Explicación de la recesión japonesa

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Después de décadas de “milagroso” crecimiento económico desde la Segunda Guerra Mundial, la economía japonesa decayó repentinamente en 1990 y se ha estancado desde entonces. ¿Por qué? Ni la explicación keynesiana ni la monetarista pueden explicarlo. Sólo la teoría austriaca del ciclo económico proporciona una explicación.

Una visión general de la economía de Japón 1985-2000

Después del Acuerdo Plaza de septiembre de 1985, la apreciación del yen golpeó duro al sector exportador, reduciendo el crecimiento económico desde el 4,4% en 1985 al 2,9% en 1986 (EIU 2001). El gobierno intentó compensar el yen fuerte relajando drásticamente la política monetaria entre enero de 1986 y febrero de 1987. Durante este periodo, el Banco de Japón (BDJ) recortó el tipo de descuento a la mitad, del 5% al 2,5%. Tras el estímulo económico, se hincharon los precios de los activos en los mercados inmobiliario y bursátil, creando una de las mayores burbujas financieras en la historia. El gobierno respondió endureciendo la política monetaria, aumentando los tipos cinco veces, hasta el 6% en 1989 y 1990. Después de estos aumentos, el mercado se vino abajo.

El índice Nikkei cayó más de un 60%: de un máximo de 40.000 a finales de 1989 a por debajo de 15.000 en 1992. Aumentó algo a mediados de la década de 1990 con la esperanza de que la economía se recuperaría pronto, pero al continuar empeorando el panorama económico cayeron de nuevo los precios de las acciones. El Nikkei cayó por debajo de los 12.000 en marzo de 2001. Los precios inmobiliarios también se desplomaron durante la recesión, en un 80% desde 1991 a 1998 (Herbener 1999).

El PIB real se estancó durante la década de 1990, aumentando sólo de 428,826 billones de yens en 1990 a 469,480 billones al final de 2000. El crecimiento ha sido negativo desde 1998. La tasa de desempleo aumentó de un 2,1% en 1991 a un 4,7% al acabar 2000. Aunque la tasa de desempleo puede parecer baja para los patrones internacionales, el aumento al 4,7% es significativo en Japón, dados los precedentes cultural e históricos de empleo de por vida y dado que nunca estuvo por encima del 2,8% en la década de 1980. La tasa oficial de desempleo también se calcula a la baja porque el gobierno japonés ofrece “prestación de ajuste del desempleo” a empresas que mantienen empleados como “ventanilleros” (Herbener 1999).

La explicación y solución keynesianas

En teoría macroeconómica keynesiana, las fluctuaciones del ciclo económico las causa el desplome de la demanda agregada. El consumo se considera como relativamente estable, así que el debilitamiento en la demanda agregada se debe a la disminución de la inversión. Keynes no explicaba con precisión por que se desplomaba la inversión, por el contrario, lo atribuía a los “espíritus animales” en la comunidad empresarial. Si la burbuja de activos de la década de 1980 se ignora y se ve el mercado bursátil entre 1989 y 1992, se produjo una pérdida masiva de confianza en la comunidad empresarial y se desplomó la inversión, causando que el índice Nikkei cayera más de un 60%. Como la disminución en la inversión no se atribuye a nada concreto en la teoría keynesiana, es difícil de rebatir. Sin embargo, en Japón, ha habido una recesión que no se ha corregido tras una caída en la inversión.

En teoría keynesiana, los precios son rígidos al alza, así que no se ajustan rápidamente para restaurar el equilibrio. Aunque la economía podría acabar restaurando su equilibrio, éste no es inevitable. Incluso si los ajustes de precios acaban restaurando el equilibrio, los keynesianos creen que el proceso requiere demasiado tiempo. Según los keynesianos, para recuperarse de una recesión, el gobierno debe seguir políticas fiscales activas rebajando impuestos y aumentando el gasto para aumentar la demanda agregada y compensar la caída en la inversión. Los keynesianos prefieren normalmente aumentar el gasto público. Muchas de las políticas en Japón se ajustan a las prescripciones keynesianas, pero han fracasado en sacar de la recesión a la economía.

