza, Mises obtuvo reconocimiento por su espectacular ensayo Die Wirtschaftsrechnung im sozialistischen Gemeinwesen (1920a) (El cálculo económico en la sociedad socialista). Lo expandió sustancialmente dos años después y lo publicó como libro, Die Gemeinwirtschaft: Untersuchungen über den Sozialismus (1922) (El socialismo: Análisis económico y sociológico). Mises apuntaba que la gestión económica “racional”, es decir la producción y distribución de bienes conservando los recursos, que tiene en cuenta las preferencias de los consumidores, sólo puede garantizarse con un sistema de precios libres (el libre intercambio de bienes y la libertad de implantar todos los usos posibles de los bienes) y que con planificación central estos objetivos nunca pueden alcanzarse. Si los medios de producción no son de propiedad privada, no puede asegurarse el liderazgo empresarial eficiente ni consecuentemente la satisfacción de los intereses del consumidor.

El problema esencial, según Mises, es que

En la comunidad socialista el cálculo económico sería imposible. En cualquier gran empresa, las personas o departamentos son parcialmente independientes en sus cuentas. Pueden calcular los costes de materiales y mano de obra y es posible en cualquier momento (…) sumar con cifras los resultados de sus actividades. De esta forma es posible saber con qué éxito ha operado cada rama separada y por tanto tomar decisiones relativas a la reorganización, limitaciones o extensión de las ramas existentes del establecimiento a otras nuevas. (…) Parece natural por tanto preguntar por qué (…) una comunidad socialista no debería llevar cuentas separadas de la misma forma. Pero esto es imposible. Las cuentas separadas para una sola rama de una y la misma empresa son sólo posibles cuando los precios de todos los bienes servicios se establecen en el mercado y proporcionan una base para el cálculo. Donde no hay mercado no hay sistema de precios y donde no hay sistema de precios no puede haber cálculo económico. (Mises 1922/1936/1951, p. 131)

Por tanto, el socialismo no es capaz de calcular. Ésta es la principal afirmación del argumento de Mises, conocido también por el “problema del cálculo”. No habría “ni beneficios discernibles ni pérdidas discernibles (…); el éxito y el fracaso permanecerían desconocidos en la oscuridad. (…) Una gestión socialista sería como un hombre forzado a pasar su vida con los ojos vendados” (Mises 1944/1983, p. 31).

Mises no aceptaba el argumento de muchos economistas “burgueses” de que el socialismo no podría llevarse a cabo porque los humanos están aún demasiado subdesarrollados en un sentido moral. Según Mises, el socialismo estará condenado al fracaso, no por causas morales “sino porque los problemas que un orden socialista tendría que resolver, presentan dificultades intelectuales insuperables. La impracatibilidad del socialismo es el resultado de una incapacidad intelectual, no moral” (Mises 1922/1936/1951, p. 451).

El brillante y poderosísimo análisis lógico de Mises no era nuevo. Sus características esenciales ya eran parte de un inventario propio de los primeros teóricos de la utilidad marginal, pero esto es poco conocido. Hermann Heinrich Gossen (1810–1858) ya había establecido que sólo en una sociedad basada en la propiedad privada podía la economía gestionar “adecuadamente” y “de la forma más eficaz”: “La agencia central asignada por los comunistas para asignar los distintos trabajos, decía Gossen, “descubriría pronto que tenía una tarea cuya solución estaba más allá de la capacidad de los individuos humanos” (Gossen 1854/1987, p. 231).

En términos de la primera Escuela Austriaca, Friedrich von Wieser ya había destacado la necesidad del cálculo económico (cf. Wieser 1884, pp. 166-167, 178). Fue uno de los primeros economistas en reconocer la relevancia de la naturaleza informativa del “valor” en una economía: “El valor”, dijo Wieser, “es la forma en que se calcula la utilidad (Wieser 1889/1893, p. 34) y “así que el valor viene a ser el poder controlador de la vida económica” (ibíd., p. 36).

Aparte de unas pocas contribuciones esporádicas en la literatura extranjera (cf. Schneider 1992, p. 112), el problema del cálculo económico en el socialismo apenas se consideró hasta 1919, ni siquiera por los economistas socialistas. Erwin Weissel (1930-2005), el economista vienés e historiador del debate austro-marxista sobre la socialización incluso afirmaba que “uno quería ignorar el problema” (Weissel 1976, p. 235). En medio del debate de la socialización en la primavera de 1919, el alumno de Menger y abogado mercantil Markus Ettinger advertía que “sólo el precio de mercado (…) [podría ser] un regulador fiable de la demanda” y para el “capital y trabajo de entrada y salida de un área de producción a otra” (Ettinger 1919, p. 10).

Resulta interesante que Max Weber (1864-1920), que estuvo en contacto cercano con Mises durante su estancia en Viena en 1919, también calificara al “cálculo monetario” en un libro manuscrito inédito al morir, como un “dispositivo concreto de la economía de obtención de propósito racional” (Weber 1921/1972, p. 45).

La crítica fundamental de Mises recibió reconocimiento internacional en la década de 1920. La idea de que la planificación centralizada sin un sistema de precios sería automáticamente ineficiente apenas fue negada. Pero a principios de la década de 1930, los economistas de habla inglesa empezaron a responder con modelos de cálculo socialista (en respuesta a Mises) que incluían la idea del “socialismo competitivo”. Ésta prevaleció y sobrevivió en círculos socialistas hasta la década de 1980 (cf. Socher 1986, pp. 180–94). La idea era que los planificadores podían simular adecuadamente la evolución del mercado con “rondas de prueba y error” entre periodos planificadores individuales; así podían hacer los cálculos consiguientes.

