¡Ah, los verdes! Ya no son abrazaárboles. Nos han estado intimidando para reciclar, tomar soja, conducir menos, usar el autobús y mil otras maneras de “actuar localmente” durante muchos años. Ahora incluso tienen un nuevo publicista de moda en la gran pantalla: “No impact man”, nuestro conductor a un viaje de culpabilidad de primera clase a Ecolandia. A pesar de la masiva popularidad de su causa, no creo que estén satisfechos. Quieren controlarnos. Si no tenemos cuidado, esta gente empeñada en salvar el planeta va a acabar gestionando los más mínimos aspectos de nuestras vidas.
La idea de sostenibilidad por sí misma suena bastante inocente: simplemente implica que la gente tendría que pensar en el futuro, ser prudente y ahorrativa en su uso de los recursos económicos. Y estoy de acuerdo con esta idea básica: superficialmente parece inteligente aunque simple, en línea con valores suaves y benevolentes como la responsabilidad y la generosidad.
Pero en el fondo hay algo inquietante acerca de la premisa básica de la sostenibilidad. Los defensores de la sostenibilidad (llamémosles “sostenibilistas”) son dañinos con su fervor, su postura y su retórica. Su ideología está viciada por una acusación de que las cosas tal y como están son de alguna manera insostenibles. Aquí hay un alarmismo que esencialmente dice: “hay una crisis, es culpa tuya por ser ignorante, irracional y avaricioso. Debes hacer lo que decimos para resolverla o todos moriremos”.
Esta cruzada alarmista que subyace el movimiento de la sostenibilidad debería doler a gente con un conocimiento económico del mundo. Un principio básico de la economía es que los mercados son ordenados y se autorregulan: los precios indican las limitaciones de los productos y guían a la gente para economizar en su uso. Los precios cambian cuando cambian las condiciones subyacentes de oferta y demanda, introduciendo los ajustes apropiados en los modelos de consumo y producción. Los precios canalizan la búsqueda de beneficio (un aspecto natural de la condición humana) en actividades productivas e innovadoras. En resumen, los precios funcionan.
Los sostenibilistas ignoran o niegan esta lección básica. En todo caso, los economistas tenemos el trabajo apropiado.
La queja de los sostenibilistas
El meollo del problema, tal y como lo ven los sostenibilistas, es que la gente está usando irresponsablemente los recursos, ya sea usándolos demasiado deprisa, usando demasiados o usándolos de una forma que tendrá ramificaciones negativas a largo plazo. En resumen, los sostenibilistas desaprueban las acciones de otra gente y actúan para corregir a sus hermanos caprichosos.
Como estos otros derrochadores, por ignorancia, pereza o terquedad no se levantan y adoptan por sí mismos prácticas sostenibles, los sostenibilistas ven la necesidad de un esfuerzo de concienciación: campañas organizadas, viajes ecoculpables y, sí, incluso leyes para corregir este mal uso de recursos. Necesitamos cambiar nuestros patrones de acción, necesitamos una fuerza motivadora más allá del mero “interés económico” (es decir, la búsqueda de beneficio). Por tanto la sostenibilidad se ha convertido en una cruzada con todas las de la ley para “salvar el planeta” y si no eres parte de la solución, sin duda eres parte del problema.
Interpretamos esto con una perspectiva económica. Los argumentos de la sostenibilidad entran en una de dos amplias categorías: (1) el argumento de los recursos no renovables de que los suministros de ciertos recursos importantes están disminuyendo y para cuando la gente se dé cuenta será “demasiado tarde”: la escasez de recursos estrangulará las economías capitalistas hasta el punto de ruptura; (2) el argumento del cambio climático de que hay grandes externalidades negativas, aunque para el futuro, en los actuales patrones de uso de recursos.[1]
Sea cual sea su tipo, los argumentos de la sostenibilidad invocan fallos en el mercado. De hecho, las mismas prácticas citadas como insostenibles aparecen en el mercado libre. Por tanto, se necesita algo que corrija desde fuera, ya sea una persuasión moral agresiva o una regulación económica, para prevenir la amenazadora catástrofe del uso insostenible de los recursos.
