La rebelión de Bacon

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¿Por qué ¿Y por qué revolución? Esta pregunta se efectúa con fascinación tanto por los observadores contemporáneos como por los historiadores de toda revolución en la Historia. ¿Cuáles eran las razones, los “verdaderos” motivos, detrás de una determinada revolución? La tendencia de los historiadores de todas las revoluciones, incluida la Rebelión de Bacon, ha sido siempre el presentar una versión simplista y en blanco y negro de los impulsos que actúan detrás de las fuerzas revolucionarias.

Así pues, la versión “ortodoxa” sostiene que Nathaniel Bacon habría sido un portador consciente de la “antorcha” de la posterior Revolución Americana, luchando por la libertad contra la opresión inglesa; la versión “revisionista” de la historia rebaja a Bacon a un demagogo sin principios que odiaba a los indios y que se rebeló contra Berkeley, el sabio hombre de Estado. Ninguna de las dos versiones puede ser aceptada al pie de la letra.

La misma búsqueda de la pureza y los motivos sin mezcla en una revolución que llevan a cabo historiadores y observadores traiciona su ingenuidad falta de realismo. Las revoluciones son poderosas agitaciones llevadas a cabo por una masa de gente, gente que quiere romper con los hábitos asentados de toda la vida, incluyendo especialmente el hábito de la obediencia a un gobierno existente. Se hacen por gente presta a salir de las estrechas preocupaciones de su vida cotidiana para combatir juntos vigorosamente e incluso de forma violenta en una causa más general.

Debido a que una revolución es una agitación repentina de masas de hombres, no se pueden tratar los motivos de cada participante como idénticos, ni se puede tratar una revolución como algo planeado y ordenado de antemano. Por el contrario, una de las mayores características de una revolución es su dinamismo, su movimiento rápido y acelerado en una de varias direcciones que compiten entre sí. Ciertamente, el enorme sentido de regocijo (o de miedo, dependiendo de los valores personales y la situación de cada cual en la estructura social) que genera una revolución es precisamente debido a ue “descongela” el orden social y político, a la transvaloración de los valores, al reemplazo de la fijeza reinante por un sentido de la apertura y el dinamismo. La esperanza, sobre todo entre los que están sumergidos por el sistema existente, toma el sitio del abatimiento y la desesperación.

La contrapartida de este súbita llegada de horizontes sociales ilimitados es la incertidumbre. Porque si las enormes puertas de la estructura política al final son abiertas temporalmente, ¿qué camino tomará la gente ahora? Ciertamente, la revolución siempre cambiante y en desarrollo tomará senderos y traerá consecuencias que quizá solo tenuemente, si acaso, han sido contempladas por sus líderes originales.

Por consiguiente, una revolución no puede dispararse solamente por las motivaciones de sus iniciadores. Los caminos que tome la revolución serán determinados no solamente por estas motivaciones, sino por la resultante de los motivos y valores de los bandos contendientes —a medida que se inician y que cambian en el curso del conflicto— chocando con e interactuando sobre la estructura social y política establecida. En resumen: por la interacción de los diferentes valores subjetivos y por las condiciones objetivas institucionales del momento.

Para que masas de hombres salgan de sus vidas cotidianas y se arrojen contra hábitos existentes y contra el poder patente de un gobierno en ejercicio, se requiere una acumulación de significantes reivindicaciones y tensiones. Ninguna revolución comienza en un día y por un capricho arbitrario. Las quejas de un importante número de gente contra el estado se agolpan, se acumulan, formando un bosque extremadamente seco que espera cualquier chispa para encender la conflagración. Esta chispa es la “situación de crisis” que puede ser en sí misma menor, o relacionada con los agravios básicos solo de una manera distante, pero proporciona el catalizador, el ímpetu emocional para que empiece la revolución.

Este análisis de las revoluciones arroja luz sobe dos nociones históricas comunes pero engañosas acerca de la génesis de las revoluciones en la América (del Norte*) colonial. Los historiadores conservadores ponían el acento en que la revolución en América del Norte era única; en contraste con las radicales revoluciones europeas, la rebelión de América del Norte llegó solamente como una reacción a nuevos actos de opresión del gobierno. Por consiguiente, se trataba de revoluciones exclusivamente “conservadoras”, que reaccionaban contra la ruptura del statu quo por nuevos actos de tiranía del estado. Pero esta tesis interpreta incorrectamente la propia naturaleza de la revolución.
Las revoluciones, como hemos dicho, no surgen repentinamente en el vacío; casi todas las revoluciones —Europeas o Americanas— se encienden por nuevos actos de opresión por parte del gobierno. Las revoluciones en América —y sin duda esto es cierto en la Rebelión de Bacon— no eran más “conservadoras” que cualquier otra, y ya que la revolución es el arquetipo de un acto anti—conservador, esto significa que no es conservadora de ningún modo.