Tanto Mises como Hayek respondieron con detalle y Hayek presentó un conciso resumen del debate completo en 1935 (Hayek 1935). Primero y antes de todo se centró en la idea arrogante de ser capaces de planificar completamente los sistemas económico y social: el socialismo en todas sus variedades de derecha e izquierda era “una ideología nacida del deseo de alcanzar un control completo del orden social y de la creencia de que podemos determinarlo deliberadamente de cualquier manera que queramos todos los aspectos de este orden social” (Hayek 1973/1976/1979, vol. 2, p. 53). Al contrario que Mises, Hayek destacaba indispensable función de la información de los precios inducidos por el mercado: “el que un sistema de mercado tenga un mejor conocimiento de los hechos que cualquier individuo o incluso organización es la razón decisiva por la que la economía de mercado funciona mejor que cualquier otro sistema económico” (Hayek 1969a, p. 11). En medio de un acalorado debate, los austriacos apenas fueron conscientes del hecho de Hayek y Mises buscaban dos paradigmas en definitiva distintos (cf. Salerno 1993, pp. 116-117).

El ataque masivo de Mises a la utopía de un socialismo económicamente eficiente no indicaba muy bien el camino hacia una contrarreacción directa (cf. Mises 1923). Como los instigadores de la nacionalización buscaban sólo una socialización parcial, eran capaces de “salir del apuro” (Weissel 1976, p. 234) apuntando a aspectos organizativos. El contraataque sólo llegó después de dos años, cuando Helene Bauer (1871–1942) diagnosticó la “quiebra de la teoría marginal del valor” en el órgano del Partido Socialista (Bankerott der Grenzwerttheorie, 1924). Utilizando una retórica revolucionaria y un lenguaje bélico, insinuaba que la teoría de la utilidad marginal servía a una burguesía atemorizada como baluarte y se usaba como teoría predominante para actuar contra el marxismo en la universidad (Bauer 1924, pp. 106-107). Pero Bauer tocaba el talón de Aquiles de las teorías de la utilidad marginal en un punto: calificaba de inadecuada a su teoría de la imputación (ibíd., p. 112). La intención de la denuncia de mostrar a la teoría de la utilidad marginal como una ideología de la clase propietaria “burguesa” era particularmente evidente en La teoría económica de la clase acomodada (1919) del economista teórico y filósofo ruso Nicolai Ivanovich Bujarin (1888-1938). Los ataques personales de Bujarin a Böhm-Bawerk generaron una fría contracrítica (Köppel 1930).

Ludwig von Mises era un objetivo especialmente sencillo para este tipo de evaluación por parte de los autores socialistas. Mises tenía la convicción de que el liberalismo era la única idea que podía oponerse efectivamente al socialismo (cf. Mises 1927/1962/1985, p. 50). El liberalismo, decía Mises, es “economía aplicada” (ibíd., p. 195); en otra obra del año anterior incluso había dicho que “el liberalismo fue victorioso en la economía y más allá” (Mises 1926, p. 269 y Mises 1929/1977, p. 22).

Sin embargo la teoría de la utilidad marginal encontró algún apoyo en Alemania en la década de 1920, incluso en escritores socialistas y otros con inclinaciones socialistas ((cf. Kurz 1994, p. 56). Mientras se preparaba la convención de Dresde de la Verein für Socialpolitik en 1932, Mises repitió su confluencia de economía y liberalismo modernos (cf. Mises 1931, p. 283) y fue rápidamente criticado, incluso por defensores de la teoría subjetiva del valor (Weiss 1933/1993, pp. 51-52). A pesar de la polarización, un joven participante en la convención de Dresde, el graduado postdoctoral, abogado y politólogo Hans Zeisl (1905-1992; En Estados Unidos se hacía llamar Hans Zeisel), corresponsal de deportes del socialista Arbeiter-Zeitung y hasta 1938 contribuidor en el ahora clásico Marienthal-Studie, [2] intentó la primera síntesis en Marxismus und subjektive Theorie (1931) (“El marxismo y la teoría subjetiva del valor”).

Según Zeisl, la idea de valor se había desarrollado en un concepto de “acción electiva humana”. El “concepto de bienes” había “dado paso” al “concepto relacional de usos posibles” (Zeisl 1931/1993, pp. 180-181). La llamadas leyes de la teoría subjetiva del valor eran de “naturaleza estadística” y recibían su valor cognitivo “cuando se aplicaban a sistemas de demanda empíricamente discernibles” (ibíd., p. 191). Si uno reemplazara los sistemas de demanda por “demanda con poder adquisitivo”, inmediatamente reconocería que la demanda se asigna “de acuerdo con la clase”. La “crucial línea de pensamiento marxista (de que los niveles de salarios y tipos de interés, etc., son dependientes de la ‘estructura de clase’) podría articularse con precisión en la teoría subjetivista del valor” (ibíd., pp. 192-193).
Los posteriores cambios en la arena política hicieron imposible cualquier evolución continuada de esta interesante síntesis de pensamiento praxeológico y teoría marxista de la distribución.

[1] El “Periódico de los Trabajadores” se fundó en 1889 y funcionó como el principal órgano del Partido Socialista Austriaco hasta 1989; fue prohibido de 1934 a 1945; dejó de publicarse como periódico independiente en 1991.

[2] Editado y escrito por Marie Jahoda, Paul Lazarsfeld y Hans Zeisel. Traducido al español como Los parados de Marienthal: Sociografía de una comunidad golpeada por el desempleo (Madrid: Endymion, 1996).

[Extraído de The Austrian School of Economics (2011)]

Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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