¿No son suficientes los precios?
No quiero ocuparme de los detalles del movimiento por la sostenibilidad. Hay docenas de manifestaciones de éste, desde la construcción verde a los cultivos orgánicos al reciclado obligatorio para la descarbonización. De hecho, el carro de la sostenibilidad (que, por supuesto está pintado de verde y movido por energías renovables) parece expandible infinitamente para incluir cualquier industria y grupo de interés bajo el sol. Más bien quiero descubrir las implicaciones esenciales del movimiento de la sostenibilidad.
El movimiento de la sostenibilidad es un asalto a la economía. Afirma esencialmente que los precios no operan en el tiempo para dirigir las decisiones de consumo y producción de una forma sostenible. Una lección de economía básica debería bastar para defenderse del ataque de los sostenibilistas.
Los precios aparecen en el mercado como una consecuencia del intercambio en beneficio mutuo. La gente quiere cosas para mejorar sus vidas, a esto lo llamamos valor. Algunas cosas valiosas son más escasas que otras, usemos el ejemplo clásico del agua y los diamantes. En términos absolutos, el agua es más valiosa que los diamantes: no necesitamos diamantes para vivir.
Aun así, a igual peso, el agua es mucho más barata. ¿Por qué? Aunque es valiosa, es relativamente abundante: en muchas partes del mundo literalmente cae del cielo. El precio de cualquier bien refleja esta combinación de valor y escasez. Estamos dispuestos a pagar más por cosas valiosas a medida que se van haciendo más escasas (p. ej., el petróleo) y no necesitamos pagar tanto por cosas valiosas si se vuelven más abundantes (p. ej., el cereal).
Igualmente, a medida que las cosas pierden su valor, la gente ya no desea pagar por ellas (p. ej.: las máquinas de escribir) y la gente debe pagar más por cosas escasas que de repente se codician (p. ej.: discos antiguos de Michael Jackson). Los asombroso de los precios es que expresan de forma sencilla esta combinación de hechos acerca del valor de un objeto (demanda) y su escasez (oferta). Por supuesto, los precios están sujetos a cambio: los precios de ciertos bienes fluctúan todos los días. Pero esto es bueno, las tendencias apreciables en precios a lo largo del tiempo indican cambios relativos en los “fundamentales del mercado” de oferta y demanda.
En este sentido, los precios guían bien a los individuos, tanto consumidores como productores, hacia un uso racional de los recursos. Los consumidores inteligentes atienden a los precios: una tendencia al alza les indica que dejen de consumir ese objeto en particular y un precio a la baja les dice que continúen y usen algo más. La misma lógica básica se aplica del lado de la producción.
Los emprendedores, dirigidos por la búsqueda del beneficio, son como sabuesos olfateando estas tendencias de los precios en búsqueda de oportunidades de beneficio, oportunidades de crear valor mediante intercambios. Si el precio de un bien tiende a subir fuertemente en el tiempo (indicando que se ha hecho más escaso o más valioso) se apresuran a encontrar sustitutivos baratos. Cuanto más baratos sean los sustitutivos, mayores serán los beneficios obtenidos, especialmente para el primero en el mercado. Si los precios tienden a la baja en el tiempo (indicando que el recurso es más abundante en relación con su utilidad), los empresarios dedicarán sus esfuerzos a otra cosa.
El resultado general de estos procesos económicos se resume en la frase “los precios coordinan”. [2] En otras palabras, el sistema de precios actúa como una “mano invisible”, [3] guiando a la gente (tanto consumidores como productores) en sus acciones económicas. La verdadera belleza de este sistema de precios del libre mercado es que conlleva su propio tipo de sostenibilidad. No es tanto sostenibilidad en el uso de ciertos recursos (pues algunos bienes concretos suben o bajan de acuerdo con la oferta y la demanda), sino sostenibilidad de un alto crecimiento económico y altos niveles de vida en la economías capitalistas económicamente desarrolladas.