A propósito, tampoco podemos dar crédito al mito engendrado por los historiadores neo—Marxistas de que revoluciones como la de Bacon fueron “conflictos de clase” de los pobres contra los ricos, de los pequeños granjeros contra los poderosos oligarcas. La revolución estaba dirigida contra una oligarquía gobernante, es cierto; pero una oligarquía no de los ricos, sino de algunos ricos que habían obtenido el control de los privilegios que se extraían del gobierno. Como hemos señalado, los Bacon y los Byrd eran grandes hacendados y la revolución fue una revuelta de prácticamente toda la gente —rica y pobre, de todo tipo de ocupaciones— que no formaba parte de la casta privilegiada. Esta fue una rebelión no contra una “clase dominante” marxista, sino contra lo que podíamos denominar una “casta gobernante”.

No se puede encontrar entre los rebeldes de Bacon una pureza común de doctrina o de motivo, o —por lo que respecta a esto— en las siguientes rebeliones de finales del s. XVII en las otras colonias de América del Norte. Pero el grueso de sus reivindicaciones eran ciertamente libertario: una protesta a favor de los derechos y libertades de la gente contra la tiranía del Gobierno Inglés y sus agentes en Virginia. Ya hemos visto la acumulación de quejas: contra las restricciones mercantilistas sobre el tráfico de Virginia y los derechos de propiedad, las crecientes tasas, el monopolio del comercio por medio de privilegios políticos, los repetidos intentos de imponer propiedad feudal de la tierra, estrechamiento de reglas por parte del gobernador y sus oligarcas aliados, infracciones del autogobierno y de las libertades locales, y —en menor extensión— persecución de minorías religiosas.

Por otro lado, no se niega que algunas de las reivindicaciones y motivos de los rebeldes eran todo lo contrario a lo libertario: odio a los indios y deseo de apropiarse de tierras, o bien, como en las posteriores y aliadas rebeliones de Maryland, el odio hacia el Catolicismo. Pero aunque la chispa de la Rebelión de Bacon viniese de un motivo anti-libertario, como era la continuación de una guerra más rigurosa contra los indios —y los motivos de Bacon estaban originalmente limitados a esto—, también es cierto que a medida que se desarrollaba la rebelión y la dinámica de una situación revolucionaria progresaba, las otras reivindicaciones básicas se pusieron por delante y encontraron expresión, incluso en el caso del propio Bacon.

También debe reconocerse que cualquier revuelta en contra de un estado tiránico, por lo mismo es ipso facto un movimiento libertario. Esto es más cierto porque incluso una revolución que fracasa, como pasó con la de Bacon, da a la gente un campo de entrenamiento y una tradición de rebeldía que más tarde puede desarrollarse hacia una revolución más extensa y claramente fundada en motivos libertarios. Si se atesora preciadamente por tradiciones posteriores, la revolución aminorará el temor con el que la autoridad constituida se sostiene por la población y, en este sentido, incrementará la probabilidad de una revuelta posterior contra la tiranía.

Por encima de todo, entonces la Rebelión de Bacon puede ser juzgada como un paso de la libertad hacia adelante, incluso un microcosmos de la Revolución Americana, pero a pesar de y no a causa de los motivos del propio Bacon y de los líderes originales. Nathaniel Bacon fue apenas un heroico y consciente portador de la antorcha de la libertad; a pesar de lo cual la dinámica del movimiento que propició su rebelión forjó tal antorcha.

Después del inicio del motín en Jordan’s Point, Berkeley —que había intentado detener el movimiento, denunció a Bacon y sus seguidores como rebeldes y amotinados y marchó contra ellos hacia el oeste. No alcanzó a Bacon, a pesar de todo, ya que se había ido hacia el norte en dirección al Condado de New Kent para reunir hombres que estaban “maduros para la rebelión”. Mientras tanto, masas de virginianos empezaron a unirse a Bacon —apoyándose en los fundamentos más histéricos y sectarios. El desafortunado acto de guerra de Berkeley en marzo de 1676, abrió la guerra no solamente contra los indios enemigos, sino de la misma forma contra los que eran neutrales. Los pacíficos y neutrales indios Pamunkey, aterrorizados por los partidarios de Bacon, espantados y poco felices en cuanto a éstos, huyeron a los bosques de Dragon Swamp en la península de Gloucester.

