Las grandes áreas urbanas densamente pobladas ponen a los principios económicos en una olla a presión, por decirlo así. Los extremos de la vida urbana hacen evidentes cosas que no serían tan obvias en un pueblo pequeño. Con la combinación correcta de emprendimiento empresarial y estado de derecho, las áreas metropolitanas son generadores de energía económica.
La división del trabajo
Ludwig von Mises destacaba que la propia civilización descansa en la mayor productividad hecha posible por la división del trabajo. (Ofrezco una introducción al concepto en esta clase en vídeo). Si cada uno de nosotros tuviera que cultivar su propia comida, hacer su propia ropa, construir su propio alojamiento y así sucesivamente, la mayoría moriríamos pronto y los pocos supervivientes vivirían en una pobreza extrema.
Por suerte, podemos especializarnos en unas pocas tareas y tenemos la ventaja comparativa (o relativa) de producir mucho más de lo que necesitamos personalmente. Por ejemplo, el granjero produce más leche de la que su familia nunca bebería, mientras que los trabajadores de Ford fabrican más furgonetas de las que nunca conducirían. Cada uno vende su producción a quien más le ofrezca, que a su vez hará lo mismo con los productos y servicios de su especialidad.
Como el trabajo es más productivo cuando se distribuye así, el resultado final es que la producción total es mayor. Como hay más “cosas” alrededor, el consumo por cabeza es más alto y todos disfrutan de un nivel de vida que sería imposible sin especialización y comercio.
Aunque estos principios valen para dos personas en una isla tropical (como Robinsón y Viernes), son mucho más evidentes en una ciudad animada. Al empezar la jornada laboral, la gente empieza muy visiblemente a “hacer que funcione la ciudad”. Los vendedores callejeros preparan sus carros y puestos, autobuses y metro empiezan a transportar a multitud de gente a su lugar de trabajo y los vendedores barren las aceras para dar la bienvenida a los clientes en sus tiendas. Los chicos de los recados se mueven en sus bicicletas trasladando envíos de un negocio a otro, mientras que los camiones traen carne y productos frescos a los distintos restaurantes.
En una gran ciudad, podemos mirar por la ventana y ver realmente lo dependiente que es de gente que hace diversos trabajos para que todo funcione con fluidez. Toda comunidad depende de la gente, pero en un suburbio es difícil observar realmente ese principio en acción. En sus barrios, la gente sólo ve a otras familias (que son básicamente cuarteles de consumo), mientras que las actividades de los trabajadores se esconden tras sus vehículos (durante el transporte) y las paredes de las construcciones que pueden extenderse en largas distancias.
Economías de escala: Los beneficios de un gran mercado
No es coincidencia que los mejores cocineros, diseñadores de ropa, actores teatrales y abogados tiendan a ubicarse en grandes áreas urbanas. Supongamos que cierto cocinero puede preparar el filete mignon más suntuoso del planeta, pero es muy caro “hacerlo bien”. Podría tener un restaurante rentable en Boise, Idaho, cobrando 100$ por comida. Pero dada la base de clientes en Boise, sólo podría servir (digamos) 30 cenas en una noche normal. Eso generaría suficientes ingresos para pagar la renta, equipos, ingredientes y sus dos otros empleados, pero no le quedaría mucho al cocinero jefe.
Por el contrario, si va a Nueva York, el cocinero puede unirse a los publicistas, diseñadores de interiores y otras personas creativas de máximo talento para diseñar un restaurante mucho más impresionante. Puede asimismo contratar a algunos de los mejores camareros del país, porque resulta que viven en Nueva York. Lo mejor de todo es que, a causa de la enorme y acaudalada base de clientes, si nuestro cocinero es tan bueno como piensa que es, puede (digamos) cobrar 250$ por comida y servir 200 cenas en una noche normal. Sus gastos serían mayores que en Boise, es cierto, pero no proporcionalmente mayores. Al escalar el tamaño de sus operaciones, el cocinero jefe podría ahora ganar un ingreso personal sustancial.
Una vez que pensamos de esta forma en los escenarios, podemos entender por qué “el mejor X” (siendo X comida china, zapatos de mujer o librerías de lance) está normalmente disponible en una gran ciudad.
El racionamiento de los precios de mercado
En la sección anterior establecimos las enormes ventajas de ser un productor en una gran ciudad: hay un enorme mercado de clientes potenciales, muchos de los cuales son extremadamente ricos. Alguien que tenga éxito en una gran ciudad puede convertirse en millonario en un año, mientras que sería mucho más duro hacerlo en un área rural poblada con una pocas granjas.
Pero si es así, ¿por qué no se traslada toda la gente con talento a las grandes ciudades? En ese sentido, si todos los mejores productos y servicios están disponibles en las grandes ciudades, ¿por qué no se trasladan allí también todos los consumidores?
A alguna gente sencillamente no le gustan las masas y no se mudaría a ciudades agitadas por esa razón. Pero la principal explicación es que el precio del terreno se dispara para racionarlo entre los usuarios en competencia. Es extremadamente caro comprar o alquilar inmuebles en un área urbana rica. Por consiguiente, los pisos y casas son más pequeños de lo que serían (si todo los demás fuera igual) en un área menos poblada.
El alto precio del terreno repercute en la rentabilidad de los negocios que buscan aprovechar la ventaja de las economías de escala de una base de clientes de una ciudad. Por ejemplo, una tienda en Manhattan rotará su inventario (latas de refresco, pasta y otra comida preparado en el buffet de ensaladas, etc.) mucho más rápidamente que una en Boise. Por otro lado, el propietario de la tienda de Manhattan tiene que pagar una renta astronómica comparada con su equivalente en Boise. Para hacer que funcione, la tienda de Manhattan cobra precios mucho más altos por “los mismos” bienes (como latas de refresco) ofreciendo cosas caras (como elegantes rollos de sushi) que la tienda de Boise no tendría nunca.
Los altos precios para espacios comerciales aseguran que sólo los mejores puedan permitirse tener tiendas en Manhattan y ciudades comparables. Por otro lado, los altos precios de venta al público (“coste de la vida”) aseguran que no todos se trasladen a Manhattan y otras metrópolis. Mucha gente dice: “Sí, tiene los mejores restaurantes y musicales, pero Manhattan es muy caro”. Solo la gente que realmente disfruta de la vida en la gran ciudad está dispuesta a pagar por ella.
Conclusión
Pensar a través de la economía de las grandes ciudades ilumina los principios generales de los mercados libres. Como siempre, vemos que las derechos de propiedad y el intercambio voluntario producen prosperidad a la humanidad. Los precios del mercado dan señales de forma que los productores y consumidores se organizan de la forma más eficiente, dadas sus capacidades y preferencias.
Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.