¿Eran realmente ecologistas los indios americanos?

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El cuento tradicional resulta familiar a los escolares estadounidenses: los indios americanos poseían una profunda relación espiritual con la naturaleza eran especialmente esmerados con el bienestar ecológico.

De acuerdo con un libro de divulgación publicado por la Smithsonian Institution en 1991, “La América precolombina era aún el Edén, un reino de naturaleza prístina. Los nativos eran transparentes para el paisaje, viviendo como elementos naturales de la ecoesfera. Su mundo, el Nuevo Mundo de Colón, era un mundo de presencia humana apenas perceptible”.

Si queremos evitar una catástrofe medioambiental, continúa la no muy sutil lección, necesitamos recuperar esta sabiduría india perdida.

Como es habitual, la historia real es más complicada, menos historieta y mucho más interesante.

En su libro de 1992, La tierra en juego, el entonces Senador Al Gore citaba un discurso del siglo XIX del Jefe Seattle, patriarca de los indios dwamish y suquamish de Puget Sound, como evidencia de la preocupación de los indios por la naturaleza. Este discurso, que habla de absolutamente todo en el mundo natural, incluyendo hasta el último insecto y aguja de pino, como algo sagrado para Seattle y su pueblo, ha resultado soportar una buena parte de la carga de mostrar a los indios americanos como los primeros ecologistas.

El problema para Gore es que la versión del discurso que cita es una falsificación, escrita a principios de la década de 1970 por el guionista Ted Perry. (Hay que reconocer que Perry ha intentado sin éxito hacer que la gente sepa que él escribió el discurso). Aún así fue lo suficientemente influyente como para convertirse en la base de Brother Eagle, Sister Sky, un libro para niños que llegó al número 5 de la lista de libros más vendidos del New York Times en 1992.

Una versión anterior del discurso, también citada por los ecologistas, es sospechosa por razones propias. Pero los expertos dicen que la intención del Jefe Seattle está bastante clara y que no era decir que todo ser creado, sintiente o no, fuera “sagrado” para su gente o que toda la tierra en todas partes tuviera un derecho igual a su afecto. “El discurso de Seattle formaba parte de una argumentación a favor del derecho de los pueblos dwamish y suquamish a continuar visitando sus camposantos tras la venta de ese territorio a colonos blancos”, explica William Abruzzi, del Muhlenburg College. “Ese terreno concreto era sagrado para Seattle y su pueblo porque allí estaban enterrados sus antepasados, no porque la tierra como concepto abstracto fuera sagrada para todos los indios”. Al escribir para el American Indian Quarterly, Denise Low explica igualmente que “las pródigas descripciones de la naturaleza son secundarias” para el fin del argumento del Jefe Seattle y que solo estaba diciendo que “la tierra es sagrada por relaciones religiosas con sus ancestros”.

Los ecologistas que han cultivado el mito del indio ecologista que dejaba su entorno en una condición exquisitamente prístina a causa de una devoción profundamente espiritual por el mundo natural lo han hecho no por ningún interés particular por los indios americanos, sus diferencias o cualquier historial real de interacción con el entorno. En su lugar, lo que pretenden es exhibir al indio ecologista par fines de propaganda y usarlo como palanca contra la sociedad industrial.

El verdadero historial de los indios con el medio ambiente fue realmente mixto y doy los detalles en mi nuevo libro, 33 Questions About American History You’re Not Supposed to Ask. Entre otras cosas, realizaban agricultura de roza y quema, destruían bosques y pastos y eliminaban poblaciones enteras de animales (suponiendo que los animales que caían en una cacería resucitarían incluso en mayor número).

Por el contrario, los indios a menudo tuvieron éxito en ser buenos administradores de la naturaleza, pero no de la forma en que supone la gente.

Aunque a menudo oímos que los indios no conocían la propiedad privada, su entendimiento real de la propiedad varió con el tiempo, el lugar y la tribu. Donde el terreno y la caza eran abundantes, no sorprenden que la gente hiciera pocos esfuerzos en definir y aplicar derechos de propiedad. Pero cuando esas cosas se volvían escasas, los indios apreciaban el valor de asignar derechos de propiedad a (por ejemplo) la caza y la pesca.

En otras palabras, los indios americanos eran seres humanos que respondían a los incentivos que afrontaban, no recortables de papel a explotar en nombre del ecologismo o cualquier otro programa político.

En algunas tribus, a los grupos basados en familias y clanes se les asignaban áreas exclusivas de caza, o que significaba que tenían interés en no cazar en exceso y en asegurarse de que quedaran suficientes animales para reproducirse para años futuros. Igualmente tenían un incentivo para no permitir cazar en sus tierras a personas de otras familias y clanes. En el noroeste del Pacífico, los indios asignaban derechos exclusivos de pesca que llevaban a un cuidado similar: en lugar de capturar todo el salmón, dejaban algunos mirando al futuro. Los blancos que establecieron posteriormente el control sobre el salmón desgraciadamente olvidaron esta importante lección india.

Los propios indios no han recordado siempre estas lecciones. Pensemos en los arapahoes y shoshones en la Reserva de Wind River en Wisconsin, que en años recientes (y con la ayuda de vehículos todoterreno y rifles de largo alcance) no han hecho sino acabar con todas las poblaciones animales. ¿Qué pasó con su parentesco espiritual con la naturaleza?

De hecho, éste es el resultado predecible cuando se dice que la vida salvaje pertenece a todos. No hay ningún incentivo para preservar ninguna existencia para el futuro, ya que lo que podríamos dejar simplemente los matará otro. Sin derechos de propiedad en la caza, no hay forma (ni incentivo) para que alguien evite ese comportamiento depredador a corto plazo. Por eso las tribus indias asignaban estos derechos exclusivos: era la mejor forma de preservar las especies animales y proveer para el futuro.

Díganme, ¿no merece repetirse esta sabiduría india?


Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí: aquí.

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