Para muchos habitantes de Virginia era incomprensible que Berkeley proclamase como traidores a hombres cuyo único crimen era la búsqueda en línea dura de la victoria contra los indios; al mismo tiempo, Berkeley fue decididamente suave con los Pamunkey. Las protestas diluviaron: ¿Cómo podía distinguirse a los indios “amistosos” de los “enemigos”? ¿No eran todos los indios del mismo color? Así pues, el racismo y la histeria bélica formaban una potente combinación que barría todo razonamiento, a medida que la tradicional frase racista de que “No se puede distinguir a uno de otro” se transmutaba lógicamente en “el único indio bueno es el indio muerto”. O, como decían los rebeldes de Bacon

«¡Fuera tales distinciones! Haremos la guerra con los indios que no vengan con los brazos abiertos y dejen rehenes de su fidelidad y de su ayuda contra todos los demás; no perdonaremos a ninguno. Si vamos a ser colgados por rebeldes por matar a los que nos destruyen, colguémoslos a ellos.»

Alarmado, Berkeley volvió a la capital para apaciguar a la gente convocando unas elecciones —¡al fin!— para la Casa de los Burgueses(*). Las elecciones estaban fijadas para mediados de Mayo, a fin de que las sesiones empezaran a principios de Junio. Estas eran las primeras elecciones desde el inicio del segundo mandato de Berkeley. En sí mismo, esto era una victoria contra la tiranía.

Mientras tanto, Bacon y su banda de agresores de indios marcharon contra los Susquehanna, aunque pronto cambió el rumbo de su atención —como era habitual— a los amistosos pero mucho menos poderosos Occaneechees, a quienes Bacon había llegado a persuadir de que atacaran a los Susquehanna. Los Occaneechees habían proporcionado comida y refugio a la exhausta y destrozada banda de Bacon, y habían atacado a los Susquehanna a petición de Bacon. Los Occaneechees llevaron sus prisioneros a Bacon, que inmediatamente los torturó y mató.

A pesar de todo, surgió una discusión acerca del botín de la incursión y especialmente acerca de media docena de indios Manikin y Annaleckton que habían sido prisioneros de los Susquehanna y que ayudaron a los Occaneechees a destruir el campamento de los anteriores. Los Occaneechees naturalmente, querían quedarse con el botín de la incursión y dejar libres a los indios amistosos que habían liberado de sus captores Susquehanna, pero Bacon demandó el botín para sí mismo e insistió en que los liberados le fueran entregados como esclavos.

Bacon discutió con el jefe Occaneechee, que rehusó el vender comida a sus hombres, así que Bacon desató un ataque sorpresa sobre los indios, arrasando y asesinando a más de cien hombres, mujeres y niños y secuestrando a otros. Además de quedarse con el botín, Bacon agregó un valioso depósito de pieles de castor de los Occaneechee. Algunos relatos contemporáneos afirman que el principal objetivo del ataque sorpresa de Bacon eran las pieles. En todo caso, Bacon regresó de esta irrelevante carnicería como el líder de una partida de héroes a los ojos del grueso de la población de Virginia, insistiendo más que nunca en que todos los indios eran enemigos “como siempre he dicho y lo mantengo”.

Sin inmutarse por las denuncias de traición y rebelión de Berkeley hacia Bacon y por la expulsión de este del consejo, los hombres libres del Condado de Henrico eligieron unánimemente a Bacon —y a su asociado Jamen Crews— como burgueses (**).

Unidos en el consejo interior de la Rebelión de Bacon había dos poderosos e influyentes Virginianos: William Drummond —hacendado del tabaco y antiguo gobernador de la colonia de Albemarle, y el intelectual Richard Lawrence, quien había perdido unas tierras —mediante la ocupación legal de una de las favoritas de Berkeley.

Ignorando los resultados de la elección, Berkeley envió una fuerza armada para capturar a Bacon y volver con el a Jamestown. Aquí tuvo lugar una escena de reconciliación patentemente falsa, con Bacon confesando su culpabilidad en una asamblea abierta y Berkeley garantizándole el perdón, lo cual no era típico de él. Claramente, una tregua dificultosa era lo que había resultado de la hosca confrontación de la fuerza armada y la amenaza de una guerra civil. Berkeley sabía que dos mil hombres armados estaban listos para acudir al rescate de Bacon. Berkeley también devolvió a Bacon su plaza en el Consejo, quizá para apararle de lo que en este punto era una plaza más importante.