Entre 1992 y 1995, Japón probó programas de gasto por un total de 65,5 billones de yenes y recortó las tasas impositivas durante 1994. En enero de 1998, Japón recortó temporalmente impuestos de nuevo por 2 billones de yenes. Luego, en abril de ese año, el gobierno presentó un paquete de estímulo fiscal por valor de más de 16,7 billones de yenes, en el que casi la mitad de éstos eran para obras públicas. De nuevo, en noviembre de 1998, se anunció otro paquete de estímulo fiscal por valor de 23,9 billones de yenes. Un año después (noviembre de 1999), se probó con otro paquete más de estímulo fiscal de 18 billones de yenes. Finalmente, en octubre de 2000, Japón anunció otro paquete más de estímulo fiscal de 11 billones de yenes. En total, durante la década de 1990, Japón intentó 10 paquetes de estímulo fiscal totalizando más de 100 billones de yenes y cada uno fracasó en reparar la recesión. Sin embargo, lo que han hecho los programas de gasto es poner al gobierno de Japón en baja forma fiscal. El gasto público presupuestario ha hecho que la deuda pública exceda el 100% del PIB (el más alto del G7) y se aprecia aún más deuda si se incluye el sector “fuera del presupuesto”.

El marco keynesiano permite una trampa de liquidez en la que mover la curva LM no tiene ningún efecto en la demanda agregada. Los keynesianos pueden apuntar a los intentos fracasados del Banco de Japón de reinflar para reavivar su economía (ver más adelante la sección monetarista) como evidencia que apoya su teoría.

La solución política keynesiana cuando la economía está en una trampa de liquidez es hacer que el gobierno preste directamente a las empresas en lugar de crear liquidez en el sistema bancario. Japón tiene el Programa de Inversión y Préstamo Fiscal (PIPF), una rama fuera del presupuesto del gobierno japonés que realiza alrededor del 70% de gasto en el presupuesto de la cuenta general. El PIPF obtiene la mayoría de su dinero de las cuentas de ahorros postales. Una vez que recaudan el dinero, los fondos se asignan a prestatarios a través de la Oficina del Fondo de Garantía del Ministerio de Finanzas y las distintas agencias de la oficina. Mucho de este dinero no se asigna a los proyectos más eficientes.

Los políticos del Partido Demócrata Liberal (PDL) dirigen la mayoría de estas agencias públicas. El perfil de la Economist Intelligence Unit indica que “El dinero del PIPF se canaliza a través de los apoyos tradicionales del PDL, como los que están en el sector constructivo y sin las consideraciones apropiadas de los costes y beneficios de los proyectos concretos” (EIU 2001, p. 30). Aunque esta aproximación keynesiana de los préstamos públicos directos sí evita las reticencias de los bancos a prestar, no ayuda a la recuperación de la economía. Los fondos no se asignan de acuerdo con las preferencias de los consumidores basadas en el mercado, sino a los empresarios mejor conectados políticamente. Esto lleva a un mayor coste para pedir prestado para quienes busquen fondos privados, distorsionando aún más la economía. Asimismo, como los préstamos son a menudo muy arriesgados, las condiciones fiscales de Japón se deterioran aún más. Una vez se incluyen el PIPF y otras deudas “fuera de presupuesto”, la deuda de Japón se estima que excede el 200% del PIB (EIU 2001).
Un eminente neokeynesiano, Paul Krugman, reconocía recientemente que:

el sistema postal de ahorro de Japón que canaliza dinero a proyectos de obras públicas que tienen poca o ninguna incidencia social es monumentalmente ineficiente, como lo es la práctica de refinanciar las deudas de las empresas que nunca recuperan la rentabilidad y por tanto mantener capital empleado en producir lo que nadie quiere. (Krugman 2001)

Krugman argumenta que esto no es un problema ya que Japón no está produciendo a toda su capacidad. Dice que afirmar otra cosa resulta erróneo porque centrarse en la oferta ignora el problema real: la demanda inadecuada. Sin embargo, el problema de Japón no es la demanda agregada inadecuada, sino una estructura de producción que no cumple las demandas particulares de los consumidores. Producir cosas que nadie quiere y favorecer las malas inversiones no es posible que ayude a ninguna economía. Esta política equivale a la vieja panacea keynesiana de pagar a la gente para cavar agujeros y rellenarlos. Ninguna de ambas políticas reavivará la economía porque ninguna obliga a las empresas a realinear sus estructuras de producción para ajustarse a las demandas de los consumidores.

