Un libro titulado La defensa del gran gobierno tiene pocas posibilidades de obtener una reseña favorable en The Mises Review. Pero con mi usual justicia ejemplar, he resuelto no condenar el libro porque sus tesis contradigan mis propias opiniones. ¿Qué pasa si el autor ha llegado a nuevos argumentos que, aunque no consigan cambiar de ideas a un firme libertario, al menos merezcan nuestro respeto? ¿Y puede un rechazar de plano la posibilidad de que tenga éxito en su defensa?
Después de todo, el autor no es un aficionado, sino un respetado contribuidor de la New York Review of Books y miembro del New School’s Schwartz Center for Economic Policy Analysis. Aún así, Jeff Madrick no tiene suerte. Su libro se basa en una falacia fundamental y los defensores del libre mercado aprovecharán el libro solo por el análisis de sus errores.
Cuando los economistas austriacos defienden medidas de libre mercado, ¿cuál es la estructura subyacente de sus argumentos? Es deductiva: utilizando ciertos principios económicos, que derivan en último término del axioma de la acción, consiguen demostrar que la intervención en el libre mercado no conseguirá alcanzar los objetivos declarados por sus defensores. Así, la teoría económica demuestra que los niveles salariales en el mercado libre son determinados por la productividad marginal de los trabajadores. Las leyes de salario mínimo que empujan los salarios por encima de este punto causan desempleo.#
Repito que los argumentos austriacos son deductivos. No son estadísticos. ¿Por qué no? Mises explica el asunto con su agudeza característica:
La experiencia de la historia económica es siempre una experiencia de fenómenos complejos. Nunca puede conllevar un conocimiento del tipo que el experimentador abstrae de un experimento de laboratorio. La estadística es un método para la presentación de hechos históricos respecto de precios y otros datos relevantes de la acción humana. No es economía ni puede producir teoremas ni teorías económicas. La estadística de los precios es historia económica. La idea de que, ceteris paribus, un aumento en la demanda debe generar un aumento en los precios no se deduce de la experiencia. Nadie ha estado ni estará nunca en disposición de observar un cambio en uno de lo datos del mercado ceteris paribus. La economía cuantitativa no existe. (Mises, La acción humana, Mises Institute, 1998, p. 348).
En el mejor de los casos, historia y estadística ilustran principios económicos, no demuestran su veracidad. Ante una evidencia estadística que parezca contradecir el principio, los austriacos no abandonan lo que se ha demostrado que es verdad. Así, el famoso estudio de Card y Krueger, que pretende demostrar que las leyes de salario mínimo no crean necesariamente paro no ha inducido a los austriacos a abandonar sus argumentos de que estas leyes sí tienen este efecto.# Y la mayoría de los economistas han estado de acuerdo con ellos en este caso al rechazar dar un veredicto de victoria.
Aquí reside exactamente el error fundamental de Madrick. Su postura esencial es ésta: los defensores del laissez-faire afirman que la interferencia en el mercado ha llevado a malos resultados. Uno ni puede negar, sin embargo, que Estados Unidos prosperó durante las décadas de 1950, 1960 y 1970. Aún así, en estos años estaban implantadas medidas intervencionistas keynesianas y de todo tipo. ¿No refuta la historia la tesis del libre mercado?
Pero en la segunda mitad del siglo XIX, Estados Unidos se estaba convirtiendo rápidamente en una economía industrial (…) Pero la economía de media no creció más rápido en esos años (que vieron profundas recesiones e incontables vidas afectadas y a menudo arruinadas) que en los últimos años del siglo XX, y en particular los veinte años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando el gasto público federal, estatal y local llegó a cerca del 30% del PIB y los niveles de renta en Estados Unidos se hicieron más iguales (pp. 22-23).
El problema con esta línea de razonamiento no puede escapar inadvertido. ¿Cómo se deduce del hecho de que Estados Unidos prosperara en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial que la intervención económica no impidiera el crecimiento económico? Como mucho, la evidencia estadística demuestra que la intervención no fue inmediatamente fatal para la economía, pero los defensores de la libertad económica no argumentan esto en sus tesis. Repito que su argumento es que las medidas intervencionistas no consiguen alcanzar sus objetivos. El crecimiento, en la opinión austriaca, habría sido mayor sin gobierno que con él. Para rebatir esta afirmación, Madrick habrían tenido que ocuparse de los argumentos teóricos en favor de una economía libre y no lo hace. Madrick no entiende este punto elemental. Dice:
Debido al hecho de que estas economías con altos impuestos en realidad funcionaron bien, se deduce que lo que ocurre en el mundo real es que mucho del dinero de los impuestos se gasta constructivamente en programas que inspiran una sensación de confianza, mejoran la productividad y promueven una buena salud y educación (p. 17, cursiva añadida).