Con Bacon calmado, la Cámara de los Burgueses —que mayoritariamente apoyaba a Bacon y era ciertamente anti-Berkeley— hizo muy poco. Unos pocos débiles ensayos de reforma fueron rápidamente sofocados por el dominante gobernador. Aparte de decretos que restringían el comercio con los indios, imponiendo órdenes hasta sobre los manifiestamente amistosos, prohibiéndoles cazar con armas de fuego incluso dentro de sus propias reservas, la asamblea hizo poco y desde luego nada contra Berkeley. Les pareció más apropiado el alabar el dominio de éste. Bacon, avisado de que se tramaba un complot contra su vida y al ver que la reconciliación lo único que había producido era un peligroso debilitamiento del movimiento revolucionario, al calmar a la gente y amansar a la asamblea, huyó de Jamestown.

En cuanto volvió a casa, Bacon levantó una tropa y el 23 de Junio invadió Jamestown, donde forzó a Berkeley y a la asamblea, a punta de bayoneta, a entregarle una comisión para atacar a los indios —el punto original de la rebelión. Pero además la asamblea, alentada por la victoria de Bacon, sacó adelante en pocos días una serie de medidas reformistas que llegaron a ser conocidas como “Las Leyes de Bacon”.

Algunas de estas medidas eran intrusivas en la libertad: leyes inevitables para una guerra más estricta y regulaciones contra los indios; prohibición de exportar grano; restricciones sobre la venta de licor… Pero el grueso de las leyes iban en una dirección más libertaria: se requería una rotación anual en el poderoso cargo de sheriff; prohibición de que se tuvieran dos cargos locales al mismo tiempo; penalización de las cargas excesivas cobradas por oficiales públicos, provisión de elecciones trianuales a los comités que administraban los asuntos temporales de las parroquias a cargo de los hombres libres de las mismas —lo cual terminaba con el cerrado control oligárquico de las corporaciones parroquiales(*).

Lo que es más, la asamblea acabó con el control absoluto ejercido por los jueces de paz designados, que se reunían en cónclave secreto para decidir sobre los impuestos y desembolsos del condado. Se proveyó una elección a cargo de todos los hombres libres, que decían escoger un número igual de representantes que se sentarían junto a los jueces al imponer tales impuestos y gastos. Además, fue derogada la ley de 1670 que arrebataba el voto de los hombres libres no terratenientes en favor de los burgueses. Así que una auténtica revolución se estaba desarrollando a partir de un simple movimiento para aplastar más eficazmente a los indios. Es cierto que algunos dirigentes más conservadores insinuaron sombrías trazas de anarquía y amenazas a la propiedad privada; un dirigente partidario de Berkeley se burló de que los seguidores de Bacon eran demasiado pobres para pagar impuestos y por eso querían eliminarlos todos. Entretanto, Bacon declaró que la revolución era lo que más lejos estaba en su mente —y quizá era cierto— y que todo lo que deseaba era combatir a los indios. Armado con su codiciada comisión, se dirigió al oeste para hacerlo.

El gobernador Berkeley no estaba de todos modos contento con esta solución relativamente pacífica del problema y promovió la guerra civil. Una vez más, gritó traición y rebelión contra Bacon y se dirigió al Condado de Gloucester para alzar una fuerza contrarrevolucionaria. Al enterarse de esta traición, Bacon y sus hombres se volvieron hacia el este, donde la milicia del Condado de Gloucester se amotinó, cantando en la misma cara del gobernador «¡Bacon, Bacon, Bacon!». Caído en desgracia y con la oposición del grueso de la gente, Berkeley huyó al oscuro Condado de Accomack en la Eastern Shore, donde se lamentaba diciendo: «¡Que infeliz el hombre que gobierna a un pueblo!».

Por la fuerza de los acontecimientos, Bacon se veía impelido a una postura radical y revolucionaria. A despecho de sus deseos, ahora era irrevocablemente un rebelde contra el gobernador Berkeley y ya que éste era un agente del rey, también un rebelde contra el Rey de Inglaterra. La lógica de los acontecimientos impulsaba a Bacon a favorecer una total independencia de Inglaterra; para él era independencia o muerte. Tan rápidamente había empujado hacia delante los acontecimientos la dinámica de la revolución que el hombre que sólo tres meses antes no pensaba en rebelión, que unas semanas antes solamente quería aplastar con más efectividad a los indios, se veía ahora forzado a luchar por la independencia de Virginia de la Corona.