Tomemos, por ejemplo, el transición del mercado de la iluminación de interiores: las velas de sebo se vieron reemplazadas por lámpara de aceite de ballena, que fueron sustituidas por lámparas de queroseno, que fueron reemplazadas por bombillas incandescentes con energía eléctrica. No se necesitó ninguna presión social o política para llegar a esta evolución, no hubo ningún movimiento de “pico del aceite de ballena”, ni conservacionistas del queroseno, ni cruzada por la sostenibilidad del pasado. Sólo hizo falta un sistema de precios funcional, combinado con la acción emprendedora siempre presente en búsqueda de beneficios bajo un orden competitivo de libre mercado.
De forma parecida, en nuestro tiempo mientras los sostenibilistas y otros pesimistas se preocupan por el agotamiento de los recursos, el sistema de precios sigue siendo funcional, guiando silenciosamente pero con seguridad a los individuos para economizar recursos, buscar sustitutivos rentables y anticipar tendencias futuras. Todo esto ocurre sin predicar, sin cruzadas y sin activismo.
¿Es sostenible la cruzada de la sostenibilidad?
¿Durante cuánto tiempo serán los sostenibilistas capaces de tocar su tambor a la vez que proclaman su imagen de “más verde que tú” e intentan, con distintos grados de coerción, hacer que todos los demás actuemos también “sosteniblemente”? Con el temor al calentamiento global perdiendo credibilidad cada día, la posibilidad de que los sostenibilistas sean capaces de obtener una victoria, aunque sea moral, se desvanece. [4] Salvo que la tierra se destruya por un poco de humo, no me preocupa mucho que los sostenibilistas tengan mucho impacto a largo plazo.
Los sostenibilistas más radicales piden un cambio drástico del orden natural de la economía del libre mercado. Nos piden que abandonemos la riqueza y optemos por las privaciones en nombre de su causa. [5] Aunque los ciudadanos de las democracias occidentales aparentemente se hayan convertido en objetivos fáciles para cualquier cosa verde, no avanzaremos más hacia la salvación del planeta, especialmente cuando es evidente que la sostenibilidad requiere ir hacia la pobreza y una sociedad profundamente reglamentada y regulada (y que el planeta no está realmente en peligro, después de todo).
También, y quizá más importante, la gente en los países en desarrollo cada vez se opondrán más a las demandas de sacrificios por parte de los sostenibilistas. Una vez llegados a los niveles altos de vida que el desarrollo del capitalismo produce a largo plazo, algo me dice que recibirán fríamente la idea de poner freno a su desarrollo.
El actual resurgimiento de la tradición liberal clásica en economía también reducirá el atractivo de la sostenibilidad. La idea de imponer una sostenibilidad planificada centralizadamente se desmoronará cuando se entienda que el orden espontáneo que genera la mano invisible del sistema de precios del libre mercado es asombrosamente sostenible por sí misma. Añadamos a la mezcla las penurias de la recesión actual y no tarará mucho para que haya gente suficiente, incluso cruzados de la sostenibilidad, que vuelva con el rabo entre las piernas y con una caja de bombones en la mano para la economía del libre mercado.
[1] El movimiento del “pico del petróleo” (peak oil) es un ejemplo del primer argumento.
[2] Éste es un asunto clave de las obras de F.A. Hayek; ver, por ejemplo, el ensayo clásico “The Use of Knowledge in Society”.
[3] Para la cita en su contexto original, ver Adam Smith, La riqueza de las naciones, libro IV, sección 2.9.
[4] Para ser justo, debo advertir que, en la medida en que es un argumento sobre fallos del mercado basados en externalidades, la idea de un calentamiento global de origen antropogénico es compatible con una teoría económica sólida. Sin embargo, en este caso la carga de la prueba recae en esos sostenibilistas que realmente creen que hay externalidades desastrosas a largo plazo por culpa del calentamiento global antropogénico. Como diría mi locutor de radio favorito, “pínteme escéptico”.
[5] Para ejemplos de los sacrificios económicos que buscan imponer los sostenibilistas más radicales, ver aquí, aquí y aquí.
Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.