Post hoc, ergo propter hoc.
Además, incluso a partir de su propia base, la defensa de Madrick es floja. Los economistas de libre mercado afirman que el gasto público y los altos impuestos dificultan el crecimiento económico. Algunos, estudios, por ejemplo, la bien conocida obra de Robert Barro, dan credibilidad a estas afirmaciones, pero no todos los estudios empíricos lo hacen.# Madrick no responde como debería un economista competente empeñado en la estadística, con un análisis de la investigación en conflicto. Tiene una solución más sencilla: aumenta el estándar que deben cumplir los defensores del libre mercado. No basta, dice, con que muestren evidencias de que intervenir en el libre mercado tenga malas consecuencias: sus evidencias deben ser indiscutibles.
Otra afirmación importante de los economistas antagonistas de los programas públicos es que el gasto social en programas como prestaciones de desempleo, Seguridad Social y Medicare (…) o bien socavarán los incentivos para trabajar y ahorrar o desplazarán la inversión privada y el gasto empresarial lo que reduciría la eficiencia y crecimiento potencial de la economía estadounidense (…) Pero cuando estudios realizados por Barro y otros que pretenden demostrar los efectos deletéreos del gobierno en el crecimiento o los niveles de renta son puestos en duda por otros expertos, no se sostienen (…) En otras palabras, suposiciones o series de datos ligeramente distintas socavan las conclusiones. Dado lo enérgicamente que los investigadores antigobierno presentan sus alegatos, ¿por qué les es imposible demostrarlos de forma no ambigua? (…) la referencia estadística debería ser fácil de demostrar y prácticamente imposible de rebatir (pp. 14-16).
Incluso si uno rechaza las dudas de Mises respecto de la importancia del razonamiento estadístico, ¿por qué debería de aceptar esta afirmación de Madrick? Es un completo non sequitur afirmar que si hay un argumento decisivo para una conclusión económica, la evidencia estadística para esa conclusión debería ser asimismo decisiva, salvo que uno no dé ningún valor nada más que al argumento estadístico. Además, si la evidencia estadística es de hecho ambigua, ¿por qué solo vale esto en contra del caso del libro mercado? ¿Por qué no puede uno decir igualmente que la defensa del tipo de intervencionismo de Madrick es defectuosa, dada su enérgica insistencia en lo que debería estar soportado por estadísticas no ambiguas?
No contento con enseñarnos las lecciones del siglo XX, Madrick echa una mirada atrás a lo largo de la historia estadounidense. Aquí su mensaje es de nuevo el mismo: el crecimiento económico y la intervención pública fueron de la mano. Aunque el libre mercado tenga su lugar, nunca hemos seguido una política de completo laissez faire. Sabiamente, piensa él, ya que someter a la gente a las incertidumbres de un mercado no regulado habría sido desastroso.
Por supuesto, el argumento histórico de Madrick fracasa exactamente por la misma razón que su explicación de la prosperidad tras la Segunda Guerra Mundial. El hecho de que el gobierno interviniera en una economía próspera no demuestra que la economía necesitara la intervención para prosperar. Remontar en el tiempo una mentira no la mejora.
Pero no es éste el punto que quiero destacar ahora. En el curso de sus lecciones de historia, Madrick hace algunas afirmaciones pasmosas. ¡Considera un ejemplo de intervención pública de éxito el hecho de que el territorio federal se vendiera o diera a individuos privados!
Pero hubo otra cosa crítica que hizo Jefferson. La amplia distribución de territorios que pensó ideal solo podía realizarse mediante control y regulación del gobierno. Los gobiernos federal y estatal poseían casi todo el terreno sin dueño el principio de la nación y Jefferson estuvo entre los primeros líderes políticos que estaban determinados a asegurar que el terreno se vendería a precios asequibles y estaría muy repartido (pp. 33-34).
Para Madrick esto es “un uso poderoso del gobierno” (p. 35), porque las tierras se vendieron en unidades limitadas a bajos precio. No importa que las tierras se privatizaran: esto sigue contando como un ejemplo en apoyo de la intervención pública y en contra del laissez-faire. Uno se pregunta si Madrick consideraría el desmantelamiento de las empresas públicas de los países del bloque soviético como ejemplo de programas públicos con éxito que demuestran los límites de los mercados.