Las reivindicaciones abundaban en los vecinos Maryland y Albemarle. Bacon empezó a contemplar un poderoso levantamiento de toda la región de Chesapeake, Maryland, Virginia, Carolina del Norte, para obtener la libertad contra la sujeción a Inglaterra. Las colonias vecinas estaban listas para la rebelión, es cierto, y William Drummond, un importante partidario de Bacon y antiguo gobernador de Carolina del Norte, ayudó a agitar un movimiento rebelde que guiaba allí John Culpeper, en cual visitó Jamestown durante la turbulenta rebelión de 1676.

Pero Bacon se enfrentaba a un problema crítico: aunque la elección entre independencia o muerte era suya, no lo era para el resto de los Virginianos. Así, uno de los seguidores de Bacon, al escucharle hablar de planes para combatir a los soldados ingleses, exclamó, «¡Señor, habla como si estuviera proyectando una total deserción de Su Majestad y de nuestro país!» Bacon replicó con calma «¿Cómo, acaso no han perdido así muchos príncipes sus dominios?».

Menos cautelosa de una política radical era Sarah, la esposa de Drummond, quien, partiendo en dos un bastón, exclamó «Me importa tanto el poder de Inglaterra como esta caña rota».

Bacon, pues, se enfrentaba a una doble tarea: cimentar al pueblo de Virginia frente al nuevo, difícil y radical empeño; y el derrotar a las fuerzas de Berkeley antes de que pudieran reunirse. Desgraciadamente, no sorprende que un hombre comprometido con la mano dura contra los indios no dudara en mantener la mano dura contra su propi pueblo. Bacon empezó a agitar el arma de un juramento de lealtad público y obligatorio. Desde sus cuarteles en la Middle Plantation (más tarde Williamsburg), Bacon expidió una llamada para que los principales hombres de la colonia se reunieran. Una vez reunida la convención, Baccon sacó un manifiesto, grandiosamente titulado «Declaración del Pueblo» pidiendo la rendición en un plazo de cuatro días de Berkeley y diecinueve de sus más inmediatos colaboradores. Rehusar la redición implicaría el arresto por traición y la confiscación de propiedades.

En la declaración se varias acusaciones contra Berkeley: 1º el que «bajo amplias pretensiones de trabajos públicos, imponía grandes e injustas tasas sobre la comunidad»; 2º el promover a sus favoritos a altos cargos públicos; 3º el monopolizar el mercado de (pieles de) castor con los indios y 4º, ser pro—indio.

Bacon asumió entonces poderes dictatoriales sobre la colonia. Forzó a la convención a suscribir un juramento de alianza. La primera cláusula del mismo no significaba un problema —prometer no unirse a las fuerzas de Berkeley. Pero la segunda parte causó un problema mayor: la promesa de oponerse a cualquier fuerza inglesa que fuera enviada para ayudar a Berkeley. Los virginianos repudiaban una rebelión abierta contra la Corona. Bacon, a pesar de todo, cerró las puertas y forzó a todos los asamblearios al juramento completo. Luego, procedió a aterrorizar al grueso de los virginianos para que hicieran el mismo juramento y arrestó a quienes rehusaron. El terror es un método muy pobre de persuadir a alguien de ser leal y desde este momento, la anterior gran reputación de Bacon en la colonia empezó a disminuir.

En esta tesitura, cuando la orden era machacar a las fuerzas de Berkeley, Bacon se permitió el apartarse de su vieja diversión de matar indios. En vez de continuar la guerra contra las tribus indias que realmente estaban combatiendo, Bacon encontró más conveniente el atacar a los indefensos y neutrales Pamunkey, que se habían refugiado en los pantanos y bosques del Condado de Gloucester para mantenerse apartados. Después de pasar varios días intentando encontrar a los Pamunkey en los pantanos y, desde luego, saqueando el territorio por el que iban pasando, las fuerzas de Bacon encontraron el campamento Pamunkey y saquearon, capturaron y asesinaron a los indios, que no ofrecían resistencia. Bacon era un héroe una vez más.

Mientras Bacon estaba ocupado con la incursión de los Pamunkey, Berkeley había aprovechado la oportunidad de hacerse con el control de la flota, en Jamestown y en las áreas de los ríos principales. Al contrario de la confianza de Bacon en tropas voluntarias para su fuerza, Berkeley levantó un ejército contrarrevolucionario con la promesa de saquear las haciendas de los que habían tomado el juramento de Bacon, así como la promesa de subvenciones y exención de prácticamente todos los impuestos. Pronto, cada parte estaba prometiendo libertad a los siervos de la parte contraria.

