La quimera de las políticas contracíclicas

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Un elemento esencial de las doctrinas “no ortodoxas”, indicado tanto por todos los socialistas como por todos los intervencionistas, es que la recurrencia de las depresiones es un fenómeno propio de la misma operativa de la economía de mercado. Pero mientras que los socialistas afirman que solo la sustitución del capitalismo por el socialismo puede erradicar el mal, los intervencionistas atribuyen al gobierno el poder de corregir la operativa de la economía de mercado de una forma que produzca lo que llaman la “estabilidad económica”. Estos inter-vencionistas tendrían razón si sus planes antidepresión se dirigieran a un radical abandono de las políticas de expansión del crédito. Sin embargo, rechazan por adelantado esta idea. Lo que quieren es expandir el crédito cada vez más e impedir las depresiones mediante la adopción de medidas “contracíclicas” especiales.

En el contexto de estos planes, el gobierno aparece como una deidad que se encuentra y funciona fuera del ámbito de los asuntos humanos, que es independiente de las acciones de sus súbditos y tiene el poder de interferir con estas acciones desde fuera. Tiene a su disposición medios y fondos que no los proporciona el pueblo y pueden ser usados libremente para cualquier propósito que para el que los gobernantes estén dispuestos a hacerlo. Lo que hace falta para hacer el uso más beneficioso de este poder es simplemente seguir el consejo que dan los expertos.

El más publicitado de entre estos remedios sugeridos es una acción contracíclica en las obras públicas y el gasto en empresas públicas. La idea no es tan nueva como sus defensores no hacen creer. Cuando llegaba la depresión, en el pasado, la opinión pública siempre pedía que el gobierno iniciara obras públicas para crear puestos de trabajo y detener la caída de precios. Pero el problema es cómo financiar estas obras públicas. Si el gobierno grava a los ciudadanos o les pide prestado, no añade nada a lo que los keynesianos llaman la cantidad de gasto agregado. Restringe el poder de los ciudadanos privados para consumir o invertir en la misma medida que aumenta el suyo. Sin embargo, si el gobierno recurre a los queridos sistemas inflacionistas de financiación, empeora las cosas, no las mejora. Puede así retrasar por un plazo corto la aparición de la recesión. Pero cuando llegue el inevitable pago, la crisis será mayor cuanto más la haya pospuesto el gobierno.

Los expertos intervencionistas no entienden los problemas reales implícitos. Tal y como lo ven, lo principal es “planificar el gasto público de capital con mucha antelación y acumular una batería de proyectos de capital completamente preparados que puedan poner se marcha rápidamente”. Ésta es, dicen, “la política correcta y la que recomendamos que deberían adoptar todos los países”.# Sin embargo, el problema no es elaborar proyectos, sino proporcionar los medios materiales para su ejecución. Los intervencionistas creen que esto podría lograrse fácilmente conteniendo el gasto público en el auge y aumentándolo cuando llegue la depresión.

Ahora bien, la restricción del gasto público puede indudablemente ser algo bueno. Pero no proporciona los fondos que necesita un gobierno para una posterior expansión de sus gastos. Un individuo puede conducir así sus negocios. Puede acumular ahorros cuando su renta es alta y gastarlos posteriormente cuando caiga. Pero es distinto en una nación o en todas las naciones juntas. El tesoro puede guardar una parte considerable de los pródigos ingresos de los impuestos que fluya al erario público como resultado del auge. En la medida en que retira estos fondos de la circulación y mientras lo haga, su política es realmente deflacionista y contracíclica y puede en esta medida debilitar el auge creado por al expansión del crédito. Pero cuando se vuelven a gastar estos fondos, alteran la relación monetaria y crean una tendencia inducida por el efectivo a una caída en el poder adquisitivo de la unidad monetaria. En modo alguno pueden estos fondos proporcionar los bienes de capital requeridos para la ejecución de las obras públicas preparadas.

El error esencial de los intervencionistas consiste en el hecho de que ignoran la escasez de bienes de capital. A sus ojos, la depresión la causa simplemente una misteriosa falta de propensión de la gente tanto a consumir como a invertir. Aunque el único problema real es producir más y consumir menos para aumentar la existencia de bienes disponibles de capital, los intervencionistas quieren aumentar tanto el consumo como la inversión. Quieren que el gobierno se dedique a proyectos que no son rentables precisamente porque los factores de producción necesarios para su ejecución deben detraerse de otras línea de empleo en las que cumplirían deseos cuya satisfacción los consumidores consideran más urgente. No se dan cuenta de que dichas obras públicas deben intensificar considerablemente el mal real, la escasez de bienes de capital.

Por supuesto, uno podría pensar en otra forma de emplear los ahorros que hace el gobierno en el periodo de auge. El tesoro podría invertir su extraordinario en comprar grandes existencias de aquellos materiales que posteriormente, cuando venga la depresión, necesite para la ejecución de las obras públicas planeadas y de los bienes de consumo que pedirán los ocupados en estas obras públicas. Pero si las autoridades fueran a actuar de esta manera, intensificarían considerablemente el auge, aclararían el estallido de la crisis y harían más serias sus consecuencias.#

Toda esta palabrería acerca de actividades públicas contracíclicas se dirige a un solo objetivo, que es desviar la atención pública del conocimiento de la causa real de la fluctuación cíclica de los negocios. Todos los gobiernos están firmemente comprometidos con la política de bajos tipos de interés, expansión del crédito e inflación. Cuando aparece la inevitable resaca de estas políticas a corto plazo, solo conocen un remedio: continuar con operaciones inflacionistas.

[La acción humana (1949)]

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí.

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