Krugman ofrece otra solución política. Como los neokeynesianos no prefieren estrictamente la política fiscal a la política monetaria, Krugamn recomienda “una expansión monetaria no convencional, con el Banco de Japón comprando dólares, euros y bonos públicos a largo plazo; también incluye aceptar y por supuesto promover una inflación mediana y un yen débil. Podría explicar por qué esto probablemente funcionaría, pero ¿para qué? No va a ocurrir” (Krugman 2001). Krugman no debería pensar que esto no podría ocurrir, porque es similar a lo que ocurrió de mediados de 1997 a mediados de 1998, y esta aproximación no funcionó. Durante este periodo, las existencias de papel comercial del BDJ pasaron de cero a 117.000 millones de dólares (Herbener 1999, p. 14).

El Ministerio de Finanzas y el BDJ compraron bonos públicos a tenedores privados aumentando la cantidad poseída por el gobierno a 2,22 billones de dólares, que son el 53% del mercado de bonos públicos, promoviendo al tiempo un yen más débil (Herbener 1999). La economía japonesa no se estimuló para salir de su recesión sino que por el contrario experimentó los dos años más negativos de crecimiento de PIB en la década.

Las recomendaciones políticas de Krugman son resultado de su creencia en que Japón está en una trampa de liquidez. Aunque Krugman reconoce los problemas en el sistema bancario japonés, cree que el fracaso de los agregados monetarios generales para expandirse junto con los agregados más estrechos no se debe a problemas bancarios, sino que se produce porque Japón está en una trampa de liquidez. Aunque reconoce que la inflación actual es ineficaz en una trampa de liquidez, piensa que el principal obstáculo es un problema de credibilidad. Si el banco central pudiera prometer de forma creíble que  continuará inflando en el futuro, Japón sería capaz de aumentar su demanda agregada y reavivar su economía. Recomienda aprobar una ley que obligue al banco central a buscar tasas de inflación de al menos el 4% durante 15 años (Krugman 1998).

Sin embargo, los bancos centrales no tienen un problema de credibilidad cuando prometen inflar. La historia de los bancos centrales es una historia de continua inflación de la oferta monetaria y erosión del poder adquisitivo de sus divisas. La deuda pública de Japón, de más del 100% del PIB, hace de cualquier anuncio público de inflar completamente creíble, porque la inflación reduce la carga de la deuda que debe devolverse. De hecho, dada la historia e incentivos de los bancos centrales, el pueblo japonés debería ya esperar racionalmente que Japón continúe inflando su oferta monetaria en el futuro, independientemente de cualquier anuncio público.

Las recomendaciones políticas de Krugman sólo empeorarían los problemas de Japón. Cualquier paquete de estímulo fiscal sólo sirve para mantener la estructura existente de producción frente a las preferencias de los consumidores. Lo que es peor, una política de inflación continua sólo distorsiona las señales de los tipos de interés de los consumidores a las empresas y genera más malas inversiones que acabarán teniendo que liquidarse (ver la sección de la economía austriaca más adelante).

Aunque los teóricos keynesianos puedan probablemente aportar evidencias de que el origen de la recesión japonesa es coherente con su teoría, muchas políticas keynesianas han fracasado en reavivar la economía de Japón. El gasto masivo y los paquetes de préstamos se han intentado a lo largo de la pasada década. Al centrarse en la demanda agregada, la teoría keynesiana pasa por alto el problema real de Japón: una discrepancia entre la estructura de producción existente y las demandas concretas de los consumidores. Los programas de gasto keynesianos no sólo han fracasado en sacar a Japón de su recesión, sino que han puesto al gobierno en una frágil posición fiscal  y han distorsionado la economía alejándola más de las preferencias de los consumidores.