Marchando una vez más sobre Jamestown, Bacon esta vez expulsó a Berkeley de la capital. En el curso de la batalla Bacon usó una nueva estrategia: secuestró a algunas de las esposas de los dirigentes del bando de Berkeley y amenazó con ponerlas en primera línea si las fuerzas de éste abrían fuego contra sus fortificaciones.

El poder corrompe y el uso repetido de una violencia agresiva inevitablemente crece en espiral hacia arriba y hacia fuera. Eso sucedió con Nathaniel Bacon. Empezó por los indios y extendió crecientemente el despotismo y la violencia contra los ciudadanos de Virginia. Después de capturar Jamestown, Bacon la incendió hasta los cimientos con la débil excusa de una hipotética necesidad militar. Las fuerzas de Giles Brent, que ahora era coronel, en los condados del norte, y que habían abandonado la causa de Bacon por la de Berkeley e iban camino del sur, desertaron totalmente cuando se enteraron de la victoria de Bacon en Jamestown.

Una vez rechazadas las fuerzas de Berkeley hacia la Eastern Shore, Bacon reforzó su juramento de lealtad sobre mayores masas de gente, se hizo con provisiones para su ejército quitándoselas a la población y castigó a algunos ciudadanos aplicando la ley marcial. Incluso su primo, Nathaniel Bacon Sr., no se libró de la rapiña repartida a los principales opositores de la rebelión, a pesar de que éste Bacon había anteriormente prevenido a su pariente de un atentado contra su vida. La propiedad de Bacon Sr. Fue subastada con pérdida de la cantidad de mil libras.

Cuando Bacon estaba a punto de marchar contra Berkeley y la Eastern Shore, el líder de la revolución cayó enfermo y murió, el 26 de Octubre de 1676. En pocos meses había llevado a Virginia y quizá a todas las colonias vecinas al borde de la independencia revolucionaria de la Gran Bretaña. ¿Quién sabe que habría pasado si Bacon hubiera seguido vivo? Sin la inspiración que les ofrecía su líder, la rebelión se dividió y las fuerzas de Berkeley fueron capturando las desorganizadas unidades rebeldes. Una de las últimas partidas rebeldes que abandonó fue un grupo de cuatrocientos esclavos negros y siervos blancos, que luchaban por su libertad en el ejército de Bacon. El capitán Thomas Grantham, de las fuerzas de Berkeley, les persuadió de rendir las armas prometiéndoles libertad, después de lo cual se los devolvió a sus dueños.

El Gobernador Berkeley no era un alma indulgente e instituyó un auténtico reinado del terror en Virginia. A medida que derrotaba a cada unidad rebelde, aplicaba juicio sumarísimo y ahorcaba a los líderes. Tampoco reparaba mucho Berkeley en sus partidas de jueces sumarios y ahorcadores: una de ellas capturó a un empleado del condado de New Kent, Thomas Hall, que nunca había tomado las armas en la rebelión pero que había contrariado a Berkeley en otros asuntos. Fue suficiente, pues, que Hall «por medio de distintos escritos de su propia mano (…) muy notorio actor, ayudó y asistió a la rebelión».

Uno de los rebeldes ahorcados protestó —sin duda verazmente—, de que siempre había sido un súbdito leal de la Corona pero solo quería coger las armas contra los indios. Como en el caso de muchos rebeldes, fue ahorcado por una causa cuyo rápido progreso había ido mucho más allá de su entendimiento. Cuando el ilustre William Drummond, que ya había incurrido en el disgusto de Berkeley años antes de estos sucesos, fue capturado en los pantanos y arrastrado ante el gobernador, Berkeley se regocijó: «¡Señor Drummond, bienvenido! Estoy más contento de verle que a cualquier otro hombre de Virginia. Señor Drummond, será usted ahorcado dentro de media hora.» A lo que Drummond replicó rápidamente «No espero piedad de usted. He seguido los dictados de mi conciencia y hecho lo que he podido por liberar a mi país de la opresión». Pasadas unas pocas horas, la promesa se cumplió y Berkeley confiscó el anillo de Drummond en adición.

El más desafiante de los rebeldes capturados fue Anthony Arnold, quien soltó un mordaz ataque sobre los derechos de los reyes:

«No tienen otros derechos que lo que han conseguido por conquista y por la espada y el que por la fuerza de la espada llegue a privarles de ellos, tiene tano derecho a ellos como el mismo rey. Si el rey me negara el derecho, no me importaría hundirle la espada en el corazón o las entrañas como si fuera mi enemigo mortal».

Los jueces ahorcaron al «horrendo rebelde resuelto y traidor» Arnold cargado de cadenas, lamentando abiertamente que no se le pudiera arrastrar y descuartizar también.

