Al empezar el siglo XIX, las opiniones y doctrinas de Adam Smith habían arrasado en la opinión europea, aunque apenas se habían encarnado en las instituciones políticas. Incluso en Francia, como se verá en el segundo tomo de esta serie, la aproximación al valor de la escasez-utilidad subjetiva pre-smithiana, así como el énfasis en el empresario en el mercado, continuaron siendo prominentes, pero solo bajo el disfraz de una proclamada devoción por Adam Smith como fundador de la teoría económica y la política de libre mercado. En manos de James Mill y Ricardo en Inglaterra, de J.B. Say en Francia y a lo largo de todo el continente, Adam Smith sería tratado como la encarnación de la nueva disciplina de la “economía política”.
Había ventajas, pero probablemente mayores desventajas en este dominio smithiano del pensamiento económico después de la década de 1790. Por un lado, significaba al menos un moderado aprecio de cualquier devoción por la libertad de comercio en el interior y el exterior. Más claramente, significaba una buena comprensión y una férrea aceptación de las virtudes del ahorro y la inversión y un rechazo a aceptar las preocupaciones pre-keynesianas acerca del “atesormiento” o el infraconsumo. Además, esta aceptación a lo que Schumpeter llama la opinión de Turgot-Smith del ahorro y la inversión también significaba una oposición decidida a planes fuertemente inflacionistas de expansión del dinero y del crédito.
Por otro lado, hubo costes funestos para el pensamiento económico en esta invasión smithiana. Incluso en el frente monetario, Smith había ido contra sus colegas del siglo XVIII al adoptar aspectos cruciales de la doctrina inflacionista de John Law, en particular alabando la expansión del crédito bancario y el dinero dentro de un marco de patrón metálico. De esta forma, Smith abría el camino a posteriores justificaciones del Banco de Inglaterra y su generación de expansión del crédito.
Más lamentable fue que Smith arrumbara completamente la teoría del precio y el valor, y la llevara a un funesto callejón sin salida, del que le costaría un siglo salir y en algunos aspectos nunca salió de él. En la base de los drásticos cambios de Smith en la teoría estaba indudablemente su rechazo calvinista al gasto en consumo de lujo. Por tanto, solo el trabajo en bienes materiales (es decir, bienes materiales de capital) era productivo. De ahí también la reclamación intervencionista de Smith de leyes de usura para rebajar el tipo de interés y racionar los ahorros y canalizarlos fuera de los consumidores de lujos y los “proyectistas” especuladores para primar a los prestatarios serios. El desdén de Smith por los consumidores también le llevó a descartar la teoría valor de la escasez-utilidad subjetiva justificada por el tiempo y buscar la causa del valor no en los frívolos consumidores, sino en el coste real, o esfuerzo en el trabajo, encarnados en el producto. De ahí el crucial cambio de énfasis en la teoría económica, alejándose de la demanda del consumidor y de los precios reales del mercado y acercándose al equilibro no realista a largo plazo. Pues solo en el equilibrio a corto plazo puede una teoría de los precios basada en el dolor del trabajo, o coste, llega a tener una viabilidad al menos superficial. Pero la atención exclusiva al equilibrio a largo plazo llevaba a Smith a eliminar toda la aproximación de la empresarialidad y la incertidumbre que habían desarrollado Cantillon y Turgot, pues en un equilibrio final en un plazo indefinido evidentemente no hay problemas de cambio o incertidumbre.
La teoría del valor trabajo de Smith llevó al marxismo y a todos los horrores a los que ha dado lugar esta creencia y su énfasis exclusivo en el equilibrio a largo plazo ha llevado al neoclasicismo formalista, que domina la teoría económica actual y a su exclusión de las consideraciones sobre empresarialidad e incertidumbre.
El énfasis de Smith en la economía en equilibrio perpetuo también le llevó a descartar la importante idea de su amigo David Hume (aunque inferior a la de Cantillon) respecto del mecanismo del flujo de precios en metálico y del importante análisis del ciclo económico que está claramente implícito en esa doctrina. Pues si la economía mundial está siempre en equilibrio, no hay necesidad de considerar o preocuparse porque los aumentos en la oferta monetaria causen que los precios aumenten y salgan oro y plata al exterior o considerar la consecuente contracción de dinero y precios.
Por tanto, en esencia, la imagen común del pensamiento económico después de Smith tiene que invertirse. En la opinión convencional, Adam Smith, el gran fundador, con su genio teórico y el puro peso de su conocimiento de los hechos institucionales, creó por su cuenta la disciplina de la economía política, así como la política pública del libre mercado y lo hizo abandonando un montón de falacias mercantilistas y las ideas escolásticas absurdas anteriores del “precio justo”. La historia real es casi la contraria. Antes de Smith, siglos de análisis escolásticos habían desarrollado una excelente teoría del valor y monetaria, junto con las correspondientes conclusiones de libre mercado y moneda fuerte. Originalmente incluida en la escolástica en un marco sistemático de derechos de propiedad y derecho contractual basados en la teoría de la ley natural, la teoría y política económicas se habían desarrollado aún más hasta ser una verdadera ciencia con Cantillon y Turgot en el siglo XVIII: lejos de fundar la disciplina de la economía por sí solo, Adam Smith dio la espalda no solo a las tradiciones escolásticas y francesa, sino incluso a sus propios mentores en el considerablemente más diluido derecho natural de la Ilustración escocesa: Gershom Carmichael y su propio maestro Francis Hutcheson.
El aspecto más desafortunado del triunfo smithiano en la economía no fue tanto su propia trama considerable de errores, sino aún más el borrar el conocimiento de la rica tradición de pensamiento económico que se había desarrollado antes de Smith. Como consecuencia, los austriacos y sus predecesores del siglo XIX, privados en buena medida del conocimiento de la tradición anterior a Smith, se vieron de muchas maneras forzados a reinventar la rueda, abriéndose camino con dificultad de vuelta al conocimiento del que muchos presmithianos habían disfrutado hacía mucho tiempo. Adam Smith y las consecuencias de Smith son un destacado ejemplo del caso kuhniano en la historia de una ciencia: en demasiados casos, el desarrollo del conocimiento en una disciplina no es una marcha constante en dirección a la luz, descartando pacientemente las hipótesis refutadas y añadiendo continuamente cosas a las existencias del conocimiento acumulado. Más bien la historia de una disciplina es un zigzag de grandes ganancias y pérdidas, de avances en el conocimiento seguidos por decadencia y falsos caminos y luego por periodos de intentos de recuperar conocimiento perdido, trabajando a veces a oscuras y contra una fiera oposición para recuperar paradigmas perdidos.
[An Austrian Perspective on the History of Economic Thought (1995)]
Traducido del inglés Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.