La explicación y solución monetaristas

La Escuela Monetarista, como la keynesiana, no tiene problema en encontrar una causa de la recesión de Japón. Los monetaristas echan la culpa de las recesiones a una contracción en la oferta monetaria o a una ralentización de la tasa de crecimiento. En 1987, el tipo de descuento se rebajó a un 2,5% para estimular la demanda interna. Le siguió una burbuja en el precio de los activos. Para detener la burbuja, se aumentó el tipo de descuento cinco veces, al 6% durante 1989 y 1990, ralentizando el préstamo y la burbuja estalló. Desde la contracción monetaria, la economía de Japón ha estado en recesión. Los monetaristas pueden argumentar que el BDJ contrajo la expansión monetaria demasiado deprisa y causó la ralentización económica, igual que en el relato de la Gran Contracción de Milton Friedman respecto de la Gran Depresión de Estados Unidos.

Tradicionalmente, los monetaristas han recomendado reinflar después de un colapso monetario para evitar una depresión continuada. Los monetaristas recomiendan esto porque han visto tradicionalmente a la curva LM como relativamente pendiente y a la curva IS como más llana. Esta rama del monetarismo ha visto sus políticas implantadas y fracasadas en Japón.

La política monetaria expansiva de Japón fracasó en alcanzar la recuperación. Desde un máximo del 6%, el tipo de descuento se ha rebajado a un 4,5% en 1991, un 3,25% en 1993, un 1,75% durante 1993-1994 y un 0,5% durante 1995-2000. Esta brusca flexibilización de los tipos de interés no ha estimulado la economía de Japón, pero el fracaso de la flexibilización de los tipos de interés no es necesariamente un fracaso de la teoría monetaria. El sistema bancario japonés se considera de forma generalizada como necesitado de reestructuración. Mucho del estímulo que podrían proporcionar los tipos reducidos no se ha apreciado porque la comunidad bancaria ha aumentado su liquidez en lugar de aumentar sus préstamos. Muchos bancos tienen malos préstamos con colaterales que ahora valen sólo un 60-80% de su valor cuando se realizaron. Algunos bancos se están fusionando y otros han sido nacionalizados. Esos problemas han contribuido a la ineficacia de la política monetaria.

Algunos monetaristas argumentan que deberían ignorarse los tipos de interés y que debe controlarse la propia oferta monetaria. Milton Friedman ha defendido una regla monetaria de expandir la oferta monetaria a un ritmo anual del 3-4%. Durante la década de 1990, la oferta monetaria japonesa creció constantemente. El M2 creció de 507,526 billones de yenes en 1991 a 629,664 billones en 2001, un aumento de alrededor del 25% a lo largo de la década, o un 2,5% al año. Los monetaristas que defienden una regla monetaria probablemente apunten que Japón debería haber seguido una regla monetaria antes de la recesión. La rápida expansión y posterior contracción de la oferta monetaria, afirmarían los monetaristas, causaría la burbuja monetaria y su posterior estallido.

Controlar la oferta monetaria puede ser difícil, especialmente a la vista de las condiciones del sistema bancario japonés. Desde mediados de 1997 a mediados de 1998, Japón aumentó su base monetaria un 10%, pero los agregados monetarios mayores aumentaron sólo un 3,5% (Herbener 1999). Esto es lo que los keynesianos llaman erróneamente una trampa de liquidez. La falta de expansión del crédito, incluso después de la expansión de la base monetaria, no se debe a que los inversores esperen que aumenten los futuros tipos de interés, sino que por le contrario la causa la enorme cantidad de deuda mala en el sistema bancario que hace que los bancos no estén dispuestos a prestar (Herbener 1999).

En la recesión de Japón, no todas las aproximaciones monetaristas pueden rechazarse como un fracaso completo como puede hacerse con la teoría keynesiana. Sin embargo, las políticas monetarias no han ayudado a Japón a salir de la recesión.

La explicación y solución austriacas

La teoría austriaca del ciclo económico constituye más apropiadamente una teoría de un auge insostenible que una teoría de la depresión (Garrison 2001, p. 120). La experiencia de Japón a finales de la década de 1980 es lo que la teoría austriaca describe como un auge insostenible que debe derrumbarse. La recesión o depresión que siguen a un auge artificial no son algo a evitar sino que son esenciales para alinear las preferencias temporales de los consumidores y la estructura de la producción. Según la teoría austriaca, el auge de finales de la década de 1980 fue artificial, causado por la política monetaria expansiva del Banco de Japón. La reducción del tipo de descuento de 1985 empezó el auge inducido por el banco central. Tras esta reducción, el Banco de Japón expandió las existencias de dinero en un media del 10,5% anual de 1986 a 1990 (International Financial Statistics Yearbook 2001). Aunque esta acción no preocuparía a otras escuelas de pensamiento, debido a la estabilidad de precios del momento, la teoría austriaca identifica la expansión monetaria como el problema. “El proceso de mercado puesto en marcha por la expansión del crédito no depende en ninguna forma esencial de que haya un cambio general en los precios” (Garrison 2001, p. 71).

