Conjetura e historia

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Toda historia es parcialmente conjetura. Si pensamos acerca de la función de la historia durante un momento o dos, podemos ver fácilmente por qué debe ser así. Pues cuando salimos de nuestra casa y vemos el mundo a nuestro alrededor, un hecho inevitable es que mucho del pasado sigue ahí. Particularmente si el pueblo ciudad en la que vivimos ha existido desde hace tiempo, caminar por ese lugar es como ser un geólogo y abandonar el mundo presente en el que afloramientos del pasado (edificios, estatuas, nombres de lugares, instituciones, incluso infraestructuras de transporte, como los famosos tranvías de San Francisco) aparecen codo con codo con edificios, estatuas, nombres de lugares, instituciones e infraestructuras de transporte establecidos solo en los últimos años, o al menos son recuerdos vivos. Pero no todo el pasado está aún ahí. Parte está aún ahí. Pero el resto (la mayoría) ha desaparecido.

Si fuéramos a escribir acerca de la forma que tenían las coas en el pasado aquí, ¿cómo vamos a saber acerca de la parte del pasado que no ha sobrevivido? La respuesta es que no basamos en documentos para informarnos acerca de aquellos aspectos del pasado que ya no podemos ver directamente por nosotros mismos. Pues, como nos recuerda el historiador inglés John Tosh, “Desde la Alta Edad Media (…) en adelante [lo que equivale a decir, aproximadamente los últimos mil años], la palabra escrita sobrevive en mayor abundancia que ninguna otra fuente en la historia occidental”. Aún así, no todos los documentos producidos durante los últimos mil años de historia occidental han sobrevivido. Muchos han desaparecido, se han perdido, son inaccesibles para el historiador. El historiador solo puede trabajar con lo que ha sobrevivido.

Las palabras escritas supervivientes tienen varias formas. Hay fuentes publicadas e inéditas. Las fuentes inéditas incluyen diarios y cartas de individuos; registros y correspondencia de los dedicados a negocios y el papeleo generado por la administración a todos sus niveles. Las fuentes publicadas incluyen folletos, almanaques, catálogos, periódicos, revistas y libros. Y no se puede confiar con seguridad en todas éstas, ya sean publicadas o inéditas. Como observa John Tosh “muchas fuentes primarias sin inapropiadas, confusas, basadas en rumores o buscan engañar”. De hecho, “la mayoría de las fuentes son inadecuadas, incompletas o están manchadas por el prejuicio y el interés propio de una forma u otra”. Algunos de los hechos que necesita el historiador son inaccesibles y mucho de lo que es inaccesible tampoco es fiable.

¿Qué haces entonces si estás escribiendo acerca de algún acontecimiento o periodo histórico o alguna vida y carrera individual y llegas a un punto en que la información disponible desaparece y no sabes con seguridad que ocurrió después? ¿Qué pasa si no parece haber documentos que proporcionen esa información? ¿O si hay varios documentos que dan información contradictoria? Si es un asunto menor, uno que realmente no importa mucho para lo que estás contando en el artículo o capítulo que estás escribiendo, puedes evitarlo, sencillamente no diciendo nada acerca de ello de una forma u otra. Sin embargo, en algunos casos, vas a tener la sensación de que tienes que saber qué pasó, aunque solo sea para hacer coherente el relato, que éste no deje preguntas insistentes en las mentes de tus lectores u oyentes. ¿Qué harías entonces?

La respuesta es que tratas de adivinar lo que ocurrió realmente. Usas palabras como “probablemente” y “presumiblemente”, de forma que tus lectores u oyentes sabrán que estás realizando una conjetura, no hablando de hechos. Y tratas de adivinar. ¿Y en qué se basa lo que adivinas? Se basa en tu conocimiento de la situación histórica, por supuesto (los hechos que sí tienes), además de tu comprensión, o al menos tus creencias, acerca de la naturaleza humana y de cómo es el mundo.

El historiador John Lewis Gaddis, en su libro El paisaje de la historia, ha propuesto que todo historiador se aproxima a su tema con ciertas suposiciones, basadas en la experiencia personal, acerca de “como pasan la cosas” en el mundo (suposiciones acerca de cómo funciona el mundo). “Resolver la diferencia entre cómo pasan y como pasaron las cosas”, escribe Gaddis, “implica más que solo cambiar el tiempo verbal. Es una parte importante de lo que implica alcanzar una mejor ajuste entre representación y realidad”.