Si privatizar terrenos se considera un programa público, ¿qué se considera un ejemplo de libre mercado? Como podíamos suponer, Madrick aquí tiene una extraña vara de medir. Lamenta correctamente los programas eugenésicos de esterilización obligatoria, pero considera éstos como producto de una ideología de darwinismo social propia del laissez faire:
La doctrina del laissez faire fue dominante más o menos hasta el cambio de siglo [XX]. La popular teoría del darwinismo social del filósofo británico Herbert Spencer justificaba la pobreza como el estado natural de una batalla para la supervivencia de los más aptos: los que eran pobres, se lo merecían. La eugenesia se convirtió en la justificación espuria y pseudocientífica para la esterilización patrocinada por el gobierno de gente de orígenes genéticos indeseables en muchos estados (p. 48).
¿Es posible que Madrick realmente no sepa que los defensores del laissez faire se oponían a estos programas? El movimiento eugenésico deriva de los progresistas a los que admira Madrick.
Al lamentar los peligros de una economía libre, Madrick aduce el Pánico de 1819:
La deslace económica correspondiente afectó a casi todos los sectores y regiones de la nación, haciendo así del Pánico de 1819 el primer crash financiero moderno (…) El escenario se repetiría con regularidad en los próximos ciento veinticinco años, en los que los excesos y recesiones financieras fueron características constantes y la recesión, a bancarrota y el desempleo las consecuencias dolorosas inevitables (p. 66).
Solo con Franklin Roosevelt empezamos a ver nuestra salida de este lío del libre mercado y ni siquiera él fue lo suficientemente lejos. “Pero el gasto público [en la década de 1930] no llegó a niveles en proporción al PIB que hubieran sacado por sí mismos a la nación de la Depresión” (p. 56).
Cuando leo los comentarios de Madrick pienso para mí: “Sería demasiado pedir que Madrick conociera The Panic of 1819, de Murray Rothbard. No es uno de los libros más famosos de Rothbard y quienes no sean economistas austriacos ni especialistas en historia estadounidense de principios del siglo XIX probablemente no lo conozcan”. Así que imaginaos mi sorpresa cuando llego a la nota final de sus comentarios sobre le pánico. Consiste en una cita de un libro: el de Rothbard (p. 184, nota 2). Madrick aparentemente no es consciente de que Rothbard atribuye el pánico, no a los excesos del laissez faire, sino a la expansión del crédito bancario.
Pero no debo ser injusto con Madrick. Su libro no se basa únicamente en la errónea apelación a la estadística y la historia que he explicado hasta ahora. A veces sí expone argumentos reales. Dice, por ejemplo, que incluso si los altos impuestos afectaran adversamente los incentivos de la gente, estos pueden verse superados por las prestaciones que proporcionan los programas públicos financiados con estos impuestos. ¿Dónde estaríamos hoy sin el racional sistema de carreteras y otra “infraestructura” financiada públicamente?
¿Cómo sabe Madrick que los beneficios superan a los costes? Sin los impuestos, ka gente habría gastado su dinero como más les conviniera. ¿Sobre qué base afirma Madrick que las decisiones del gobierno representan un “mejor” uso del dinero? Una idea clave de Mises es que sin el cálculo del mercado no hay forma de determinar cómo pueden emplearse eficientemente los recursos. ¿Cómo propone Madrick escapar al argumento de Madrick?
Se ocupa de este problema en una de sus notas finales:
Hay mucha literatura, especialmente entre economistas austriacos, sobre principios de coordinación a través de los mercados. Parte argumenta que el gobierno es ineficiente en la coordinación. La considero muy poco convincente. (p. 183, nota 98).
Y eso es todo.
Madrick nos da en la Parte III del libro sus sugerencias sobre “qué hacer”. Los lectores interesados en los detalles deberían consultar el libro, pero no será una sorpresa que aumentos masivos en gastos e impuestos estén a la orden del día.
¿Puede Estados Unidos recaudar otros 400.000 millones de dólares en impuestos, alrededor de un 3% del PIB? (…) Respecto de los ingresos fiscales, empecemos por un posible impuesto a la riqueza, (…) es completamente razonable recaudar 150.000 millones de dólares anualmente sin penalizar mucho la riqueza de la nación (pp. 135-136).
Exactamente lo que necesitamos ahora: más impuestos y más altos. Madrick muestra suficiente incompetencia en el razonamiento como para ser el principal redactor de discursos sobre asuntos económicos para el Presidente Obama. Le recomiendo para ese puesto, si no se lo han propuesto ya.
Publicado el 17 de marzo de 2009. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.