En la teoría austriaca, la existencia monetaria en rápida expansión rebaja artificialmente los tipos de interés, indicando a las empresas que inviertan en proyectos a más largo plazo y más intensivas en capital. El problema es que estos tipos de interés más bajos no reflejan las preferencias temporales de los consumidores. El perfil de la Economist Intelligence Unit indica que el auge de finales de la década de 1980 “animó a los consumidores a gastar y a las empresas a invertir como nunca antes” (EIU 2001). De 1987 a 1990, el consumo privado aumento una media de un 5,6% anual mientras que al mismo tiempo la formación bruta de capital fijo aumentó en un 10,63% anual (International Financial Statistics Yearbook 1994).

El consumo y la inversión son sustitutivos a corto plazo. Si la economía está operando al borde de sus posibilidades de producción, los consumidores pueden consumir más e invertir menos o invertir más y consumir menos, a corto plazo. La economía estaba al tiempo consumiendo e invirtiendo más a finales de la década de 1980 porque el banco central estaba distorsionando las señales de los precios del tipo de interés de los consumidores a los productores. Esto sólo puede mantenerse a corto plazo mientras que el banco central busca siempre tasas mayores de inflación monetaria. Una vez que la inflación monetaria se reduce o contrae, el auge termina repentinamente y empieza una recesión. Durante la recesión, las malas inversiones del auge se liquidan y se restauran las preferencias temporales de los consumidores en la estructura de producción. Esto empezó a producirse en Japón en 1990. Cuando el banco central detuvo la expansión monetaria, cayó el mercado bursátil, cayó la inversión y le siguió una recesión, como predice la teoría austriaca del ciclo económico.

La descripción austriaca del plazo y causa del auge parece similar a la teoría monetarista, pero hay una diferencia importante. Ambas escuelas están de acuerdo en que la contracción de la expansión monetaria disparó la recesión, pero los monetaristas ven esta contracción como algo que debe evitarse para que pueda continuar la prosperidad. En teoría austriaca, la contracción es necesaria para restaurar el equilibrio de la economía real: la expansión precedente es el problema. Es una razón por la que las dos escuelas difieren en sus recomendaciones políticas.

Garrison ha dicho: “la teoría austriaca del ciclo económico es una teoría de un auge insostenible. No es una teoría de la depresión en sí misma”. Luego indica: “La historia de la depresión y la recuperación, que puede incluir reflación, devaluación, reestructuración de la deuda o controles de capital, es única para cada episodio individual de cada economía” (Garrison 2001, p. 120).

En la teoría austriaca, la recesión es necesaria y una vez que se produce y se liquidan las malas inversiones, la economía se arregla por sí misma. Después de 10 años, no hay aún señales de corrección económica. La teoría austriaca reconoce que hace falta tiempo para la autocorrección económica, pero que ésta sólo puede producirse si se permite que funcione el proceso del mercado. Rothbard (2000) resumía así la postura política austriaca:

Si el gobierno desea aliviar, en lugar de agravar, una depresión, su única forma de actuar es el laissez faire: dejar en paz la economía. Sólo si no hay interferencias, directas o amenazadas, con precios, salarios y liquidaciones de empresas se procederá al necesario ajuste con suavidad. Cualquier promoción de posturas titubeantes retrasa la liquidación y agrava las condiciones precarias (p. 185).

Como se describía antes, el gobierno de Japón ha hecho todo menos dejar en paz a la economía y permitir su autocorrección.