Incluso si un historiador concreto no es muy filosófico de temperamento (no muy dado a reflexionar sobre la naturaleza humana, y esto por cierto describe perfectamente a la mayoría de los historiadores), el historiador seguirán funcionando bajo ciertas suposiciones acerca de “como pasan las cosas” en este mundo y esta vida. Ayn Rand utilizaba la expresión “sentido de la vida” para describir aquello de lo que estoy hablando. “Un sentido de la vida”, escribía en 1966 Rand,

es un equivalente preconceptual de la metafísica, una evaluación emocional e integrada subconscientemente del hombre y la existencia. Mucho antes de que sea suficientemente mayor como para entender un concepto como la metafísica, el hombre elige, forma juicios de valor, experimenta emociones y adquiere cierta visión implícita de la vida. Toda elección y juicio de valor implica alguna estimación de sí mismo y el mundo que le rodea (más en concreto, de su capacidad de tratar con el mundo). Puede llegar a conclusiones conscientes, que pueden ser verdaderas o falsas, o puede permanecer mentalmente pasivo y solo reaccionar a los acontecimiento (es decir, simplemente sentir). Sea cual sea el caso, este mecanismo subconsciente resume sus actividades psicológicas, integrando sus conclusiones, reacciones o evasiones en un resumen emocional que establezca un patrón habitual y se convierta en su respuesta automática al mundo que le rodea. Lo que empezó como una serie de conclusiones (o evasiones) unitarias y discretas acerca de sus propios problemas particulares, se convierte en un sentimiento generalizado acerca de la existencia, una metafísica implícita con el poder motivacional impulsivo de una emoción constante y básica, una emoción que es parte de todas sus demás emociones y subyace a todas sus experiencias. Esto es un sentido de la vida.

Según Rand, “El concepto clave en la formación del sentido de la vida es el término ‘importante’” ¿Qué es importante, merece la pena advertirse, merece la pena atender, prestar atención en la vida? ¿Qué aspectos de la vida son importantes en el sentido de que compendian y, en la práctica, representan algo acerca de cómo es la condición humana en esencia?

Rand empleaba este concepto de “sentido de la vida” principalmente en su explicación de las artes, especialmente el arte de la escritura de ficción, argumentando que “es el sentido de la vida del artista el que controla e integra su obra, dirigiendo las innumerables elecciones que tiene que tomar, desde la elección de tema a los detalles sutiles del estilo”, ya que “selecciona aquellos detalles de la existencia que considera como metafísicamente significativos, y al aislarlos y destacarlos, omitiendo [lo que considera como] insignificante y accidental (…) presenta su visión de la existencia”.

¿Pero no es evidente que lo que dice aquí Rand no es menos cierto para el historiador, que cuenta historias acerca de acontecimientos reales, periodos y vida de personas individuales del pasado? Pues el historiador selecciona aquellos aspectos del pasado que considera significativos y, al aislarlos y destacarlos, al omitir lo que considera insignificante y accidental, presenta su visión del acontecimiento, periodo o vida individual de los que está escribiendo. Y lo que considere como significativo estará, al cabo, al menos parcialmente determinado por su “sentido de la vida”, por sus ideas de “cómo ocurren la cosas” en nuestro mundo.

¿Y qué pasa si los acontecimientos de los que está escribiendo el historiador tuvieron lugar hace mil años? ¿Qué pasa si tuvieron lugar hace tanto tiempo que no ha sobrevivido ningún documento relacionado con éste? ¿Qué pasa si tuvieron lugar antes de que se crearan y mantuvieran sistemáticamente registros históricos de cualquier tipo? Estoy pensado ahora en dos obras históricas concretas que se basan en buena parte en la tradición libertaria: Folkways, de William Graham Sumner, y An Essay on the History of Civil Society, de Adam Ferguson.