Berkeley procedió también a confiscar las fincas de un rebele tras otro, recobrando así su fortuna personal.
Desafortunadamente para el ininterrumpido placer de Berkeley, los comisionados del rey llegaron en Enero con un perdón general para todos los rebeldes. Lo que es mas, los comisionados prometieron que satisfarían las reivindicaciones del pueblo. El rey, además, ordenaba a Berkeley que volviera a Inglaterra, aunque él, desafiando a los comisionados, siguió imponiendo sus propios juramentos de lealtad, haciéndose con más propiedades para su propio uso y retrasando la publicación del perdón real. Finalmente, publicó el perdón, pero dejó fuera de él a 18 personas sin nombre —una excelente manera de intimidar a los virginianos impidiéndoles presentar sus quejas a los comisionados. Los juicios civiles siguieron su marcha y algunas personas más fueron ahorcadas.

Se reunió una asamblea sumisa y rápidamente se derogaron todos los osados decretos de reforma liberal adoptados por la asamblea de Bacon de Junio de 1676, Bajo la dirección de Berkeley, la asamblea procedió a ahorcar a más rebeldes por medio de un decreto de extinción de derechos civiles, y a multar, encarcelar, exiliar y expropiar a muchos más. A algunos se les ordenaba pagar duras multas y a comparecer en la asamblea pública llevando cadenas al cuello, arrodillándose para arrepentirse de sus culpas y rogar por sus vidas. Si eran liberados por la asamblea, debían todavía repetir la misma experiencia delante del tribunal del condado.

Todos los principales partidarios de la rebelión fueron desde entonces apartados de cualquier función pública. Incluso los desgraciados trabajadores no abonados que habían seguido a Bacon fueron sentenciados a prisión en cuanto terminaran sus periodos de servicio. Cualquiera que hubiese escrito o hablado algo apoyando la rebelión, o incluso criticando la autoridad de alguien, era duramente multado, se le mandaba a la picota, se le condenaba a azotes o a llevar una marca en la frente. A pesar de eso, las cárceles no estaban llenas pues quedaba sitio debido a las expulsiones y las ejecuciones.

Algunos infelices virginianos quedaron atrapados en medio de la guerra civil. Eso le pasó a Otto Thorpe. No quiso firmar el juramento de lealtad obligatorio de Bacon hasta que su esposa fue amenazada. Más tarde, Thorpe rehusó ayudar a Bacon y, en consecuencia, los rebeldes confiscaron sus propiedades. Luego, cuando Berkeley volvió al poder, mandó a Thorpe a prisión por haber dado el juramento de Bacon y sus propiedades fueron confiscadas de nuevo.

Los comisionados concluyeron, con tristeza, que no podría haber paz en la colonia, ya fuera interiormente o con los indios, a menos que Berkeley fuera completamente apartado de su puesto y llevado a cabo el perdón general. Los únicos partidarios reales de Berkeley en su fanática campaña de venganza eran veinte de sus amigos de la oligarquía, conocidos como “la facción Green Spring”. Los comisionados informaron de que el grupo de Green Spring estaba reclamando continuamente el castigo de los culpables, que eran «poco menos que el país entero». La verdad era que los comisionados encontraron que, de todo el pueblo de Virginia, que por entonces eran unos 40.000, solamente 500 nunca apoyaron la rebelión.

Finalmente, bajo presión por parte de los comisionados, la asamblea forzó al reluctante Berkeley a detener los ahorcamientos. Como dijo un miembro de la asamblea, de no haberse interpuesto «el gobernador habría ahorcado a la mitad del país». También presionada por los comisionados, la asamblea de febrero de 1677 restableció unas cuantas de las más inofensivas leyes de reforma del año anterior.

A pesar de la intimidación y el terror reinantes, gran cantidad de las quejas fueron presentadas a la asamblea y los comisionados por el pueblo de Virginia. La queja más común tenía que ver con la imposición por los oficiales de pesadas e injustas tasas que eran usadas en gastos sobre los que la gente no tenía control. Por ejemplo, una petición del Condado de Surry rogaba a las autoridades «aliviarnos, a los pobres súbditos de Su Majestad, de nuestras grandes cargas e impuestos». La petición decía:

«Considerando que de James City viene anualmente un gran impuesto público, pero nunca sabemos para qué, con gran pena y disgusto de los pobres sobre cuyas espaldas rece principalmente la tasa; por lo cual pedimos humildemente que en el futuro, los recaudadores de la tasa —que en vez de las respuestas debidas ofrecen groseras contestaciones— sean obligados a dar cuenta por escrito a quien lo pida de para qué es la tasa.»