Los muchos paquetes keynesianos de estímulo han cambiado la estructura de producción para satisfacer las demandas del gobierno en lugar de permitir que el mercado se ajuste a la demanda del consumidor. En particular, mucho del gasto de “cebado de la bomba” ha sido en gasto en obras públicas que benefician a la industria de la construcción (un segmento de la economía japonesa grande y poderoso políticamente, que supone el 7,6% del PIB y el 9,7% de la mano de obra). El Partido Demócrata Liberal en el gobierno, que ha sido el partido político dominante en Japón desde 1995, ha visto a las empresas constructoras como aliados naturales y ha cuidado su apoyo a lo largo de los años a través de generosos programas de obras públicas (EIU 2001).

A causa de la cercanía entre el sector de la construcción y el PDL, muchos de los paquetes de gasto se han centrado en las obras públicas. Casi la mitad de los 16,7 billones de dólares en el paquete de estímulo fiscal de abril de 1998 fueron a obras públicas. Luego, en noviembre de 1998, 66.400 millones de los 196.000 millones de dólares del paquete de estímulo se gastaron en obras públicas (Herbener 1999). En total, entre 1991 y 2000, el sector de la construcción recibió encargos del gobierno valorados en 59,0547 billones de yenes (esta suma es el 30,12% de valor total de todos los encargos del sector de la construcción para ese periodo). Los favores del PDL han dado buenos resultados al sector contractivo. El perfil de la Economist Intelligence Unit indica: “Los generosos programas de obras públicas han permitido que muchas empresas de construcción inviables sigan funcionando” (EIU 2001, p. 40). Al mantener funcionando empresas de construcción de otra forma inviables, el gobierno ha dificultado el proceso de ajuste del mercado al mantener una estructura de capital que no refleja los deseos de los consumidores. Si se permitiera funcionar el proceso del mercado, capital y trabajo se reasignarían desde el sector de la construcción a otros sectores.

El sector agrícola también tiene influencia política en el PDL. La voz política del lobby agrícola se ve potenciada por el sistema electoral japonés, que, al no tener en cuenta el traslado masivo de posguerra de la población a las áreas urbanas, hace que los votos de las áreas rurales poco pobladas tengan más valor que el de las áreas urbanas (EIU 2001). Esto ha generado una enorme cantidad de cuotas importadoras y programas de apoyo de precios. Barreras como éstas al ajuste al de precios dañan la capacidad del mercado de ajustarse a las demandas de los consumidores y corregirse para salir de la recesión.

El banco central ha tratado de reinflar, lo que sólo ha distorsionado más las señales de los precios de los tipos de interés, ralentizando la capacidad de corregirse del mercado. A pesar de los grandes recortes en los tipos de interés, los agregados monetarios amplios no han respondido por las malas condiciones del sector bancario japonés. Por ejemplo, cuando el BDJ aumentó la base monetaria un 10% desde mediados de 1997 a mediados de 1998, el M2 + CD aumentó sólo un 3,5% (Herbener 1999). La contracción de activos que han experimentado los bancos japoneses en sus balances no sólo ha dificultado los intentos de reinflar del BDJ sino que han interferido también con su capacidad de servir como intermediarios financieros.

El desplome de los precios inmobiliarios y la ralentización económica que ha eliminado a muchos prestatarios ha dejado a los bancos japoneses con un enorme sobrante de préstamos dudosos respaldados por colaterales que a veces valen menos de un 60-80% respecto de cuando se realizaron dichos préstamos (EIU 2001). La Agencia de Servicios Financieros estima que las instituciones financieras de Japón tienen 31,8 billones de yenes en préstamos dudosos e incluso esta estimación se cree ampliamente que infravalora el nivel del problema (EIU 2001). Además de estos problemas, los bancos que invirtieron en el auge inmobiliario han visto como los valores caían un 80% de 1991 a 1998 (Herbener 1999). Los bancos que invirtieron en bolsa han visto que la media del Nikkei caía de 40.000 yenes en 1989 a menos de 12.000 en marzo de 2001. A causa del aumento de malos préstamos con mal colateral y la caída en otros valores de activos, el aumento en los fondos inyectados por el BDJ o los depósitos adicionales de los ahorradores se han utilizado para tener reservas de efectivo frente a malos préstamos, en lugar de usarse para dar préstamos a prestatarios dignos de confianza.