Folkways [Cultura popular] que se subtitulaba Un estudio de la importancia sociológica de los usos, las costumbres y la moral, empieza discutiendo el origen de la cultura popular. “Si reunimos todo lo que hemos aprendido de la antropología y la etnografía acerca de los hombres y la sociedad primitivos”, escribe Sumner, “percibimos que la primera tarea de la vida es vivir. Los hombres empiezan con actos, no con pensamientos. Cada momento trae necesidades que deben satisfacerse de inmediato. La necesidad fue la primera experiencia y se vio seguida de inmediato por un esfuerzo torpe por satisfacerla”. Al principio

el método [fue] de prueba y error, lo que produce dolor, pérdidas y frustraciones. (…) La necesidad fue la fuerza impulsora. Placer y dolor, por un lado y por otro, fueron las duras limitaciones que definían la línea en la que deben proceder los esfuerzos. La capacidad para distinguir entre placer y dolor es el único poder psíquico a asumir. Así que se eligió hacer las coas así, lo que eras conveniente. Respondían mejor al propósito que otras formas o con menos dolor. A lo largo del curso en que estos esfuerzos se vieron obligados a ir, se desarrollaron hábitos, rutinas y habilidades. La lucha por mantener la existencia siguió adelante, no individualmente, sino en grupos. Cada uno se beneficiaba de la experiencia de otro, por tanto había concurrencia hacia lo que resultaba ser más conveniente. Al menos, todos adoptaron la misma fórmula para el mismo propósito: de ahí que las fórmulas se convirtieran en costumbres y en fenómenos de masas. (…) De esta forma apareció la cultura popular. Los jóvenes la aprendían por tradición, imitación y autoridad.

En este momento, me parece que cualquier lector escéptico simplemente tiene que preguntar: “¿Cómo es posible que Sumner sepa esto?” No existe ningún documento que pueda darle esta información. Y los acontecimientos que describe ocurrieron hace tanto tiempo que difícilmente podría haber quedado alguna evidencia física. La nota de Sumner el principio del pasaje de “todo lo que hemos aprendido de la antropología y la etnografía acerca de los hombres y la sociedad primitivos” es un claro indicio.

Antropólogos y etnógrafos toman los fragmentarios y a menudo sugestivos, pero siempre ambiguos restos de acontecimientos del pasado remoto y, combinando esta escasa información con lo que se conoce de los llamados pueblos “primitivos” que llevan una existencia “primitiva” en tiempos recientes y con sus propias nociones de antropólogos y etnógrafos, conscientes o inconscientes, acerca de la naturaleza de la condición humana y de “cómo ocurren las cosas” en el mundo, intentan inferir lo que debe haber sido la vida para estos pueblos antiguos.

Así que estos antropólogos y etnógrafos están haciendo esencialmente lo mismo que hace todo historiador, todo detective de la policía, todo científico naturalista. Miran la situación actual, un estado de cosas existente y se preguntan: “¿Cómo han llegado a ser así las cosas? ¿Qué acontecimientos, si hubieran ocurrido, habrían llevado inexorablemente a lo que veo ante mí?”

El método por el que los científicos naturales generan hipótesis. El filósofo estadounidense Charles Sanders Peirce lo llamaba “abducción” o “retroducción” para distinguirlo de la inducción y la deducción, pero comoquiera que lo llamemos, tiene mucho en común con lo que los libros de texto de lógica elemental llaman la falacia de afirmación del consecuente. Si llueve, las calles estarán mojadas. Las calles están mojadas, luego ha llovido. Lógicamente, no necesariamente.

Pero el método científico dice: “¿Están mojadas las calles? Eso sería el caso si hubiera llovido. Tal vez haya llovido”. Luego el método científico prueba esa hipótesis. ¿Ha llovido? ¿Qué muestran los datos empíricos? Si no ha llovido, ¿qué otra cosa podría explicar las condiciones de mojado que vemos a nuestro alrededor? Para el historiador, como hemos visto, los datos empíricos pueden no ser concluyentes: puede haber hecho todo lo posible por adivinarlo, basándose, al menos en parte, en sus opiniones sobre la condición humana y sobre “cómo sucedieron las cosas” en el mundo en que todos vivimos.

En un punto en las primeras páginas de Folkways, Sumner escribe que

Es de importancia primordial advertir que, desde la primera acción por la que los hombres tratan de satisfacer necesidades, cada acción se sostiene por sí misma y no ve más allá de la satisfacción inmediata. De las necesidades recurrentes derivan los hábitos para el individuo y las costumbres para el grupo, pero estos resultados son consecuencias que nunca son conscientes, nunca se prevén o buscan. No se advierten hasta que hace tiempo que existen y tardan aún más en ser apreciadas. Debe pasar mucho tiempo más y llegarse a una etapa más alta de evolución mental, antes de que puedan usarse como base desde la que deducir reglas para afrontar, en el futuro, problemas cuya presión puede preverse. Por tanto, las culturas populares no son creaciones humanas por propósito y voluntad.