La demanda del condado de Surry también pedía humildemente que hubiese libre elección de cada asamblea, para que pudieran hallar compensación a sus quejas. No sorprende que tan humilde petición recibiera una respuesta típica por parte de la asamblea: severos castigos para los peticionarios por el grave crimen de «hablar o escribir irrespetuosamente a quienes tienen autoridad».

Otras quejas mencionadas en peticiones fueron favoritismo, tasas ilegales a cargo de oficiales locales, restricciones al derecho de voto, monopolio del comercio con los indios y confiscación arbitraria de propiedades por el gobierno.

Aunque los comisionados apenas pusieron celo en defender a la gente de la opresión de Berkeley, al menos arreglaron una paz con los indios y la gran Guerra India terminó felizmente. Al fin, los comisionados decidieron llevar a efecto la orden real y expulsaron a Berkeley. Al partir para Inglaterra, Berkeley lo hizo con sus característicos modales, pataleando y vociferando todo el camino a la vez que denunciaba amargamente la ambición, incompetencia e ignorancia del lugarteniente que había sido designado en su puesto. Al final, el 5 de mayo de 1677, Berkeley embarcó para Inglaterra y murió poco después de su llegada. Quizá el epitafio apropiado para él fue el que se dice expresó el rey Carlos II sobre el asunto de Virginia: «Este viejo loco ha ahorcado a más gente en aquel país yermo que la que yo ahorqué aquí por el asesinato de mi padre».

De todos modos, la sombra de Berkeley todavía planeaba sobre la infeliz colonia, ya que Virginia —que no sabia de su muerte— todavía creía que se las arreglaría para volver. La colonia estaba aún en manos de los secuaces de Berkeley, los oligarcas de Green Spring, que habían restablecido sus lucrativos y poderosos cargos. Los principales líderes de su facción eran los Coroneles Philip Ludwell, Thomas Ballard y Edward Hill, así como el Mayor Robert Beverley. También estaban incluidos el Coronel John Washington y Richard Lee.

El control que ejercía Green Spring fue especialmente fuerte una vez que los comisionados regresaron a Inglaterra en Julio. La facción recorrió el país y fraguó unas elecciones corrompidas a la Cámara de los Burgueses. Siguieron arrastrando rebeldes a los tribunales para apoderarse de sus propiedades y levantaron otra enorme capitación tasa sobre la colonia, de nuevo imponiendo el mayor peso en los ciudadanos más pobres. Las peticiones de los condados para que se cumplieran sus reivindicaciones siguieron siendo castigadas con el sistema tradicional del momento: castigos severos por llevar a cabo afirmaciones altamente injuriosas y escandalosas ante la autoridad.

En octubre, finalmente llegaron noticias a Virginia de la muerte de Berkeley y el rey finalmente pudo ver publicado su perdón completo y general. Los restos de las partidas de Bacon, que todavía se escondían en los bosques, pudieron salir a la luz y volver a hacer sus vidas anteriores.

Pero aunque Berkeley hubiera muerto, su sistema no lo había hecho: el “berkeleysmo” y la facción de Green Spring seguían gobernando la colonia. De hecho, el siguiente gobernador, Lord Thomas Culpeper, era pariente de la Señora Berkeley.

La revolución había fracasado, pero continuó viviendo en los corazones de los norteamericanos que atesoraron la memoria de su casi victoria —una luz en el balcón para futuras rebeliones contra la tiranía.

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(*) El cuerpo representativo y legislativo o cámara baja de los artesanos (inicialmente) y de los ciudadanos de Virginia, fundado en 1619. Cf. http://es.wikipedia.org/wiki/House_of_Burgesses. (N. de la T.)

(**) Es decir, como diputado en la Cámara de los Burgueses.

(***) En el orig. “vestry boards”, organismo pre-municipal definido como “Un comité de miembros elegidos para administrar los asuntos temporales de una parroquia” Cf. http://en.wikipedia.org/wiki/Vestry. (N. de la T.)

[De Conceived in Liberty (1975). En 1676 Nathaniel Bacon comenzó un motín contra el gobernador de Virginia, William Berkeley, porque Bacon y muchos otros virginianos deseaban llevar a cabo una guerra contra los indios más vigorosa que la que permitiría Berkeley. Este motín fue la chispa que encendió la llama de la “Rebelión de Bacon”.]

Traducido del inglés por Carmen Leal. El artículo original se encuentra aquí.