Las respuestas del gobierno a los problemas en el sector bancario son fondos de rescate y nacionalizaciones. A finales de 1998, se estableció un fondo de rescate de 514.000 millones de dólares, con 214.000 millones destinados a comprar acciones de bancos con problemas y 154.000 millones para nacionalizar, reestructurar y liquidar bancos quebrados (Herbener 1999). La nacionalización y los fondos de rescate sólo sirven para potenciar instituciones financieras poco sólidas, retrasando la necesaria reestructuración, que les permitiría volver a servir en su función como intermediarios financieros. El mercado se ocupa de los bancos poco sólidos permitiendo quiebras bancarias, fusiones, adquisiciones y reestructuraciones.

Tras las correcciones basadas en el mercado, los bancos servirían de nuevo a su papel como intermediarios financieros. Se han producido algunas correcciones del mercado. Sin embargo, la mayoría de las fusiones bancarias se han producido entre bancos regionales, más pequeños, que no habían tenido acceso a fondos de rescate (Herbener 1999). Se anunció una gran fusión que combinaría Dai-Ichi Kangyo Bank Ltd., Industrial Bank of Japan Ltd. y Fuji Bank Ltd. en una sola compañía con 1,2 billones de dólares en activos (Herbener 1999). Hasta que el gobierno deje de intervenir con fondos de rescate y nacionalizaciones, se retrasará el proceso de quiebras y fusiones de grandes bancos, extendiendo el tiempo en que los bancos son incapaces de funcionar como intermediarios financieros eficientes.

El gobierno japonés ha ido muy lejos al impedir la liquidación de las malas inversiones del auge. Japón creó un fondo de garantía de crédito de 20 billones de yenes para facilitar la disponibilidad del crédito a las empresas. El perfil de la Economist Intelligence Unit indica: “Los fondos desembolsados bajo el programa van a menudo a empresas que no merecen crédito y que de otra forma irían a la quiebra” (EIU 2001).

Según la teoría austriaca, éstas son precisamente las empresas que deben ir a la quiebra si se quiere que se recupere la economía. Cuando una empresa va a la quiebra, no se pierden los recursos reales: capital y trabajo se reubican en otras líneas de producción en línea con las preferencias de los consumidores. El gobierno controla y asigna cada vez más préstamos a través del Programa de Inversión y Préstamo Fiscal (PIPF) (EIU 2001). El PIPF obtiene su financiación del sistema postal de ahorros, que tenía 254,9 billones de yenes en fondos al acabar el año 2000, lo que supone alrededor del 35% de todos los depósitos familiares (EIU 2001). Los préstamos del gobierno normalmente se hacen a aliados políticos del Partido Demócrata Liberal, como el sector de la construcción, generando proyectos derrochadores que producen pérdidas y no reflejan las preferencias de los consumidores. En un caso, se canalizó un préstamo de 5.300 millones de dólares a construir un puente-túnel de alta tecnología en la Bahía de Tokio, un proyecto que, según estima el propio gobierno, sufriría pérdidas hasta 2038 (Herbener 1999). Este tipo de préstamo no refleja las preferencias de los consumidores.

El gobierno también ha trabajado para potenciar el mercado bursátil comprando acciones cuando el índice Nikkei ha caído por debajo de 12.000, para mantener los ratios de adecuación de capital de los bancos japoneses dentro de lo definido por el Banco de Pagos Internacionales. Se les permite a los bancos contabilizar hasta un 45% de beneficios no obtenidos en existencia de acciones respecto de su capital suplementario: estos ratios se encuentran en peligro siempre que el Nikkei cae por debajo de 13.000 (EIU 2001). Mantener altos los precios bursátiles afecta a la revaluación de las fuerzas del mercado, retrasando más la reasignación de capital y la recuperación económica.

En America’s Great Depression, Rothbard (2000) escribía: “sin embargo hay una cosa que puede positivamente hacer el gobierno [durante una depresión]: puede rebajar drásticamente su papel relativo en la economía, recortando sus propios gastos e impuestos” (p. 22). El gobierno japonés aumentó su impuesto al consumo de un 3% a un 5% en 1997. Hubo rebajas del impuesto de la renta en 1994 y en 1998, el tipo máximo del impuesto de la renta bajó del 65% al 50% el tipo de las empresas del 46% al 40%. A pesar de algunos recortes impositivos, Japón ha mantenido un alto nivel de gasto público. El gasto en servicios públicos aumentó un 9% desde 1995 hasta 1999 (EIU 2001).