Esto muestra un parecido casi asombroso con una observación realizada por Adam Ferguson casi 140 años antes, en 1767, en su libro An Essay on the History of Civil Society. Ferguson era escocés, nacido hace 288 años, el 1 de julio de 1723, hijo de un clérigo. Entro él mismo en el ministerio en 1745, con 22 años, pero descubrió tener poco talento para el trabajo. Después de nueve años, renunció, viajó durante un tiempo por el continente, volvió luego a Escocia y empleó varios años trabajando como bibliotecario y tutor privado antes de unirse a la facultad de la Universidad de Edimburgo, donde permaneció durante la mayoría de las siguientes tres décadas.
Después de renunciar en 1785, con 62 años, Ferguson se dedicó a viajar y escribir. Murió a principio de 1816 en Escocia, con 92 años. Escribió An Essay on the History of Civil Society poco después de empezar su carrera como profesor en la Universidad de Edimburgo, cuando estaba al principio de sus cuarenta. Y en sus páginas apuntaba que los seres humanos viviendo en comunidades frecuentemente “tropiezan con cosas establecidas que son en realidad  el resultado de la acción humana, pero no la ejecución de ningún diseño humano”. Ronald Hamowy, en su excelente artículo sobre Ferguson en The Encyclopedia of Libertarianism, llama a esta idea de Ferguson “posiblemente la contribución más espectacular a la filosofía social de la ilustración escocesa”. Encuentra que se “reflejaba en la descripción del mercado de Adam Smith como una ‘mano invisible’ y en las explicaciones de David Hume del origen y naturaleza de la justicia”. Y, por supuesto, en las obras más recientes de Friedrich Hayek, se ha convertido en una de las ideas más influyentes en el pensamiento social moderno.

¿Y de dónde vino esta idea, este eje de la tradición libertaria? De lo que Hamowy describe como “una historia conjetural de las instituciones sociales”, llena de cosas que adivinaba Adam Ferguson  respecto de lo que probablemente ocurrió hace milenios, cuando los seres humanos pusieron por primera vez orden en su vida social. Ferguson tenía posas bases factuales sólidas para sus presunciones: tuvo que basarlas principalmente en sus creencias acerca de la condición humana y acerca de la “forma en que ocurren las cosas” en este mundo que todos compartimos. No es por nada que titulara su primer capítulo: “De las características generales de la naturaleza humana”.

Las creencias de Ferguson en estos temas, que se había formado gradualmente durante unos 40 años, le llevaron a ver algo diferente cuando miraba atentamente a las mismas instituciones sociales de las que la gente había estado hablando durante siglos antes de él. Le llevaron a ver lo que ahora, gracias a Hayek, conocemos como “orden espontáneo”. Como escribe Hamowy:

implícito en el análisis conjetural de Ferguson del desarrollo histórico de las sociedades está la noción de que las instituciones bajo las que viven los hombres no son producto de una disposición deliberada, sino que toman forma a lo largo de un proceso de evolución. De hecho, estas disposiciones institucionales son de un orden tan superior de complejidad que su estructura e interconexiones entre sí están más allá de la comprensión de cualquier mente. Por el contrario, llegan a existir y se moldean por numerosas acciones independientes individuales, ninguna de las cuales se dirige a la formación de instituciones sociales coherentes. La sociedad no es el resultado del cálculo, sino que aparece espontáneamente y sus instituciones no son el resultado de un diseño intencionado, sino de las acciones de los hombres, que tienen como propósito una serie de objetivos privados a corto plazo.

¿Verdad que parece claro que es casi seguro que esto sea lo que haya pasado hace muchísimo tiempo, es decir, que así es cómo los humanos llegaron a tener las instituciones sociales que ahora vemos ante nosotros cuando salimos a mirar el mundo de 2011? Aún así, es una verdad histórica (tan profunda como verdad histórica como cualquiera haya identificado nunca) a la que se ha llegado por un hombre que buscó intencionadamente en lo poco que se conocía a mediados del siglo XVIII acerca de las primeras experiencias sociales de los seres humanos y luego ofreció sus mejores conjeturas.

Este artículo está transcrito del podcast Libertarian Tradition.

Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.