Las rebajas en los impuestos no pueden tener todo su efecto beneficioso si no se unen a las correspondientes disminuciones en el gasto público. Si queda más dinero en manos de ciudadanos privados, parte se ahorrará, ayudando a justificar el alargamiento de la estructura de producción, mientras que todo el gasto público es en consumo. El aumento en el impuesto al consumo y el fracaso en reducir el gasto público junto con los demás recortes impositivos retrasan la recuperación de la depresión. El gasto público busca mantener la estructura existente de producción, frente a las demandas de los consumidores, en lugar de permitir su liquidación y reconstrucción (Herbener 1999).

Los repetidos paquetes de estímulo con gasto en obras públicas, la gran cantidad de ahorros controlados por los ahorros postales y asignados a través del PIPF y los esfuerzos por impedir quiebras de bancos y empresas han impedido que funcione el proceso de recuperación del mercado. Estas repetidas intervenciones públicas han mantenido la estructura de producción, retrasando su necesario alineamiento con las demandas concretas de los consumidores.

El sector minero es intensivo en capital y una de las etapas de la producción más alejadas del consumo final. Las manufacturas son asimismo relativamente intensivas en capital y unas de las primeras etapas de la producción, aunque no tanto como el sector minero. La venta al por mayor y al detalle son relativamente menos intensivas en capital y son las etapas posteriores de la producción. Finalmente, el sector servicios está en las últimas etapas de la producción y no es muy intensivo en capital. Aunque habría excepciones concretas dentro de cada categoría, hablando en general, estos sectores van en orden de las primeras a las últimas etapas de producción y de más a menos intensidad de capital, así: minería, manufacturas, ventas al por mayor y al detalle y servicios. Durante la recesión de Japón, las contracciones en estos sectores apoyan la teoría austriaca del ciclo económico.

En 1990 se produjo la gran expansión del sector minero, pero cuando acabó el auge artificial, los sectores más afectados a lo largo de la década han sido precisamente en el orden que predeciría la teoría austriaca. La tasa de crecimiento del PIB por sector ha sido peor en el minero, seguido por el manufacturero y luego las ventas al por mayor y al detalle. Finalmente, el sector servicios ha experimentado las menores contracciones.

Conclusión

La teoría austriaca, como las teorías keynesiana y monetarista, puede dar una razón para el inicio de la recesión japonesa. Al contrario que otras escuelas, la recomendación política austriaca del laissez faire no se ha intentado. Una predicción que ofrece la teoría austriaca del ciclo económico ha sido correcta. Los sectores de las primeras etapas de producción han tenido las peores tasas de crecimiento a lo largo de toda la década.

El modelo de desarrollo de Japón a lo largo de los últimos 50 años ha destacado la intervención y planificación públicas de la economía. Durante su recesión, las intervenciones del gobierno se han manifestado como paquetes de estímulo fiscal que incluyen grandes cantidades de obras públicas, aumentos en la base monetaria, recortes en los tipos de interés, rescates y nacionalizaciones de algunos bancos, préstamos directos del gobierno a las empresas y aumentos en el gasto público a pesar de algunos recortes en impuestos. Estas intervenciones han tratado de mantener la estructura de producción existente impidiendo que funcionen los procesos necesarios del mercado para corregir las malas inversiones artificiales del auge.

Japón ha experimentado un ciclo económico austriaco. El auge inicial lo creó una expansión monetaria inducida por el banco central. A causa de las repetidas intervenciones, la economía no se ha recuperado. Las mayores malas inversiones tuvieron lugar en sectores intensivos en capital en las primeras etapas de la producción. Para que se recupere la economía de Japón, el gobierno debe dejar de intervenir en ella y permitir que el proceso del mercado realinee la estructura de producción para que se ajuste a las preferencias de los consumidores.

Referencias
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Una versión de este artículo apareció en el Quarterly Journal of Austrian Economics, Verano de 2002, Volumen 5, Número 2, pp. 35-50.

Publicado el 19 de noviembre de 2002. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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